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Por Juan Gelman

Desde que el poker fue mencionado por vez primera en un escrito de 1526 nunca hubo una partida tan siniestra como la que jugaron Estados Unidos y la Unión Soviética en octubre de 1962: la apuesta era la inminencia de una guerra termonuclear. El 16 de ese mes y año a mediodía, Arthur Lundahl, jefe del departamento de interpretación fotográfica de la CIA, mostraba al presidente John Kennedy las primeras tomas aéreas de un emplazamiento de misiles soviéticos de alcance medio en Cuba. El reto fue inaceptable para Washington, que impuso una sedicente �cuarentena� naval �en realidad un bloqueo� a la isla y amenazó con más. Así comenzó una pulseada ominosa con Moscú, mientras el pueblo cubano vivía jornadas de pesadilla y cultivo del humor negro. Se contaba en La Habana que una bellísima mujer le hizo jurar a un amante ocasional que no desharía el moño del fino lazo de terciopelo negro que rodeaba su garganta. El hombre jura, pero después de la pasión deshace el moño y cae al suelo la cabeza de la mujer dormida.
Se conoce en primera persona la intimidad de la Oficina Oval durante la crisis. Kennedy había hecho instalar una grabadora oculta en su escritorio y los historiadores estadounidenses Ernest R. May y Philip D. Zelikov publicaron no hace mucho las grabaciones del 16 al 29 de octubre del �62 (The Kennedy tapes. Inside the White House during the Cuban missile crisis). Se escucha por lectura que casi todos los jefes militares bregaron por la realización de ataques aéreos de intensidad creciente contra el emplazamiento cubano de misiles, incluso calculando que algunas cabezas nucleares podían estallar en suelo yanqui antes de que su aviación destruyera a todas, y por la invasión posterior de la isla, aunque no descartaban que la URSS podría reaccionar lanzando sus misiles intercontinentales. Se oye decir al general Curtis LeMay, jefe del Estado Mayor Conjunto de las fuerzas armadas: �Creo que nuestros amigos y los neutrales considerarían que un bloqueo y unas negociaciones políticas (con la URSS) serían una respuesta muy débil... Y estoy seguro de que muchos de nuestros ciudadanos sentirían lo mismo�. El muy católico John McCone, jefe de la CIA, siempre se opuso a que se asesinara a Fidel Castro por temor a la excomunión, pero apoyaba sin reservas un exterminio masivo muy superior al de Hiroshima y Nagasaki.
En realidad, no se justificaba para EE.UU. una guerra nuclear. La URSS, Estado independiente, había enviado unos 100 artefactos y cabezas nucleares y 40 misiles de alcance medio e intermedio a Cuba, también Estado independiente, y el hecho no violaba ningún pacto internacional de la época, ni acuerdo oficioso alguno. Poco antes Washington había instalado misiles Júpiter de cabeza nuclear en Turquía, más cerca aún del territorio soviético que Cuba de Miami. Por lo demás, ya con anterioridad EE.UU. estaba amenazado por los submarinos nucleares y los misiles intercontinentales del Kremlin emplazados en Europa Oriental. Y en términos estrictamente militares, el hecho poco alteraba la enorme superioridad nuclear estadounidense de esos años: la producción de misiles intercontinentales en la URSS era lenta, pero la Casa Blanca no ignoraba que pronto se aceleraría tornando superflua la presencia de misiles en Cuba.
Sólo que Kennedy no se podía permitir lo que se interpretaría como un signo de flaqueza. Se había negado a prestar apoyo aéreo a los 1400 mercenarios entrenados por la CIA que el 16 de abril de 1961 invadieron Cuba y sufrieron la aplastante derrota de Bahía de los Cochinos y aún lastimaba al presidente ex playboy el mote de �blando� que por esa decisión le propinaban ciertos periódicos y no escasos parlamentarios. Tenía que demostrar que era el �duro� que la nación supuestamente requería y se lanzó a un juego extremadamente peligroso, que Krushov aceptó. Durante los cinco días más tensos de la crisis ninguno de loscontendientes tenía una mano ganadora y ambos recurrían al bluff, las amenazas y, sobre todo, a la capacidad de anticipar las decisiones del otro. Miles de personas y algunos espías fueron destinados a esa labor de inteligencia política. Según las grabaciones, Robert Kennedy se encargaba de evaluar la información reunida en Washington. El hermano menor tenía una fuente propia, Georgi Bolshakov, agente de la inteligencia militar soviética, y hoy es notorio que nunca pasó un dato verdadero, aunque obtuvo muchos de utilidad para Moscú. El hermano John, a su vez, se movía con base en dos premisas falsas: que Krushov estaba tironeado por una dirección colectiva dividida en halcones y palomas y que el ejército soviético lo empujaba a embarcarse en una acción enérgica. 
El académico ruso Alexander Fursenko y Timothy N. Naftali, catedrático de Yale, relatan cómo vivió Moscú esta crisis en One hell of a gamble.Khrushchev, Castro, Kennedy, and the Cuban missile crisis, 19581964, obra enriquecida por la apertura reciente de archivos del Kremlin. Krushov, mejor informado que Kennedy gracias al espionaje soviético y hasta ocasionalmente por un barman de la Casa Blanca, pudo analizar a fondo la situación. Evaluó correctamente que el presidente estadounidenses estaba sometido a fuertes presiones del complejo militarindustrial y que iba a autorizar los ataques aéreos contra Cuba como prólogo de la invasión. Aceptó entonces la humillación de retirar los misiles de la isla a cambio de dos concesiones importantes: el compromiso explícito de que EE.UU. no invadiría Cuba y el acuerdo tácito de que retiraría sus misiles de Turquía.
En tanto, Fidel Castro hacía y rehacía diez veces una carta en que alertaba a Krushov sobre la posibilidad de que los �marines� invadieran nomás Cuba y proponía que, en ese caso, se erradicara tal riesgo para siempre �con un acto de legítima defensa, por dura y terrible que sería esa solución�. En las calles de La Habana, miles de cubanos coreaban �Nikita mariquita, lo que se da no se quita�. Nunca estuvo la humanidad tan cerca de una catástrofe cuyas verdaderas dimensiones aún se ignoran.

 

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