Por
Fernando DAddario
Si el conflicto entre vivencia e imaginación selló el
destino literario de Juan Gelman, podría inferirse que la jornada
de ayer acercó estas coordenadas a un efímero y gratificante
punto de concordia: los sueños ganados y perdidos, la métrica
perfecta, los dolores, la belleza poética, encontraron una síntesis
de reconocimiento en el premio Juan Rulfo de Literatura Latinoamericana
y del Caribe 2000, que le otorgó la Feria Internacional del Libro
(FIL) de Guadalajara. Este es el premio más importante de
América latina, que han ganado grandes poetas y escritores a quienes
me siento cercano y cuya obra forma parte de mis lecturas como Augusto
Monterroso, Nélida Piñón, Sergio Pitol u Olga Orozco.
Olga ya no está con nosotros, pero siempre permanecerá presente
y cerca de mí y de todos sus lectores a partir de su obra,
dijo Gelman al agradecer la distinción, la segunda en importancia
en la lengua castellana, después del Cervantes. En su larga trayectoria,
Gelman había sido distinguido anteriormente con el Premio Internacional
Mondelo de Poesía, Italia (1981), así como con los premios
argentinos Boris Vian (1983), Juan Bautista Alberdi (1995) y Premio Nacional
de Poesía de Argentina en 1997. También es reconocida su
labor como periodista.
El autor de libros como Gotán (1962), Fábulas (1971), Interrupciones
(1988) y Ni el flaco perdón de Dios (1998) se dejó guiar
por el itinerario de su ecléctica producción artística
sin permitir que ese recorrido fuese anulado o sobredimensionado por los
vaivenes políticos. Más bien, la militancia se le coló
en la literatura a través de sonoridades enigmáticas, de
perplejidades que se sucedieron en pliegues de esperanzas y desencantos,
sin un eje preestablecido. Acaso sea el resultado de esta tensión
lo que premió el jurado: una poesía que, sin pretenderlo,
se constituye en la crónica de un presente continuo, fragmentado
por las esquirlas de ese pasado complejo y doloroso. Su vasta obra
se caracteriza por la apropiación de numerosas facetas poéticas
y culturales con las que dialoga: la poesía mística española,
la hebrea y sus vertientes bíblica y sefardí,
la poesía norteamericana, la cultura popular, señaló
el jurado (integrado por Soledad Alvarez, Gonzalo Celorio, Claude Fell,
Jean Franco, Margo Glantz y Juan Gustavo Cobo Borda) en su veredicto,
que más adelante también debió agregar sobre la obra
de Gelman: Poesía de duelo y de exilio, vinculada a las utopías
latinoamericanas y a la reflexión crítica sobre ellas; poesía
sustentada en la ética. Habría que agregarles a estos
considerandos la lista de las obsesiones que justifican su obra y que
según él son pocas: El otoño, la niñez,
la revolución, la mujer, la muerte, la belleza de la mujer y la
ausencia de Dios. Por eso, a lo más que puedo aspirar es que se
repita en forma de espiral a lo largo del tiempo.
Es que en Gelman, la estatura poética (para muchos, se trata del
mejor poeta vivo en lengua española) es producto de una confabulación
entre los códigos genéticos y su aventura de vivir. Su padre
era un obrero ucraniano, revolucionario y culto; su madre era amante de
la música. A los 11 años, Juan publicó su primer
poema, dedicado al amor esquivo de una vecinita. Más tarde trabajó
como fletero, como vendedor de repuestos para autos. Vivía en Villa
Crespo, hacía vida de barrio, iba a los bares, leía, escribía.
Su proceso de maduración política fue acompañando,
sin estorbos ni indiferencia, su evolución artística. La
frescura de Violín y otras cuestiones (1956), los tiempos en que
fundó con otros escritores el grupo literario El Pan Duro, apadrinado
por Raúl González Tuñón, devinieron más
tarde en la ebullición del lenguaje que evidenciaban Cólera
buey (1965) y Los poemas de Sidney West (1969), a tono con la época,
pero sin sobreactuaciones de progresismo intelectual. Desde los años
70 (los de su adhesión y posterior ruptura con el movimiento
Montoneros), y convencido de que la poesía no ayuda a mitigar el
dolor, pero sí a expresarlo, Gelman sacudió, con urgencia
y elegancia, la conciencia de una realidad que se caía a pedazos.
Así quedó plasmado el poema Glorias, en homenaje
a loscaídos en la masacre de Trelew: Con sangre verdaderamente
están regando el país ahora / oh amores 16 que todavía
volarán aromando / la justicia por fin conseguida el trabajo furioso
de la felicidad / oh sangre así caída condúcenos
al triunfo.
Pocos años más tarde, en 1976, fueron secuestrados su hijo
Marcelo y su cuñada, Claudia, que dio a luz en cautiverio a la
nieta que marcaría desde entonces la vida de Gelman. Llegó
el exilio, el retorno en 1988 a la Argentina democrática de la
obediencia debida, el punto final y ya en tiempos de Menem
el indulto. Y siempre la poesía, allí, apuntando con
el dedo. Fue entonces el turno del autoexilio, mientras proseguía
su búsqueda, que en los últimos años involucró
a militares, políticos (los presidentes de Uruguay, Julio Sanguinetti
y Jorge Batlle) y a un mundo que asistía azorado al caso
Gelman. En marzo se anunciaba la identificación de la nieta
del poeta. La poesía, ese buscar el imposible, seguirá
su camino.
OPINIONES
|
Por
Juan Sasturain
Poeta
en el costado izquierdo
De memoria, uno cita como debe ser, a conmovidos
golpes de emoción y de alevosa poesía. Si
tuviera que elegir / yo elegiría esta esperanza / que come
panes desesperados, dijo él. Si tuviera que elegir
(para hablar) yo mentaría el primer golpe: Gotán.
Gelman entró en nuestra demorada adolescencia con ese libro
del 62, de La Rosa Blindada y con tapa de Gorriarena, chiquito
y poderoso: Esa mujer se parecía a la palabra nunca
/ Subía de su nuca un encanto muy particular / Una especie
de olvido donde guardar los ojos / Esa mujer se me instalaba en
el costado izquierdo. Qué bárbaro. No se parecía
a nada de lo (poco) que habíamos leído. Gelman mezclaba
los huesos, el otoño, la lluvia y las uñas del terrible
Vallejo con la urgencia de los tiempos (se fue otro mes
/ y no hicimos la revolución todavía) y esa
sintaxis conversada que sería en otros signo
y plaga de los 60. Y la ironía, claro; la cita jodona
contra la imbécil solemnidad, el saltito mortal contra
la muerte, siempre ahí. Qué pedazo de poeta. Y qué
librito ése, que no fue el primero, pero era como si. Porque
Gotán pegó el zarpazo, (lo) lastimó el exceso,
la huella del reconocimiento: el mismo Gelman se quejó
años después en un poema que lo exorcizaba, trataba
de sacárselo de encima pudoroso, entre comillas: Yo
nunca escribí libros. Claro que no: Gelman siempre
escribió poesía, que es otra cosa. Los libros son
cosas que se publican. Por eso se pasó casi una década
sin publicar, acumuló esa Cólera buey que reventó
en los 70 con tantas cosas. Con esos amorosos pedazos está
hecha su poesía, hasta hoy.
Por
Juan Forn
Los
libros y los Gelman
Conoció la poesía a los cinco años,
oyendo a su hermano mayor recitar a Pushkin en ruso. A los nueve
se enamoró de una vecinita y, como ella no entendía
ruso y él no sabía ni escribirlo ni traducirlo,
empezó a mandarle poemas de Almafuerte. Cuando vio que
la cosa no daba resultado, empezó a escribir él
los envíos. La vecinita nunca se enteró de lo que
había originado. El resto del mundo, sí. Juan Gelman
ha logrado como pocos lo que pontificaba Paul Eluard con su sabiduría
habitual: escribir sobre política cuando la circunstancia
exterior coincide con la del corazón. O, como dice Gelman,
cuando son una. Llama la atención, como él mismo
ha señalado muchas veces, que resalte tanto lo político
en su obra cuando, en realidad, no lo ha visitado tanto. Es que
su obra ha demostrado que la justicia poética es muchísimo
más que una figura del lenguaje.
Su acercamiento a lo inefable (así define Gelman su oficio),
ese acontecimiento que emerge a través de una trama
de palabras para arrancar algo de la nada, ha combinado
las más diversas formas de lo poético. Desde lo
puramente lírico a lo ásperamente narrativo, desde
la métrica impecable hasta el quiebre por dentro de esa
métrica, desde lo místico a lo político,
explorando los alcances del verso conversado o la
textura a contrapelo de las palabras bellas, Gelman
ha construido una obra de enorme coherencia interna en los sucesivos
pasos de su itinerario.
Alguna vez le preguntaron a Roberto Matta, el pintor chileno,
cómo festejaba su cumpleaños y él dijo: Invito
a los Matta que fui y discutimos toda la noche. Algo similar
ocurre con los Gelman: sumergirse en cada nuevo libro
suyo permite escuchar, por debajo de las palabras, una fascinante
beligerancia y complementación entre todos esos modos de
decir. Para aquellos que descubrieron sus primeros libros en los
70 siendo adolescentes, como fue mi caso, la aparición
de sus libros posteriores, cada dos o tres o cinco años,
obligaba a bruscos pasos de maduración como lector, se
quisiera o no: su profundización progresiva, sin respiro
y sin clemencia, en ese territorio llamado poesía ha sido
ejemplar. A diferencia de muchos grandes, Gelman nunca se repitió,
ni se estableció cómodamente en un registro desde
el cual seguir mirando el mundo dócilmente. Sin embargo
(o a causa de eso), casi cualquier circunstancia de la vida puede
retratarse con una frase suya: he ahí una evidencia inequívoca
de la grandeza de su obra. De sus libros, mis preferidos son dos:
Los poemas de Sydney West y Carta a mi madre (dos extremos de
su obra), pero otro de los méritos de Gelman es justamente
ése: la cantidad de opciones que ofrece al lector a la
hora de elegir sus preferidos. Con el tema de los premios pasa
lo mismo: muy pero muy pocos premios parecen absolutamente justos
cuando se anuncia su ganador; en el caso de Gelman ocurre lo inverso:
no hay premio que no resulte absolutamente merecido cuando él
lo gana.
|
LA
MIRADA DE LOS ESCRITORES
|
Noe Jitrik
*.
Me produce una inmensa alegría. El Rulfo es especial, además,
porque es uno de esos reconocimientos que responden a un criterio
de consagración. La mayor parte de las veces lo ganan quienes
ya se ganaron un lugar en la historia. La de Gelman es una obra
consumada, de una épica impecable, de altísimo nivel
poético, que lo posiciona en primera línea, con los
más grandes.
* Crítico
y escritor.
Hector Yanover
*.
No me llama la atención: comparto la certeza de que se lo
merece. Gelman siempre fue un inmenso poeta. El trabajo de la palabra,
su hondura, su profundo compromiso en la búsqueda creativa
me convirtieron en uno de sus admiradores confesos, y en uno de
sus amigos desde 1952. El dice que la búsqueda del poeta
es siempre frustrante, porque éste nunca llega a alcanzar
aquello que persigue, y sin embargo él se acerca tanto a
ese centro, tanto...
* Escritor y librero.
Mempo Giardinelli.
Estoy encantado con la noticia. Creo que es un premio a la trayectoria
de un gran poeta, el mayor que tiene hoy nuestro país, y
también a una trayectoria ética. Esta es una muestra
más de la vieja y sabia costumbre que tienen los mexicanos
de reconocer sin chauvinismos a los talentos que eligen vivir en
tierra azteca. Espero que el premio regocije a toda la literatura
argentina. A mí, por lo pronto, me parece una maravilla.
Rodolfo
Rabanal.
Gelman es uno de nuestros más grandes poetas vivos y me parece
muy justo que se lo reconozca. Y más teniendo en cuenta que
es un premio tan importante, uno de los pocos que se ha sostenido
como una institución a través del tiempo. Me alegro
mucho por Juan, porque es un poeta con una obra inmensa y que ha
hecho innovaciones sustanciales en la poesía argentina durante
los últimos veinte años.
Abelardo
Castillo.
Creo que es absolutamente merecido que se haya premiado a Gelman,
porque para mí es el mayor poeta vivo de la Argentina y uno
de los más intensos de América latina. Además,
su trayectoria ética y su conducta no dejan lugar a duda
de que merece no sólo el Juan Rulfo sino cualquier otro premio.
Es absoluta justicia.
Martin Caparros.
Cuando me fui de la Argentina en 1976, el único libro que
me llevé fue la obra poética de Gelman editada por
Corregidor. Todavía lo conservo, aunque está destrozado
por el uso. Por entonces yo tenía 18 años y trataba
de escribir poesía. Y durante un tiempo bastante largo temí
no poder zafar de escribir con el ritmo y las maneras de Gelman.
Creo que eso dice lo que siento por su obra, así que es obvio
que me alegro de que le den este premio o cualquier otro.
Vicente
Battista.
Que de vez en cuando se haga justicia no deja de ser una buena noticia.
Y éste es el caso, porque considero a Gelman uno de los grandes
poetas de América. Y tengo esa opinión desde mucho
antes de conocer su militancia y todas las tragedias que vivió.
Más allá de su obra poética, siempre me pareció
un ser humano de una enorme ética. Por eso me alegra que
lo hayan distinguido, aunque no sorprende: él se merece todos
los premios del mundo.
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