1. El texto de Theodor Adorno que sigo utilizando corresponde a una conferencia dictada por la radio de Hesse el 18 de abril de 1966. Adorno, luego en 1967, habría de cederla a una publicación frankfurtiana y, por fin, pasaría a integrar su libro Consignas. El texto lleva por título La educación después de Auschwitz. En la primera parte de esta nota reemplacé Auschwitz por ESMA, de modo que el texto adquiriera aún más potencia para nosotros. Aquí ya no utilizaré ese mecanismo de sustitución. Puede correr por parte del lector. 2. En el Prefacio del libro, Adorno hace una cuidada referencia al texto
sobre Auschwitz. Dice que no lo ha corregido, no pudo hacerlo. Le pareció
que pulir el estilo o aun cierta pulcritud de redacción era imposible,
ya que el tema del artículo era la expresión desaforada
de la barbarie. Cuando hablamos de lo horrible, de la
muerte atroz, nos avergonzamos de la forma como si ésta ultrajara
el sufrimiento. Se sabe que la fórmula adorniana acerca de
la imposibilidad de escribir (poesía o lo que sea) después
de Auschwitz ha llevado a todo tipo de erráticas (y, por lo general,
erradas) interpretaciones. Aquí, Adorno ofrece otra pista sobre
su famoso dictum. Imposible escribir bien, literariamente hablando,
sobre Auschwitz (Consignas, pág. 7). Pareciera encontrar
en la búsqueda de la perfección del lenguaje una traición
a la brutalidad que se debe expresar. No hay que disimular la real
brutalidad. Debemos renunciar al refinamiento. Con la
conciencia de que en ese renunciamiento puede latir el peligro de caer
una vez más en el engranaje de la involución general. 3. Adorno establecía que era la sociedad de competencia, con la
consagración de la mónada social, la que llevaba a la insensibilidad
de las conciencias ante la suerte del otro, del perseguido. Cuando se
pregunta por qué tantos callaron, por qué nada hicieron
quienes escucharon los gritos en la noche, habrá de responder que
el terror es una explicación, pero que la sociedad que se basa
en el individuo y diluye la idea del vínculo es también
responsable de los silencios ante el dolor de los otros. Hay una incapacidad
de identificación. 4. Adorno se pronuncia luego contra la razón de Estado. Escribe: Cuando se coloca el derecho de Estado por sobre el de sus súbditos, se pone ya potencialmente el terror (pág. 95). Luego diferencia entre los ejecutores y los asesinos de escritorio. Cree que la educación podría menguar el número de hombres dispuestos a transformarse en verdugos. Pero: Temo que las medidas que pudiesen adoptarse en el campo de la educación, por amplias que fuesen, no impedirán que volviesen a surgir los asesinos de escritorio. La conclusión es pesimista, ya que si vuelven a surgir los asesinos de escritorio habrán de retornar los verdugos, que son muy dóciles a sus razones. 5. Durante los últimos días de 1975 y comienzos de 1976, la clase media de este país o buena parte de ella hablaba en griego. Un filósofo golpista, de apellido García Venturini, había lanzado una palabra griega que se decía kakistocracia y que todos bajo indicación de ese filósofo traducían como gobierno de los peores. Así, en un ascensor, en la parada de un colectivo o en la oficina uno siempre se encontraba con alguien que le hacía la inevitable pregunta: ¿Usted sabe qué es kakistocracia? Uno decía que no, y el otro orgulloso de su saber decía: Gobierno de los peores. Era una manera de reclamar el golpe militar que iba a instaurar el gobierno de los mejores. Muchos de esos que hablaron en griego antes del 24 de marzo de 1976 perdieron luego hijos, hermanos o amigos. Fueron víctimas de la insaciabilidad del principio persecutorio. Pero a Adorno le hubiera interesado conocer la relevancia que tuvo en la instauración del horror un filósofo que lanzó sobre la sociedad para que se sintiera culta en tanto pedía la masacre una palabreja en griego. Habría encontrado en su figura la perfecta encarnación del asesino de escritorio.
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