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el Kiosco de Página/12

LOS Resignacion y lenguaje
 Ma sí
Por José Pablo Feinmann


1�Ma sí� no expresa necesariamente resignación. Su intención es, siempre, resolutiva. Lo que varía es aquello que resuelve. O sea, �ma sí� no tiene la univocidad de �pero bueno�. Luego de �pero bueno� siempre la resignación, la aceptación. �Ma sí�, no. Uno dice �ma sí� cuando decide algo. A menudo esa decisión lanza al sujeto a la acción. A menudo, no. Claro: hay dos decisiones fundamentales posibles, uno actúa o no actúa. En rigor, siempre está actuando, ya que la inacción es una de las formas de la acción, su ausencia. Estoy haciendo algo cuando me quedo quieto. Casi siempre, estoy aceptando.
2 La primera modalidad de �ma sí� (la primera sobre la que aquí nos volcaremos reflexivamente) será la que resuelve en favor de la acción. La que me impulsa a accionar sobre lo real. Por ejemplo: �Ma sí, yo lo hago�. O también: �Ma sí, yo me mando�. (Que no significa �mandar� en tanto �ejerzo dominio sobre mí� sino �me lanzo�, �lo hago�, �no lo pienso más�.) En verdad, un matiz fundamental de �ma sí� es ése: �no lo pienso más�. Es en ese sentido que resulta siempre conclusivo. �Ma sí� es �no perdamos más el tiempo�, �basta de dar vueltas� o �cortala�. De aquí que una de sus formulaciones más habituales sea: �Ma sí, cortala�. Que obliga o impone la conclusividad al Otro. �Ma sí, terminala�. �Ma sí, no hablés más�. O exige la aceptación del Otro, la aceptación de su suerte y �con frecuencia� el sometimiento de su criterio al mío: �Ma sí, jodete�. Cuando el Otro acepta este sentido de sometimiento dice: �Ma sí, me jodo�. Y suele añadir �No me queda otra�. Con lo cual pasamos a la otra cara del significante �ma sí�: la aceptación como modo de la resignación.
3 El �ma sí� se forma con el lunfardismo �ma� y el adverbio de afirmación �sí�. �Ma� es �pero�, un italianismo. O sea, �ma sí� es �pero sí�. El �pero� es el que le da ese matiz conclusivo. Como un ramalazo fastidioso. �¡Pero sí, cortala!� �Pero sí, no lo pienso más. Yo me mando�. No sería lo mismo decir: �Sí, yo me mando�. O: �Sí, cortala�. �Sí, no hablés más�. El �sí� �solo� carece de ese matiz de irritación, de urgencia, de �terminemos de una vez con esto�. El �sí� �solo� tiene un inevitable matiz reflexivo que le otorga frialdad o, al menos, le quita a la expresión �ma sí� la densidad, el pathos que suele tener.
Uno puede inteligir la época histórica por la que atraviesa detectando qué modalidad del �ma sí� se ha tornado hegemónica. Hoy, la hegemonía está en el matiz que opta por la resignación, por la aceptación. Por ejemplo: �Ma sí, qué vas a hacer�. �Ma sí, esto no lo cambia nadie�. �Ma sí, hay que joderse�. �Ma sí, no nos queda otra�. Aquí, con toda lógica, el �ma sí� se acerca al �pero bueno�. No obstante, si reemplazamos �en las expresiones anteriores� �ma sí� por �pero bueno� veremos que todas pierden calor, pathos, bronca contenida. El �ma sí� no tiene la mansura extrema del �pero bueno�. Diría: quien dice �ma sí, hay que joderse� o �ma sí, esto no lo cambia nadie� expresa un matiz menor de aceptación que el que dice �pero bueno, hay que joderse� o �pero bueno, esto no lo cambia nadie�. Todavía late un aliento de furia �de furia derrotada� en el �ma sí, hay que joderse�. Todavía hay un resto de indignación. El �pero bueno, hay que joderse� es casi cristiano. Se acerca a la cada vez más extendida frase: �Este es un valle de lágrimas�.
4 Hay una verdulería a la vuelta de mi casa. Todos hemos observado que los verduleros aún existen. No los carniceros, por ejemplo. Devorados por los supermercados, se han ausentado de la realidad. Verdulerías, todavía, existen. Y donde hay una verdulería hay �coherentemente� un verdulero. Yo, decía, tengo las dos cosas a la vuelta de mi casa: la verdulería y el verdulero. Suelo comprarle unas exquisitas manzanas que, sospecho, ya no conseguiré cuando él no esté más. Porque eso es lo que él atisba en su horizonte: que pronto no va a estar. Que también a él se lo va a devorar algún supermercado. De modo que ha caído en un estado de, digamos, sabia o, si se quiere, religiosa resignación. Su lenguaje está incesantemente habitado por expresiones como �y bueno, éste es un valle de lágrimas� o �y bueno, venimos a este mundo a sufrir�. O también: �No hay mal que dure cien años�. A las dos primeras suelo no responder. El las dice y yo me callo. Tienen un peso bíblico (la primera) y de existencialismo trágico (la segunda) que uno no se atreve a refutar. Si quiere creer eso �piensa uno� será porque lo necesita. Pero la tercera (que proviene del saber vulgar) me permite irritarlo un poco. Cada vez que dice �no hay mal que dure cien años�, le digo velozmente: �Usted tampoco va a durar cien años�. Me mira y pregunta qué le quiero decir con eso. Digo: �Que tiene que hacer algo. Que tiene que resolver su mal. No es un consuelo decir que no va a durar cien años. Lo sería si usted tuviera doscientos de vida asegurada. Pero no los tiene. O sea, su mal va a durar siempre�. Me dice: �Usted se olvida de la segunda parte del refrán�. Y cita: �No hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo aguante�. Le pregunto qué significa eso. �Que el mal sólo puede durar cien años�, dice. �Que uno no va a sufrir más de cien años porque se va a morir y se va a ir de este mundo.�
Ma sí tiene razón. El dicho estaba bien armado. No sirve de nada decirle al verdulero �usted no va a durar cien años, haga algo�. No, lo que él quiere es no hacer nada. Por eso dice �no hay mal que dure cien años�. Y por eso añade �ni cuerpo que lo aguante�. Porque �con esta segunda parte� introduce el gran consuelo de los consuelos: la aceptación de la muerte. Mi verdulero, en suma, dice: �El mal siempre termina�. Aquí parece un optimista. Pero dice: �Porque no dura cien años�. No es un optimista: una profunda aceptación del mal lo constituye. �O muere el mal o muero yo.� Pero ninguno de los dos hechos reclama mi compromiso, mi intervención. Yo no debo hacer nada. Sólo esperar. Primero que muera el mal. Segundo: morirme yo. La �otra� posibilidad �luchar, yo, para que el mal muera� no existe.
Esta mansa aceptación del mal es eso que los filósofos de las religiones llaman la �fe del carbonero�. La fe del hombre simple. Que no sólo cree en Dios, sino que acepta la totalidad de la Creación tal como es. �Dios lo quiso�. �Dios da y Dios quita.� �Dios, en Su infinita sabiduría.� Si el mundo es fruto de la infinita sabiduría de Dios, sólo resta aceptarlo. He desarrollado aquí, no la fe del carbonero, sino la del verdulero, la del tipo que vive a la vuelta de mi casa esperando que alguna corporación lo elimine. Porque así lo habrá querido Dios �en Su infinita sabiduría�. Esta fe �envidiada a menudo por desgarrados filósofos de la religión como Berdiaeff o Chestov o aun Kierkegaard, quienes pueden llegar a ponerla como ejemplo de actitud ante lo sagrado� es el punto más alto de la resignación. A ella se refería Marx cuando �en la Crítica a la filosofía del derecho de Hegel� habla de la religión como �opio de los pueblos�. Acaso no debió extender tanto la cuestión �no cuestionar toda forma de religiosidad� sino señalar esta fe del carbonero (o la de mi verdulero) como el sofocamiento total del espíritu de rebelión.
5 Esta �fe del carbonero� se expresa, no por medio del �ma sí� (que, vimos, tiene un matiz de rabia, de furia), sino por medio de otra expresión que no quisiera olvidar y que he venido olvidando: �Y bueno pero�. Es absoluta e inmediatamente detectable en el habla actual de los argentinos. La resignación que introduce el �y bueno pero� tiene un matiz de trascendentalidad que no tiene el �pero bueno�. �Pero bueno� es una resignación cotidiana. Me resigno y a otra cosa. �Y bueno pero� (al introducir la conjunción copulativa �y� un matiz reflexivo, una hilación del razonamiento, un kantiano �hilo conductor�) se presenta como la conclusión de un razonamiento sabio. No riguroso, sino eso: sabio. �Y bueno pero� expresa la santa aceptación de todo lo creado. Lleva a frases trascendentes como �la vida es así�, �este es un valle de lágrimas� o �no hay mal que dure cien años�. Lleva a la formulación más radical, más absoluta de la resignación. A la aceptación de Dios (de un Dios cuyos motivos no puedo comprender ni cuestionar, sino sólo aceptar) y a la aceptación de la Muerte. Lleva, en fin, a la más perfecta de las simetrías: la de la resignación y la muerte.


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