Las pasarelas europeas están dando cabida más que nunca a la ropa masculina. No cualquier ropa. La que vuelve a colocarse en el centro de los flashes es la que viste a los caballeros, esos hombres impecables que no pueden ocultar la afición a su propia imagen y que dedican a las mujeres un universo de gentileza y adoración. Bienvenidos. Por Victoria Lescano Las colecciones de las últimas semanas de la moda de París y Milán demostraron tal avanzada de las pasarelas masculinas que la definición (“hombres cuyo oficio, función y existencia consiste en poner en las ropas todas las facultades de su alma. Como otros se visten para vivir, ellos viven para vestir”) que fue aplicada a George Brummel, el dandy que dedicaba dos horas sólo a anudarse una corbata de muselina blanca, vuelve a tener vigencia. Hubo terciopelos, damascos, y pantalones de piel de víbora en versión haute couture masculina ideada por Tom Ford, diseñador de Gucci, y pantalones de franela símil uniformes de colegios ingleses fueron el tema por excelencia en la fusión de técnicas, corte y proporciones de Hedi Slimane para Yves Saint Laurent, Marc Jacobs en su línea para Vuitton decretó que vuelven los abrigos de tweed y los clásicos mocasines. Al mismo tiempo la moda masculina tiene un apartado literario para sí misma donde conviven Man of Fashion, edición glamorosa que combina sastres de alcurnia con diseñadores avant garde, Zapatos de caballero hechos a mano y El traje imagen del hombre. De reciente aparición en las librería locales el vademécum para coquetos El Caballero, manual de moda masculina clásica, además de resolver dudas existenciales de quienes toman desayunos en bata y pijamas con monograma (tiene apartados con consejos para una manicura perfecta o esquemas para identificar si el sombrero se inclina en el ángulo adecuado) revela los orígenes de básicos del guardarropas como fraques, corbatas, camisas, sombreros y calzoncillos. Su autor, el especialista alemán Bernhard Roetzel, aporta consejos para la puesta a punto masculina (que el ritual de afeitarse incluya cuenco de madera con jabón, brocha de pelo de tejón, navaja pulida antes de cada afeitado y espejo de dos caras para observar la transformación) y sitúa al Acqua di Parma, un perfume de rosa de Bulgaria, lavanda y romero que ahora es el favorito de los antiguos consumidores de Eau Savage de Dior o Penhaligon encabezando la lista de perfumes para sibaritas. Además, fundamenta el liderazgo de Inglaterra en el circuito de la elegancia masculina: mientras que sus vecinos franceses se dedicaban a los excesos reales y la vida mundana, ellos centraban su existencia en deportes sanguinarios como la caza del zorro, principal desencadenante de una nueva forma de vestimenta llamada frock coat con chaquetas más cortas, pantalones más estrechos y tonos de la naturaleza que pasaron de los cotos de caza a las ciudades. A continuación una guía de estilo para militantes del elegante sport, trajes de etiqueta y camisas a medida, que parte de la lencería masculina. Calzoncillos Camisas Antes de que la primera abotonada de arriba a abajo fuera patentada en 1871 por la casa Brown Davis & Co. de Aldermanbury, se pasaban por la cabeza y era parte de la ropa interior, de ahí que la costumbre moderna de llevarla sin saco crispe a los espíritus más conservadores. De todas las variaciones cromáticas la blanca fue exclusiva de los aristócratas hasta fines del 1800; como las estampadas eran sospechosas de esconder manchas se les agregó cuellos y puños blancos para terminar con esa falsa reputación. Los modelos a cuadros se inspiraron en las mantas de los caballos del mercado Richard Tattersall. Pasaron de uniforme de la vida rural a prenda favorita de los conservadores neoyorquinos para ser usadas los fines de semana en sus casas de New Jersey. Desde los ochenta tiene como competidora al modelito firmado por Brook Brothers, una tienda de la calle Madison y la 44 de Nueva York, que impuso los modelos con botones en las puntas del cuello en tonos azul claro, rosa, amarillo y verde menta que incorporaron los yuppies. Las distancias entre las puntas de los cuellos que diferencian el estilo inglés del italiano funciona para vestir defectos, simulando alargar o acortar cuellos (Ronald Reagan cita en sus memorias el uso de ese truco). Tom Wolfe, el gran dandy norteamericano, es uno de los últimos usuarios de cuellos desmontables. Corbatas Pantalón
y saco Sombreros
Trajes La meca de los trajes a medida se llama Savile Row y desde finales del 1800 reúne además de tailors ingleses a sastres judíos procedentes de Polonia, Rusia y Hungría. Pool o Dege & Sons son algunos de los santuarios que hacen hasta cinco pruebas antes de entregar un traje a medida. En ellos las hombreras son casi inexistentes, los botones de las mangas aptos para deaabrocharse, los pantalones llevan cintura alta y en el interior de la solapa izquierda jamás falta un lacito para insertar el tallo de una flor. Además de locales llenos de pompa existen sótanos y espacios tamaño lata de conservas que sirven de workshop a sastres no menos célebres. Fueron los vestuaristas de rigor de los mods de los sesenta, chicos de clase baja que buscaban con sus trajes personificar la extravagancia. Desde que estuvo casada con Mr. Rolling Stone, Bianca Jagger es clienta devota de Tommy Nutter, ahora también sastre de cabecera de Naomi Campbell. Porque las chicas adhieren a la perversión de vestirse con ropadel sexo opuesto que impuso Marlene Dietrich, cuando dedicaba jornadas a los fittings de la sastrería Knize de Viena. Sean Connery fue cliente de Dimi Major, quien lo vistió tanto para su vida privada como para sus James Bond. La nueva raza hollywoodense, cansada de años de Armani y Cerrutti vistiéndolos en sets y entregas de los Oscar recurrieron a los maestros de Savile. En los años treinta, el duque de Windsor fue precursor en encargarles un esmoquin azul “porque bajo las luces artificiales parece más negro que el negro”. También creó la actual camisa de cuello blando y pechera plisada en lugar de la rigidez que acompañaba a la del frac y combinó suéteres y medias de distintas rayas con zapatos de dos tonos anticipándose a los Missoni, Moschino y Gaultier. La dinastía Windsor es sinónimo de generadores de tendencias: la tela Príncipe de Gales fue bautizada en honor a Eduardo VII, quien siempre ordenaba trajes sport, mientras que Eduardo VIII inventó las bocamangas para impedir que se mojaran las extremidades de sus pantalones en sus tours de caza por la campiña inglesa, que después se apropiaron los estudiantes del Ivvy League en ensamble con los abrigos Chesterfield. |