|
por Rose Corral
*
Varias
notas periodísticas de Arlt, las que escribe en los últimos
años en la columna titulada primero Tiempos presentes
y luego Al margen del cable, fueron reproducidas en la prensa
mexicana de los años treinta. Lo más probable es que el
propio Arlt nunca supiera que sus crónicas se leían en
México. A lo largo de cuatro años, entre julio de 1937
y diciembre de 1941 se publicaron en México, en El Nacional un
importante periódico fundado en 1929 que acaba de desaparecer
más de setenta crónicas tomadas de El Mundo. Aparecían
aproximadamente un mes después de su publicación en el
diario porteño. Son muy pocas las crónicas de Arlt de
este último período que han sido recogidas y publicadas.
Como es bien sabido, todo el interés por su trabajo periodístico
se ha centrado hasta ahora en las aguafuertes porteñas,
con las que ganó muy rápidamente audiencia y popularidad.
A partir de 1938 la columna de Arlt en El Nacional se publica en un
lugar privilegiado del periódico, en su página editorial,
que también recogía artículos de otras latitudes.
En 1939 aparece un promedio de dos notas suyas por mes. El nombre de
Roberto Arlt tuvo que ser sin duda un nombre familiar para los lectores
de El Nacional.
En su mayoría, se trata de excelentes recreaciones literarias
de noticias internacionales, de los cables escuetos e informativos
que suelen llegar a las redacciones de los periódicos: la amenaza
de guerra en Europa, la carrera armamentista de los países llamados
neutrales, el afán expansionista de los nazis, las intrigas políticas
que urden distintas naciones europeas, son algunos de los temas de las
notas reproducidas en México. Incluso las notas que parecen más
ligeras, por ejemplo la que dedica a la moda, Madeleine Vionnet
y la marcha del tiempo del 24 de setiembre de 1938, o La
historia de un cocinero imperial del 19 de diciembre de 1937,
están enmarcadas en el clima amenazador de la guerra. Aunque
no son las únicas que se publican en El Nacional es evidente
el interés del periódico mexicano por las notas de Arlt
centradas en estos temas.
En efecto, también El Nacional recoge otras crónicas de
Arlt que recrean noticias que pueden parecer menores, noticias
perdidas entre espesas columnas de tragedia internacional, escribe
Arlt en una nota de 1937 sobre una ciudad sepultada por la vegetación
(La ciudad sumergida en el bosque). Vuelve asimismo sobre
el terreno siempre seductor de losinventores y aventureros (el inventor
del lanzallamas, Lawrence de Arabia), sobre el mundo del delito y sus
conexiones con el poder político y económico.
Aunque ha cambiado el referente, en estas crónicas se encuentran
las mismas virtudes observadas en las aguafuertes. Con destreza
y trazos precisos Arlt reconstruye el escenario de la noticia, la ciudad
o el paisaje en que ocurre, y dramatiza el cuadro: pone en movimiento
a los personajes que intervienen, históricos o imaginarios, inventa
situaciones, diálogos, monólogos. Arlt trasciende siempre
el mero valor informativo de la noticia y busca desentrañar los
entretelones de la misma, las motivaciones ocultas que persiguen los
actores. Tal vez uno de los rasgos más notorios de estas crónicas
es la seductora composición de lugar con la que inicia muchas
de sus notas: recrea de manera vívida el ambiente de ciudades
nunca vistas, Budapest, Danzig, Shanghai, Estocolmo... Es casi siempre
el primer gesto narrativo del cronista antes de colocar a sus personajes
en el cuadro.
El hallazgo confirma por un lado lo que ya se sabía, que las
aguafuertes son el género que popularizó la
escritura de Arlt en su propio país y por lo visto fuera del
mismo. Las crónicas de Al margen del cable son textos
hoy vigentes que sobrepasan su determinación temporal, las circunstancias
históricas de su escritura. Por otra parte, para los lectores
de Arlt, estas crónicas escritas en los últimos años
de su vida, nos remiten también a sus novelas centrales, a Los
siete locos y a Los lanzallamas en las que el cable, la noticia, el
diario, recorren el cuerpo entero de los textos. El Arlt que podemos
descubrir en estas crónicas forma un todo con su ficción.
*
Rose Corral es investigadora y docente de El Colegio de México.
Ha publicado varios ensayos sobre Arlt y el libro Asedios a Los siete
locos y Los lanzallamas (F.C.E., México, 1992). Actualmente investiga
los vínculos literarios entre México y el Río de
la Plata desde las vanguardias hasta los años sesenta. Prepara
la edición de las crónicas de Arlt publicadas en México.
Ha rescatado, además, dos cuentos no incluidos en sus Obras completas,
Final de cena y Un ladrón, que aparecerán
publicados próximamente.
Vidas
paralelas *
por Roberto Arlt
El
avión cruza Nueva York hacia el noreste. Ruta Boston. Cuatro
aviones armados de ametralladoras escoltan el pájaro de
aluminio. En los asientos de los aviones hombres fríos,
perfil de buldogs y colillas salivadas de nicotina en el vértice
de los labios. A la cintura, pistolas automáticas. Hablan
de cosas diferentes mientras custodian el avión que conduce
el tesoro. El tesoro es el segundo ejemplar de un libro. El primer
ejemplar se encuentra en un cofre de acero del Banco de Nueva
York. El segundo ejemplar va aquí metido en una liviana
caja de acero, sellada, destinada a la Exposición del Libro
de Boston. Por eso la flotilla vuela en dirección al Noreste.
El libro se titula The Mint. Ha sido escrito por un hombre que
formaba parte de un grupo de hombres del que ha dicho: Teníamos
siempre las manos manchadas de sangre. Eso nos estaba permitido.
Ese hombre se llamaba Tomás E. Lawrence.
Tomás E. Lawrence ha muerto misteriosamente. Estropeado
por una motocicleta. Por disposiciones testamentarias su libro
no podrá ser vendido al público hasta el año
1950. En tanto, el segundo ejemplar que la casa editorial Doubleday,
Dorant y Compañía, envía a la Exposición
del Libro de Boston, cuesta la suma de MEDIO MILLóN DE
DóLARES. O no puede ser vendido a menos que ese precio.
Se explican los cuatro aviones custodiados con su brigada de pistoleros
legalizados. Y nuevamente se piensa en el hombre que tenía
siempre las manos manchadas de sangre.
¡Qué historias terribles contendrá el nuevo
libro del hombre que de sí mismo cuenta: Me mandaron
a Arabia con el propósito de fomentar cualquier movimiento
de rebelión que fuera provechoso para Inglaterra en contra
de los turcos!
¡Oh, qué curioso, qué curioso!
En los mismos días que Lawrence sale para Egipto, un venezolano
cara de mono tití, que habla sospechosamente el francés,
el inglés, el alemán y el italiano, se pasea por
las callejuelas de Sofía. Curiosea en las mezquitas y entra
a la embajada alemana donde sostiene reiteradas conferencias con
el mayor Von der Goltz, agregado militar, y el ministro turco
Fethi Bey. Finalmente, después de tantas diligencias sale
para Constantinopla, a luchar al servicio del gobierno turco y
hacer todo el daño posible a Inglaterra.
¡Oh, qué curioso, qué curioso! El 15 de septiembre
de 1918, los diarios de Berlín dirán, refiriéndose
a este caballero llamado el general don Rafael de Nogales y Méndez:
Para todos los latinoamericanos será una verdadera
satisfacción el saber que el general Nogales, único
oficial neutral que lucha como tal en las filas de las Potencias
Centrales, ha logrado obtener durante los tres años y medio
que se halla combatiendo bajo las banderas del Profeta, laureles
que llenarán indudablemente de satisfacción y orgullo,
no sólo a su patria venezolana, sino a las repúblicas
latinoamericanas en general.
Lawrence y Nogales.
¿Por qué se recuerda a Lawrence y se olvida a Nogales?
Los dos han sido temerariamente aventureros, los dos han
trabajado con las manos tintas en sangre durante varios
años en el desierto; los dos fueron escritores. Es decir,
han dejado memorias. Memorias donde los hombres aparecen bocetados,
no en el léxico oficial de los aduladores de la historia,
sino en un idioma vigoroso y punitivo.
Lawrence y Nogales, ambos militares profesionales, desnudan tan
despiadadamente a los militares profesionales, que éstos
terminan causándonos horror. Escuchemos al general Nogales.
Por sus memorias desfilan Dyemal Pacha, un ladrón
desvergonzado; Andranik, archiasesino y jefe de guerrilleros
envalentonados; Dyevded Bey, culto y cortés cual
verdadero osmanlí, era en el fondo, sin embargo, una
pantera humana; Ahmed Bey, vestido con un correctísimo
traje de sport inglés, era nada menos que bajo otro nombre
el célebre bandido Tcherkess Admed, jefe de una cuadrilla
de guerrilleros circasianos que mató después en
la quebrada del Diablo y por orden del gobierno a los diputados
armenios...
Cuatro años bajo la Media Luna, el libro del general Nogales,
o del aventurero Nogales (condecoración de la Cruz de Hierro,
etc.), tiene la misma grandeza sombría que Los siete pilares
de la sabiduría de Tomás E. Lawrence.
Lawrence os dice: Algunas de las atrocidades que contiene
mi libro se comprenderán al considerar las circunstancias
en que vivíamos, una vida al azar en el desierto desnudo,
bajo un cielo indiferente...
Nogales, a su vez, os narra: Y para ilustrar la indiferencia
con que las autoridades civiles otomanas contemplaban el martirio
y el suplicio de medio millón de cristianos, que pereció
durante dichas matanzas, creo que basta recordar la siguiente
frase que profirió el Gran Visir Talaaf Pachá durante
cierta entrevista con el ministro americano Mr. Morgenthau:
-.¿Las matanzas?... qué va. Aquello sólo
me divierte...
¡Oh! Es sumamente curioso. Nogales y Lawrence. Merodeando
por el desierto con las manos tintas en sangre, quizá baleándose
mutuamente desde una duna, y los dos, al caer la noche, a la lumbre
incierta de una tienda de campaña escribiendo las memorias
del día, mientras los esclavos hierven en leche agria una
pata de camello o se reparten un puñado de arroz.
Creo que era un deber de justicia evocar el libro del aventurero
Nogales, agotado en castellano, mientras que en estos momentos
se recuerda tan vivamente la obra de Lawrence.
*
Publicada originalmente con el título Lawrence: 500.000
dólares.- ¿Y Rafael de Nogales?, El Nacional
(México: 31 de diciembre de 1937), págs. 1 y 4,
reproducción de El Mundo (Buenos Aires:
15 de noviembre de 1937).
|
Ukrania
para el Führer *
por
Roberto Arlt
En una de esas callejuelas del bajo París, donde al caer
de la noche, bajo los mecheros de gas, el pavimento adquiere la
lumbre de una plancha de aluminio batido y el relieve de los muros
parece la vertical pesadilla de un criminal; en una de esas callejuelas
de París, cuida la portería de una casa con cinco
pisos de escaleras sin ascensor (crujientes escaleras de madera)
un barbudo asmático que cala gafas tras de la garita de
la portería.
Sobándose los cordeles de barba negruzca, vigila la entrada
y salida de cuanto ciudadano acerca sus pies al umbral del caserío.
Una mujer, que parece una enana por su corta estatura, le cocina
al barbudo, cuyos ojos se empañan a veces de humedecida
melancolía.
El tufo de las basuras, de las aguas servidas, de la humedad de
las cestas con verduras fermentadas, sahuma de nauseabundez el
hocico del vigoroso viejo. Pero el anciano no repara en la miseria
que le rodea. Con mirada ansiosa, todas las mañanas repasa
las columnas de política balcánica, y únicamente
cuando lee el nombre del conde Skoropadski, un estremecimiento
de envidia y de rencor le remueve los cordeles de barba.
Entonces, su justicia se torna más inexorable contra los
ambulantes que quieren violar con cestos hediondos la reglamentación
de cinco pisos de escaleras. Antes del estallido de la revolución
rusa, este celoso portero era uno de los más poderosos
nobles y propietarios de Ukrania. Explotaba un millón de
acres de tierras, con sus cabras, vacas, caballos, corderos, campesinos,
perros y mujeres. Cuando recorría sus posesiones, embutido
en un blusón de gamuza y un gran gorro de pelo ladeado
sobre una oreja, nuestro príncipe de Kochubey, que así
se llama, hacía restallar en la caña de sus botas
el cuero de su fusta, y nadie se dirigía a su excelencia
sin inclinarse profundamente con la cabeza descubierta. Si se
dirigía a su excelencia con la cabeza descubierta, le daba
unas palmaditas en las mejillas y sonriendo le preguntaba su nombre.
Y todos los que le rodeaban le bendecían.
Hoy, barre el patio de la portería.
Por la noche, cuando las tinieblas descienden sobre París
y los ladrones van a su trabajo, sus amigos, algunos espías
al servicio de la policía, varios camareros, algún
lustrabotas, un gigoló en decadencia y varias floristas,
todos hambrientos de degollar a rojos, se reúnen
en el cuartujo del príncipe y le dicen:
Por las riquezas que tuviste y tienes, por tu nobleza, por
tu santa religión (cristiana, griega, ortodoxa), tú,
únicamente tú, mereces ser el Hetman de Ukrania.
El príncipe Kochubey, preparándole una taza de té
a estos piojosos famélicos (hay que pagar los elogios),
sonríe, y acordándose del maldito conde Skoropadski,
mueve la cabeza tristemente. No, él no es santo de la devoción
de Goebbels. Porque el astuto técnico de la propaganda
universal le ha echado la vista para ser futuro amo de Ukrania
al conde Skoropadski. El conde alto, flaco y rubio como un arenque
prensado, cuando oye hablar de los rojos se estremece
de odio, como si fuera a sufrir un ataque epiléptico. El
es uno de los pocos aristócratas que se salvaron de ser
fusilados, entre los dos mil quinientos oficiales contrarrevolucionarios
ametrallados en Kiev por los destacamentos de choque de Trotsky.
El conde ukraniano es hoy un general frío, una máquina
de odiar a la democracia. En Berlín le podréis encontrar
en la sección Servicio Secreto del Ejército, bureau
de Ukrania. A él, a él y a Goebbels, se debe la
subvención del seminario ukraniano. Aunque Hitler cree
en Wotam, no le parece desatinado que los boyardos de Ukrania
y las bestias de sus campesinos sean devotos de la Iglesia griega
ortodoxa (aunque Grecia está contra el bloque totalitario).
Estos sacerdotes flamantes surgidos del seminario de Goebbels-Skoropadski
han lanzado sobre las llanuras de Ukrania y su poéticas
colinas centenares de eclesiásticos que hablan el ukraniano
y el alemán, que predican la guerra santa contra Rusia
y el advenimiento del anticristo.
Estos sacerdotes cristianos-griegos-ortodoxos mezclan el espionaje
a la devoción y constituyen, por otra parte, el puente
de plata entre los ukranianos blancos y los cosacos blancos que
medran en París. Una ensalada maravillosa, donde los dialectos,
las miserias humanas, las ambiciones, el odio, la esperanza, fermentan
sus más terribles pasiones. En el vértice de este
torbellino fantasmagórico, rico de vitaminas novelescas,
gordo de personajes de truculencia y folletón, en el vértice
de esta tragicómica pesadilla europea, frío, implacable
en su odio, tenaz, aguarda su momento el conde Skoropadski. Goebbels
lo estimula. Hitler, más de una vez, ha conversado con
el conde general y sabe que de buscar con un catalejo no encontraría
un más exquisito carnicero que este conde alto, flaco y
rubio como un arenque.
El tercer candidato al trono de Ukrania (para el día, naturalmente,
que Ukrania sea tomada por los alemanes), es el alegre conde de
Razoumovski, famoso entre los chauffeurs blancos de
París y que aspira a morir misteriosamente asesinado. El
alegre conde, para olvidarnos de su feroz apellido, es descendiente
de uno de esos príncipes auténticos y medievalesa
quienes el terrible Pedro el Grande reunió un día
bruscamente en su palacio y por un barbero despavorido les hizo
cortar las barbas para higienizarlos y europeizarlos.
Los barbudos desbarbados lloraban de indignación, pero
aguantaron al terrible zar. Los mismos rusos blancos
admiran al alegre conde porque el alegre conde está vinculado
por los tártaros, auténticamente, casi a nuestro
común padre Adán.
Tal es la personalidad de los tres aspirantes al trono de Ukrania
cuando el Tercer Reich consiga engullir el país que
Alemania debe conquistar ineludiblemente, según el
arquitecto Rosenberg.
Aunque los tres parecen personajes de la Comedia Humana, los tres,
en las sombras que ruedan sus rodillas de espanto sobre la fatigada
Europa, los tres, el portero, el barbián y el general,
se aprestan a desempeñar su papel.
¿Para cuál de estos tres será el lindo trompo
de Ukrania?.r
* Publicada originalmente con el título Al margen
del cable. Tres nenes para un trompo en El Nacional (México:
29 de junio de 1939, p. 5), reproducción de
El Mundo (Buenos Aires: 28 de mayo de 1939).
|
arriba
|