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Se
habla spangles
por
Alfredo Sepúlveda
Pese
a que oficialmente Estados Unidos es el quinto país de habla hispana
en el mundo, a que Los Angeles es la segunda ciudad con más mexicanos
del planeta y que el exilio cubano de Miami es cortejado con algo más
que flores por cualquier candidato que aspire a ocupar la oficina oval
de la casa blanca, escribir en castellano en los Estados Unidos parece
un acto romántico o demencial.
La vida
loca Quienes escriben ficción en castellano en Estados Unidos ven
pasar por la ventana cómo lo latino está más
caliente que nunca. La reina adolescente Cristina Aguilera y el ex menudo
puertorriqueño Ricky Martin llenan el Madison Square Garden y los
músicos cubanos del Buena Vista Social Club pierden por nariz el
Oscar. La eterna historia del crossover -la aceptación por parte
del mundo anglo de la cultura que golpea a sus puertas es una sirena
que les canta a los hispanos más que nunca antes en la historia
yanqui. Junot Díaz, Esmeralda Santiago, Oscar Hijuelos, Julia Alvarez,
por mencionar algunos, han hecho crossovers más que exitosos, con
múltiples ediciones y el beneplácito de la revista New Yorker,
por ejemplo. Sin embargo, a estos escritores hispanos hay que traducirlos
si uno quiere leerlos en castellano. Su idioma original es el inglés.
Desconectados entre sí, los escritores en castellano pertenecen
a una cofradía que básicamente ignora la común existencia.
Estos escritores publican esporádicamente en pequeñas revistas
o editoriales o simplemente, dejan de publicar, decepcionados ante la
lejanía de un público que pueda acogerlos y ante a la distancia
de los países de origen, cuando los hay. Para estos escritores,
el nuevo orden mundial está sarcásticamente invertido: la
superpotencia, sí, es Latinoamérica, pero Latinoamérica
también los ignora o los mira extrañada, como si un equipo
de béisbol apareciera en la mitad del Monumental.
Lenguaraces
Los escritores que escriben en castellano en Estados Unidos soplan una
brasa que no se apaga, pero que tampoco se transforma en fogata. Es en
Latinoamérica donde aspiran a publicar, allí quieren darse
a conocer y, con algo de suerte, desde allí esperan que las editoriales
yanquis los llamen y los traduzcan. O si no, simplemente escriben para
sí mismos, por amor al arte, en un silencio sólo roto durante
las sesiones de talleres literarios que generan modestas revistas semestrales.
Aunque casi siempre son perfectamente bilingües, insisten en el español
antes que el inglés. Pero esto les hace tener menos oportunidades
que sus colegas hispanics, quienes, escribiendo en inglés sobre
las mismas experiencias, obtienen adelantos de 600 mil dólares,
premios, becas y adaptaciones al cine.
Una de las bisagras entre el mundo anglo y el mundo hispanic es Ilan Stavans,
un académico mexicano que enseña en el Amherst College de
Massachusetss. El New York Times lo elevó el año pasado
a pope de la literatura hispana, un descubridor de escritores. Stavans
es jovial y enérgico. En su oficina descansa un manuscrito de 2.500
páginas que en el 2003 se transformará en la primera antología
histórica de la literatura hispana en Estados Unidos. El libro
comenzará con escritos coloniales, del siglo XIX y terminará
con extractos de literatura en spanglish. La única
condición para que un texto forme parte de la antología
es que haya sido escrito dentro de lo que es hoy el territorio estadounidense,
sin importar el idioma en que se haya redactado.
Creo que hay tres tipos de escritores hispanos hoy, dice Stavans.
Los que nacieron en Estados Unidos y escriben en inglés,
los que llegaron de afuera y escriben en español y los que nacieron
aquí, pero de alguna manera se las arreglan para mantener al español
como su primera lengua.
Entre los que llegaron de afuera está el boliviano Edmundo Paz
Soldán. Con más de diez años en Estados Unidos enseña
Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Cornell, Soldán
ha publicado en Alfaguara Bolivia y, gracias a su agente neoyorquina,
ha sido traducido en Dinamarca y Finlandia. Pero, dice, le faltaría
por lo menos un país europeo grande para que un editor estadounidense
se interese en él. Asegura estar dándole vueltas a la idea
de autotraducirse al inglés.
Como Paz Soldán, la mayoría de los escritores en castellano
en Estados Unidos nacieron en otra parte. El peruano Isaac Goldenberg,
por ejemplo, que está a la cabeza del Instituto de Escritores Latinoamericanos
de Nueva York, llegó a la Gran Manzana hace más de veinte
años y que recién luego de tres novelas y seis libros
de poesía (siempre con el Perú como tema y siempre en castellano),
está trabajando en su primera novela en inglés; es
en primera persona y cuando empecé a imaginarme el personaje, hablaba
en inglés.
Goldenberg ha publicado en Perú y en Estados Unidos y está
a cargo de la editorial Latino Press, la insignia del Instituto de Escritores
Latinoamericanos, y una de las pocas editoras que publican exclusivamente
material en castellano. No es fácil encontrar libros de Latino
Press en Barnes & Noble, la gran cadena de librerías de Estados
Unidos, pero Goldenberg se las arregla para ser distribuido a través
de una empresa de Miami.
Además de Latino Press, el Instituto tiene un taller literario
dirigido por un pintor y escritor chileno llamado Juan Gómez Quiroz,
que publica Brújula/Compass, una revista que sale dos o tres veces
al año -dependiendo de los recursos económicos de los cuales
dispongan y que, como su nombre bien lo indica, publica material
en inglés y en español. No hay lugares para publicar
en español, dice el venezolano Jesús Bottaro, miembro
del taller. Ésta es una aventura romántica.
Airlines
Menos romántica y más difícil fue la aventura que
tuvo que emprender Eduardo Becerra para dar con un escritor que a) hubiera
nacido en Estados Unidos y b) escribiera ficción en castellano.
Becerra, editor de Líneas Aéreas, la antología que
el año pasado presentó al público de España
una nueva horneada de escritores americanos nacidos con posterioridad
a la revolución cubana, decidió dedicar a Estados Unidos
un capítulo del libro. No sabía que la tarea sería
difícil. Así que recurrió al que más brillaba.
El tejano Rolando Hinojosa-Smith no nació antes de la revolución
cubana, y por lo tanto estaba fuera del proyecto de Líneas Aéreas,
pero sus galardones (tiene en su haber un premio Casa de las Américas
por su novela Klail City y sus alrededores y es uno de los escritores
más importantes de Texas) lo hacen figurar en todas las listas
de hispanos destacados en Estados Unidos, junto al ministro de vivienda,
Henry Cisneros, y al actor Edward James Olmos.
Desde el mundo universitario tiene una cátedra en la Universidad
de Austin, Texas ha escrito parte de su obra en inglés y
parte en español. Fue él quien sugirió a Becerra
enrolar a un joven colega de Austin, Santiago Vaquera.
Vaquera, un barbudo y rápido profesor de español en la universidad
de Texas, es un chicano esto quiere decir que sus padres son mexicanos,
pero él nació en territorio estadounidense que derivó
al castellano escrito luego de que el establishment en inglés le
cerrara la puerta en la cara. Mi material era como la venganza de
los chicos latch key, cuenta Vaquera, refiriéndose a los
niños cuyos padres trabajan todo el día y que se van directo
de la escuela a una casa sin adultos, con televisiónencendida y
con el picaporte de la puerta en posición cerrado.
Vaquera se crió así. Y esta experiencia, dice,
es común a blancos, negros y mexicanos. Pero cuando
en los ochenta Vaquera trató de mover estos relatos en inglés,
la recepción fue tibia: se suponía que los chicanos debían
escribir de la vida en el campo o en el caos urbano de las pandillas angelinas.
Nadie esperaba una voz, en inglés, sobre los hispanos de clase
media con demasiada televisión en la cabeza. El castellano,
en cambio era un territorio libre.
Babel
doméstica A pesar de que lo habla a la perfección, no ha
sido fácil para Vaquera escribir en el idioma de sus padres. En
su cabeza hay una lucha constante entre el español del norte de
México que adquirió en casa, el que aprendió
en California donde vivió su adolescencia, el spanglish
que conoció en la calle y el inglés que habla con su esposa
dominicana (quien, paradójicamente, es lingüista). Luego de
pasar un año en Ciudad de México como parte de un año
sabático, logró dominar su español escrito hasta
hacerlo publicable. Incluso hoy, cuando escribo, dice Vaquera,
trato de evitar pensar en inglés, porque traducir después
es complicado. Tengo que esperar a que venga la idea en español
y luego pulirla.
Hace unos años atrás, quizás Vaquera hubiera tenido
más aceptación. Luego de la película Como agua para
chocolate, basada en la novela homónima de Laura Esquivel, las
editoriales neoyorquinas pensaron que podía haber una mina de oro
que no estaban explotando bajo sus narices: el castellano.
Aún no puedo creer que estemos hablando de esto en tiempo
pasado, dice Ilan Stavans. Algunos años atrás,
yo solía decir y esto está pasando ahora mismo. Lo
que estaba pasando era simple. Las editoriales empezaron a publicar en
castellano. Si a Como agua para chocolate le había ido tan bien
en la taquilla, ¿por qué no le iba a ir bien como libro?
Y efectivamente, así fue. Se transformó en la novela en
castellano más vendida de los noventa. Las editoriales siguieron
adelante. Fue el turno de los clásicos. Vargas Llosa, García
Márquez y Cortázar fueron editados en castellano por Penguin,
Simon & Schuster o Vintage Books. Y luego les tocó a los hispanos.
Los mismos hispanos que antes habían publicado en inglés
y se habían hecho famosos ahora estaban siendo traducidos al español,
para llegar a todo el público que fuera posible llegar.
Los lectores estaban orgullosos, cuenta Stavans. Era
como un triunfo político. Pero el problema fueron las traducciones.
En esas primeras traducciones encargadas a los apurones en España,
personajes dominicanos, cubanos, chicanos, terminaban hablando como madrileños.
Los lectores rechazaron la rareza, las editoriales entendieron el problema
y lo corrigieron, pero con unos traductores bastante a mano.
No fue mi decisión traducirlo al castellano, dice Esmeralda
Santiago, autora del best-seller de memorias Cuando era portorriqueña.
Mi editor pensó que mis lectores apreciarían más
el libro de esta manera. Santiago dejó Puerto Rico a los
trece años, a finales de los cincuenta, cuando abandonó
su educación formal en castellano y comenzó en inglés.
Era como un reto para mí porque temía que mi castellano
no fuera lo suficientemente bueno. Pero una vez que empecé con
la traducción, me di cuenta de que sabía más de lo
que suponía. La respuesta que encontró la escritora
fue que los lectores que aseguraban haber leído la novela en ambos
idiomas, la encontraban más graciosa en castellano.
Mercado
lingüístico Cuántos hablan y cuántos leen castellano
en Estados Unidos es una cuenta que nadie se ha interesado en sacar. Karin
Kiser, experta en mercadotecnia de libros en castellano, afirma desde
San Diego que se estiman entre ocho y diez millones los hispanos capaces
de leer castellano con fluidez. Otra estimación con la que trabaja
Kiser es que esos lectores gastan unos cuatrocientos millones de dólares
al año en libros en castellano. No es mucho, si se tiene en cuenta
que sólo por su última nouvelle, Riding the bullet publicada
en Internet, Stephen King engrosó su cuenta corriente en
450 mil dólares.
Por estos días un fantasma recorre los buzones de Estados Unidos.
Es el fantasma del censo 2000, promocionado en la televisión como
una de los momentos más importantes para la marcha de las minorías
étnicas. El gobierno federal proclama que si se sabe exactamente
cuántos habitantes hay, puede destinar mejor las ayudas económicas
a los grupos desprotegidos.
El último censo, llevado a cabo en 1990, descubrió a 20
millones de hispanos en Estados Unidos. En julio del año pasado
las proyecciones demográficas subían esta cifra a 30 millones.
Pero algunos en el mundo editorial no sacan cuentas tan felices.
Seguro, la pregunta en el censo era ¿es usted descendiente
de hispanos? Y la gente respondía que sí porque su abuelo
era mexicano, pero resulta que esta gente no hablaba español en
absoluto. Leylha Ahule es la gerente en Estados Unidos de Alfaguara.
Desde su sede en Miami, Leylha apunta fundamentalmente al mercado académico,
al millón de alumnos que están matriculados en cursos de
literatura o de idioma español. La verdad, dice Ahule,
es que los hispanos en Estados Unidos tienen un bajo nivel de educación.
Los libros que más se venden son de astrología, los espirituales,
los de medicina y los de incienso.
De acuerdo a un estudio de ventas encargado por Alfaguara, durante la
década pasada el libro más vendido en castellano en Estados
Unidos fue Como Agua para Chocolate con 75 mil ejemplares. Lo siguieron
El Regalo de Danielle Steel y el popularísimo El libro de remedios
caseros.
Para nosotros, concluye Ahule, vender cincuenta mil
copias es excelente. En términos de lo que es la industria del
libro en inglés, es ridículo. Pero para nosotros vender
incluso 10 mil copias de una novela es una hazaña. La editorial
confía en su conocimiento del mercado hispano, conocimiento que
no tienen las grandes editoriales yanquis. Si los Simon & Schuster
y los Penguin desprecian ventas de diez mil ejemplares, para editoriales
que se dedican y conocen el nicho, insiste Ahule, menos es más.
La
excepción que confirma la regla
El escritor hondureño Roberto Quesada vive en Nueva
york desde hace más de diez años, jamás ha escrito
en inglés, no está pensando en hacerlo y sin embargo, tiene
dos novelas traducidas al inglés y está a punto de editar
una tercera. Incluso, el año pasado, el New York Times criticó
su última publicación. No fue en la revista de libros que
aparece los domingos, ni tampoco la crítica fue excesivamente laudatoria,
pero Quesada ya puede decir que el New York Times se molestó en
leerlo.
¿Cómo lo hizo? Quesada tiene suerte, buenos contactos y
un espíritu a prueba de balas. Escribo en mi propio idioma
porque escribir ya es complicado, así que para qué complicarlo
más. Durante años Quesada cargó con el complicado
título de escritor hondureño en Nueva York. Serlo
significaba nada. Pero eso cambió cuando fui traducido.
Quesada tuvo los contactos correctos casi por azar. Los conoció
en oscuras ferias del libro en solidaridad con Centroamérica durante
los años ochenta. Primero Hardie St. Martin, traductor al inglés
de García Márquez. Luego, Kurt Vonnegut, el inclasificable
autor de Matadero 5, a quien Quesada abordó sin saber quién
era (luego se daría cuenta de que el resto de la concurrencia no
se acercaba a Vonnegut por exceso de respeto). HoyQuesada tiene traducidas
dos novelas, Los barcos (The ships) y The big Banana, que de su computadora
pasó directamente a un traductor y de ahí a librerías
a cargo de Arte Público Press. El éxito, dice
Quesada, es una extraña mezcla de trabajo duro y oportunidades.
Hay un montón de gringos que tampoco pueden publicar aquí.
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