Los
tríos del rock
por Santiago Rial
La
leyenda dice que los bajistas son guitarristas frustrados, los guitarristas
son autistas y los bateristas están más cerca de las bestias que de
los seres humanos. ¿De qué diablos hablamos, entonces, cuando hablamos
de power trío?
La
llamada música rock (música derivada del rock & roll,
pero que perdió movimiento para convertirse en una roca que ya
no rollea, no rueda: una Stone sin Rolling) se ha convertido en una
de las músicas clásicas del siglo XX, con sus obras maestras,
su canon estético y sus mitologías. Entre ellas, la formación
del trío conserva para sí un prestigio merecido, resultado
de la suma de frustración, autismo y bestialidad. No cualquier
músico puede lograr generar ese efecto alienante, shockeante,
de petrificación musical, que convierte a un trío de instrumentistas
en lo que se llama un Power Trio de Rock.
Ya sea con el agregado de un cantante (bandas fundamentales en el rock
como Led Zeppelin, The Who, Black Sabbath, los primeros tríos
que acompañaban a Elvis Presley, The Sex Pistols, Ramones, The
Smiths y Suede entrarían en esta categoría de tríos
no puros) o con el atractivo de que el cantante sea uno de los tres
instrumentistas (los pioneros Jimi Hendrix Experience y Cream, Emerson,
Lake & Palmer, Pappos Blues, Manal, The Police, The Jam, Nirvana,
Husker Du), el triángulo musical formado por el tándem
clásico de guitarra, bajo y batería parece ser, por alguna
razón, un formato que define al rock. La situación musical
que se genera resulta entonces tan desafiante en cuanto a lo técnico
como fértil en lo musical.
Nuestros
tríos Como si se tratara de una lucha contra el silencio, cualquier
trío que pretenda hacer rock tiene que coordinarse y multiplicarse
para que el sonido resulte atronador. Cristian Aldana, guitarrista atronador,
cantante aullador y líder implacable del ahora cuarteto El Otro
Yo, pasó ocho años (de 1990 a 1998) tocando con su por
entonces trío en todos los escenarios en los que pudo. Para él,
la situación que genera esa descarga de adrenalina tiene que
ver con la posibilidad y la necesidad de llenar espacios: En un
grupo de reggae, el guitarrista no se puede zarpar: tiene que tocar
lo justo, meter su parte para que se complete el sonido. Lo mismo pasa
con el baterista: si toca mucho, lo más probable es que arruine
todo, que moleste demasiado a los demás instrumentos. En un trío,
en cambio, tenés que llenar espacios: el guitarrista puede darle
y darle, el baterista puede golpear a full todos los cuerpos de la batería
y el bajista puede tocar mucho. Además también pueden
estar los tres integrantes haciendo el mismo riff y queda bien. Para
llenar los espacios todo sirve. Todo depende de lo que quieras, pero
si querés hacer rock y tocás en un trío no hay
otra posibilidad: tiene que ser una masa.
Reforzando
la extraña relación que tiene el número tres con
la Creación de Masa Sonora Rockera, los hermanos Aldana (la bajista
del grupo siempre fue su hermana María Fernanda) vivieron y ensayaron
durante todos esos años en el Triángulo de Témperley,
un pequeño sector rodeado en cada uno de sus tres lados por vías
de trenes eléctricos y gasoleros en el que, aún hoy, el
grupo continúa preparando lo que tanta gente espera recibir de
ellos: una montaña de sonido y furia preparada a base de electricidad
y percusión, un magma incandescente en el que las palabras parecen
estar talladas y las melodías esculpidas. O, como lo definirían
algunos de los miles de fans que tiene por el país: El
Otro Yo es una masa.
Lo mismo se podría decir de Divididos o de A.N.I.M.A.L (sigla
de Acosados Nuestro Indios Murieron Al Luchar). En comparación,
otras bandas más nutridas, como Los Fabulosos Cadillacs, Los
Babasónicos, Los Pericos o Los Auténticos Decadentes nunca
merecerían ese calificativo. Aunque estos grupos formen parte
del rock y se nutran de él, están más cerca de
las orquestas populares que de la fuerza visceral de los triángulos
rockeros que antes mencionábamos. Los tríos son otra cosa.
Ser
tres
De cualquier
forma, un caso como el del El Otro Yo, que tras ocho años como
trío se transforma en cuarteto, es casi la excepción que
confirma la regla: los tríos suelen convertirse en grupos herméticos
y cerrados en su propia dinámica, de la cual no quieren (o no
pueden) salir. Como si se tratara de un delicado mecanismo de relojería,
no pueden prescindir de ninguna de sus partes. Así fue como superbandas
como Led Zeppelin o The Who, que contaron con cantantes de altísimo
perfil pero encajan en la categoría de tríos instrumentales
de rock, no pudieron superar la salida de sus respectivos bateristas.
Aunque ni el 1/3-Zeppelin John Bonham ni el 1/3 Who-Keith Moon participaban
activamente en la composición, sus muertes significaron la desaparición
de los grupos. Eran insustituibles. A pesar de su tan comentada inestabilidad
(el tres es un número impar), los tríos tienden a volverse
cerrados y se convierten en una obsesión musical.
El caso de Ariel Minimal cantante, compositor y guitarrista de
Pez (power trío retorcido, progresivo y a la vez brutal), y también
guitarrista en Los Fabulosos Cadillacs demuestra cómo un
músico talentoso, creativo y abierto, a pesar de su experiencia
tocando en una orquesta profesional, con una sección de vientos
y varios percusionistas y tecladistas, sigue obsesionado con la idea
del rock de a tres.
Es muy difícil que deje de tocar con el grupo. A lo sumo
puede haber invitados, confiesa. Fascinado con la última
formación de Tía Newton, en la que tocaban Carca (guitarra
y voz), Guillermo Cides (stick) y el que luego sería el baterista
de Pez, Ariel Minimal encontró en el trío la formación
mínima del rock. Al ser triangular, la energía se distribuye
de otro modo, fluye de una manera especial. Hay una inestabilidad musical
a la que se suma la personal: es como una mesa a la que le falta una
pata, y hay que hacer un esfuerzo extra para que se mantenga el equilibrio.
Por otro lado, la música hace un recorrido más corto entre
cada uno de los integrantes, y todo es más inmediato. Inclusive
en la sala uno puede estar mirando al bajista, mientras que el bajista
tal vez esté mirando a su vez al baterista; es decir que todos
pueden estar mirándose entre sí y conectarse mucho más.
Para Aldana, otro de los secretos del trío está en que
podés tener más conexión entre la gente que
toca y esa conexión puede ir aumentando a través del tiempo.
La clave que subyace a todo trío reside entonces en el desarrollo
telepático que existe entre cada uno de sus integrantes. Llega
un momento en el que nos tenemos tan estudiados que ya nos conocemos
todas las vueltas y los yeites del otro. Llegada esta instancia,
el grupo puede llegar a funcionar automáticamente, y a la vez
que aumenta la intercomunicación, aumenta la interdependencia
personal.
Para el líder de El Otro Yo, otra clave consiste en que es
mucho más fácil ver a cada integrante por sí solo,
tanto para el resto de los músicos como para el público.
Eso pasaba en The Police o en Soda Stereo. Todos conocían al
resto. Ser solamente tres personas permite que cada uno puede aportar
su personalidad a la personalidad del grupo, cosa que se hace muy difícil
cuando hay más gente en escena. Comparando su experiencia
con la de los Fabulosos Cadillacs, Minimal comenta que tocando
con los Cadillacs me doy cuenta de que la gente ni te mira. A su vez,
con los Fabulosos hay más posibilidad de cubrirnos. Si de repente
alguno de los vientos tiene que hacer un solo y justo no lo puede hacer
porque está lastimado o lo que fuere, tal vez me hace un gesto
y yo lo puedo cubrir. A su vez, si yo tengo que hacer un solo y se me
rompe una cuerda, tal vez alguien me pueda cubrir a mí. En cambio,
en un trío cualquier error que surja te deja más expuesto:
si me llego a equivocar, lo único que voy a encontrar es a los
otros dos mirándome mal.
Pioneros
Hacia
mediados de 1966, en el momento culminante de la explosión de
la cultura psicodélica, dos tríos definieron el canon
de todo buen Power Trio: hacer sonar una orquesta electrizante con sólo
tres integrantes. Tanto Cream (Eric Clapton en guitarra, Jack Bruce
en bajo y voz y Ginger Baker en batería) como The Jimi Hendrix
Experience (Hendrix en guitarra y voz, Noel Reading en bajo y Mitch
Mitchell en batería) lograban, a base de virtuosismo, exhibicionismo,
talento y actitud experimental, demostrar lo que hasta entonces (y aún
ahora) parecía imposible: que tres personas pudieran generar
un efecto sonoro semejante. Al escuchar sus grabaciones o ver alguno
de sus shows, algo se volvía evidente: valiéndose de sus
habilidades técnicas, su creatividad y su capacidad para sintetizar
diferentes influencias, un grupo de tres personas, equipadas únicamente
con un par de amplificadores, una batería, una guitarra y un
bajo, podían salir a romperle la cabeza al mundo. Porque, aunque
mucho se haya teorizado sobre la historia del Rock, uno de sus fundamentos
fue (y probablemente será, aunque quizá con otras formas
e instrumentaciones) su capacidad para causar un profundo impacto físico
y mental. Y en definitiva, e independientemente de sus contenidos y
de sus múltiples consecuencias culturales, proveer a un mercado
ávido de consumir este Shock Rockero no deja de ser un trabajo
como cualquier otro.
El mérito de estos dos tríos, además de haber hecho
mucha música excelente y dado grandes shows, reside entonces
en haber sentado un precedente histórico que aún hoy tiene
validez. Reuniendo estos requisitos, tres personas con talento y convicción
pueden conquistar con su música y sus shows un sector del mercado
lo suficientemente significativo como para que sus vidas cambien radicalmente.
Volviendo a Cream y la Experience, la versatilidad de este tipo de formación
les permitió convertir sus más diversas influencias en
material adaptable al formato de la canción pop convencional.
Sintetizando blues y free jazz con la experimentación en estudio
propia de la época, Cream supo crear un estilo sofisticado y
abrir nuevas posibilidades. Por su parte Hendrix, un guitarrista afroamericano,
salvaje y amante de la distorsión, fanático del blues,
el funk, el soul y las canciones de Bob Dylan, logró plasmar
una propuesta revolucionaria y comercial.
Casi diez años después, Sting (bajista y cantante jazzero
con talento y buena facha), Andy Summers (excelente guitarrista, veterano
de formación clásica) y Stewart Copeland (baterista ágil
y de mente moderna) supieron comprender la lección y en sólo
cinco años completaron una meteórica carrera valiéndose
oportunamente de un cocktail irresistible: reggae blanco, fuerza rockera
y encanto pop.
Hecho a imagen y semejanza de The Police, Soda Stereo supo partir a
su vez de la extraña situación de ser un trío
de jóvenes argentinos fans de The Police para convertirse
finalmente en el grupo más vendedor de la historia del rock nacional.
Liderados por Gustavo Cerati, el grupo logró absorber todas y
cada una de las corrientes que surgieron en el pop inglés (ni
siquiera faltaron sus coqueteos con el rock sónico,
sus remixes oportunamente House, ni los hits influenciados por la movida
manchesteriana), manteniendo un cierto equilibrio de grupo moderno pero
accesible: el ideal de todo grupo pop. Además de ser muy buenos
músicos (y tener talento, profesionalismo, etc.), Cerati y el
bajista Zeta Bosio armaron el grupo mientras estudiaban Publicidad en
la Universidad del Salvador. Y Charly Alberti, el tercer Soda, era el
que conseguía los auspicios.
De
Codeine a los Beat Happening
Las
razones para que tres músicos decidan arreglárselas por
sí mismos abundan, y, como hemos visto, abarcan tanto lo musical
como lo económico. A la hora de repartir las ganancias, resulta
más interesante dividirlas en tres partes que en doce. A su vez,
en los casos en que un músico desee no ser solista pero tener
el control total de su grupo, el trío soluciona muchos inconvenientes.
Uno de los mejores ejemplos de esta variante de triángulo isósceles,
con un lado más importante que los demás, es el de los
míticos y diversos Pappos Blues. En sus distintas etapas
y formaciones, el grupo de Roberto Napolitano, (a) Pappo, sólo
mantuvo a un mismo integrante: el genial guitarrista, enigmático
compositor y pésimo cantante que lideró a decenas de músicos
que lo acompañaron a través del tiempo.
Otro tipo de triángulo isósceles sería el que se
da en Divididos, grupo liderado por Ricardo Mollo y Diego Arnedo, ex
guitarrista y bajista de Sumo en su momento, que, tal vez para hacer
honor a su nombre, cambia periódicamente de baterista sin que
eso afecte demasiado su estilo ni su música.
Pero, volviendo a los distintos tipos de tríos musicales, la
convención del Power Trio dominante en esta nota que implica
egos fuertes, la necesidad de cierto virtuosismo y el imperativo de
llenar el espacio de sonido tiene también una contracara.
Menos exitosos que cualquiera de las bandas mencionadas, pero no por
eso menos interesantes, desde la austera y rica época del postpunk
(primera mitad de la década del 80), algunos tríos
musicales también tomaron otra dimensión: en vez de llenarlo,
crearon el espacio generando musicalmente un espacio vacío, despojado.
Integrado por Allison Statton (voz) y los hermanos Phillip y Stuart
Moxham (bajo el primero, guitarra y órgano el segundo), los Young
Marble Giants le dieron la bienvenida a los 80 con Collosal
Youth, dulce y apático disco que muestra otro tipo de propuesta.
Invirtiendo las cosas, prefiriendo minimalismo a virtuosismo, las últimas
dos décadas del siglo vieron nacer a bandas como Galaxie 500
(trío pop, otoñal, ambiental, lírico y velvetiano),
Codeine (creadores del slowcore, música extremadamente lenta
y dramática) y muchas otras bandas. Entre ellas, Beat Happening
desbarata casi todo lo dicho sobre un trío. Oriundos de Olympia,
Washington, dos torpes guitarristas (Bret y Calvin) y una baterista
fea y petisa (Heather) se encargaron de producir discos encantadores,
tan rudimentarios como hipnóticos. Evidentemente ninguno de los
tres tenía muchas ambiciones y tampoco demasiado talento musical,
pero, además de la telepatía de todo buen trío,
los Beat Happening tuvieron algo que muchos Power Trios nunca tuvieron
ni tendrán: canciones sentimentales.