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POR
CLAUDIO ZEIGER
¿Qué
hay en común entre el chico que vio su nombre en letras de molde
por primera vez cuando su composición “Palabras de un niño
a su madre ya fallecida” apareció en un diario de Olavarría
y ese muchacho ya crecidito que intentó declamar poesía
“seria” en el Parakultural frente a una tribu de indómitos
punks? Hay varias respuestas, seguramente. Una posible: una conciencia
cómica de la lengua; una lucidez de que la literatura, excesivamente
estilizada, produce vergüenza (propia y ajena). La seriedad lleva
a equívocos tan grandes que sólo cabe arrasarlos con la
risa, con la mala palabra, con el gesto ridículo: el hilo de baba
en la boca de la Declamadora. A la muy directa pregunta de si escribe
desde chico, Alejandro Urdapilleta contesta sin dudar que sí. “En
Olavarría hacía composiciones para la escuela, que vaya
a saber por qué le encantaban a la maestra, la señora de
Núñez. A lo mejor ella es la culpable de este libro”
dice. “Las Palabras de un niño a su madre ya fallecida se
las leía yo a mi madre. Ella se lo leyó a una amiga, hija
del dueño del diario de Olavarría y poco después
salió publicado. Por si tengo que aclararlo, era una cursilería
total, escrita de tú”.
Años después –años ochenta–, Urdapilleta,
joven actor under, estaba por salir a escena en el Parakultural. Delante,
en lo oscuro, los punks miraban la performance salvaje de una poetisa
neoyorkina que usaba látigos y cuero. La cosa se estaba poniendo
bastante densa. Desde su lugar entre bambalinas, Urdapilleta escuchó
que un punk le decía a otro: esto es demasiado. “Decidí
que no podía retroceder. Así que cuando me tocó a
mí, me puse a declamar un poema serio, que además era larguísimo.
Era un poema de verdad, que hablaba de la noche y las estrellas ¿te
das cuenta? Estaba experimentando los alcances del arte. Me escupieron.
Los punks me escupieron, y voló alguna botella”.
PURO
HUMO Con la publicación de vagones transportan humo Urdapilleta
no espera las felicitaciones de la señora de Núñez
ni los escupitajos de muchachos punks. Y no es solamente que el tiempo
pasa y ya ni punks queden. Es que por el lento fluir de la literatura,
hoy existen cosas que en los comienzos del under de los ochenta no estaban
registradas. Por ejemplo: la dramaturgia de actor. Urdapilleta es, básicamente,
un actor que siempre escribió. “Escribía cuentos, obritas
cortas, como Las fabricantes de tortas. Y sobre todo poesía. La
poesía no se usaba en el teatro. Batato Barea empezó a usarla.
Poesía de mujeres: Juana de Ibarbourou, que a mí no me gustaba
nada, recitaba a la Pizarnik, a Alfonsina Storni. Yo leía un poco
de todo, no necesariamente poesía. Siempre leí, pero escribía
poesía por la forma, porque escribía borracho y era más
fácil que la prosa, no tenía que mover tanto la mano. Cuando
me fui a Europa escribí muchísimo también, y lo quemé
todo, como si fuera un poeta maldito. Y aún ahora sigo escribiendo.
Mientras ensayo la puesta de Mein Kampf, estoy llevando un diario de anotaciones
muy personales, anoto lo que yo pienso e invento sobre mi personaje, no
las indicaciones del director”.
En el epílogo de vagones transportan humo, Jorge Dubatti (responsable
de la edición de los textos de Urdapilleta) escribió: “Este
libro reúne textos escritos por el actor Alejandro Urdapilleta
para ser llevados a escena por él mismo o por otros intérpretes.
Algunos, como ‘La Mamaní’ o ‘La luna’, datan
de mediados de la década del ochenta; otros, como ‘Diario
de Karren’ o ‘La intergaláctica’, corresponden a
un período de producción reciente, y en algunos casos no
han sido aún representados. En su totalidad cubren quince años
de trabajo literario-teatral. Monólogos, obras dramáticas,
poemas, relatos o esbozos de historias para espectáculos futuros
en diferentes soportes –teatral, televisivo o radial– las composiciones
de vagones transportan humo buscan identificarse con un lugar de periferia
genérica, en la frontera y cruce de los géneros canónicos,
y se resisten a la clasificación”. Urdapilleta confirma el
origen “periférico” de sus textos: al borde del escenario
o de la representación, pero también al borde de haberse
perdido irremediablemente, consustanciado con el carácter efímero
de muchas de las actuaciones junto a Batato Barea y Humberto Tortonese.
“Era y es un lío de cuadernos, y como no estoy viviendo en
casa propia, estaban metidos en un altillo. A tal punto que en el monólogo
de María Julia de La carancha, yo decía el discurso con
papeles en la mano. Encontré algunas de esas hojas todas arrugadas.
Finalmente encontré los cuadernos donde lo había escrito
por primera vez y lo reconstruí. Efectivamente hubo un trabajo
de reconstrucción de textos para poder llegar al libro”.
¿Hay algo de nostalgia en el gesto de publicar esos registros del
Parakultural? Urdapilleta admite que sí (“hay algo de nostalgia
de una época, de una potencia, de la juventud, claro que la hay”)
y la remite especialmente a lo que considera su primera obra terminada,
Las fabricantes de tortas. “Fue Batato, cuando leyó esos borradores,
quien se dio cuenta de que allí había una obra. El armó
todo para la puesta en la primera Bienal de Arte Joven, en 1989”.
Después sería representada –con las actuaciones de
los dos– en el Parakultural y en la apertura de la sala La Cancha
del Centro Cultural Ricardo Rojas, el otro gran reducto del teatro under,
ya en los noventa.
“Yo en principio pensé que juntar los textos en libro no servía
para gran cosa, pero con el trabajo me fui convenciendo de que puede ser
útil. Hay muchos estudiantes de teatro que de hecho me piden textos,
porque los estudian. Me parece que hay una esencia efímera en el
teatro, en la representación. Una vez que salís a la calle,
¿a quién convencés de lo que pasó ahí
en el escenario, con el público? Pero sirve. Para los que vivieron
la época puede ser un recuerdo genial. Y a los que no lo vivieron
les puede servir para enterarse”.
EL
FABRICANTE DE TORTAS Hay poemas serios y poemas cómicos. Hay
“pijas” y “conchas” en primer plano. Hay estados del
alma que apuntan al misticismo, pero en pleno trance; la heroína
o el héroe de turno pisa una cáscara de banana: se enreda
con las palabras, dice una guarangada, una palabra demasiado culta y fuera
de lugar. Hay pequeños dramas de las clases bajas, melodramas del
sexo y de la sangre. Madres e hijos enfrentados, hermanas que se odian,
mujeres que se emborrachan y que sueñan con matar a su marido o
directamente los matan. Hay una imaginería de ciudad arrasada,
de ciencia ficción apocalíptica. Pero los cuentos y poemas
tienen siempre una entonación felizmente argentina que, en forma
de abanico desplegado, recuerdan a Puig, Osvaldo Lamborghini, Copi, Néstor
Perlongher.
“Bueno, eso es por la cuestión sexual” cree Urdapilleta,
y dice que en todo caso lo pone orgulloso que lo sitúen junto a
esos autores admirados. De todos modos, cuando señala sus propias
fuentes –aquellas que debió ir a buscar para resolver alguna
escena, algún personaje– recuerda sus búsquedas en
la biblioteca de Argentores. “Ahí pude acceder a los monólogos
de Pepe Arias, de Florencio Parravicini. Yo recuerdo que estaba trabajando
en el monólogo ‘Bebeto’, que es un tipo infantil, un
hijo de la clase alta un poco tarado y ya crecido, pero de mucha humanidad.
Me di cuenta de que los grandes capo-cómicos hacían de teloneros
e interpretaban monólogos de bobos; quizás también
tengo algo incorporado de Niní Marshall, de haber visto sus películas.
Ella es lo más grande que hubo en el humor”.
La lectura de los textos dramáticos y los monólogos seguramente
destruirán uno de los mitos fuertes del under: no había
tanta improvisación como muchos podían suponer. Y Urdapilleta
viene a confirmarlo: “Las acotaciones que aparecen en los textos
son las mínimas indispensables: o sea, las que debían respetarse
sí o sí. Por ejemplo, ‘La luna’ la saqué
de una grabación de video, porque no había ningún
registro escrito, y se nota que era un texto que estaba trabajado con
rigor paraser representado. Se improvisaban cosas mínimas. La base,
el esqueleto, se respetaba siempre. No había el nivel de improvisación
que mucha gente supone que había a partir del supuesto descontrol
de la escena”.
Urdapilleta dice que alguna vez escribió con la clara idea de transgredir
el “careteo”. Y admite que ya no escribe con esa intención
porque ya muchas armas de la lucha anticareta podrían no ser tan
efectivas. Pero da toda la impresión de que nunca podrá
dejar de meter el bocadillo fatídico –el hilo de baba de la
Declamadora, la cáscara de banana en pleno trance– cuando
la velada amenaza con ponerse demasiado teatral, demasiado literaria.
La
Paralítica *
¡Sí,
es verdad! ¡Sí, es verdad! ¡Es verdad, oficial! Sí,
sí, sí, yo la maté. Pero es que me tenía harta,
ella era mala, pérfida, ladina, ponzoñosa. Y me cansé
de sus ojos de mosquita muerta. Y de que se hiciera la paralítica.
Porque ella no podía moverse, es cierto, ahí están
los certificados de los dotores, pero no era como para poner ojos de paralítica,
ella se regodeaba con su tragedia y yo le decía paralítica
de mierda y le tiraba el caldo con cabello de ángel, hirviendo
se lo tiraba en la cabeza y por eso estaba toda pelada. Sí, es
verdad, día por medio a las cinco de la mañana le tiraba
el caldo porque no soportaba sus piernas fláccidas y el olor de
paralítica y la mentalidad de discapacitada y sobre todo que no
había tenido la culpa de que se subiera al andamio en la obra en
construcción en el Chaco, cuando yo era bailarina, más que
la Belfiore, que me fui al monoblock en construcción atrás
del obrero paraguayo y ella, como buena madre hija de puta que era, me
persiguió para espiarme y se cayó del andamio, porque yo
en esa época tomaba cañita Legui, sí, y después
licor Ocho Hermanos, que no hay nada más dañino que eso,
y un día me preguntó por el hámster y yo no le entendía
porque decía lmmmmm jjmmmúmmter desde la silla de ruedas,
en el patio de atrás, mientras yo colgaba los pañales de
su incontinencia todos percudidos lmmmmm jjmmmúmmter ¿¡el
hámster!? le dije, ¿¡sabés lo que le hice a
tu hámster!? ¡Lo desollé vivo! Y ahora está
enterrado abajo de tu cama.
¡¡¡Lmmmmm jjmmmúmmter!!! ¡Hablá
bien gangosa de mierda!, le decía yo, oficial, porque ella me lo
hacía a propósito para cagarme porque yo era bailarina y
peluquera y me debía a mi arte, no tenía por qué
vivir así entonces, la maté, ¡sí!, ¡la
maté, oficial! ¡Y no sabe qué liberación! Puse
un disco de Richard Clayderman
el claro de luna
y bailé como la llama
de una vela
en un velorio.
*
Monólogo basado en un texto teatral escrito para el Parakultural
y representado con Batato Barea. La versión que aquí se
publica corresponde al texto radiofónico leído en La Alfombra
(1989), programa conducido por Urdapilleta en Radio Alfa del barrio de
Belgrano.
Botánico
*
Hombres
todos que entran en el baño del Botánico. Vienen y van sin
ton ni son. Como zombis llevan sus cuerpos tras el deseo que nunca podrán
satisfacer por más garompas que les pasen por la cara y el culo.
Una constante: la mayoría son esos medio regordetes como porteros
con várices. A veces alguno muy flaquito y con flequillo lacio.
La vida también es eso y también los árboles vivos
y la tierra, el cielo y los gatos, todos vivos por ahora. Señores
mayores que salen tocándose las braguetas, qué asco, con
sus anteojos de ver de cerca puestos. Hombres herrumbrados, hechos pedazos,
con las almas descuartizadas en varios pedazos. No se consuelan con el
llano del vacío ni dejan nacer nada, van tras de la muerte con
ahínco.
El viento, que es el soplido interno de la vida, mueve las sombras de
los enormes añosos árboles.
Junto a mi pie danza una hormiga y canta. Monstruos con peluquines separados
de las molleras.
No sé si serán abedules o ciervos. No sé si tendrán
raíz o alas.
No sé si tejerán las marañas de las hojas o perderán
el aliento haciendo pozos. Insectos, luces, bocinazos, estatuas, niños,
piedras, bolsillos vacíos, recuerdos, transpiración de malos
olores, la vida entera respira y la inteligencia gigante mueve los hilos.
* Texto escrito
hacia 1994, perteneciente
a una serie sobre el Botánico.
Hombrecitos
*
Hombrecitos
de almíbar
de nuez y de cal
con barbas llenas de miel
goteando sobre el mantel
Hombres
rudos que aplastan
pájaros con sus botas
Hombres
desnudos
marchando al son de plegarias
cantando las borracheras
Hombres
bonitos de ojos de perro
con aguas en sus sonrisas
Hombres
con caracoles tatuados
y gigantes pelados
también muy hombres
Y aquél que parece petiso
pero que está enterrado
Hombres
que te hierven en sus
deseos como cacerolas
que te mastican con los dientes
de sus falos
que te cuecen sobre el fuego
de sus pelotas
que te descubren tras de los
muros
Hombres
que siembran
hombres que soplan
que se desangran gota por gota
Hombres
babosos, tuertos,
muertos, petardos,
bastardos y rengos
llenos de miedo
Hombres
de trizas, de trazos,
de brisas
de lunas
palacios
condones
y risas
Hombres
que lloran
Hombres
dormidos
Hombres
que miran crecer
el árbol
desde las rejas
Que se
desnudan a mordiscones
Que se
suicidan
Que tienen
hijos
Hombres
que van al frente
con ojos de fusiles punzantes
a luchar contra la noche
de los temblores
Hombres
de fuego
de sal
de baquelita
y azafrán
Niquelados,
marmóreos,
laqueados, bordados,
con flecos
y solos
Hombres
muertos
todos dormidos
todos muertos y dormidos
* Poema-monólogo estrenado en El Club del Vino
en el espectáculo Poemas decorados (1994).
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