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Plástica La triple alianza de Laren, Lindner y López en el Rojas


“Trinchera Paraguaya”, de Cándido López.

¿Cándido yo?


“Velatorio del Primer Soldado Muerto”, de Cándido López.

Tomando como eje temático y estético las emblemáticas escenas de Cándido López sobre la Guerra de la Triple Alianza, esta insólita exposición de arte aplicado integra las visiones de dos de los artistas más originales surgidos en la década del 90, Benito Laren y Luis Lindner, quienes reivindican una de las funciones más subestimadas en la pintura actual: ver la historia propia con ojos nuevos.

POR SANTIAGO RIAL UNGARO

Casi opuestas en lo estético, las obras de Benito Laren y Luis Lindner coinciden en su deseo de crear, cada una a su manera, un universo propio desde una inspiración compartida. Es fácil reconocer en cada uno una acentuada individualidad, que los distingue entre sí y del resto: herméticas y solipsistas en apariencia, pero ricas en referencias históricas y en conceptos artísticos, las obras de Lindner se caracterizan por un estilo lineal, despojado y “aerodinámico”, en el que la luz (y el humor) juega un rol esencial. Ingeniero electrónico recibido, Lindner parece estar haciendo los planos de un mundo mítico y virtual en sus cuadros. Por su parte, Benito Laren (fundador del Pop OH Art) derrocha en sus obras colores metalizados con un particular sentido del humor ajeno a cualquier tipo de solemnidad (su anterior muestra estaba dedicada al grupo Abba). Laren se vale del original tratamiento que realiza pintando sus obras sobre vidrio, técnica que le permite darle a sus cuadros varias dimensiones. Debido a su brillo y su textura, éstos tienen cierta cualidad cinética, ya que cambian según la luz y el ángulo de observación.
Probablemente sean estas singularidades y los afanes cosmogónicos de ambos lo que hace que compartan una posición curiosa: la obra de uno y de otro ha sido a menudo calificada como evasiva, como puerta de escape de la realidad. Los dos artistas reaccionan con semejante parsimonia a la calificación: “A nosotros dos no saben si ponernos la banda presidencial o el chaleco de fuerza”, resume Laren. Las visiones de estos dos artistas que admiten preferir “la comodidad del chaleco de fuerza” (Lindner dixit) se podrán ver hasta el 31 de septiembre en la Galería del Rojas, y permitirán que los espectadores se contesten si se trata de un capricho burlón o están proponiendo a Cándido López (el pintor argentino más extravagante en su genialidad, al menos hasta la aparición de Xul Solar, unas cuantas décadas después) como padrino espiritual. Sea cual sea la respuesta, la triple alianza de eles (López, Laren y Lindner) permite mirar en forma un tanto caleidoscópica algunos fragmentos de la historia de ayer y de hoy.


“Trinchera Paraguaya” (emulsión sobre metal), Luis Lindner.

VISIONES DE CANDIDO Aunque la muestra reconozca su intención histórico pedagógica en torno a la Guerra de la Triple Alianza, el disparador son las visiones de Cándido López, testigo y víctima de aquella contienda que se desarrolló entre 1865 y 1970 entre el Paraguay (bajo la tiranía de Francisco Solano López) y esa Triple Alianza integrada por Uruguay, Brasil y Argentina. Ideólogo de la muestra, Lindner considera que, entre las múltiples y variopintas causas de esta guerra sudamericana, hay una razón externa que, con la distancia, resulta más consistente que las cuestiones limítrofes que supuestamente la produjeron: el capitalismo y la política de libre comercio alentados por el imperio británico. Por ese entonces, a causa de la dictadura de Solano López (que murió “heroicamente” en 1870, generando el síndrome de la actitud heroico-suicida paraguaya que José Luis Chilavert cree encarnar hoy en día), el Paraguay se había convertido en “una especie de Estado-cápsula aislado del resto del mundo, que actuaba como coágulo en el sistema circulatorio del libre comercio propiciado por Inglaterra”, dice Lindner. Y explica: “Solano López podrá haber sido un tirano, pero el hecho es que el país tenía su industria. En definitiva, los países latinoamericanos hicieron el trabajo sucio para que las mercancías pudieran circular como deseaba el imperialismo de entonces. Fue como la Guerra del Golfo, sólo que ahí la intervención de Estados Unidos estuvo mucho más clara”. En el saldo concreto que dejó esa guerra terrible (Paraguay se quedó prácticamente sin población masculina) estaba el antebrazo de Cándido López, el pintor-soldado. Enrolado en busca de aventuras e inspiración, López fue alcanzado por un casco de granada durante la batalla de Curupaytí, en 1866. La aventura lo dejó manco y torpe: López era diestro y tuvo que educar a su mano izquierda para poder volver a pintar, hecho que en parte explica la singularidad de sus cuadros. La inspiración le llegará finalmente en forma de obsesión y apartir de las imágenes de esa guerra, que ocupará gran parte de su vida creativa a través de más de cincuenta cuadros que documentan esta absurda masacre. “Verdaderos documentos históricos”, según los definió Bartolomé Mitre, por entonces presidente argentino y uno de los líderes de la Triple Alianza, “que por su fidelidad gráfica contribuirán al glorioso recuerdo de los hechos que representan”.

MI MANO IZQUIERDA Realizadas en telas muy horizontales (en una proporción de uno a tres), y ampliando la profundidad de las perspectivas a través de puntos de vista casi aéreos (vale la pena señalar que Tolstoi realiza algo similar en 1877, en la descripción de una carrera de caballos en Anna Karenina), Cándido superpobló sus telas de detalles, en los que conviven acciones bélicas múltiples y simultáneas. En su afán de documentar los hechos, a menudo ignoró la perspectiva renacentista instaurada por Bruneleschi, dando a algunas acciones puntos de fuga que, técnicamente, son decididamente arbitrarios. Revalorizado a mediados del siglo XX por el movimiento informalista (al no privilegiar ninguna parte del cuadro sus pinturas, relacionan a López con la técnica “all over” utilizada por pintores expresionistas abstractos como Jackson Pollock), Cándido fue ignorado como pintor hasta que fue incluido por José Luis Pagano en su libro El arte de los argentinos a fines de los 40. Debido a estas peculiaridades técnicas, Lindner considera que los cuadros de López “revisados” por ellos documentan “los movimientos de partículas latinoamericanoides en los estanques de saliva cáustica del primer capitalismo”. La muestra trata de alguna forma el tema de la voluntad: “Las figuras que pintó Cándido López tienen la peculiaridad de que sus hilos están en otra parte. En otros cuadros de guerra, por ejemplo europeos, siempre hay alguna especie de énfasis, una teatralización: sea una figura en alto, un caballo en dos patas, algún efecto en la luz... En cambio, las figuras de estas guerras que pintó Cándido López muestran a las batallas como una cosa amorfa, casi privada de motor propio”.


“Velatorio del Primer Soldado Muerto” (pintura sobre vidrio), de Benito Laren.

LO TUYO, LO MIO, LO NUESTRO Enfrentadas entre sí (cada una ocupa una pared de la galería), las cinco obras de Laren y las cinco de Lindner se complementan con un par más, que cada uno hizo “pensando en el otro”, en una suerte de homenaje recíproco. Realizadas en la misma proporción que los cuadros de Cándido, pero a mitad de tamaño, estas obras evocan al creador de “la abstracción geopolítica” (nombre que iba a tener originalmente la muestra) para mostrar “otras” guerras. En estos nuevos escenarios de batalla aparecen otros contendientes, pero también sin eje visible, como en los cuadros de Cándido: las top-models-focas Urzi, Colombini, Cyrulnik, Neumann, Barreiro y Dutil velan al soldado muerto en batalla; hay una serie de estatuillas de premios Oscar (nombre de pila, justamente, de aquel primer soldado muerto) que velan su nombre escrito con los colores de la escarapela patria, mientras el gauchito del Mundial 78 observa el espectro de la mano perdida de Cándido. Como sostiene Lindner (que pensó en algún momento de su vida ser historiador): “La historia argentina es mucho más fantástica que nuestras obras. En cuanto a haberla elegido, tiene que ver además con el hecho de que, si eligiéramos la tradición europea, iríamos presos por apología del delito”.
Laren, por su parte, que nació en San Nicolás (lugar conocido como “la ciudad del acero y en cultura cero”) y vivió una temporada en Nueva York, suele rechazar en Buenos Aires propuestas para exponer porque no lo terminan de convencer, mientras las autoridades de su ciudad natal no lo dejan exponer allí “porque no tienen lugares disponibles”. De cualquier forma, dice, “y aunque no sea un folklorista, el lugar de uno es acá”.
En suma, aunque los dos artistas admiten que “la idea de que se puede aprender algo en un cuadro es muy del siglo XIX, lo que en definitiva exhibe nuestro lado naïf”, esta muestra de arte aplicado propone una saludable voluntad de revisar (lo que implica la posibilidad de modificar)la historia argentina, en la cual ambos son, por lo menos potencialmente, parte activa.

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