Diarios, libros, films
El diario de Yrigoyen: Quiere la crónica histórica,
o la leyenda, que los comedidos que rodeaban a don Hipólito
en su segundo mandato, que era el de la vejez, le fraguaran un diario
que contenía sólo las noticias que el caudillo radical
ansiaba leer.
Setenta años después la práctica subsiste,
más sofisticada o tortuosa. Se supone que el entorno urdía
sus mañas sin conocimiento del Presidente. Hoy día,
es la propia autoridad del Gobierno la que trata de armar ese diario
autocomplaciente, pletórico de noticias alteradas e interpretaciones
antojadizas. Para eso se reclutan especialistas de imagen, analistas
de opinión, se llama (que llama) a publicitarios astutos.
Lo que cuadre. Esa información se propone a la gente
mediante spots, voceros oficiales, ministros, el Presidente en persona.
Lo más asombroso del método no es el ánimo
manipulatorio sino que los propios conjurados terminen creyendo
las cosas que inventan.
En estos días el Gobierno quiso armar el diario del
paro. Acudió a una miríada de recursos. Primero
fue sacudir el espantajo del miedo, un ardid deleznable en un país
cuya sangre no terminó de cicatrizar.
Luego fue ningunear la inasistencia. Por último, evaluar
los costos económicos. La ministra de Trabajo cargó
con la pesada tarea de ser la editorialista del diario de Fernando
de la Rúa. Lo hizo con entusiasmo y escasa o nula ponderación.
Acuñó la frase el país no paró
que aún el resto de la redacción... del Gobierno,
se resistió a suscribir. El jefe de Gabinete Chrystian Colombo
reconoció la magnitud del paro y otro tanto hizo el ministro
del Interior Federico Storani. Proponer una interpretación
de un hecho es válido. Querer imponerla falseando el dato
es un manejo de patitas cortas. Paro hubo y fue total, aplastante.
Por querer hilar grueso, Bullrich mintió y nadie creerá
su diario.
Cabe reconocer que la evaluación de los costos de la huelga
es un manejo más sutil. Se dedicaron a calcularlos y divulgarlos
la propia Bullrich, el vocero presidencial Ricardo Ostuni y el secretario
de Finanzas Daniel Marx. Hubo algo de ruido al comunicarlo: sus
estimaciones difirieron. Bastante. La ministra fue la más
austera: justipreció 600 millones. Ostuni tabuló entre
800 y 900 millones. Marx llegó a 1500 palitos. Tal vez sumó
los parciales de Ostuni y Bullrich. Será quizá que
el pluralismo de la Alianza florece aun a la hora de hacer cuentas.
Cuentas obviamente fraguadas, basadas en sofismas económicos.
Dividir el PBI por el número de días trabajados y
decidir que se perdió uno y medio es un disparate
conceptual que si se sazona con la imprecisión de decir
el país perdió (600, 800 o 1500 según
las reparticiones) millones de pesos frisa con lo ridículo.
Daba pena, risa o ternura escuchar durante las primeras horas del
week end (esto es el jueves por la tarde) a sesudos funcionarios
repitiéndolas con la fruición con que quiere
la crónica o la leyenda don Hipólito leía
los titulares mientras desayunaba.
El libro Guinness: En su hiperkinesis, Bullrich protagonizó
dos debates televisivos. Versus Rodolfo Daer y Versus Hugo Moyano.
El primero terminó cero a cero. Algo previsible porque es
difícil, aun para alguien tan dúctil como la ministra,
defender lo indefendible y porque Daer no puede sostener creíblemente
nada.
Pero donde se consiguió un registro para el libro Guinness
de los records fue en el match con Moyano en Hora Clave:
perdieron los dos, por goleada. Moyano macarteó a Bullrich
reprochándole haberse ido del país en los años
de plomo, un argumento digno de cualquier represor. Bullrich se
ofendió con razón pero sin tino y le respondió
destemplada, con alguna palabrota y tono canyengue. Y cayendo en
la imputación personal y genérica que reprochaba al
líder de la CGT rebelde. Un papelón compartido por
parte de quienes hacen un culto de sugerir debates públicos,
ámbitos de reflexión, pluralismo, intercambio y esas
yerbas. Un dato llamativo dejaron, empero, esos ejercicios polémicos:
la ministra (el Gobierno) sigue teniendo mucha mejor relación
con la CGT oficial que con la rebelde. Se notó en el trato
que se dispensaron con Daer, en su comentario para nada casual de
que el paro que no existió fue más exitoso
el viernes, cuando se sumó la CGT oficial(ista). Y en casi
todos los comentarios oficiales mucho más demonizadores del
Negro Moyano que de sus compañeros de ruta Víctor
De Gennaro y Daer. Nada es fortuito: los sondeos gubernamentales
arrojan que Moyano es el gremialista más respetado, aunque
con un nivel de imagen positiva bajo (18 por ciento, inferior al
del menguante De la Rúa).
Otro dato esencial fue la falta de presencia conjunta, así
fuera en una olla popular o en una foto, de los representantes de
las distintas vertientes sindicales a las que sólo une el
adversario común pero que parecen destinadas a no poder establecer
una seria unidad en la acción.
Doble de cuerpo: Es ya un lugar común reparar en
la creciente similitud -en aspecto, giros de lenguaje y hasta en
la voz entre Carlos Chacho Alvarez y Darío
Alessandro. Alguna cronista motejó de clon al
presidente del bloque aliancista. Pero Alessandro no es el clon
del ex vicepresidente, sí uno de sus compañeros de
militancia más fieles y constantes. Y el más alto
representante del Frepaso en el Gobierno por adscripción
de rol y por expreso pedido de su jefe, quien desde el mismo día
de su dimisión (¿se acuerdan?) le pidió que
mantuviera los lazos con De la Rúa y acompañara las
políticas oficiales. Quienes conocen las intimidades del
Frepaso saben que Alessandro trató de disuadir a Chacho para
que no renunciara, fracasando, según es ostensible.
Luego Alvarez le pasó el brazalete de capitán dejándolo,
virtualmente, a cargo de la conducción del partido
Frepaso, mientras él salía del rectángulo
de juego rumbo, se suponía, al movimiento social. Alessandro
también intentó discutir esa informal transmisión
de mando sugiriendo armar alguna conducción colectiva del
Frepaso. Tampoco tuvo eco y quedó en un sitio por demás
inestable y arduo.
El carisma, como señaló Max Weber hace añares,
no se transmite ni se hereda. Un líder carismático
ausente es un vacío imposible de llenar y de representar.
No es esa observación, más o menos teórica,
sino un intríngulis práctico el que vienen coprotagonizando
Alvarez y su segundo. Un renunciante-denunciante que pide a su tropa
que no renuncie. Un ex vice y ex líder de la coalición
que rompe amarras con Gobierno y Alianza a punto de no responder
los telefonazos (cada vez más esporádicos) del presidente
de la Nación y del de la UCR, Raúl Alfonsín,
exigiendo a los suyos tender puentes, engrosar las primeras líneas
del Ejecutivo, aprobar el Presupuesto y dar profesión de
fe aliancista. Tareas que en buena medida recaen en Alessandro,
en especial la última. De hecho, tras la renuncia de Alvarez,
los principales espadachines mediáticos del oficialismo son
Colombo y el presidente de los diputados aliancistas. Un rol que
le dificulta crecientemente contener enconos dentro de su propio
bloque, cada vez más díscolo y disconforme.
La charada que es hoy el Frepaso tiene como piedra basal el cambio
de escenario ocurrido tras cartón de la salida del gobierno
de Alvarez, que según parece éste no previó
con claridad. Lo que concibió como un terremoto afincado
en el territorio donde juega de local, la política, se transformó
en otro sucedido en la economía. Quienes transitan su intimidad
saben que el martes sucedáneo a su dimisión se enteró
de que José Luis Machinea quería renunciar. Ya entonces
le pidió a Alessandro que contribuyera a evitar esa salida.
Ahí despuntó una obsesión: que su gesto no
se asocie causalmente con un default, una corrida o alguna forma
de hecatombe financiera. Algo que sucederá inexorablemente
si tamaños desastres que sus ex compañeros de
gestión mentan a diario como posibles cuando no inminentes
ocurre en los próximos meses. Por eso, Chacho se llamó
a un conspicuo silencio público hasta que bajen las embravecidas
olas de la economía nativa.
En la relativa intimidad de la Casa del Frente, Chacho desgrana
charlas con su tropa. Su mensaje no es para nada lineal, aunque
tiene algunas vigas maestras. La primera es conservar la Alianza
o de mínima no ser quien aparezca rompiéndola.
La segunda es una descorazonada mirada sobre la política
económica. Alvarez ha perdido toda ilusión acerca
de las virtualidades de Machinea, cuyo ciclo considera acabado.
Pero no cree que haya políticas alternativas viables a las
de Machi. Ni recambios deseables. Quizá por eso sus diálogos
con sus seguidores son a veces desconcertantes. Un ejemplo: en una
charla con varios economistas del Frepaso, que reveló Página/12,
Alvarez analizó escenarios de cambios de ministro y concluyó
que el desembarco de Ricardo López Murphy era el menos traumático
para la coalición gobernante. Pero, hablando con otros dirigentes
de su partido, tildó de gurkha al actual ministro
de Defensa y analizó que no tendrá plafond político
para aplicar sus recetas ultraliberales. Y además, en un
amable diálogo con un alto integrante frepasista del Ejecutivo,
le sugirió que fuera deslizando dentro del gabinete la posibilidad
de integrar al Gobierno como asesor o algo así
a Domingo Cavallo. Una idea que debe analizarse conociendo la vocación
de Pac man del ex (¿futuro?) ministro de Economía.
Tampoco son del todo congruentes los esfuerzos de Alvarez para que
los diputados de su fuerza aprueben el presupuesto, algo que hoy
por hoy parece estar al alcance de la mano. Ese acto sistémico
viene de la mano con una actitud muy dura contra la reforma previsional
(ver página 3). Lo que sería
aún más llamativo si fuera cierto, como dijeron a
este diario dos altas fuentes frepasistas del Ejecutivo, que Chacho
le sugirió por interpósitas personas al Presidente
que se bancara sacar la reforma por vía del decreto
de necesidad y urgencia.
El Frepaso despliega desde el 6 de octubre, fecha en que Alvarez
se fue, un juego inestable y complejo dentro del Gobierno. La reforma
previsional puede ser un hito esencial dentro de esa tensión
entre el no estar y el estar que emblematizan
el líder frepasista y su doble de cuerpo.
Viva Zapata: La memorable película de Elia Kazan
se estructuraba en torno de una anécdota: Emiliano Zapata,
siendo un líder campesino analfabeto, va con sus compañeros
a ver al presidente Madero, que se supone los atiende bien. Zapata
le plantea reclamos, lo enfrenta y Madero, enfurecido, le pide su
nombre y lo anota en un papel. Pasan los años, Zapata a través
de sus luchas llega a ser presidente y aprende a leer y escribir.
Un buen día recibe una comisión de campesinos para
escuchar sus reclamos. Los atiende, se supone que bien. Pero el
líder lo encara, le reclama. Zapata, embravecido, le pide
el nombre y se dispone a anotarlo. Ahí todo le hace un click
que termina, escena más o menos, en su renuncia y regreso
al llano, a su territorio campesino.
La moraleja que proponía el relato era la inherente irrepresentatividad
e inmutabilidad del poder. Y aún del saber. Del lugar de
los gobernantes y los líderes populares. Una moraleja que
no conjuga bien con la utopía de la democracia que supone
la posibilidad de la alternancia de roles sin mengua de la calidad
de la representación.
Un ideal moderado pero tal vez no resignado que a veces parece inalcanzable
en Argentina, donde la política suele funcionar como un rol
playing en que los oficialistas exacerban el posibilismo y los opositores
el utopismo y la exigencia desmedida.
La reflexión viene a cuento al ver al tercer gobierno de
origen popular que reacciona frente a una huelga general con reflejos
negadores, autistas y represores. Al ver a funcionarios que acreditan
luengas trayectoriasmilitantes, como Storani y Bullrich, acudiendo
a sonsonetes derechosos o análisis forzados para negar lo
obvio: hubo paro casi total y hay desazón, bronca, desilusión
creciente con el Gobierno.
Si los demandantes siempre están en el llano, si el solo
hecho de llegar al poder los transforma en lo que combatieron, la
democracia pasará a ser una entelequia. Una conclusión
que no saldrá en el diario de los Yrigoyen del 2000 que no
ven lo que les grita la huelga, que como todo hecho colectivo trasciende
a quienes lo convocan.
Casi ni vale la pena destacar que la sección internacional
de ese periódico nada informa acerca de cómo se resquebrajan
otras democracias imperfectas, en Perú, en Paraguay, en Venezuela.
Al fin y al cabo no hay que ir con malas ondas a quienes ocupan
la Rosada.
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