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El túnel del
tiempo

Quinientos kilómetros de túneles cavados a mano que
funcionaron como pueblos subterráneos equipados con clínica, maternidad y escuela. Ex combatientes que por recomendación psiquiátrica vuelven para sacarse fotos en los cráteres que dejaron las bombas norteamericanas. Turistas deseosos de atravesar un campo minado por puro placer. Generales del Vietcong devenidos en simpáticos anfitriones. Radar sigue la ruta de la guerra en Vietnam, hoy transformada en un paseo turístico.

Por Laura Isola,
desde vietnam

Cuando la familia Smith, de Washington D.C., tuvo que decidir sus vacaciones para este año, siguió el consejo de Richard Schonberger, director del programa de veteranos de guerra. Para el señor Smith, como para tantos otros ex combatientes, es recomendable volver a Vietnam porque, según palabras de los especialistas, “experimentan un sentimiento de clausura; se dan cuenta que la historia terminó, que los vietnamitas son amigables y que es un país muy diferente”.
Entonces, el famoso trauma de los veteranos de guerra encontró en la apertura al turismo, que Vietnam viene haciendo desde 1993, un nuevo punto de inflexión y de suculentas contradicciones. Por un lado, los mismos que participaron desde 1965 hasta 1973 y ayudaron a lograr las estremecedoras y conocidas cifras de la guerra (sólo en el Norte murieron 5 millones de personas entre civiles y miembros de las tropas comunistas contra los 57 mil norteamericanos; y la cantidad de bombas tiradas sobre el territorio equivale a la energía liberada por 450 bombas atómicas), hoy visitan los cráteres, grandes como piletas de natación, sacan fotos, recorren los museos de pertrechos de la guerra y fetos mal formados y vuelven a ver las trampas de caña de bambú en las que en otro tiempo vieron morir a sus compañeros. Los vietnamitas –eso que dice el experto en rehabilitación de veteranos es verdad– están encantados y son muy hospitalarios. Los ex combatientes ahora son fuente de ingresos para el país. A esto se le puede agregar una tercera, pero no menos importante, cuestión: cuando el señor Smith quiera buscar un cuarto de hotel, para él y su familia, probablemente se encuentre con que el actual dueño sea también un veterano (sobre todo porque muchos jefes del ejército comunista accedieron a puestos jerárquicos en el negocio del turismo estatal). Un veterano vietnamita, por supuesto, no tiene los mismos traumas: no necesita volver a ningún escenario de batalla. Ese encuentro ya repetido decenas de veces condensa los espíritus de aquellos otros entre militares estadounidenses y vietnamitas: “Nosotros no perdimos ninguna batalla en toda la guerra”, dicen con nostalgia los yanquis. “Es verdad, pero eso es irrelevante”, contestan sus ex adversarios y actuales anfitriones.

DE PASEO A LA MUERTE En lo que respecta a turismo de guerra, esta modalidad que dosifica en partes iguales el horror y el esparcimiento, Vietnam se transformó en Disneylandia. La comparación es odiosa pero conveniente. Al terminar la guerra en 1975 y comenzar la lenta reconstrucción y reunificación de un país devastado, se fue dando forma a una serie de excursiones que tienen su fuerte en lo histórico. Pero también en lo concerniente a “revivir” experiencias, lo más cercanas al original posible. No sólo para los veteranos de guerra sino un creciente malón de simples turistas se presta a visitar los distintos centros turísticos.
De norte a sur, la escalada turística se puede listar en: 1) la zona de desmilitarización a lo ancho del paralelo 17, por donde pasó la línea divisoria que según el tratado de Ginebra en 1954 partió al país en dos, que durante la guerra contra los americanos fue de todo, menos desmilitarizada, y que hoy es tierra yerma por la potencia de las armas de fuego, incluidos los defoliantes y el napalm; 2) al sudoeste, Khe Sanh, el epicentro de la sangrienta batalla que en 1968, junto a la posterior ofensiva de Tet, tuvo amplia repercusión en los medios y demostró la futilidad de los esfuerzos norteamericanos (que no fueron pocos) por contener al enemigo; 3) por último, los túneles de Vinh Moc y de Cu Chi, cerca de Saigón. Estos tienen un valor histórico y emblemático. Son la representación cabal de una guerra despareja en cuanto a tecnología. Una guerra que se extendió durante años y que de un lado pelearon las armas de última generación, mientras que del otro se las ingeniaban con trampas medievales, acción psicológica -.que no era más que hacer ruidos durantetoda la noche para que los yanquis no pudieran dormir e imitar los sonidos de los animales del Delta del Mekong para despistar a los radares.- y literalmente, metiéndose bajo la tierra.


No pasarán: los túneles no son aptos para occidentales.

En plena tarea de excavaciones durante la guerra.

LOS TUNELES Cuando los ataques aéreos estadounidenses (adjetivo ocioso porque sólo ellos bombardearon) se intensificaron en la zona central de Vietnam, los lugareños comenzaron a excavar la tierra roja del distrito de Vinh Linh. Entre 1966 y 1968, cavaron a mano 50 túneles. La idea original era resguardar a la población civil. El resultado final fue que, entre el ‘67 y el ‘69, más de 1000 personas terminaron viviendo durante semanas bajo tierra. El complejo de túneles, que se construyó en la zona de Vinh Moc, tiene una extensión de 2 kilómetros y en ella trabajaron 250 personas, que durante dos años fueron sacando con palas de mimbre trenzado toneladas de tierra. El ingenioso método de resguardo está construido en tres niveles de 10, 15 y 20 metros de profundidad y la ventilación se hizo en base a agujeros que daban al mar. Como de vivir se trataba, el pueblo subterráneo estaba equipado con escuela, clínica y sala de maternidad. En ésta, durante el prolongado tiempo que vivieron las familias, nacieron 17 niños. A cada familia se le asignaba una pequeña cueva, donde había lugar para una única cama, y de la que sólo podían salir de noche. El ingenio también tuvo que iluminar la oscuridad de la vida y disimular el humo que salía de la amplia cocina comunitaria. Que la tierra fuese roja acarreó un nuevo problema: las toneladas cavadas debieron ser “escondidas” en el mar para que los aviones no localizaran las entradas de los túneles. Así fue como los esfuerzos de los soldados norteamericanos por detectar la vida bajo la tierra fueron infructuosos.


Area de trabajo en el interior de los túneles de Cu Chi.

EL TUNEL Esta tenacidad por vivir a cualquier precio se sofisticó en Cu Chi. Al otro lado del río, en las afueras de Saigón, un tejido subterráneo se extiende a lo largo de 250 kilómetros. Estas excavaciones tienen su origen en la guerra anticolonial y fueron hechas por el Vietminh (Liga por la Independencia del Vietnam) para guardar armas. Sin embargo, poco pasó para que las empezaran a usar como refugio. Imitando la estrategia del Vietminh, el Vietcong, las tropas comunistas del sur, comenzó a extender su red subterránea para mantener el control de la zona e infiltrarse en Saigón, a la vez que los lugareños comenzaron a instalarse en las profundidades. Concebidos como túneles militares, a diferencia de los Vinh Moc que fueron para los civiles, se priorizó el lugar para hospitales y salas de reunión. Para hacerlos resistentes a las bombas, los techos fueron apuntalados por listones de maderas fabricados con los postes de luz robados. Y de vuelta tuvieron que afrontar el problema de la tierra. En Cu Chi, lo que se iba sacando se tiró al río y se esparció en los cientos de cráteres que dejaron los bombardeos.
Los túneles fueron construidos a la medida de los soldados vietnamitas: 80 centímetros de ancho por 80 de largo. Esto impidió que el occidental promedio pudiera entrar, como recuerda Wilfred Burchett, corresponsal de guerra que en 1964 viajó con las tropas del Vietcong: “Me quedé atascado pasando de una sección a otra del túnel. En lo que parecía un callejón sin salida, había un agujero rectangular y, con el impulso de los brazos y las nalgas, conseguir pasar”. Pero lo importante no era que el corresponsal se quedara atrapado, sino que no pudieran pasar los soldados norteamericanos especializados en estas actividades subterráneas. El cuerpo del ejército estadounidense dedicado a los túneles fue bautizado “ratas de túnel” y, debido a esta ímproba e infame tarea, se los condecoró extraoficialmente con la Insigni Non Gratu Anus Rodentum, algo así como “Vale menos que el culo de una rata”.
Sólo un dato que aporta la arquitectura y que puede ser leído a modo de síntesis de las consecuencias de esta guerra imposible para losnorteamericanos, “esa maldita guerra”, como la definió el presidente Lyndon B. Jonhson: parte del recorrido de los túneles pasa audazmente debajo de la base del ejército estadounidense que se estableció en Cu Chi. Lo que se dice reírseles en la cara y bajo sus pies.


Mujeres de la construcción.

Una “rata de túnel” atascada en la boca de entrada.

VIVIR EN EL INFRAMUNDO Las condiciones de vida en los túneles distaban mucho del confort. Eran más bien una pesadilla, tan o más espantosa que la de arriba. El olor nauseabundo, la falta de oxígeno y las altas temperaturas hacían de este lugar un infierno. La oscuridad producía ceguera temporaria en quienes permanecían mucho tiempo alejados de la superficie. Además, no estaban solos: ratas, serpientes y murciélagos intentaban compartir el refugio. Sin embargo, las alimañas se unieron a la causa y muchas veces los soldados norteamericanos fueron víctimas de picaduras letales. En el diseño de los niveles se contemplaron el emplazamiento de pozos de agua, letrinas y dormitorios. La medicina, se sabe, evoluciona en épocas de guerra. Así fue que se descubrió la penicilina durante la Segunda Guerra Mundial. Los médicos vietnamitas usaron y probaron de todo: acupuntura, miel como antiséptico y hierbas medicinales. Otros insumos los conseguían mediante el soborno a los no muy leales soldados del ejército de Vietnam del Sur. Hasta llegaron a operar a la luz de una linterna y hacer transfusiones de sangre a los heridos con un sistema ideado por ellos mismos: si un enfermo tenía una herida se recolectaba la sangre en botellas y se le volvía a inyectar.
La comida fue siempre un problema y en las cocinas de los túneles se cocinaba lo que había. En algunas temporadas, sólo raíces de tapioca y té. El uso de defoliantes sobre el terreno hizo de la zona agrícola más importante de la región, un baldío. Sin embargo, a veces el extermino juega malas pasadas. Durante un período de seis meses, el uso de herbicidas en la zona del Delta del río Mekong hizo que los árboles perdieran todas las hojas, que cayeron al río. Esta defoliación atrajo a cardúmenes de langostinos y camarones que fueron el alimento de los soldados del Vietcong y la moneda de cambio para paliar otras necesidades en la ciudad.
A la larga lista de dificultades se agrega la de mantener la moral de la tropa bien alta ante la amenaza constante de ser descubiertos por las tropas enemigas. A pesar de esta situación extrema y de la acción constante de los norteamericanos, en estos túneles se logró organizar la ofensiva del Tet de 1968: el regalo de año nuevo que produjo un cimbronazo fatal en el ejército norteamericano. En este caso, una vez más las cifras no coinciden con las de una victoria: el Vietcong quedó diezmado después de Khe Sanh y la toma de la embajada norteamericana en Saigón arrojó un total de 6 norteamericanos muertos. Pero Tet cambió radicalmente la percepción de Washington sobre la guerra y la idea de que estaban ganando. Quizá porque las guerras en Vietnam se ganan de esta manera: como presagió Ho Chi Minh durante la guerra contra los franceses, aunque murieran diez vietnamitas por cada francés, iban a ganar igual. Hacia el final de la guerra, por cada norteamericano habían muerto cien vietnamitas.


El ciclo lectivo no se detuvo durante la vida subterránea: se construyeron
desde colegios hasta maternidades.

VISITA GUIADA Ahora bien, ¿qué es lo que verdaderamente se visita cuando se va a Cu Chi? Porque el tour comienza con una clase, en donde se proyecta un documental, con un pésimo sonido y un guión que no se condice con el espíritu general de los lugareños. Allí se cuenta el horror y la masacre; los pie de foto en los museos son elocuentes; sin embargo, la gente no alimenta en absoluto este sentimiento. Luego se pasa a unas instalaciones al aire libre, con las trampas más famosas usadas por los vietnamitas contra los soldados yanquis: la “cazabobos”, la “trampa de pie”, el “aprisiona cabeza”. El guía las describe y las pone en funcionamiento haciendo chistes de humor negro. Después de todo estepremio se pasa al verdadero motivo de la visita: el túnel. Por 4 dólares se puede acceder agachado a la peor pesadilla de un claustrofóbico y recorrer los escasos metros acondicionados para el turismo, es decir, muy mejorados. Por momentos, el aire no abunda y hay que arrastrarse para sortear algún desnivel. Como refresco se sirve un té y una pasta de tapioca salada para saber qué se comía entonces. Al final, la salida y la risa nerviosa de los turistas. Pero falta algo más: los souvenirs oficiales y de los otros. Al final del recorrido espera una tienda provista de libros, sandalias y vestimentas iguales a las de la población civil durante la guerra y encendedores Zippo con inscripciones del tipo “Voy a ir al cielo porque ya estuve en el infierno: Vietnam”. A eso se suman las decenas de niños y no tanto que se dedican a recoger metales y quieren vender el fruto de su dedicación: medallas de identificación personal, pedazos de metal de fuselaje, casquetes de balas y demás. Esta tarea arroja varias muertes por año, ya que a pesar de la limpieza para el turismo, hay campos que siguen minados. En la zona de Khe Shan, donde se levanta un monumento adentro de un cráter de bomba, hay senderos para transitar que deben ser estrictamente respetados. En general, se cumplen con las restricciones, aunque dentro de las excepciones brilla un tipo de turista muy común en esa zona, que sin haber participado de ninguna manera en el conflicto (ya sea por edad o nacionalidad), igualmente quiere “revivir” la experiencia y se arriesga más de la cuenta. Para éstos hay unas discutibles atracciones turísticas: un paseo en un helicóptero sobreviviente de la guerra y un campo de tiro a 1 peso la bala. La composición heterogénea de los grupos de visitantes se comprueba en los libros de firmas de los museos. Empezando por las decenas de desorientados que usan el libro para declarar sus gustos personales sobre música y deporte, las firmas más van desde los arrepentimientos públicos como “Dejen a Vietnam en paz” hasta las frases de ex combatientes que se sorprenden y no reconocen los lugares donde estuvieron (“¿Era esa montaña o la otra?”).
Al finalizar la guerra los vietnamitas salieron de los túneles. Hace un par de años, volvieron a trabajar en ellos: reconstruyendo partes, agregando escalones, luces y salidas de emergencia para que los turistas puedan espiar un rato. Sin embargo, conservaron las diminutas dimensiones de la entrada, por lo cual el señor Smith, una vez más, no va a poder entrar.

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