FENOMENOS
El rock nacional revive en la FM de Radio 10
Lobo suelto,
cordero atado
La
radio, que tiene uno de los alcances más poderosos de la
ciudad, fue comprada a Daniel Hadad por un grupo norteamericano. Para
sorpresa de muchos, los yanquis hicieron un estudio de
mercado y empezaron a pasar rock nacional de todo tipo y pelaje. ¿Por
qué en menos de tres meses La Mega se convirtió en la
segunda FM más escuchada?
POR
CLAUDIO ZEIGER
Un fantasma
recorre el dial y pasa a través de la gente (¿como el
fantasma de Canterville?), aunque a juzgar por las mediciones de audiencia
y por las contundentes comprobaciones empíricas que se pueden
hacer hoy por hoy en la calle, el fantasma ya cobró entidad y
goza de buena salud: se trata del rock nacional. O, parar hablar de
un modo más riguroso, de la música nacional. Olvídense
de aquellas etiquetas que trajeron tanta lucha estéril. Ni progresivo
ni sinfónico, ni punk ni heavy, ni chetos ni pardos. Ni fierita
ni modernos. El viejo, querido, vapuleado y sobre todo ecléctico
rock nacional está de regreso, Mirtha. Ése que había
cedido el cetro a Lo Latino, así como en otros tiempos había
perdido la batalla mediática a manos del rock & pop sajón,
para luego volver a ganarla y perderla muchas veces. Ése que
fue desterrado de las discotecas. Ése que parecía muerto
a manos de Luismi, Ricky y Thalía, con una cumbia de música
de fondo en el entierro. Pero la última resurrección del
rock nacional (como ya veremos, un concepto amplio, multifacético
y hasta contradictorio) no carece de paradojas. Podría decirse,
incluso, que nos encontramos en el comienzo de un nuevo capítulo
de Los Usos del Rock Nacional, aquel que, virtualmente prohibido en
las radios bajo la dictadura militar, acompañó el resurgir
patriótico durante la Guerra de Malvinas, cuando el bar Britania
pasó a llamarse Bar Tania.
Hace poco más de dos meses, la FM News, una de las emisoras más
rabiosamente enemigas del canto en castellano, pegó el insólito
giro. La FM de Radio 10 liderada por Daniel Hadad pasó
a manos de un grupo norteamericano. Paradoja, entonces, a dos puntas:
que ellos hayan borrado la música en inglés
de un plumazo y que nosotros no lo hayamos hecho hasta el
momento. El grupo Emmis hizo un estudio de mercado y el resultado arrojado
fue elocuente: faltaba alimento musical para una famélica amplia
franja de público (entre tantos tipos de alimentos que faltan).
Los encuestados pedían a los gritos escuchar música nacional
sin muchos distingos de banderías estéticas: muy lejos
de las sordas luchas internas que desangraron al rock en los últimos
quince años, la gente pedía una ecuménica mezcla
de rock bailable y de vieja guardia, de melosos melódicos y de
letras contestatarias, de cantautores sociales y cantautoras intimistas.
La Mega le dio a esa gente exactamente lo que le pidieron y ahí
están los curiosos resultados: los tacheros y los colectiveros,
los padres y los hijos, los derechistas y los izquierdistas se asomaron
al 98.3 a ver qué suena. ¿Radio 10 apropiándose
de las viejas banderas? (Sin ir más lejos, en uno de los programas
de esta emisora se usó la Marcha de la Bronca para
acompañar las reiteradas diatribas contra los travestis que asolan
Palermo.) ¿Vacío de poder de otros sectores? ¿La
vuelta del lobo disfrazado de cordero? ¿Lobo suelto cordero atado?
¿A nadie se le había ocurrido antes?
La Mega se plantó como una radio de canciones con locutores que
hablan lo necesario, sin programas, con separadores que por el momento
se limitan a reivindicar la movida propia (la radio que le devolvió
el rock a la ciudad; la radio en la que no tenés
que hacer cola para escuchar rock nacional) y una buena dosis
de autobombo (los oyentes que felicitan y dicen que por fin apareció
la música nacional en la radio). Estar, al parecer, están
todos o casi todos: mucho Fito Páez, Charly, Serú, Sui,
Sandra, Celeste, Silvina Garré, Baglietto, Moris, Pedro y Pablo,
Roque Narvaja, León Gieco; menor pero constante es la presencia
del rock de los 80 (Virus, Soda, Miguel Mateos, Git, Rata Blanca)
y hay buenas dosis de los 90 (Ratones Paranoicos, Los Pericos,
Los Piojos, Diego Torres, La Renga). Están los músicos
a los que los puristas expulsarían sin piedad del rock nacional
como César Banana Pueyrredón o Alejandro Lerner o Los
Enanitos Verdes, conviviendo con Sumo y Los Redondos en una perpetua
línea de producción de canciones. El target es tan amplio
como el público al que apunta La Mega, aprovechando el fenomenal
alcance de la onda de Radio 10. Corina llama de un geriátrico
y cuenta que los abuelos escuchan todo el tiempo La Mega, dijo
el otro día una locutora produciendo un involuntario chiste sobre
Los Abuelos de la Nada o sobre las sospechas de que el rock ha entrado
definitivamente al museo. Lo cierto es que más allá del
autobombo, las mediciones la favorecen. Según Ibope y según
se pudo ver en una publicidad de FM Hit, La Mega aparece cómodamente
segunda en audiencia de las FM más escuchadas (con 11.90), por
debajo de la Hit (con 17.30) y por encima de Rock & Pop (7.86) y
de Cadena 100 (7.79). Más allá del autobombo y de las
mediciones, lo más jugoso será indagar entonces qué
es lo que viene convirtiendo a una emisora de pura música en
un raro fenómeno mediático.
Unos años atrás no hubiera costado nada conectar el súbito
fervor del público por la música nacional con el exceso
de música en inglés en el aire radial. Pero ahora la hipótesis
de una guerra lingüística se desdibuja frente
al evidente imperio de lo latino que, más allá de alzas
y bajas parciales, copó radios y boliches. Frente al boom latino,
a la música nacional le pasó lo que a la literatura en
tiempos del boom latinoamericano: por razones de raíces culturales
y estéticas (que superan las barreras geográficas), Argentina
no logra ser visualizada como latinoamericana. Más allá
de que la música nacional tenga mucho prestigio en América
latina, no es profeta en su propia tierra. Y las radios de difusión
masiva no hicieron mucho por protegerla, abalanzándose sobre
una cantidad de cantantes mexicanos, boricuas y españoles (que
por algún curioso efecto, suenan más latinos que un argentino).
Es casi irritante comprobar cómo el rock nacional (inclusive
el nítidamente bailable) fue expulsado de las disco o relegada
a un segmento demasiado temprano o demasiado tarde, nunca en el centro
de la fiesta, ocupado una vez más por Ricky Martin o Celia Cruz.
Tanto escupir al cielo, tanto escupir al cielo, llegó La Mega.
La hipótesis de la nostalgia tampoco es una variable
desdeñable para explicar el fenómeno. Si ya van cuatro
décadas de rock nacional, no es de extrañar que hombres
y mujeres de muy diferentes edades y experiencias identifiquen fragmentos
de sus vidas (amores, odios, casamientos, nacimientos, guerras) con
tantas canciones nacionales, sobre todo si se calcula que giran unas
250 por semana. Pero claro que la nostalgia, frente a la repetición,
puede tener patas cortas. ¿O no dijo alguien, alguien del rock
nacional, que todo concluye al fin, que nada puede escapar?
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