leyendas Renato Russo (1960-1996) Un culto urbano Con
ocho discos de estudio al frente de su grupo Legiao Urbana y dos como
solista, Renato Russo construyó un Por Martín Pérez El tema
se llama Faroeste Caboclo, tiene 159 versos y nueve minutos
de duración. Compuesto con una guitarra acústica por Renato
Russo antes de formar el grupo que lo haría famoso, esa historia
del bandido Joao de Santo Cristo conquistó los oídos de
todo Brasil hacia 1988, cuando formó parte del tercer álbum
de Legiao Urbana, el combativo Qué pais é este. A pesar
de su extensísima duración y la crudeza de su letra dylaniana
que no escatima sexo, drogas y violencia, Faroeste
Caboclo fue, a partir de entonces, un himno radial, para pesar
de los programadores de radio, que debían sacrificar un espacio
en el que cabían tres temas por uno solo, del que debían
censurar versos como Yo no protejo a un general de diez estrellas
/ que se queda detrás de la mesa con el culo en la mano,
para que sus emisoras no fuesen sancionadas. Pero, según escribe
Arthur Dapieve en su flamante biografía de Renato Russo, eso
no tenía importancia: En 1988, cualquier niño brasileño
podía recitar al pie de la letra esos dos versos y los otros
157 de la canción. MITO URBANO Tal como refleja esa anécdota que cuenta Dapiave en su libro -editado dentro de una colección de biografías de las celebridades de Río, que pone al líder de Legiao Urbana junto a Zico, Chico Buarque y Vinicius de Moraes, tanto Faroeste Caboclo como el resto de la discografía de Russo dan cuenta de un fenómeno extraño dentro del rock brasileño: la combinación de un fenómeno masivo con la más estricta calidad estética. Pese a la omnipresencia de la música dentro de la vida brasileña o precisamente a causa de eso, el rock no ha sido una fuente de iconografía y alimento del inconsciente colectivo como sucedió en la Argentina. Lejos de eso, el género más bien ha transitado esas subidas y bajadas de marea de los otros países latinoamericanos: masividad con cada movida estético-corporativa (reggae, grunge, etc.), desaparición casi sin rastros ante la aparición de una nueva moda discográfica. Dentro de ese panorama, la irrupción de una figura eminentemente rockera como Renato Russo un poeta consciente de su arte y masivo sin necesidad de un aparato de marketing es poco menos que un milagro de esos que el rock suele festejar, envidiar y luego condenar a mito póstumo. De visita hace un par de meses en la Argentina, acompañando el set acústico de Paralamas, Dado Villa Lobos ex guitarrista de Legiao Urbana comparaba las carreras de ambos grupos: A pesar del éxito de sus comienzos y el carácter de clásicos que tienen actualmente, la trayectoria de Paralamas tuvo sus altibajos. Con nosotros, en cambio, fue todo lo contrario: nuestro público siempre aumentó. Sin promoción, ni videos ni nada, hicimos siempre lo que quisimos, hasta las últimas consecuencias. Y con un sonido que no tenía nada que ver con el clásico sonido brasileño de exportación. Lo nuestro fue urbano y colonizado desde el comienzo, como decía un hit denuestro primer disco, compuesto por Renato en el 79, y no casualmente titulado Generaçao Coca-Cola. AQUI,
LA LEGION Nacido Renato Manfredini, hijo de un economista del Banco
do Brasil y una profesora de inglés, Russo creció en Brasilia,
la inhumana ciudad capital diseñada por Niemeyer en donde los
hijos de políticos y diplomáticos construyeron una diminuta
pero activa escena a fines de los 70 y comienzos de los 80,
de la que salieron grupos como Paralamas y Legiao Urbana. Niño
precoz e introvertido, Renato sufrió al comenzar su adolescencia
una terrible enfermedad que le carcomió los huesos de la cadera
y lo inmovilizó durante año y medio. Mitómano y
fanático de Pessoa, Manfredini Junior se inventó un heterónimo
al que le adjudicó toda una mitología: en su invalidez,
Renato imaginó la historia de Eric Russell (en homenaje a Bertrand,
pero también a Jean-Jacques Rousseau y el pintor Henri Rousseau)
y su 42nd Street Band, adjudicándole una biografía completa,
con tapas de discos incluso. Cuando superó su enfermedad, el
joven punk en el que se convertiría fue el encargado de llevar
a la realidad aquella fantasía. |