MUSICA
Veinte años de la muerte de Eduardo Rovira, el otro Piazzolla
El
hombre que no fue
ASTOR
Autodidacta
y fascinado con los clásicos, fue el primero en utilizar amplificación
electrónica para todos los instrumentos y un pedal para el bandoneón.
Algunos vieron en él un talento tan revolucionario como el de
Piazzolla, quien lo ignoraba. Sin embargo, terminó instrumentando
para la Banda de la Policía Bonaerense y murió hace veinte
años cercado por la pobreza. Julio Nudler entrevistó a
César Stroscio, Rodolfo Alchourron, Rodolfo Mederos y a su viuda
para rendir homenaje a Eduardo Rovira.
Por
Julio Nudler
¿Qué
pasa: existió otro Piazzolla, oculto por una conspiración
de silencio, por una hostilidad más enconada aún que la
sufrida por el propio Piazzolla, y no nos enteramos? Un altro Piazzolla
llamado Eduardo Rovira, cuya obra, según escribió Horacio
Ferrer, fue una versión razonadora de la obra esencialmente
pasional de Piazzolla, tanto en sus ideas como en su expresión.
Un Rovira que recién en 1997 llegó al disco compacto,
y que hasta hoy sólo cuenta con dos CD para recoger sus placas
ya inaccesibles. Este sábado 29 se cumplen veinte años
de la muerte de Rovira, víctima a los 55 años de su insuficiencia
coronaria y quizá de una lucha imposible, contracorriente, en
la que se vio cercado por la pobreza y la falta de reconocimiento.
Hubo un tiempo y un lugar donde Astor Piazzolla y Eduardo Rovira cruzaron
sus caminos. El local se llamaba Gotán, estaba en el sótano
de Talcahuano 360 y pertenecía a Juan Carlos El Tata
Cedrón y sus compañeros de trío, César Stroscio
y Miguel Praino. Abrió en 1965 y no duró mucho: al año
siguiente, el derrocamiento de Illia por el golpe de Onganía
ponía fin a una época de esplendor para el pensamiento
y el arte en la Argentina. Había gente para la cual Rovira
era dios. Lloraban oyéndolo, recordaba el guitarrista Rodolfo
Alchourron, que integraba, junto al bajo de Fernando Romano, el terceto
de Rovira. Oscar del Priore le pone fecha precisa al encuentro Astor-Eduardo
en Gotán: 8 de marzo de 1966.
Unos años antes, en diciembre de 1961, Rovira había ofrecido
en el aula magna de la Facultad de Medicina de la UBA un recital gratuito
a grada llena, desdoblándose entre el bandoneón y el piano.
Mezclado entre los estudiantes estaba Piazzolla. Al descubrirlo comenzaron
a aclamarlo, como una tribuna futbolera aclama a un ídolo. Rovira
lo invitó entonces al escenario y le cedió su bandoneón,
en el que Astor improvisó durante unos minutos Los mareados
y se fue. Rovira retomó entonces su fuelle y se extendió
en largas variaciones sobre el mismo tango de Juan Carlos Cobián.
Astor siempre lo ignoró a Eduardo, pero Eduardo no a Astor,
contó Mabel, la viuda de Rovira. Él se ponía
triste a veces recordó. ¡Qué injustos
son!, decía, pero yo también tengo la culpa. No soy comercial,
pero sé que lo que hago vale. Esos silencios dicen tantas cosas
que intuyo. Pero sé que soy buen músico. Tal vez me tengan
un poco de miedo... En cambio, los recuerdos de Alchourron no
habían retenido a Rovira como los de Mabel: Nunca lo vi
ni infeliz ni frustrado por haber quedado en la sombra...
Como se mencionó, las noches de Gotán, que Rovira prolongaba
solitariamente en el piano, también fueron vividas por quien
ha llegado a ser uno de los más notables bandoneonistas actuales:
César Stroscio, establecido en Francia desde hace un cuarto de
siglo. Él integraba el grupo de Cedrón, del que formó
parte entre 1963 y 1988, y se ha convertido, con su posterior trío
Esquina (con la guitarra de Claudio Pino Enríquez
y el contrabajo de Hubert Tissier), en el único cultor actual
de la música de Rovira, habiendo incluido varios temas suyos
en un CD de 1995.
Stroscio, quien sostenía largas conversaciones con Rovira sobre
el destino de la música popular, en aquella época de
fusión y confusión, como la describe, tampoco puede
evitar los sentimientos encontrados. Lo define como el hijo autodidacta
de una familia de clase obrera. Se sintió fascinado por
el descubrimiento de los grandes compositores clásicos (Bach,
Mozart, Beethoven, Bartok, Schönberg), y por momentos demasiado
deslumbrado, tratando de elevar el tango al nivel de la música
clásica. Rovira viajaba entonces de Lanús a Caseros
para estudiar armonía con Pedro Aguilar, y al regresar traía
la cabeza demasiado llena de ideas y búsquedas. Durante unos
veinte años, Rovira fue, al menos en apariencia, un músico
de tango perfectamente normal, aunque sobresaliera por su relieve, incluyendo
la calidad de sus arreglos. Como bandoneonista pasó por varias
orquestas, todas de calidad, como las de Miguel Caló, Florindo
Sassone, Orgando Goñi, Antonio Rodio, Osmar Maderna, José
Basso, Roberto Caló y Alfredo Gobbi. En homenaje a este violinista
compuso y orquestó en 1957 un tango, El engobbiao
que, de pronto, revelaba en Rovira un creador desconcertantemente personal.
Pudo producir el mismo efecto que había provocado Piazzolla con
Para lucirse en 1950, pero el tango de Rovira no fue tocado
por nadie más, y tampoco seguido inmediatamente por nuevas obras.
Salvo una, Febril, que grabó en 1958 la orquesta
del pianista Osvaldo Manzi, de la que Rovira era primer bandoneón
y arreglador. De nuevo se percibe allí el raro talento de este
músico que intenta otros caminos.
Si Piazzolla estuvo aún de niño junto a Carlos Gardel
e ingresó de adolescente con Aníbal Troilo, Rovira lo
superó en precocidad. Nacido en Lanús el 30 de abril de
1925, ya en 1934 tocó con la orquesta de Francisco Alessio en
el Café Germinal de una Corrientes todavía angosta. Con
11 años integró el conjunto de Vicente Fiorentino. Nada
duró mucho en la trayectoria musical de Rovira: ni la orquesta
que dirigió para Alberto Castillo en 1949; ni la propia, que
condujo entre 1951 y 1952, ni aquella con la que probó suerte
en 1957 junto al cantor Alfredo del Río y a otros.
Su salto definitivo a la vanguardia sobreviene en 1959, cuando comienza
a escribir los arreglos para el Octeto La Plata, que dirigía
desde 1956 el bandoneonista Omar Rufino Luppi (compositor, para más
datos, de un tango que llamó Efímero). Ese
octeto sería la base de la Agrupación de Tango Moderno,
que Rovira creó a fines de 1961 y mantuvo hasta 1965. Sellos
independientes, utilizando equipos y materiales imperfectos, hicieron
posibles las escasas grabaciones que dejó ese conjunto rupturista
y extremadamente extraño, llevado por la intrepidez y la desorientación
de Rovira.
El primer longplay es del sello Record. De sus doce temas, cuatro pertenecen
a Rovira: Sónico, Febril, Preludio
de la Guitarra Abandonada y Tristoscuro, y dos a Piazzolla:
Melancólico Buenos Aires y Tango del ángel.
Los seis restantes son también tangos de concepción avanzada,
ya que Rovira, a diferencia de Astor, rechazaba reinterpretar tangos
tradicionales, como mostrando una intransigencia mayor y también
un desdén absoluto por las sugerencias de cualquier gerente comercial.
Ese LP incluía sí tangos renovadores de compositores tradicionales,
como Patético, de Jorge Caldara, y A los amigos,
de Armando Pontier, en una versión sobresaliente donde Rovira
descuella como bandoneonista.
Al año siguiente apareció en dos LP del sello Microfón
la suite de ballet Buenos Aires, escrita por Rovira en base a un libro
de poemas de Fernando Guibert, y en 1963 Tango Vanguardia, un disco
fundamental, también en Microfón, donde la dispersión
creativa de Rovira llega al extremo. Así como incluye su magnífico
Monotemático, en el que teje armonías y contrapuntos
alrededor de un único pero potente tema, en Triálogo
se vale de la cadencia de piano del concierto en La mayor Köchel
488 de Mozart; y así como en Bandomanía descubre
nuevas posibilidades para el fuelle, en Serial dodecafónico
trata de conciliar a Schönberg con el tango.
Desde 1965 Rovira se concentra en un trío, con el que grabará
en los sellos Edul y La Rosa Blindada, hasta la realización de
Sónico en 1968 para Show Records, reeditado en CD por Acqua Records
en 1997. Según explica Del Priore, por primera vez en el tango
se utilizaban todos los instrumentos con amplificación electrónica,
y con el añadido de un pedal distorsionador para obtener del
bandoneón sonidos completamente nuevos. Un año más
tarde, Osvaldo Pugliese le grabó A Evaristo Carriego,
tango delque realizó una versión profundamente conmovedora,
que obligó a muchos a reparar en Rovira.
De fines de los 60 datan dos discos de especial valor. En el primero
de ellos, de 1968, Rovira acompaña con su cuarteto (a su trío
le añade el oboe de Pedro Cocchiararo) en cuatro temas a Susana
Rinaldi, que estaba en su momento de auge. La mezzo Susana Naidich,
impresionada por el trabajo de Rovira, le confía los arreglos
y la dirección de la orquesta de cámara que ha de acompañarla
en Cantares de Madre, un LP del sello Madrigal donde reúne nanas
de diversos orígenes. Ese material fue reeditado recientemente
por la propia cantante y pedagoga en un compacto no comercial de extraordinario
valor, en el que ella incluyó también cinco negro spirituals,
en los que la dirección orquestal es de Alberto Favero.
Rovira, sin resto, se instaló en 1970 en La Plata, donde instrumentaba
para la Banda de la Policía Bonaerense, y llegó a dirigir
el Teatro Argentino durante el camporismo. Sin embargo, en 1975 volvió
al disco en el sello Global con Que lo paren y El violín de mi
ciudad, dos álbumes reunidos en un solo CD por Acqua. En ambos
lo acompañan Reynaldo Nichele en violín, Oscar Mendy en
piano y Néstor Mendy en contrabajo. Salvo en momentos muy logrados,
como el del tango que da nombre al primero de esos discos, Rovira ya
no muestra el empuje creador de la década anterior.
Eduardo
Rovira escoltado por José Berón y Jorge Hidalgo en 1958.
El
tango tuerca
Por
J.N.
¿De
Rovira? No sé qué decirte, reaccionó Rodolfo
Mederos. O mejor, sí sé qué decirte, pero
no sé si te va a gustar. Por ahí querés poner cosas
elogiosas.
No necesariamente.
A mucha gente Rovira le gusta, qué se yo.
¿Fue muy errático, muy irregular?
Lo que yo no diría para una nota pero sí en una
mesa de café es absolutamente lo que pienso.
Supongamos entonces que ésta es una mesa de café...
A mí Rovira no me gusta y nunca me gustó. Su música
no me parece sincera. Es de un modernismo forzado, independientemente
de que haya escrito un par de tangos rescatables o incluso valiosos.
En todo caso, no es Agustín Bardi. En los años en que
surgió el vanguardismo musical en el tango, movimiento liderado
por Piazzolla, se pensó a Rovira como otro polo posible. Pero
era la antítesis.
¿Qué le faltaba?
No era genuino. Tuvo una formación académica y la
quiso trasladar al tango, emulando a Piazzolla. En esa época
era muy bien comentado que Piazzolla había estudiado con la Boulanger,
porque parece que afuera se estudia mejor... Era como un descubrimiento.
Conservo notas que decían que Piazzolla era el Bach del bandoneón
o componía como Mozart, y que incorporaba al tango elementos
de la música erudita. ¡Como si eso fuese novedoso! ¡Arolas
ya lo hacía! Eso parecía darle a Piazzolla un plus. Más
allá de que su música era valiosa y representaba una renovación
en eltango, la percepción era más tuerca:
¡Mirá cuánto pone de Bach, de Ravel! ¡Si parece
Bartok!
¿Y a todo esto Rovira?
Creo que quiso hacer lo mismo. Quiso incrustar su erudición
en el tango, pero sin fortuna. Para mí sus obras son áridas.
Yo prefiero una buena melodía, hecha con bastante intervención
de las tripas, y no porque defienda el analfabetismo compositivo. Piazzolla
había brotado como un pozo de petróleo, y alguien pensó
que Rovira podía ser otro, pero perforaron y salió cualquier
otra cosa. Y lo mismo ocurrió y ocurre con otros Roviras.
¿Esto incluye al llamado pospiazzollismo?
Exactamente. Es lo más viciado y enfermo del movimiento
que Piazzolla provocó. De todas maneras, volviendo a Rovira,
también hay que decir de él que hizo una obra, y lo peor
es lo que no se hace. Sus ideas musicales no coinciden con las mías,
pero eso a quién le importa. Cada uno hace lo que puede, lo que
quiere y lo que cree que debe hacer.
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