Por
Andrew Graham-Yooll
Usted es una argentina descendiente de polacos, con dos idiomas,
dos orígenes, viviendo en Estados Unidos. Por lo menos, parece
una receta para un enorme conflicto de identidad. ¿Cómo
se siente operando en varios idiomas? Hay una frase que dice que el idioma
en el que uno suma y hace el amor... es el idioma propio.
Creo que para hacer el amor hay que inventarse un idioma. Eso me
parece fundamental. Para hacer bien el amor, para mí, por lo menos.
Diría que eso es intersticial, dentro de mi problemática.
Yo aprendí inglés de muy chica, cuando tenía cinco
años, en Buenos Aires. Dado lo que era la escolaridad pública,
donde uno iba medio día al colegio, y otro medio día a otros
cursos, aprendí a leer libros enteros en casa, en castellano, o
en inglés, a Charles Dickens, o Robert Louis Stevenson. Mi vocabulario
en inglés me permitió imaginar cosas... cosas de la imaginación.
Al venir de una familia judía, en mi casa se hablaba castellano
porque era la forma de comunicarnos. Mi mamá hablaba polaco; mi
abuela hablaba ruso; mi abuelo hablaba yiddish. Entonces el fenómeno
de pertenencia a un idioma originario no vino con shocks, aunque sí
con deformaciones. Pienso que es la realidad del idioma en Argentina,
quizás sobre todo para los italianos, para quienes no les parece
que el italiano es un idioma distinto del castellano. Creo que esa mezcla
de idiomas es común a los argentinos. Es una identidad que se la
ve en falta, pero se debería disfrutar.
¿Y al salir de la Argentina?
Cuando vine a Estados Unidos en 1967 era por poco tiempo. Pero ese
momento era importante porque, como era muy chica, la mezcla cultural
en Estados Unidos me pareció una maravilla. Era la respuesta a
todo lo que pensaba. Me pareció fabuloso. Acá todo se entremezclaba
y era parte de uno. Cuando años más tarde Gabriel García
Márquez dijo que a él lo único que le interesaba
en la vida era lo que hacían los Rolling Stones, me dije: esto
realmente es lo que yo soy. Todo ese fenómeno de contracultura
en Estados Unidos para mí fue absolutamente sensacional. Así
que tuvo un aspecto formativo, era la confirmación de la deformación
como formación.
Pero trabaja y escribe en inglés, en algunos textos fuertemente
identificados como literatura femenina (Madres alquiladas poesía,
La pareja desmontable poesía, Sueños del seductor
abandonado novela, La mujer de mi marido).
Yo
no siento en inglés, pero escribo artículos en inglés.
Tengo un libro, Theoretical Favours, en inglés. Participo en la
traducción de mis libros al inglés, doy conferencias, enseño
cursos en inglés (enseño literatura comparada, muchos de
los escritores que enseño son ingleses, estoy obsesionada por ciertos
escritores). Hablo francés también. O sea soy trilingüe,
pero no podría escribir en francés como escribo en inglés.
Viví un tiempo en París, tengo relación con la cultura,
no con el idioma. No leí tantas pavadas en francés como
leí en inglés. En cuanto a lo que llamás la literatura
de mujeres, le tengo cierta desconfianza a esa línea confesional
que se ha vuelto muy corriente en la literatura de las mujeres. La idea
que circula en esa literatura es que lo más importante consistiría
en llegar a conocer la figura del escritor o de la escritora a través
de una vida que ha permanecido secreta antes de la escritura. A mí
me parece mucho más interesante contar los secretos de los otros,
secretos que ellos no conocen antes de leer el libro. A mí me gusta
un libro cuando descubro que el libro ha contado un secreto mío
que se me hace evidente con la lectura. La idea de una literatura femenina
que mejore los sentimientos, donde las mujeres asumamos el papel de salvadoras
del mundo, para mí es una posibilidad muy remota.
Siento que una universidad norteamericana es un lugar de elite,
excluyente. Lejos de casa.
Se arma el diálogo a partir de la experiencia. Aquí
hay estudiantes de distintos países de Latinoamérica. Hay
argentinos, chilenos, peruanos, periodistas, poetas. Para quienes éste
es mucho mejor lugar para pensar la literatura, para analizar, que estar
en un lugar aislado donde no hay ni posibilidad de encontrar los libros.
Creo que esa situación de lejanía de las universidades de
América latina en este momento está cambiando. El mundo
cibernético pone bibliotecas on line. La gente se está sacudiendo
la modorra, el polvo.
Pero eso también hace perder el sentido de lugar, de identidad
local.
Si existen las oportunidades de investigación, la gente las
usa. Lo que me parece nefasto en la Argentina es la idea de escritores
de acá y escritores de allá. En el momento que se abren
todas las fronteras hay que tener en cuenta que hemos pasado de la realidad
de los exilios a una realidad de la movilidad. Los escritores circulan
más, están por todos lados, es decir, yo puedo estar hoy
aquí conversando con vos, mañana puedo ir a Chile. En el
momento en que se da toda esta movilidad, en la Argentina todavía
se esencializa el lugar en el cual el escritor vive, cuando eso ya no
significa lo que significaba antes.
Frente a la globalización, la localización no me parece
mal. La idea de un mundo sin fronteras puede ser atractivo para algunos
para aplicar a la economía, o al sistema de educación. Es
cierto que la situación económica define enormemente el
lugar del escritor. Pero el creador necesita el lugar.
Claro, y lo define enormemente. Pero quiero decir que acaso no sea
tan fundamental. Cuando hables de Juan José Saer, no es necesario
que sepas que Juan José Saer está en Francia. Me parece
bien, me parece importante, pero no me parece central en este momento
porque Juan José Saer va y viene de Argentina. Cuando yo hablo
de Luisa Futoranski, por ejemplo, que vive en París, a quien también
invito aquí a Boston con escritores que viven en Argentina, o que
viven en Estados Unidos; son argentinos... y listo. Al estar aquí
ella converge con los escritores argentinos, con Angélica Gorodisher,
con quien estuvo, y con otros; pienso que en Argentina se los ve más
como un producto exótico y creo que eso va a ir cambiando aceleradamente.
Y me parece que es importante que cambie para que se preste más
atención a la literatura y menos a la figura del escritor. Argentina
es un poco como Francia en el sentido de que a los franceses les pedís
que hablen de su literatura y hablan de París. En Argentina les
pedís que hablen de su literatura y hablan de Buenos Aires y el
tango. Un escritor jujeño en Argentina es tan misterioso como un
escritor rumano. El problema de lugar tiene que ver con la infraestructura
educativa y económica. Borges escribió en algún momento
que las historias de las literaturas nacionales son siempre piadosas.
A mí me parece muy importante rescatar en la literatura argentina
el gesto cosmopolita, serio, no el falso. Una de las figuras que me interesan
mucho dentro de la literatura es Witold Gombrowicz, una especie de maniático.
Sin embargo Witold Gombrowicz no le caía bien a la misma gente
que buscaba fuera de Argentina raíces para su cosmopolitismo. Hay
millones de motivos por los cuales no funcionara personalmente. Pero indudablemente
la literatura de Gombrowicz era lo suficientemente especial como para
que interesara. En la revista Sur publicaban a Joyce, pero no a Gombrowicz.
Pienso que les hubiera interesado si lo hubieran leído y comprendido,
pero viniendo de Polonia y en traducción... y hablaba con mal acento.
Creo que fue Silvina Ocampo que hizo una especie de imitación del
acento de Gombrowicz. A él le irritaban los argentinos tanto como
los polacos. Eso me parece maravilloso. En la literatura argentina hay
algo muy importante que es el gusto por la heterogeneidad, por la contaminación,
hay un gusto por el juego. Pero no se juega en serio. Hay un mal manejo,
también, o falta de comprensión, de lo sucedido con la generación
del exilio. Se juega mucho a lainvisibilidad. Es decir, por un lado hay
un discurso melodramático, real y dolido, con respecto de los desaparecidos,
pero con respecto de los sobrevivientes, a los que siguen trabajando,
tiene que restaurarse un interés de encontrar la literatura argentina
donde se dé.
Pero devaluado, menospreciado, el exiliado es odiado en todas las
sociedades...
Más o menos. Los mejicanos, que no tuvieron un exilio real,
valoran su literatura donde esté.
Pero entender al de afuera no siempre es fácil. Su obra,
por ejemplo, es bastante variada.
Tengo fluidez al escribir ensayos porque siento que son parte de
una conversación con lectores amigos a quienes les interesan los
mismos problemas. Una cosa que rechazo en la escritura de estos ensayos
es el tono solemne, escribir desde la autoridad; a mí me interesa
escribir desde la participación. Quiero que el lector entre a la
escritura como si estuviera en una fiesta a la cual pertenece. El hecho
cierto es que una mujer puede decidir un día salir a la calle vestida
de geisha y otro día salir vestida de oficinista. Digamos que,
más o menos, esto es operar con las fantasías del mercado,
ponérselas todas, cada una, una por vez y cambiar así poses.
Por eso a mí no me gusta hablar de identidad. Por lo tanto todo
ese cambio de poses existe en mis novelas. Me gusta pensarlas como literatura
picaresca. Son bastante diferentes entre sí estas novelas, todas
de espectáculo, quieren dar un espectáculo. En noviembre
sale un libro de textos diversos, sobre todo poesía. La mujer de
mi marido, que tiene una parte que es sobre el gran espectáculo
de la calle en Buenos Aires. Tiene un manual de piropos. Los piropos en
Buenos Aires me parecen una cosa extraordinaria porque es como pensar
que cuando una mujer sale a la calle está representando un papel
y produce una reacción inmediata del público.
Aquí en EE.UU. hay una obsesión constante con lo que
hace al auge de la ficción latinoamericana. ¿Eso se debe
al creciente hispanismo del país, o en busca real de
una comprensión?
Hace unos años publiqué Theoretical Favours, The Pedagogical
Dream in Latin American Literature, donde trato de inventar una nueva
genealogía para la literatura latinoamericana. Empieza con Macedonio
Fernández. Me pareció que una de las grandes valoraciones
de lo que se llamó la literatura del boom latinoamericano reproducía
preocupaciones que habían existido en Francia con la deconstrucción,
acaso en España. De algún modo el gran prestigio que se
les daba a los seguidores más maravillosos y más imaginativos
del Renacimiento español, o en Francia, o en los movimientos filosóficos
de exploración de los límites del lenguaje, estaba reflejado
en los autores del boom. Eso claro que produce una falta de comprensión
de los tiempos en que se van dando las experiencias. Me pareció
importante señalar que dentro de la literatura latinoamericana
nosotros teníamos una genealogía a partir de Macedonio Fernández
(1874-1952), un autor que me ha obsesionado, en quien he trabajado mucho,
críticamente. Macedonio es la metafísica. En Julio Cortázar
(1914-1987) hay una experiencia a través de lo escrito, de borrar
lo escrito, hacerlo trasparente. En Theoretical Favours, exploré
cómo se arma un escenario en la literatura latinoamericana a partir
de una gran intensidad de juego, intensidad lúdica, y una intensidad
de exploración que solamente encontramos en la filosofía,
o en la religión. En un momento posteológico, posfilosófico
y posteórico, ¿a dónde tenemos que buscar lo que
parecían disciplinas que ahora nos parecen vacías, solemnes,
no sintonizadas con lo que realmente nos importa? Tenemos que ir a la
gran ficción latinoamericana, y yo lo tomo a partir de Macedonio.
Espere, usted dijo posteórico: tenemos que llegar a eso con
paciencia, porque la expresión crítica latinoamericana todavía
es sumamente teórica.Puede ser que en Harvard o Boston sean posteóricos.
En Buenos Aires, Mendoza, o Montevideo, estamos sumidos en la teoría,
solemne y académica. La pregunta es ¿por qué acá
se avanzado y allá no?
Bueno, no sé hasta qué punto es cierto que surja de
aquí en EE.UU. y no de allá en Buenos Aires. Lo que noto
es cierta ansiedad que parte de la base de que no se consiguen libros.
Los críticos tienen que presentar primero su cédula de identidad,
explicar lo que han leído para recién luego relatar lo que
están haciendo. Eso hace que el esfuerzo aparezca muy teórico.
En realidad pasa por teórico lo que muchas veces es un sistema
de citas, comprensible porque ha habido en países latinoamericanos
una falta de libros, las traducciones tardan en hacerse, muchas veces
son malas. Entonces todo ese trabajo especulativo se tiene que trasuntar
con una elocuencia que muchas veces produce resultados aburridos. Hay
gente que desde hace mucho tiempo escribe ensayos interesantes sobre la
literatura. A mí me interesa restaurar, poner en el mismo plano
a nuestros grandes escritores, a Macedonio Fernández, a Bioy Casares,
a Borges.
Bioy es un teórico, un estilista... pero no un gran escritor.
Muchas veces no me siento muy acompañada cuando digo que
la obra de Bioy es importante. Lo que pueden parecer pavadas, las últimas
novelas de Bioy, en realidad son literatura fantástica. Cuando
Bioy piensa sus novelas, por ejemplo Aventuras de un fotógrafo
en La Plata, para dar un ejemplo, cuando piensa que la falta de vínculo
es lo más interesante de la relación amorosa, y que lo más
interesante de sus narradores es que son vulnerables, acaso un poco imbéciles,
a mí me parece que está señalando aspectos de incomprensión,
de ingenuidad, de agujero negro de la representación, que por lo
menos causan gracia. Puedo llegar a entender algo muy importante con respecto
de la naturaleza del lenguaje como parodia de una sociedad, como parodia
de nuestras intenciones. Pienso que en algunos escritores más complicados
que Bioy, más ambiciosos, como José Lezama Lima (1910-1976),
que decía que la literatura era sobre la indirección de
la flecha, lo oblicuo. Modestamente, me parece que Bioy también
es un escritor de lo oblicuo, de gran profundidad, como Lezama. Y no me
refiero sólo a las grandes obras de Bioy. También soy gran
defensora de la obra de Manuel Puig (1932-1990), de quien fui amiga.
Se acaba de publicar una biografía en Estados Unidos. Mario
Vargas Llosa, en una crónica en The New York Times Books Review,
dice que Manuel Puig no hace literatura, hace cine, un entretenimiento.
Quizás esté mal la cita, pero ése era el sentido.
Qué lástima que Mario Vargas Llosa haya dicho eso
porque en realidad una de las obras más logradas de Mario Vargas
Llosa hace lo que le acusa a Puig de hacer, que es La Tía Julia
y el escribidor, una obra deliciosa. Mario se equivoca porque no se da
cuenta de que hay una relación importante entre la literatura y
el cine, pero no sólo porque la literatura puede citar películas,
sino porque la literatura puede ser muy visual. Puig es el primero en
darse cuenta de que uno puede escribir literatura como si estuviera viendo
lo que pasa. La obra de Puig es visual.
Puig ayudó a construir el mito que lo que escribía
no era literatura.
Le
debo mucho a Puig. Su enseñanza es fundamental. No es usar el cine
sino tener la voluntad de representación dentro del lenguaje y
de darles importancia a las palabras de todos los días, a los clichés...
y saber que por eso nos relacionamos. Es fundamental no tenerle miedo
al ridículo, esa especie de gran sombra que pesa desde Borges.
La austeridad, la elegancia, la idea de que los argentinos somos todos
ingleses como ya no hay. Para Puig, eso no tiene el menor sentido. Le
interesa el ridículo, la vergüenza, las situaciones en las
que somos menos de lo que podemos ser. En nuestras conversaciones, Puig
quería demostrar que era una mala versión de lo que podía
haber sido. Era un juego con la humillación, que nadietolera, excepto
en la privacidad de la literatura. Puig así es un maestro como
Macedonio.
La impresión que da esta universidad es que se logra desarrollar
intelectualmente una visión amplia del mundo. ¿Se debe al
dinero que fluye por estas grandes universidades, o la distancia da mayor
posibilidad de análisis?
Los departamentos de literatura latinoamericana en Estados Unidos
surgieron en muchos casos a través de gente que se tuvo que ir
de su país. Yo estoy en Boston porque me fui de Argentina como
nos fuimos muchos. Primero, vine a estudiar después del golpe de
Juan Carlos Onganía en 1966. Después volví a irme
en 1975. A mí me interesaba armar posibilidades de investigación
que fueran factibles en la Argentina. Si no hubiera estado en las clases
de Borges, nunca hubiera descubierto a Macedonio Fernández. Si
no hubiera estado en el Instituto de Literatura Argentina de la Facultad,
nunca hubiera pensado en ellos. De modo que esas posibilidades existían
en Argentina. Lo que pasó después lo sabemos, se cerraron
todas las oportunidades de investigación. Entonces aquí,
en Estados Unidos, ese grupo de gente arrojada de distintos países
latinoamericanos formó espacios con buenas bibliotecas, con lugares
donde hay un gran respeto por la investigación. Creo que todos
pensaban llevarlo de vuelta al país de cada uno... Pero no fue
así.
POR
QUE ALICIA BORINSKY
Por
A. G. Y.
Vidas
y miles de anécdotas
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En su oficina, sobre la
PC, hay fotografías de Macedonio Fernández y Julio Cortázar,
sus dos grandes obsesiones literarias. Es profesora de literatura
comparada y latinoamericana y directora del Programa Interdisciplinario
de Estudios Latinoamericanos en la Universidad de Boston. Tiene una
docena de libros publicados en Inglaterra, Estados Unidos, Chile y
Argentina (Mina cruel, Cine continuado, La ventrílocua y otras
canciones, y varios libros de crítica literaria; el mes que
viene publica La mujer de mi marido). Fue ganadora del Premio Latino
de Literatura en Nueva York en 1996.
En diciembre vuelve a Buenos Aires, bajo los auspicios de la Universidad
de Nueva York, para participar en una conferencia con una intervención,
¿Qué sería una mujer globalizada?,
donde se entremezclan sentimientos feministas, estimaciones de alcance
profesional y una mezcla de seriedad y diversión.
Todo esto parece un currículum bastante normal de un docente
universitario. Pero a su discurso agrega una profundidad de análisis
de la literatura, la identidad y la distancia que parece soplar un
aire fresco en la conversación.
Esta entrevista comenzó como tal y comenzó a extenderse
a lo largo de una mañana, el almuerzo y una larga tarde. La
conversación era el placer de un reencuentro de personas que
no se conocen, pero que tienen varias vidas y millones de anécdotas
que tratar, compartir, discutir, para cubrir los miles de kilómetros
entre Buenos Aires y Boston, entre la partida y el destierro, entre
la lectura como pasatiempo y la literatura como profesión.
Alicia Borinsky ofrece en su conversación un mundo de aprendizaje
rico, nutrido por la simpatía y la amistad. |
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