Por Luis Bruschtein Clelia Luro era una mujer separada, de 39 años, y con seis hijas cuando conoció en 1966 al obispo de Avellaneda, monseñor Jerónimo Podestá, de 45 años, quien para muchos estaba llamado a convertirse en cardenal primado. Sus compañeros de promoción habían sido los obispos Eduardo Pironio, Antonio Quarracino, y también de Raúl Primatesta. Ambos se enamoraron y decidieron que su unión debía reafirmar sus convicciones sobre la Iglesia. Podestá dio una lucha en dos frentes: por un lado el compromiso social que cobraba fuerza entre los sacerdotes y por el otro hizo público su amor por Clelia. Fue duramente presionado por obispos y por las autoridades militares, viajó a Roma, habló con el Papa, hasta que finalmente fue obligado a renunciar. Desde el llano ambos se convirtieron en presidentes de la Federación Latinoamericana de Sacerdotes Casados hasta la muerte de Podestá a los 79 años, el 23 de junio pasado. --Había vivido diez años en un ingenio azucarero de los Patrón Costas. Me había concientizado allí. De Santa Fe y Callao, de pronto me casé y me fui a vivir al ingenio en Salta y empecé a vivir la realidad de los indígenas, la realidad del país. Era de una familia de clase media alta y no había tenido la oportunidad de vivir el drama de la gente. Había tomado cursos de medicina preventiva en la Cruz Roja, entonces agarraba el caballo y me iba a los huetes, las chozas de la zafra en Orán, a enseñar a alimentar a los niños, colaboraba con el médico del ingenio, hacía prevención, porque los chicos allí morían como moscas. De chica tenía una visión muy fuerte del Evangelio, del mensaje de Jesús, que no compaginaba en mí con la institución Iglesia. Entonces ahí pude desarrollar lo que había sentido, porque había querido ser monja. Me di cuenta de que no era necesario ser religiosa para trabajar con la gente. --¿Y había leído teología, cuestiones sociales...? --No, solamente el Evangelio. Me eduqué en el Colegio del Sagrado Corazón donde me echaban de las clases por rebelde. Orán fue madurando mi visión. Después me separé y vine a Buenos Aires con cinco hijas y embarazada de la más chica. Las puse pupilas en el colegio hasta que conseguí tenerlas, pero para eso tenía que trabajar. Años después quedé viuda. Entonces empecé en una empresa de ahorro y préstamo para automotor, para la vivienda. Hablaba de dinero todo el día y estaba harta hasta que con un amigo publicamos la revista Imágenes del país. En el Norte había quedado un cura que estaba alcohólico. El obispo de Salta, que me había ayudado en la separación, me sugirió que hablara con algún obispo para traer al cura Francisco. Llamé a Jerónimo y nos conocimos. Ha escrito páginas muy lindas donde cuenta cuándo me conoció. Dice que le impactó mi fuerza, que lo ayudé a abrirse. Fue encontrarse con lo femenino y sin peligro porque yo lo que pedía era por ese cura. Viajamos al Norte a buscar a este sacerdote que estaba tirado en la cama borracho y lo trajimos a Avellaneda y a partir de allí empecé a trabajar con él. Jerónimo era un líder en el país, era el obispo de los obreros, cualquier problema, huelgas, paros, él estaba con ellos. --¿Pero para ustedes fue muy importante el encuentro con monseñor Helder Cámara? --Había una reunión del Celam en Mar del Plata y yo había oído hablar de Helder Cámara. Le dije a Jerónimo que iría a Mar del Plata y que tenía que presentarme a Cámara. Nosotros todavía no éramos pareja, pero nos había unido mucho el trabajo, había cruces de corazón y de ojos y de todo... pero para mí era un amor imposible. Fui a Mar del Plata y allí apareció Cámara, un hombrecito pequeño, pero un verdadero gigante y a partir de allí hemos hecho un camino de a tres, porque Cámara cuando me conoció, me dijo que tenía la señal de Dios. "Usted tiene una misión que cumplir" me dijo. Cuando Jerónimo me lo iba a presentar apareció el Nuncio, que no me quería, y prefirió hacerse a un lado. Yo tenía credencial de periodista, así que lo esperé a la salida entre un grupo grande de periodistas y la gente. Vino derecho hacia mí, me agarró las manos y me dijo todo. Y Cámara le dijo a Jerónimo: "No tengas miedo de Clelia, porque Clelia va a ser tu fuerza". Para Jerónimo, el camino conmigo era un camino querido por Dios, un camino marcado, por eso tuvo fuerzas para afrontar todo lo demás. --En esa época estaba Onganía y no quería dejar a venir a Cámara... --En esa época, monseñor Plaza, a quien yo trato siempre de no nombrar en esta casa igual que a José López Rega, le había pedido a Jerónimo que tratara de controlar a Cámara. Jerónimo no me lo había contado. Helder me dijo: "Lo han puesto a monseñor Podestá para que me controle". Y yo le contesté: "Pero él no lo va a hacer". "Clelia, a cada país que voy me ponen a un obispo progresista para que me controle" me contó Cámara. Ibamos a tomar el desayuno en el hotel Provincial con Helder y Jerónimo sin darme cuenta de que me rodeaban obispos y cardenales, y que todos estaban observando este puente entre Jerónimo y Cámara conmigo. El nuncio y Plaza lo querían a Jerónimo porque era muy inteligente, era una figura muy destacada y además era un hombre dócil. Lo querían para nombrarlo cardenal primado, como fue después Quarracino. Se lo dijo el nuncio una vez y cuando vio que estaba yo de por medio y que Cámara se unía más a Jerónimo, empezó a sentir que se le iba de las manos en la línea de la Iglesia progresista. --¿Qué efecto produjo Cámara en Podestá? --Encontró la idea que buscaba, y además la fuerza, porque Cámara fue como un mensajero para nosotros. El nos unió y esa unión a través de Cámara siguió hasta el final, hasta el año pasado que fuimos en febrero a festejar su último cumpleaños, sus 90 años. Concelebró misa con Jerónimo. Hablaba todas las semanas por teléfono con Cámara y grabé como 50 casetes, él lo sabía, por supuesto. Porque la historia de Cámara es una historia aparte. Fue controlado y silenciado con una especie de muerte civil e intraeclesial después que dejó la diócesis. Pusieron ahí al arzobispo Cardoso que es del Opus Dei, que desarmó todo lo que había hecho. Cámara pasó quince años en Recife, en un cuartito, callado, sin hablar, silenciado, sólo hablaba cuando iba al exterior. --¿Quarracino y Pironio habían sido compañeros de promoción de Podestá? --Fueron compañeros y más o menos también Primatesta. Quarracino tenía una formación de tipo más social al principio. Incluso estuvo cuando comenzaron los curas del Tercer Mundo. Pero después lo llevaron al Celam y allí López Trujillo lo fue captando... --Finalmente se hizo muy reaccionario... --Sí, porque el poder corrompe. Si vos querés el poder en base a ir contra tus principios, si querés ir subiendo de esa manera, a la larga terminás así. No todos porque finalmente aquí tuvimos obispos como De Nevares, Devoto, Angelelli, Hesayne y otros pocos en la Argentina y cardenales en algunos países, sobre todo en Brasil, que son hombres fuertes que han mantenido sus ideales. --¿Y Pironio continuó la relación que tenía con Podestá? --Pironio era muy obediente, más espiritualista. Quarracino era más político. Pironio nos quiso mucho, pero tuvo que obedecer. Cuando lo sacaron a Jerónimo de Avellaneda, Pironio le dijo que iría a ocupar la diócesis el 8 de diciembre, pero apareció el 3 con carros de la policía a la vuelta de la Curia porque los obreros habían amenazado con tomar las fábricas. Eran órdenes de la Nunciatura. Tuvieron miedo de que Jerónimo se opusiera. Una vez lo fui a ver a Pironio y le dije que le venía a traer el perdón de su hermano. Medio emocionado me dijo: "Tuve que obedecer". Y yo le contesté: "Te felicito porque te probaron en la obediencia hasta actuar así con tu hermano y eso para Roma es muy importante, te van a llevar a Roma, te van a nombrar cardenal y descuidate que te hagan papa". Después de veinte años lo encontré en Roma en la Vía de la Conciliación y ya era cardenal, me dio un abrazo. --¿Y con Quarracino no se hablaban? --No, yo creo que Quarracino le tenía miedo a Jerónimo. Una vez lo fue a hablar y no lo recibió. Jorge Bergoglio, que lo reemplazó, no ha sido así, habló con Jerónimo, que lo consideraba un hombre inteligente y sensible y se ha portado completamente distinto, lo fue a visitar a la clínica cuando estaba enfermo, antes que muriera. --¿Quiénes fueron los que más conspiraron contra Podestá en 1967? --El nuncio Humberto Monzoni, que consiguió la subvención de Onganía a la Universidad Católica a cambio de la renuncia de Jerónimo. Estaba Plaza, que en tiempos de Illia le había pedido a Jerónimo que le resolviera un problema que tenía con un banco. Jerónimo no quería y Plaza había prometido que se vengaría. Fue el que viajó a Roma con el vicario de Jerónimo a hablar con el Papa. Yo creo que al Papa no lo podían sensibilizar en ese momento con el tema social. Jerónimo andaba por todo el país difundiendo la "Populorum Progressio". Entonces buscaron atacarlo por el tema de la mujer. Y yo creo que Paulo VI era muy misógino y se sintió afectado. Este vicario y Plaza fueron a Roma. Después fue Jerónimo a hablar con el Papa. Le dijo: "Yo tengo un gran afecto por esta señora, no hemos pensado hacer pareja y me es sumamente necesaria, es un encuentro que me madura y me hace crecer". El Papa le dijo que tenía que prometerle que me arrancaría de su corazón. Y Jerónimo le contestó: "Usted no me puede pedir que arranque de mi corazón ningún sentimiento, me puede pedir que no haga escándalo, que no lo hago, pero el escándalo me lo están haciendo". Y después fue conmigo a Roma y me presentó al cardenal Benelli, secretario de Estado del Vaticano. Le dije que quería hablar con el sacerdote y con el hombre, no con el funcionario. --Era la única mujer en ese mundo de hombres, en uno de los centros de poder más importante de Occidente... --El problema era justamente ser mujer. Hablé con Benelli más de una hora. Cuando se ponía duro y en funcionario, le tomaba la mano y él volvía a aflojar. Le decía: "¿No ve que yo estoy trabajando con él nada más?, cuando celebramos la misa estamos en paz". "¿Y por qué habla en plural? insistía. "Bueno, porque en Argentina, después del Concilio, se dice: 'hemos celebrado la misa, demos gracias a Dios'". "Sí, pero él es el celebrante" me decía. "Sí pero yo soy el pueblo de Dios, sin el pueblo no sirve nada" le decía yo. Y todo el diálogo era así. El me decía: "Usted tiene que obedecer, Santa Teresa era obediente". "Santa Teresa era una desobediente, porque el nuncio Sega decía que no tenía que hablar y hubiera sido una monjita que nadie hubiera conocido, y ustedes hoy no la hubieran podido hacer doctora de la Iglesia, después de 400 años". "¿Y la virgen María?" me decía él. Y yo le contestaba: "¿Quién estaba al pie de la cruz cuando murió Jesús? Las mujeres, los apóstoles tuvieron miedo; Jesús era el que les daba fuerza y muerto Jesús esa fuerza se la daban las mujeres, como María". --Esa discusión que parecía entre dos amigos estaba cuestionando gran parte de la estructura de la Iglesia... --Estábamos en el Vaticano, pero yo siento que todos los seres humanos somos iguales, nada más que en este mundo cada quien ocupa el lugar que le toca, desde el panadero hasta el Papa. No me inhibía nada de todo eso. --¿Usted era como la bruja, el demonio que había dominado a un obispo? --Claro, un día el nuncio le dijo a Basilio Serrano que la Cuarta Internacional me había puesto junto a Podestá para destruir a la Iglesia. Todo era así. Al final Benelli me dijo: "Bueno, pero si ustedes se quieren pueden estar juntos, pero que no los vean, porque cómo una mujer va a estar influenciando a un obispo". Me harté y le dije que yo no iba a ser su amante escondida porque no era nuestro camino. "El y yo vamos a luchar juntos dentro de la Iglesia, y si me lo dice un funcionario como una amenaza, no me da miedo, si lo dice el sacerdote con dolor, se lo agradezco y rece por nosotros". Lo que yo quería y lo que hice siempre ha sido hablar lo que siento y lo que pienso. Como dice el Evangelio: se tira una semilla y cae en una piedra o en tierra fértil. No pensé en convencerlo y no sabía si me iban a entender. --¿Y después volvieron a Buenos Aires? --Sí, porque estaba planificado un gran acto en el Luna Park para difundir la Encíclica Populorum Progressio. El único orador iba a ser Jerónimo. La gente se enfervorizaba en las charlas que daba Jerónimo sobre la Encíclica, era la voz de los sin voz. Y yo lo acompañaba siempre. El más molesto con Jerónimo era el general Juan Carlos Onganía que había asumido después del golpe del '66 y empezó a presionar para que lo saquen. --¿Durante ese tiempo seguía la presión contra Podestá? --Sí, llegaban cartas del Vaticano y demás. En las cartas no me nombraban, decían "la consabida persona", que se separara de "esa mujer". "Deciles que me llamo Clelia" bromeaba con Jerónimo. Estaba muy metida en el lío, fue una época muy brava... Y después Jerónimo renunció, se fue a su casa en el campo en Córdoba, le habían dicho que su madre estaba enferma, había una orden del nuncio de que no lo dejaran salir de ahí. Quedó incomunicado por un tiempo largo, fue todo muy turbio. La gente no entiende, lo simplifica. Que Jerónimo renunció a todo por mí es verdad también. Pero si yo no hubiera sido como soy, quizás no hubiera renunciado. El vio que éramos dos que mirábamos para el mismo lado y que íbamos a luchar juntos. Fui su compañera de lucha, ésa era la cosa. --Esa lucha lo llevó también a ser amenazado y al exilio... --En 1974 lo amenazó la Triple A, al día siguiente que mataron a Silvio Frondizi. Arturo, el ex presidente y hermano de Silvio, le aconsejó que se fuera. Fuimos a Roma y al salir del Vaticano Jerónimo dio una conferencia advirtiendo del baño de sangre que se cernía sobre la Argentina y que había pedido a la Iglesia que hiciera lo posible para evitarlo. La Iglesia es muy responsable de lo que pasó. Excomulgó a Perón por quemar templos de piedra, que ni siquiera lo hizo él, y no hacía nada a los militares que estaban torturando y asesinando. Yo entraba y salía del país y eso le dije a monseñor Adolfo Tortolo en el '76: ¿por qué no excomulgan a los militares que están haciendo eso? --En la época en que fue obispo de Avellaneda llegaron las ideas de Teilhard de Chardin. ¿Cómo vio esa propuesta Podestá? --En Avellaneda, cuando Jerónimo era obispo se hicieron las primeras experiencias de los curas obreros. Y después, cuando se gestó el Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo, también participó y empujó el movimiento. --Pero Carlos Mugica era muy defensor del celibato... --Con Carlos éramos muy amigos. Yo conversaba mucho con él y le decía que lo suyo era muy político. Ahora hay obispos y hasta cardenales que están de acuerdo con el celibato optativo. Pero nada madura si alguno no empieza a vivirlo y nos tocó a nosotros. La lucha no era sólo contra el celibato, sino por una Iglesia democrática, horizontal, comprometida con el mundo, con la justicia. Cuando no había ninguna asociación de derechos humanos, el hombre de la Iglesia que se jugaba era él. Estuvimos en Trelew y denunció la masacre. Algunos curas no querían discutir el celibato para no dar otro flanco en la Iglesia y tomaban distancia. Pero no hay revolución sin revolucionarios. Si no hacés la revolución en vos mismo antes que nada, para ser coherente con tu existencia, en primero querer la Justicia en vos y quererla en los demás, se trata de una militancia hueca que, cuando llegás al poder, te corrompe. Nosotros queríamos un camino de coherencia, aceptamos la marginación, porque Jerónimo tuvo cinco años de exilio político, pero toda la vida de exilio dentro de su propia Iglesia. Era un dolor fuerte para él. Veía una Iglesia que no avanzaba. Pero era muy seguro de sí mismo, de lo que hacía y nunca tuvo rencor en el corazón, siempre perdonó todo. Yo creo que le tenían una especie de temor. --¿Por qué había esa especie de temor? --Es que Jerónimo habló 30 años antes. Cuando dio la conferencia de la "Populorum Pogressio", en el Teatro Roma, nos vinieron a llamar porque se estaban quemando las cortinas de la curia y habían escrito en la pared: "Paulo VI traidor, Podestá comunista". Eramos todos comunistas los que hablábamos de la injusticia y enfrentábamos al gobierno por los problemas sociales. Hoy es pan comido. Después que terminó el tema del comunismo, el Papa habla del capitalismo salvaje sin problemas, pero antes no era así. --El tema social se puede hablar, pero el tema del celibato sigue estando prohibido... --La Iglesia sigue muy cerrada con la mujer. Hay 150 mil curas casados, más 150 mil esposas, más los hijos, tiene un millón de personas que quieren luchar dentro de la Iglesia. Jerónimo hizo una carta abierta al Papa. "A mi hermano mayor" se llama. --¿Y cuándo decidieron ustedes formar pareja? --En 1972, Jerónimo ya tenía la suspensión 'ad divinis', pero monseñor Adolfo Tortolo la hizo pública antes de tiempo para desligarse políticamente de nosotros. Teníamos que ir a declarar a la Cámara Federal del Crimen por el caso Salustro. Ellos nos estaban empujando ya a que viviéramos como pareja. Y efectivamente, poco tiempo después fue así. Después comenzamos a participar en las reuniones internacionales de sacerdotes casados y nos nombraron vicepresidentes. Jerónimo fue el único obispo que asumió una posición pública. Participamos en la organización de la Federación Latinoamericana de sacerdotes casados y en estos últimos diez años hemos viajado por todos los países de Latinoamérica. "Al fin encontré mi diócesis", me decía Jerónimo. Somos presidentes de la Federación. Digo "nosotros", porque creemos que debemos dar testimonio de pareja, de lo que significa la unión de un hombre y una mujer, no casados porque sí, sino a través de un compromiso común.
|