El túnel del
Quinientos
kilómetros de túneles cavados a mano que Por
Laura Isola, Cuando
la familia Smith, de Washington D.C., tuvo que decidir sus vacaciones
para este año, siguió el consejo de Richard Schonberger,
director del programa de veteranos de guerra. Para el señor Smith,
como para tantos otros ex combatientes, es recomendable volver a Vietnam
porque, según palabras de los especialistas, experimentan
un sentimiento de clausura; se dan cuenta que la historia terminó,
que los vietnamitas son amigables y que es un país muy diferente.
DE
PASEO A LA MUERTE En lo que respecta a turismo de guerra, esta modalidad
que dosifica en partes iguales el horror y el esparcimiento, Vietnam
se transformó en Disneylandia. La comparación es odiosa
pero conveniente. Al terminar la guerra en 1975 y comenzar la lenta
reconstrucción y reunificación de un país devastado,
se fue dando forma a una serie de excursiones que tienen su fuerte en
lo histórico. Pero también en lo concerniente a revivir
experiencias, lo más cercanas al original posible. No sólo
para los veteranos de guerra sino un creciente malón de simples
turistas se presta a visitar los distintos centros turísticos.
LOS TUNELES Cuando los ataques aéreos estadounidenses (adjetivo ocioso porque sólo ellos bombardearon) se intensificaron en la zona central de Vietnam, los lugareños comenzaron a excavar la tierra roja del distrito de Vinh Linh. Entre 1966 y 1968, cavaron a mano 50 túneles. La idea original era resguardar a la población civil. El resultado final fue que, entre el 67 y el 69, más de 1000 personas terminaron viviendo durante semanas bajo tierra. El complejo de túneles, que se construyó en la zona de Vinh Moc, tiene una extensión de 2 kilómetros y en ella trabajaron 250 personas, que durante dos años fueron sacando con palas de mimbre trenzado toneladas de tierra. El ingenioso método de resguardo está construido en tres niveles de 10, 15 y 20 metros de profundidad y la ventilación se hizo en base a agujeros que daban al mar. Como de vivir se trataba, el pueblo subterráneo estaba equipado con escuela, clínica y sala de maternidad. En ésta, durante el prolongado tiempo que vivieron las familias, nacieron 17 niños. A cada familia se le asignaba una pequeña cueva, donde había lugar para una única cama, y de la que sólo podían salir de noche. El ingenio también tuvo que iluminar la oscuridad de la vida y disimular el humo que salía de la amplia cocina comunitaria. Que la tierra fuese roja acarreó un nuevo problema: las toneladas cavadas debieron ser escondidas en el mar para que los aviones no localizaran las entradas de los túneles. Así fue como los esfuerzos de los soldados norteamericanos por detectar la vida bajo la tierra fueron infructuosos.
EL
TUNEL Esta tenacidad por vivir a cualquier precio se sofisticó
en Cu Chi. Al otro lado del río, en las afueras de Saigón,
un tejido subterráneo se extiende a lo largo de 250 kilómetros.
Estas excavaciones tienen su origen en la guerra anticolonial y fueron
hechas por el Vietminh (Liga por la Independencia del Vietnam) para
guardar armas. Sin embargo, poco pasó para que las empezaran
a usar como refugio. Imitando la estrategia del Vietminh, el Vietcong,
las tropas comunistas del sur, comenzó a extender su red subterránea
para mantener el control de la zona e infiltrarse en Saigón,
a la vez que los lugareños comenzaron a instalarse en las profundidades.
Concebidos como túneles militares, a diferencia de los Vinh Moc
que fueron para los civiles, se priorizó el lugar para hospitales
y salas de reunión. Para hacerlos resistentes a las bombas, los
techos fueron apuntalados por listones de maderas fabricados con los
postes de luz robados. Y de vuelta tuvieron que afrontar el problema
de la tierra. En Cu Chi, lo que se iba sacando se tiró al río
y se esparció en los cientos de cráteres que dejaron los
bombardeos.
VIVIR
EN EL INFRAMUNDO Las condiciones de vida en los túneles distaban
mucho del confort. Eran más bien una pesadilla, tan o más
espantosa que la de arriba. El olor nauseabundo, la falta de oxígeno
y las altas temperaturas hacían de este lugar un infierno. La
oscuridad producía ceguera temporaria en quienes permanecían
mucho tiempo alejados de la superficie. Además, no estaban solos:
ratas, serpientes y murciélagos intentaban compartir el refugio.
Sin embargo, las alimañas se unieron a la causa y muchas veces
los soldados norteamericanos fueron víctimas de picaduras letales.
En el diseño de los niveles se contemplaron el emplazamiento
de pozos de agua, letrinas y dormitorios. La medicina, se sabe, evoluciona
en épocas de guerra. Así fue que se descubrió la
penicilina durante la Segunda Guerra Mundial. Los médicos vietnamitas
usaron y probaron de todo: acupuntura, miel como antiséptico
y hierbas medicinales. Otros insumos los conseguían mediante
el soborno a los no muy leales soldados del ejército de Vietnam
del Sur. Hasta llegaron a operar a la luz de una linterna y hacer transfusiones
de sangre a los heridos con un sistema ideado por ellos mismos: si un
enfermo tenía una herida se recolectaba la sangre en botellas
y se le volvía a inyectar.
VISITA
GUIADA Ahora bien, ¿qué es lo que verdaderamente se
visita cuando se va a Cu Chi? Porque el tour comienza con una clase,
en donde se proyecta un documental, con un pésimo sonido y un
guión que no se condice con el espíritu general de los
lugareños. Allí se cuenta el horror y la masacre; los
pie de foto en los museos son elocuentes; sin embargo, la gente no alimenta
en absoluto este sentimiento. Luego se pasa a unas instalaciones al
aire libre, con las trampas más famosas usadas por los vietnamitas
contra los soldados yanquis: la cazabobos, la trampa
de pie, el aprisiona cabeza. El guía las describe
y las pone en funcionamiento haciendo chistes de humor negro. Después
de todo estepremio se pasa al verdadero motivo de la visita: el túnel.
Por 4 dólares se puede acceder agachado a la peor pesadilla de
un claustrofóbico y recorrer los escasos metros acondicionados
para el turismo, es decir, muy mejorados. Por momentos, el aire no abunda
y hay que arrastrarse para sortear algún desnivel. Como refresco
se sirve un té y una pasta de tapioca salada para saber qué
se comía entonces. Al final, la salida y la risa nerviosa de
los turistas. Pero falta algo más: los souvenirs oficiales y
de los otros. Al final del recorrido espera una tienda provista de libros,
sandalias y vestimentas iguales a las de la población civil durante
la guerra y encendedores Zippo con inscripciones del tipo Voy
a ir al cielo porque ya estuve en el infierno: Vietnam. A eso
se suman las decenas de niños y no tanto que se dedican a recoger
metales y quieren vender el fruto de su dedicación: medallas
de identificación personal, pedazos de metal de fuselaje, casquetes
de balas y demás. Esta tarea arroja varias muertes por año,
ya que a pesar de la limpieza para el turismo, hay campos que siguen
minados. En la zona de Khe Shan, donde se levanta un monumento adentro
de un cráter de bomba, hay senderos para transitar que deben
ser estrictamente respetados. En general, se cumplen con las restricciones,
aunque dentro de las excepciones brilla un tipo de turista muy común
en esa zona, que sin haber participado de ninguna manera en el conflicto
(ya sea por edad o nacionalidad), igualmente quiere revivir
la experiencia y se arriesga más de la cuenta. Para éstos
hay unas discutibles atracciones turísticas: un paseo en un helicóptero
sobreviviente de la guerra y un campo de tiro a 1 peso la bala. La composición
heterogénea de los grupos de visitantes se comprueba en los libros
de firmas de los museos. Empezando por las decenas de desorientados
que usan el libro para declarar sus gustos personales sobre música
y deporte, las firmas más van desde los arrepentimientos públicos
como Dejen a Vietnam en paz hasta las frases de ex combatientes
que se sorprenden y no reconocen los lugares donde estuvieron (¿Era
esa montaña o la otra?).
|