En mi mesa, mientras
escribo, hay un viejo ejemplar de LAssaut (El ataque). Es, o
más bien era, un órgano de propaganda del despotismo
personal de Jean-Claude Duvalier, de Haití. Hijo irremediablemente
gordo y mofletudo y estúpido de un padre muy flaco y despiadado
e inteligente (Jean-François Papa Doc Duvalier),
el corpulento delfín, para su vergüenza, era conocido
por todos como Baby Doc. En un intento por salvar cierta
dignidad y diferenciar su identidad de la de su padre, LAssaut
llevaba el subtítulo de Organo de Jean-Claudismo.
Pero evitar la expresión más apropiada de duvalierismo
sólo sirvió para subrayar la impresión de dinastía
de república bananera que intentaba disipar. Debajo del titular
aparece un pájaro ridículo y pesado, casi incapaz de
volar, pero que, a juzgar por la estilizada ramita de olivo que sujeta
en el pico, estaba claramente destinado a representar una paloma.
Bajo ese pájaro abatido hay un gran slogan en latín
In hoc signo vinces (Con este signo habrás de vencer)
que parece desmentir las intenciones pacíficas y herbívoras
del logo. Símbolos del cristianismo primitivo como la cruz
o el pez sobrecargan a veces esa estampa. La he visto en panfletos
que llevaban otras runas y fetiches; la esvástica, por ejemplo.
Lo cierto es que nadie podría vencer a nadie bajo un estandarte
que luciera el emblema reproducido en este cuadernillo.
Adentro, pegada a un largo y devoto informe sobre el aniversario de
bodas del bulboso Primer Ciudadano de Haití y su célebre
esposa, Michèle Duvalier, hay una gran fotografía. Muestra
a una Michèle serena y relajada y elegante en su calidad de
líder de la élite blanca y créole de Haití.
Hay otra mujer que, en un gesto de amor, le sostiene las manos cargadas
de pulseras, y que le dedica una mirada llena de respeto y deferencia.
Junto a la imagen hay una cita de esta mujer, que evidentemente siente
que sus gestos sicofánticos no bastan y que es preciso ofrecer
también algunas palabras: La Señora Presidente
es una persona que siente, que sabe, que quiere probar su amor no
sólo a través de palabras sino también de acciones
concretas y tangibles. En la página vecina, la sección
Sociedad recoge el guante con el titular: Señora Presidente,
el país vibra con su obra.
El ojo descansa en la imagen. La mujer que ofrece estos profusos cumplidos
es la mujer que millones de personas conocen como la Madre Teresa
de Calcuta. Varias preguntas aparecen al mismo tiempo, atropelladamente.
Primero: ¿y si la foto fuera acaso un montaje? ¿Y si
los hábiles editores de LAssaut convirtieron a una extranjera
insospechable en una visitante ilustre, poniéndole palabras
en la boca y colocándola en una posición de vulnerabilidad?
La respuesta parece ser negativa, ya que la edición está
fechada en enero de 1981, y hay material fílmico que registra
a Madre Teresa visitando Haití ese año. El material,
que fue exhibido en el programa de documentales de la CBS Sixty
Minutes, muestra a Madre Teresa sonriendo a cámara y
diciendo, a propósito de Michèle Duvalier, que había
conocido a montones de reyes y presidentes en su vida, pero que nunca
había visto entre los pobres y sus jefes de Estado una familiaridad
como la que vio con ella. Para mí fue una hermosa lección.
En pago de ese y otros favores, Madre Teresa fue premiada con la Légion
dhonneur de Haití. Y su sencillo testimonio, lleno de
cálido encomio hacia la pareja gubernamental, fue exhibido
todas las noches por la televisión pública durante al
menos una semana. No se conoce que haya habido protesta alguna por
ese material de parte de Madre Teresa (que tiene los medios para difundir
ampliamente sus opiniones) entre el momento de la condecoración
y el momento en que el pueblo de Haití tuvo tanta familiaridad
con Jean-Claude y Michèle que la pareja apenas tuvo tiempo
de llenar sus valijas con el Tesoro Nacional antes de huir para siempre
a la Riviera francesa.
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Con
el fraudulento John Roger, sobre fondo trucado de miseria india
y cheque de diez mil dólares que no aceptó aparecer
en la foto. |
También
se plantean otras preguntas, todas referidas a cuestiones de santidad,
de modestia, de humildad y devoción hacia los pobres. Antes
que nada, ¿qué hacía Madre Teresa en Port-au-Prince,
asistiendo a eventos fotogénicos y a ceremonias de condecoración
con la oligarquía local? ¿Qué hacía, lisa
y llanamente, en Haití? El mundo necesita representársela
en una pose de sujeción, agonizante pero bien dispuesta, lavándoles
los pies a los pobres de Calcuta. La política no es su verdadero
métier, y menos, sin duda, la política remotísima
de una sofocante dictadura caribeña. Durante muchos años,
Haití tuvo la justa reputación de ser el lugar donde
los miserables de la tierra recibían el trato más cruel
y más caprichoso. Queda perfectamente claro, además,
que eso no era fruto de ningún desastre natural ni de ninguna
desventura inexorable. La isla ha sido propiedad de una clase depredadora
especialmente dura y codiciosa que empleó la fuerza más
implacable para mantener en su lugar a pobres y desposeídos.
Volvamos a contemplar la fotografía de las dos mujeres que
sonríen. En términos de los lugares comunes que circulan
sobre Madre Teresa, algo no va. No pega, como
se dice. La imagen y la percepción lo son todo, y quienes las
poseen tienen la capacidad de determinar su propio mito, de ser considerados
como ellos mismos se valoran. Las acciones y las palabras se juzgan
según las reputaciones, y no al revés. De modo que mantengamos
la foto a la luz por un momento, y tratemos de sacar una copia del
negativo. ¿Es posible que el reverso en blanco
y negro cuente no una historia gris sino una más verdadera?
También ante mí, mientras escribo, hay una fotografía
de Madre Teresa de pie, modesta, los ojos bajos, amistosamente cerca
de un hombre conocido como John-Roger. A primera vista,
el espectador casual creería que están parados en un
lugar de Calcuta. Un vistazo más cuidadoso deja en claro que
los indigentes de segundo plano fueron agregados a la foto como telón
de fondo. La foto es falsa. Como lo es, ya que estamos, John-Roger.
Líder del culto a veces conocido como Insight,
pero más precisamente como MSIA (Movement of Spiritual
Inner Awareness Movimiento de Conciencia Espiritual Interior),
el hombre es un fraude de proporciones chaucerianas. Probablemente
más conocido para el público por su lucrativa conexión
con Arianna Stassinopoulos-Huffington cuyo marido, Michael Huffington,
gastó 42 millones de dólares de su propia herencia en
una fallida licitación por un puesto en el Senado de California,
John-Roger sostuvo reiteradamente que era, y que tenía, una
conciencia espiritual superior a la de Jesucristo. Difícil
emitir un veredicto sobre una afirmación semejante. Pero se
podría pensar que para Madre Teresa sería una blasfemia.
Y sin embargo allí está, haciéndole compañía
y prestándole el lustre de su nombre y su imagen. Habría
que advertir que el MSIA apareció repetidas veces en la prensa
denunciado por corrupción y fanatismo, y que la Cult Awareness
Network (Red de Conciencia de Culto) califica a la organización
de altamente peligrosa.
Resulta ser que la fotografía fraguada registra el momento
trascendental en que Madre Teresa acepta un cheque de diez mil dólares.
Lo recibió bajo la forma de un Premio a la Integridad
otorgado por el mismo John-Roger, un hombre que cayó en la
cuenta de su propia divinidad durante las secuelas de una operación
de riñón visionaria. Los partidarios de Madre Teresa
tendrán sin duda algo a mano para defenderla. Su heroína
es demasiado inocente para detectar la deshonestidad ajena. Y diez
mil dólares son diez mil dólares, y, como Lenin, citando
a Juvenal, decía con orgullo, pecunia non olet: el dinero
no tiene olor. ¿Qué más natural, pues,
que vuelva a abandonar Calcuta, viaje hasta Tinseltown y comparta
su aura con un gurú que dice superar al mismísimo Redentor?
A medida que este cuentito se despliegue iremos descubriendo a Madre
Teresa en compañía de algunos otros fraudes, rateros
y explotadores. ¿En qué momento quizá esta
vez sus defensores acepten permitirse esta módica pizca de
escepticismo esas asociaciones dejan de ser simple coincidencia?
El álbum se cierra con una última serie de fotografías.
Contemplemos a Madre Teresa en actitud de orar, flanqueada por Hillary
Rodham Clinton y Marion Barry, inaugurando un orfanato de ocho camas
en los suburbios de Washington, D.C. Es un gran día para Marion
Barry (el alcalde de la ciudad), que llevó la capital a la
miseria y la corrupción y que cubre sus debilidades proponiendo
el rezo obligatorio en las escuelas. También es un gran día
para Hillary Rodham Clinton, que casi sin ayuda destruyó un
acuerdo sobre la seguridad social nacional cuya construcción
y maduración insumieron un cuarto de siglo.
Las semillas de este caso de fotogenia múltiple, ocurrido el
19 de junio de 1995, habían sido sembradas en marzo del mismo
año, mientras la Primera Dama estaba de gira por el subcontinente
indio. Molly Moore, la distinguida periodista que el Washington Post
había enviado al tour, dejó en claro en sus artículos
el estilo Potemkin de la visita:
Ayer, cuando la caravana de los Clinton atravesó rauda
el campo de Pakistán, un largo cerco de tela brillantemente
pintado la protegía de un vasto y ardiente vertedero de basura
donde había niños hurgando entre los desperdicios y
varias familias pobres habían levantado cabañas con
pedazos de cartón, periódico y plástico... En
otra oportunidad, los oficiales paquistaníes, enterados del
rumor de que la Primera Dama pensaba pasear a pie por las colinas
de Margala, que dan a la capital de Islamabad, se apuraron y pavimentaron
diez millas de un caminito que llevaba a un pueblo de las colinas.
Nunca dio el famoso paseo (lo vetó el Servicio Secreto), pero
los lugareños consiguieron el camino pavimentado que habían
reclamado durante décadas.
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Madre
Teresa de Calcutta: ¿Santa o dama de compañía
de poderosos?
Aquí con Hillary Clinton en 1995 inaugurando un orfanato
en Washington |
Así es como
los líderes de Occidente dejan una momentánea impresión
en los pobres del mundo, antes de volar a casa infinitamente purificados
y moderados por la experiencia. Una parada en alguna institución
de Madre Teresa es algo absolutamente de rigueur para todas las celebridades
que visitan la región, y no sería la Sra. Clinton quien
violara el precedente. Después de atravesar cruces en
los que los autos, ómnibus, rickshaws y transeúntes
se extendían hasta donde se perdía la mirada,
llegó hasta el orfanato de Nueva Delhi de Madre Teresa, donde,
para citar otra vez a la periodista enviada al lugar, los chicos
que normalmente sólo llevan pañales finos de algodón,
que no hacen más que ocasionar sarpullidos y exacerbar el vaho
de la orina, habían sido engalanados para la ocasión
con Pampers norteamericanos y jumpers con flores recién cosidas.
Favor con favor se paga, de modo que la visita subsiguiente de Madre
Teresa a Washington les dio a la Sra. Clinton y al alcalde Barry la
posibilidad de un poco de publicidad segura y gratuita. El nuevo centro
de adopción, de doce camas, está en los suburbios dignos
y frondosos de Chevy Chase, y nadie tuvo la grosería de mencionar
la visita que Madre Teresa había hecho a la ciudad en octubre
de 1981, cuando el maltrecho ghetto de Anacostia eclipsó la
luz de su rostro. Situada del otro lado del Potomac, casi segregada,
Anacostia es la capital del Washington negro, y en aquel entonces
se veía con recelo la posibilidad de realizar allí un
operativo de los Misioneros de Caridad, ya que se sabía
que los habitantes del lugar tomarían a mal la sugerencia de
que eran tercermundistas desamparados y abyectos. Justo antes de la
conferencia de prensa, Madre Teresa vio su oficina invadida por un
rudo grupo de negros. Su asistente, Rathy Sreedhar, recuerda la anécdota:
Estaban muy enojados... Le dijeron a la Madre que Anacostia
necesitaba empleos decentes, viviendas y servicios, no caridad. La
Madre no discutió; sólo los escuchó. Finalmente,
uno de ellos le preguntó qué pensaba hacer allí.
La Madre dijo: Primero debemos aprender a amarnos los unos a
los otros. A eso no supieron qué contestar.
Bueno, no. Pero posiblemente porque ya lo habían oído
antes. De todos modos, cuando la conferencia de prensa empezó,
Madre Teresa aclaró rápidamente cualquier malentendido:
Madre Teresa, ¿qué es lo que espera lograr aquí?
La alegría de amar y de ser amado.
Eso requiere mucho dinero, ¿verdad?
Requiere mucho sacrificio.
¿Les enseña usted a los pobres a soportar su destino?
Pienso que es muy hermoso que los pobres acepten su destino,
que lo compartan con la pasión de Cristo. Pienso que el sufrimiento
de los pobres es de gran ayuda para el mundo.
Marion Barry bendijo el evento con su presencia, por supuesto, así
como el reverendo George Stallings, el pastor negro de la iglesia
de Santa Teresa. Catorce años después, Anacostia es
un antro aún peor y el reverendo Stallings se separó
de la Iglesia para fundar un catolicismo exclusivamente negro cuyo
principal objeto de devoción es él mismo. (Ultimamente
también estuvo en la picota por supuesto ultraje a la inocencia
de una joven de su grey.) Sólo Marion Barry, renacido en prisión
y reelecto como demagogo, llegó realmente a dominar los usos
de la redención.
Así que retomemos la fotografía de Madre Teresa sellada
en un abrazo de hermandad con Michèle Duvalier, una de las
mujeres más cínicas, superficiales y malcriadas del
mundo moderno: un sepulcro pálido y un parásito de los
pobres. La foto, y su contexto, anuncian a Madre Teresa como
lo que es: una fundamentalista religiosa, una operadora política,
una sermoneadora primitiva y una cómplice de los poderes seculares
del mundo. Esa fue siempre la naturaleza de su misión. La ironía
es que nunca fue capaz de inducir a nadie a creerle.
Cuando pedí una lista de libros sobre Madre Teresa, el índice
electrónico de la Biblioteca del Congreso imprimió unos
veinte títulos. Estaban Madre Teresa: ayudando a los pobres,
de William Jay Jacobs; Madre Teresa: los años de gloria, de
Edward Le Jolly; Madre Teresa: una mujer enamorada, que me sonaba
más prometedor, pero resultó ser del mismo autor y participar
del mismo espíritu; Madre Teresa: protectora de los enfermos,
de Linda Carlson Johnson; Madre Teresa: sierva de los sufrientes del
mundo, de Susan Ullstein; Madre Teresa: amiga de los sin amigos, de
Carol Greene, y Madre Teresa: cuidando a todos los hijos de Dios,
de Betsy Lee por mencionar solamente los títulos más
destacables. Incluso el más neutro de todos Madre Teresa:
su vida y su obra, del Dr. Lush Gjergji demostraba ser un panfleto
devocional disfrazado de biografía, compuesto por uno de los
correligionarios albaneses de Madre Teresa.
En efecto, el tono general era tan fuertemente devocional que por
un momento parecía casi común. Y sin embargo, si pasamos
revista a los títulos en voz alta Madre Teresa, auxiliadora
de los pobres, protectora de los enfermos, amiga de los sin amigos,
lo que hacemos, en realidad, es imitar una invocación a la
Virgen e improvisar un Ave María propio. Nótese,
además, la escala de la invocación: los sufrientes del
mundo, todos los hijos de Dios. Tenemos aquí a una santa en
plena formación, cuyas sedes y reliquias algún día
serán veneradas y que ya es objeto personal de una adhesión
que no está muy lejos del culto.
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Con
la elegante Michele Duvalier primera dama de Haití, por
entonces (1981) uno de los países más corruptos
y menos piadosos del planeta |
El Papa actual
está muy encariñado con el proceso de canonización.
En dieciséis años ha creado cinco veces más santos
que todos los de sus predecesores juntos. También multiplicó
la cantidad de beatificaciones, manteniendo bien provista la antesala
de la santidad. Entre 1588 y 1988, el Vaticano canonizó a 679
santos. Sólo bajo el reinado de Juan Pablo II (y hacia junio
de 1995), hubo 271 canonizaciones y 631 beatificaciones. Quedan varios
centenares de casos pendientes, incluido el pedido de canonizar a
la reina Isabel de España. La propuesta es tan rápida
y tan general que recuerda el bautismo de fuego con que los generales
chinos cristianizaban sus ejércitos; en una ceremonia de 1987,
un total de 85 mártires ingleses, escoceses, galeses e irlandeses
fueron beatificados en un solo día.
La santidad no es una petición menor, porque conlleva el poder
de interceder y permite que el santo pase a ser destinatario de la
oración. Muchos papas han sido lentos para canonizar, así
como la Iglesia es generalmente lenta para convalidar milagros y apariciones,
porque un reconocimiento promiscuo de la intervención divina
en los asuntos humanos encerraría un peligro obvio. Si se puede
curar a un leproso, podría preguntar la grey, ¿por qué
no a todos los leprosos? Autoricen un milagro demasiado fácil
y será difícil contestar preguntas sobre la leucemia
infantil o la pobreza masiva y la injusticia con alguna fórmula
insatisfactoria sobre la predilección que tiene el Señor
por actuar de maneras misteriosas. Se trata de un viejo problema,
y es improbable que el departamento de canonizaciones ceda a la metodología
de la producción en masa.
Aunque la tradición requiere que un santo haya
realizado al menos un milagro, hecho buenas obras y poseído
virtudes heroicas y demostrado tener ubicuidad, esa cualidad
logísticamente tan difícil, mucha gente que ni siquiera
es católica romana ya decidió que Madre Teresa es una
santa. Algunas fuentes de la Congregación por las Causas de
Santidad del Vaticano (que examina casos espinosos como el de la reina
Isabel) abandonan su reticencia y su reserva habituales y declaran
que la beatificación y eventual canonización de Madre
Teresa son seguras. Es difícil que esta consumación
la desagrade, pero es posible que no haya estado entre sus objetivos
originales. Su vida muestra más bien la determinación
de ser la fundadora de una nueva orden su organización
Misioneros de Caridad, que nuclea a unas cuatro mil monjas y 40 mil
trabajadores laicos y figurar junto a San Francisco y San Benedicto
como autora de una regla y una disciplina.
Madre Teresa tiene una teoría de la pobreza, que es también
una teoría de la sumisión y la gratitud. También
tiene una teoría del poder, que deriva de las desatendidas
palabras de San Pablo sobre los poderes que son, que son
ordenados por Dios. Es, finalmente, la emisaria de un papado
muy decidido y muy politizado. Sus viajes por el mundo no son los
vagabundeos de una peregrina sino una campaña ajustada a los
requerimientos del poder. Madre Teresa también tiene una teoría
de la moralidad. No es una teoría difícil de comprender,
aunque presenta sus dificultades. Y Madre Teresa interpreta perfectamente
los usos de ese pasaje bíblico que habla de lo que se le debe
al César.
En cuanto a lo que se le debe a Dios, ése es un asunto para
los que tienen fe, o para los que de algún modo se sienten
aliviados por el hecho de que hay otros que la tienen. La parte rica
de nuestro mundo es pobre en conciencia, y una monja albanesa no tiene
la culpa de que tanta gente satisfecha decida vivir indirectamente
a través de lo que suponen es su caridad. De ahí que
la discusión no sea con un embustero sino con las víctimas
del embuste. Si Madre Teresa es objeto de adoración para muchos
observadores crédulos y acríticos, entonces la culpa
no es de ella, o no sólo de ella. En la manufactura gradual
de una ilusión, el mago es apenas el instrumento del público.
Puede incluso presentarse a sí mismo como un embaucador y un
prestidigitador y aun así engañar a la multitud. Populus
vult decipi ergo decipiatur (Si el pueblo quiere ser engañado,
entonces será engañado).
(Fragmento
de The Missionary Position.
Mother Teresa in Theory And Practice,
de Christopher Hitchens,
Londres, Verso, 1995.)