Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira

KIOSCO12

OPINION
Por Mario Wainfeld

Diarios, libros, films

El diario de Yrigoyen: Quiere la crónica histórica, o la leyenda, que los comedidos que rodeaban a don Hipólito en su segundo mandato, que era el de la vejez, le fraguaran un diario que contenía sólo las noticias que el caudillo radical ansiaba leer.
Setenta años después la práctica subsiste, más sofisticada o tortuosa. Se supone que el entorno urdía sus mañas sin conocimiento del Presidente. Hoy día, es la propia autoridad del Gobierno la que trata de armar ese diario autocomplaciente, pletórico de noticias alteradas e interpretaciones antojadizas. Para eso se reclutan especialistas de imagen, analistas de opinión, se llama (que llama) a publicitarios astutos. Lo que cuadre. Esa información se propone “a la gente” mediante spots, voceros oficiales, ministros, el Presidente en persona.
Lo más asombroso del método no es el ánimo manipulatorio sino que los propios conjurados terminen creyendo las cosas que inventan.
En estos días el Gobierno quiso armar “el diario del paro”. Acudió a una miríada de recursos. Primero fue sacudir el espantajo del miedo, un ardid deleznable en un país cuya sangre no terminó de cicatrizar.
Luego fue ningunear la inasistencia. Por último, evaluar los costos económicos. La ministra de Trabajo cargó con la pesada tarea de ser la editorialista del diario de Fernando de la Rúa. Lo hizo con entusiasmo y escasa o nula ponderación. Acuñó la frase “el país no paró” que aún el resto de la redacción... del Gobierno, se resistió a suscribir. El jefe de Gabinete Chrystian Colombo reconoció la magnitud del paro y otro tanto hizo el ministro del Interior Federico Storani. Proponer una interpretación de un hecho es válido. Querer imponerla falseando el dato es un manejo de patitas cortas. Paro hubo y fue total, aplastante. Por querer hilar grueso, Bullrich mintió y nadie creerá su diario.
Cabe reconocer que la evaluación de los costos de la huelga es un manejo más sutil. Se dedicaron a calcularlos y divulgarlos la propia Bullrich, el vocero presidencial Ricardo Ostuni y el secretario de Finanzas Daniel Marx. Hubo algo de ruido al comunicarlo: sus estimaciones difirieron. Bastante. La ministra fue la más austera: justipreció 600 millones. Ostuni tabuló entre 800 y 900 millones. Marx llegó a 1500 palitos. Tal vez sumó los parciales de Ostuni y Bullrich. Será quizá que el pluralismo de la Alianza florece aun a la hora de hacer cuentas. Cuentas obviamente fraguadas, basadas en sofismas económicos. Dividir el PBI por el número de días trabajados y decidir que “se perdió uno y medio” es un disparate conceptual que –si se sazona con la imprecisión de decir “el país perdió (600, 800 o 1500 según las reparticiones) millones de pesos”– frisa con lo ridículo. Daba pena, risa o ternura escuchar durante las primeras horas del week end (esto es el jueves por la tarde) a sesudos funcionarios repitiéndolas con la fruición con que –quiere la crónica o la leyenda– don Hipólito leía los titulares mientras desayunaba.

El libro Guinness: En su hiperkinesis, Bullrich protagonizó dos debates televisivos. Versus Rodolfo Daer y Versus Hugo Moyano. El primero terminó cero a cero. Algo previsible porque es difícil, aun para alguien tan dúctil como la ministra, defender lo indefendible y porque Daer no puede sostener creíblemente nada.
Pero donde se consiguió un registro para el libro Guinness de los records fue en el match con Moyano en “Hora Clave”: perdieron los dos, por goleada. Moyano macarteó a Bullrich reprochándole haberse ido del país en los años de plomo, un argumento digno de cualquier represor. Bullrich se ofendió con razón pero sin tino y le respondió destemplada, con alguna palabrota y tono canyengue. Y cayendo en la imputación personal y genérica que reprochaba al líder de la CGT rebelde. Un papelón compartido por parte de quienes hacen un culto de sugerir debates públicos, ámbitos de reflexión, pluralismo, intercambio y esas yerbas. Un dato llamativo dejaron, empero, esos ejercicios polémicos: la ministra (el Gobierno) sigue teniendo mucha mejor relación con la CGT oficial que con la rebelde. Se notó en el trato que se dispensaron con Daer, en su comentario para nada casual de que “el paro que no existió” fue más exitoso el viernes, cuando se sumó la CGT oficial(ista). Y en casi todos los comentarios oficiales mucho más demonizadores del Negro Moyano que de sus compañeros de ruta Víctor De Gennaro y Daer. Nada es fortuito: los sondeos gubernamentales arrojan que Moyano es el gremialista más respetado, aunque con un nivel de imagen positiva bajo (18 por ciento, inferior al del menguante De la Rúa).
Otro dato esencial fue la falta de presencia conjunta, así fuera en una olla popular o en una foto, de los representantes de las distintas vertientes sindicales a las que sólo une el adversario común pero que parecen destinadas a no poder establecer una seria “unidad en la acción”.

Doble de cuerpo: Es ya un lugar común reparar en la creciente similitud -en aspecto, giros de lenguaje y hasta en la voz– entre Carlos “Chacho” Alvarez y Darío Alessandro. Alguna cronista motejó de “clon” al presidente del bloque aliancista. Pero Alessandro no es el clon del ex vicepresidente, sí uno de sus compañeros de militancia más fieles y constantes. Y el más alto representante del Frepaso en el Gobierno por adscripción de rol y por expreso pedido de su jefe, quien desde el mismo día de su dimisión (¿se acuerdan?) le pidió que mantuviera los lazos con De la Rúa y acompañara las políticas oficiales. Quienes conocen las intimidades del Frepaso saben que Alessandro trató de disuadir a Chacho para que no renunciara, fracasando, según es ostensible.
Luego Alvarez le pasó el brazalete de capitán dejándolo, virtualmente, a cargo de la conducción del “partido Frepaso”, mientras él salía del rectángulo de juego rumbo, se suponía, al movimiento social. Alessandro también intentó discutir esa informal transmisión de mando sugiriendo armar alguna conducción colectiva del Frepaso. Tampoco tuvo eco y quedó en un sitio por demás inestable y arduo.
El carisma, como señaló Max Weber hace añares, no se transmite ni se hereda. Un líder carismático ausente es un vacío imposible de llenar y de representar. No es esa observación, más o menos teórica, sino un intríngulis práctico el que vienen coprotagonizando Alvarez y su segundo. Un renunciante-denunciante que pide a su tropa que no renuncie. Un ex vice y ex líder de la coalición que rompe amarras con Gobierno y Alianza a punto de no responder los telefonazos (cada vez más esporádicos) del presidente de la Nación y del de la UCR, Raúl Alfonsín, exigiendo a los suyos tender puentes, engrosar las primeras líneas del Ejecutivo, aprobar el Presupuesto y dar profesión de fe aliancista. Tareas que en buena medida recaen en Alessandro, en especial la última. De hecho, tras la renuncia de Alvarez, los principales espadachines mediáticos del oficialismo son Colombo y el presidente de los diputados aliancistas. Un rol que le dificulta crecientemente contener enconos dentro de su propio bloque, cada vez más díscolo y disconforme.
La charada que es hoy el Frepaso tiene como piedra basal el cambio de escenario ocurrido tras cartón de la salida del gobierno de Alvarez, que según parece éste no previó con claridad. Lo que concibió como un terremoto afincado en el territorio donde juega de local, la política, se transformó en otro sucedido en la economía. Quienes transitan su intimidad saben que el martes sucedáneo a su dimisión se enteró de que José Luis Machinea quería renunciar. Ya entonces le pidió a Alessandro que contribuyera a evitar esa salida. Ahí despuntó una obsesión: que su gesto no se asocie causalmente con un default, una corrida o alguna forma de hecatombe financiera. Algo que sucederá inexorablemente si tamaños desastres –que sus ex compañeros de gestión mentan a diario como posibles cuando no inminentes– ocurre en los próximos meses. Por eso, Chacho se llamó a un conspicuo silencio público hasta que bajen las embravecidas olas de la economía nativa.
En la relativa intimidad de la Casa del Frente, Chacho desgrana charlas con su tropa. Su mensaje no es para nada lineal, aunque tiene algunas vigas maestras. La primera es conservar la Alianza o –de mínima– no ser quien aparezca rompiéndola.
La segunda es una descorazonada mirada sobre la política económica. Alvarez ha perdido toda ilusión acerca de las virtualidades de Machinea, cuyo ciclo considera acabado. Pero no cree que haya políticas alternativas viables a las de Machi. Ni recambios deseables. Quizá por eso sus diálogos con sus seguidores son a veces desconcertantes. Un ejemplo: en una charla con varios economistas del Frepaso, que reveló Página/12, Alvarez analizó escenarios de cambios de ministro y concluyó que el desembarco de Ricardo López Murphy era el menos traumático para la coalición gobernante. Pero, hablando con otros dirigentes de su partido, tildó de “gurkha” al actual ministro de Defensa y analizó que no tendrá plafond político para aplicar sus recetas ultraliberales. Y además, en un amable diálogo con un alto integrante frepasista del Ejecutivo, le sugirió que fuera deslizando dentro del gabinete la posibilidad de integrar al Gobierno “como asesor” o algo así a Domingo Cavallo. Una idea que debe analizarse conociendo la vocación de Pac man del ex (¿futuro?) ministro de Economía.
Tampoco son del todo congruentes los esfuerzos de Alvarez para que los diputados de su fuerza aprueben el presupuesto, algo que hoy por hoy parece estar al alcance de la mano. Ese acto sistémico viene de la mano con una actitud muy dura contra la reforma previsional (ver página 3). Lo que sería aún más llamativo si fuera cierto, como dijeron a este diario dos altas fuentes frepasistas del Ejecutivo, que Chacho le sugirió por interpósitas personas al Presidente “que se bancara” sacar la reforma por vía del decreto de necesidad y urgencia.
El Frepaso despliega desde el 6 de octubre, fecha en que Alvarez se fue, un juego inestable y complejo dentro del Gobierno. La reforma previsional puede ser un hito esencial dentro de esa tensión entre el “no estar” y el “estar” que emblematizan el líder frepasista y su “doble de cuerpo”.

Viva Zapata: La memorable película de Elia Kazan se estructuraba en torno de una anécdota: Emiliano Zapata, siendo un líder campesino analfabeto, va con sus compañeros a ver al presidente Madero, que se supone los atiende bien. Zapata le plantea reclamos, lo enfrenta y Madero, enfurecido, le pide su nombre y lo anota en un papel. Pasan los años, Zapata a través de sus luchas llega a ser presidente y aprende a leer y escribir. Un buen día recibe una comisión de campesinos para escuchar sus reclamos. Los atiende, se supone que bien. Pero el líder lo encara, le reclama. Zapata, embravecido, le pide el nombre y se dispone a anotarlo. Ahí todo le hace un click que termina, escena más o menos, en su renuncia y regreso al llano, a su territorio campesino.
La moraleja que proponía el relato era la inherente irrepresentatividad e inmutabilidad del poder. Y aún del saber. Del lugar de los gobernantes y los líderes populares. Una moraleja que no conjuga bien con la utopía de la democracia que supone la posibilidad de la alternancia de roles sin mengua de la calidad de la representación.
Un ideal moderado pero tal vez no resignado que a veces parece inalcanzable en Argentina, donde la política suele funcionar como un rol playing en que los oficialistas exacerban el posibilismo y los opositores el utopismo y la exigencia desmedida.
La reflexión viene a cuento al ver al tercer gobierno de origen popular que reacciona frente a una huelga general con reflejos negadores, autistas y represores. Al ver a funcionarios que acreditan luengas trayectoriasmilitantes, como Storani y Bullrich, acudiendo a sonsonetes derechosos o análisis forzados para negar lo obvio: hubo paro casi total y hay desazón, bronca, desilusión creciente con el Gobierno.
Si los demandantes siempre están en el llano, si el solo hecho de llegar al poder los transforma en lo que combatieron, la democracia pasará a ser una entelequia. Una conclusión que no saldrá en el diario de los Yrigoyen del 2000 que no ven lo que les grita la huelga, que como todo hecho colectivo trasciende a quienes lo convocan.
Casi ni vale la pena destacar que la sección internacional de ese periódico nada informa acerca de cómo se resquebrajan otras democracias imperfectas, en Perú, en Paraguay, en Venezuela. Al fin y al cabo no hay que ir con malas ondas a quienes ocupan la Rosada.


 

PRINCIPAL