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La hermana Wendy

Tiene 69 años, nació en Sudáfrica y fue durante años "casi " carmelita: vivió sola y sin contacto con el mundo pero no en un convento sino en un trailer. En la televisión inglesa se rebeló como una divulgadora magistral de artes plásticas. No desaprovecha ninguna ocasión para evangelizar, no se sonroja al hablar de obras eróticas y es capaz de enojarse con los grandes maestros, y decir, por ejemplo: "¡Qué frío tienes el corazón, Degas!"

Por Moira Soto

Alguien dijo de ella que era como un alien que había aprendido inteligentemente todo lo necesario para convertirse en ser humano; esta descripción, hecha desde el afecto y la admiración, pertenece a David Willcock, el productor de las series sobre arte de la BBC conducidas precisamente por ese simpático alien con aspecto de roedor que encontró unos anteojos para ser aceptado en el rol presentadora de televisión. La hermana Wendy Beckett sonríe beatíficamente ante comentarios como el de su amigo y protector Willcock, y mantiene la sonrisa frente a malintencionados que la acusan de sexualizar a los clásicos de las artes plásticas o de nivelar para abajo en su aproximación cálida, entretenida, ocurrente a la pintura de todas las épocas. Santa contemporánea que ha logrado el milagro de convertirse con ese aspecto tan poco glamoroso, en estrella de la TV británica arrasando con el rating, sin pacaterías a la hora de hablar de escenas eróticas, peor también sin dejar pasar -.en cuanta ocasión resulte propicia– sus avisitos evangelizadores. Ella es tan capaz de dirigirse directamente a un artista y espetarle: “¡Qué frío tienes el corazón, Degas!”, como de reconocer que San Francisco de Asís “habría odiado la enorme basílica que se construyó en su homenaje, bellamente decorada por los mejores artistas del momento”. En un reciente programa sobre felinos que se pudo ver por la señal de cable People & Arts, Sister Wendy demostró que también sabe mucho de gatos: “Tenemos que aceptar su misterio”, recomendó: “Jamás hay que intentar entenderlos por completo. Por eso son tan adorables”. Se nota que cerca del trailer instalado en los bosques de East Anglia, donde la monja inglesa ha vivido largos años con lo mínimo, dedicada a sus libros y sus rezos, más de un gatito ha de haber compartido el medio litro de leche del que dispone cada día como alimento básico (junto con algunas cracker y un par de potatoes chips).

Ya no me llaman Miguel
La monja más famosa de la televisión desde los tiempos de la religiosa voladora (de ficción) a cargo de Sally Field, según reza una de las definiciones más citadas en notas sobre Wendy Beckett, nació en Sudáfrica hace 69 años. El suyo fue un caso de vocación precoz y firme: desde niña anunció su decisión de ser monja. Su padre, médico, prefirió que fuese primero a la universidad, esperando que quizá la chica cambiara la idea. Innecesario es decir que Wendy se mantuvo en sus trece y se salió con la suya. “Nunca tuve dudas”, dice ella, convencida de tener un oído absoluto para la palabra de Dios. Cuando la adolescente ingresó a las hermanas de Notre-Dame, eligió llamarse Sister Michael (“él que amaba a los ángeles”) porque detestaba su nombre de pila, inventado por J. M. Barrie para la niña modosa de su relato Peter Pen: de ese modo, el escritor homenajeó a una chica conocida -.muerte tempranamente– que no podía pronunciar la R. curiosamente, nuestra Wendy B, además de decir todas las vocales con acento sudafricano, también tiene sus problemas con la mencionada R, lo que ha estimulado a cantidad de imitadores cómicos en la radio, el teatro y la TV inglesas (mientras que los dibujantes de caricaturas se hicieron el picnic con sus dientitos de ratona). Pese a lo contenta que estaba de ya no ser más Wendy y de que la llamaran Michael, la monja aceptó humildemente llevar de nuevoel nombre que había elegido su madre después del concilio del Vaticano que sugirió volver a los apelativos bautismales. Bajo estrictas normas de silencio que la monja cumplió al pie de la letra, en 1950 ingresó a la Universidad de Oxford para seguir literatura. Calladita, viviendo en una residencia para religiosas, estudió durante cuatro años y se graduó con honores. Como la orden a la que pertenece se especializa en la enseñanza, Wendy tuvo la oportunidad de volver a Sudáfrica e impartir clases durante quince años. De nuevo en Inglaterra en 1970, obtuvo permiso del Vaticano para llevar una vida de oración y contemplación, bien lejos del mundanal ruido. Con ese fin se instaló en un modestísimo, casi inconfortable trailer cerca de un monasterio carmelita, en Norfolk. A mediados de los 80, el retiro de Sister Wendy se atenuó: amante apasionada del arte, lectora de cuanto material sobre el tema estuviera a su alcance y con ideas propias para difundir, ella empezó a escribir para periódicos de su país. Entusiasmada con su nueva actividad, trabajó en su primer libro, sobre las mujeres en el arte contemporáneo. En esas fechas, se realiza una exposición en Norfolk que Wendy no se pierde: anda por ahí mirando cuadros cuando un camarógrafo que quería grabar a la feminista Germaine Greer advierte la presencia de la monja y le pide permiso para hacerle una nota. Fue el punto de partida del impresionante estrellato televisivo de la hermana Wendy: la BBC se interesó en esa monjita vivaracha cuyos escritos ya eran muy conocidos, y llegó la propuesta de protagonizar una serie. La ex Sister Michael no se lo podía creer: años mirando reproducciones, a veces descoloridas, a veces muy reducidas, en los libros que conseguía en bibliotecas rodantes y resulta que ahora los tenía ahí nomás, literalmente al alcance de su mano, las obras originales tan admiradas. A pesar de su salud quebradiza, de la epilepsia que la hace huir de los rayos fuertes del sol, Wendy Beckett aceptó el reto, donando sus salarios a las carmelitas. El único gasto para sí consistió en comprarse un trailer nuevo en el ‘94.

Buena parte de la religión
Ni su delicada salud ni el largo tiempo consagrado a orar y meditar han achicado el extraordinario rendimiento de Wendy Beckett: ha publicado quince libros sobre su tema favorito, el últimos de los cuales, The Mystery of Love, está dedicado a la presencia de los santos en la pintura y la escultura. El más conocido, Historia de la pintura (Guía esencial para conocer la historia del arte occidental), se consigue en librerías locales: tiene 400 páginas y un número todavía mayor de reproducciones de los principales artistas, desde los anónimos de las cuevas de Altamira y Lascaux, hasta las pinturas de su venerado Lucien Freud (cuesta $ 49). Por otra parte, en su actividad más popular, como presentadora de TV, las hermana Wendy arrancó con dos series exitosas desde el vamos: “Sister Wendy’s Odyssey” y “Sister Wendy’s Grand Tour”, desde luego producidas por la desprejuiciada BBC, que se atrevió a lanzar a esta conductora tan atípica. El suceso de la monja amante del arte fue el mayor de la televisión pública en décadas, sólo comparable al del recordado programa “Civilization de Kenneth Clark”, a fines de los 60 del pasado siglo. Ciertamente, el proyecto más ambicioso de la religiosa resultó “La historia de la pintura”, en diez entregas, difundida entre nosotros por el cable y conquistando a un público cada vez más numeroso que se encariñó con esta monja de rostro por demás expresivo y manos con vida propia. Su estilo es siempre el mismo: Wendy Beckett se para cerca de la pintura o escultura de marras y se manda sus casi siempre sorprendentes comentarios, que incluyen, además de la valoración artística, una pequeña narración y, si cabe, algún juicio moral. Empero, no todo el mundo ha aceptado buenamente esta manera sencilla y campechana de acercar el arte: aparte de algunos representantes de la Iglesia católica que encontraron impropio que una monja hablara con entusiasmo de erotismo (y lo que todavía les cayó peor fue que se refiriera con naturalidad al amor homosexual en el arte), no han faltado críticos sesudos que miraran a la hermana por encima del hombro, considerándola una aficionada poco académica. El más despiadado acaso haya sido Robert Hughes, de la revista Time, que la llamó “charlatana incorregible” y la mandó a arreglarse los dientes. Alejada de jergas al uso y de cualquier lenguaje hermético y mechando un slang suave en su charla, la hermana Wendy Beckett, interesada en todas las manifestaciones del arte, no se arredra ante los cadáveres de ovejas en formol que expone Damien Hirst ni frente a los excesos transgresores del fotógrafo Andrés Serrano. Aunque, por supuesto, siga prefiriendo a Poussin, Velázquez, Tiziano, Goya, Cézanne... Y si hay que hablar del vello púbico en un cuadro de Stanley Spencer, ella lo hace con expresiones tales como “bonito y esponjoso”. También se deleita frente a una bañista de Ingres de esta guisa: “Del largo cuello hasta las nalgas, es como si el artista hubiese lamido la pintura, adorando cada parte de ella”. Wendy, que se considera una outsider del sexo, dice tan fresca que hay mucho miedo puritano al placer: “Pero yo sé muy bien que el sexual es el más grande de los placeres humanos, tan cerca del éxtasis”.