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Neurobiologia

Los “idiotas sabios”

Por Ileana Lotersztain

En la película Rain Man Dustin Hoffman es Raymond, un tipo que conoce todas las estadísticas del baseball norteamericano y que recita páginas enteras de la guía telefónica. Pero Raymond tiene además un talento que le llena los bolsillos a Tom Cruise, su hermano en la ficción: puede recordar, sin equivocarse ni una vez, todas las cartas que salen en un juego de poker.
Raymond es un idiot savant o autista savant, uno de los pocos autistas que tienen una memoria de elefante o cualidades extraordinarias para el dibujo, los cálculos matemáticos o la música. Los savants dejan con la boca abierta al mejor calculista, porque son capaces de computar en segundos la raíz cúbica de un número de muchas cifras. Pero eso no es nada: algunos pueden tocar de memoria un opus de Chopin que escucharon una sola vez o contestar sin dudar un instante que el 23 de mayo de 1961 fue martes.
Los investigadores discuten desde hace años cómo es que los savants hacen lo que hacen. Y hay teorías para todos los gustos. Para algunos, la cosa pasa por un gran desarrollo de ciertas zonas del cerebro. Otros creen que todo es cuestión de práctica. Pero ahora, a los psicólogos Allan Snyder y John Mitchell, del Centro para la Mente de la Universidad Nacional Australiana en Canberra, se les ocurrió algo completamente distinto. Para ellos, cualquier hijo de vecino tiene los talentos de los savants pero no los puede usar. La diferencia está en que el cerebro del hijo del vecino procesa mejor la información y entonces las habilidades savant quedan enterradas en su inconsciente.

¿El tamaño importa?
Antes de que Snyder y Mitchell patearan el tablero con su idea de que en el fondo todos somos savants, la explicación mejor posicionada era la de Uta Frith, del Instituto de Neurociencia Cognitiva de la Universidad de Londres y Francesca Happé, del Instituto de Psiquiatría de Londres. Estas investigadoras cuentan que “el talento de los autistas está asociado a regiones muy específicas del cerebro que están aisladas de alguna manera y que pueden desarrollarse sin la interferencia de otras partes. Y entonces terminan convirtiéndose en grandes zonas especializadas como las que la mayoría de la gente tiene para el lenguaje”.
Pero aunque Frith y Happé defienden su postura a capa y espada, se enfrentan a un problema concreto; cualquier área del cerebro que esté activa todo el tiempo va a aumentar de tamaño. Entonces, es difícil saber qué fue primero, si el huevo o la gallina una zona muy desarrollada puede ser tanto causa como consecuencia de una cierta habilidad.

Un problema especialmente
masculino
Si algo se sabe de los talentos de los savants, es que están más asociados con el lado derecho del cerebro. Darold Treffert, autor del libro Gente extraordinaria: entendiendo el síndrome savant, cuenta que los autistas suelen tener alteraciones en el hemisferio cerebral izquierdo. Treffert apuesta que esas alteraciones son defectos de fábrica que empiezan a complicar las cosas antes del nacimiento, durante el desarrollo del cerebro.
Para el científico, la culpable de todo podría ser una hormona¶ la testosterona, que inhibe el crecimiento del hemisferio izquierdo. Treffert explica que en los varones, y como parte del desarrollo normal delcerebro, es posible que la testosterona retrase un poco el crecimiento del hemisferio izquierdo. Pero en los autistas ese retraso podría ser mayor y entonces el lado izquierdo crecería menos de lo normal.
Treffert es el único que puede explicar por qué el autismo es seis veces más frecuente en los hombres que en las mujeres. Pero además, su teoría tiene una evidencia bastante importante a su favor. En la revista Neurology (vol. 51, p. 978), Bruce Miller, de la Universidad de California en Los Angeles, cuenta el caso de cinco pacientes que empezaron a dibujar como los dioses después de que una porción de su hemisferio izquierdo se destruyera por culpa de una enfermedad: la demencia.

Persevera y triunfaras
Michael Howe, otro de los psicólogos seducidos por el misterio de los savants, cree que las cosas son más simples de lo que parecen. Para él, todo es cuestión de práctica. “Los savants parecen ver las cosas sin demasiado esfuerzo, pero un viejo jugador de ajedrez, que estuvo metido en el juego por 30 ó 40 años mira un tablero y ve las mejores jugadas de una forma similar”. Howe agrega que “la única diferencia es que los savants son especialistas en cosas en las que a la mayoría de la gente no le interesa destacarse”.
Lo que a Howe se le escapa es que la mayoría de los savants no necesita 30 ó 40 años para pulir sus cualidades. En realidad, casi todos empiezan a desplegar sus habilidades a una edad muy temprana.

Nada nuevo bajo el sol
El debate ya era acalorado antes de que Allan Snyder y John Mitchell lanzaran una bomba. En la revista Proceedings of the Royal Society B, estos dos psicólogos proponen que los talentos de los savants son simplemente la manifestación de procesos que ocurren en nuestro cerebro todo el tiempo, pero que generalmente quedan tapados por procesos cognitivos más sofisticados.
“No es que los savants sean más inteligentes, sino que la mayoría de nosotros va un paso más allá en el procesamiento de la información. Usamos los detalles para formar una idea, y una vez que hacemos eso ya no podemos volver atrás”, aclara Snyder.
El investigador explica que nuestro cerebro junta todos los datos, los procesa y suprime la información accesoria para crear una única idea que se hace consciente. “En los savants –agrega Snyder– la información no se edita y entonces ven las imágenes con muchísimo detalle, como los pixeles individuales en una fotografía.”

El genio que todos
llevamos dentro
Si Snyder y Mitchell están en lo cierto al suponer que la percepción de tipo savant tiene lugar en todos nosotros, ¿sería posible que diéramos marcha atrás y la hiciéramos consciente? Snyder cree que sí. Y está diseñando un experimento para despertar al savant dormido. Su idea es usar pulsos magnéticos para interferir con la actividad cerebral normal. “Si se calcula bien cuándo y dónde se aplican los pulsos se puede apagar por un tiempo la actividad de una región particular”, dice el investigador.
Su plan es apagar la zona donde se forman los conceptos. Si da resultado, al hacerlo los talentos savant deberían aflorar en la conciencia. Snyder está tan entusiasmado que ya se anotó como voluntario para el experimento. “Si empiezo a dibujar como Rembrandt o a calcular números primos, entonces sabré que voy por el buen camino”, bromea.