Por Sandra Russo
Neil fue el primer Bush que
conoció Carlos Menem. Es hijo de George, el ex presidente, y hermano
de George W., el actual presidente de los Estados Unidos. Nacido y criado
en una familia política, sobre Neil parecen haber recaído
los trabajos menos glamorosos. Neil es, de hecho, el nexo de los Bush
con los negocios made en Argentina, y los cultiva desde hace más
de una década, aprovechando cada letra de su corto pero potente
apellido. Aprendió de su padre a hablar de dinero y de inversiones
en entretiempos deportivos. A Menem lo conoció en 1989, cuando
este último ya era presidente electo, en un doble de tenis que
jugaron en La Rioja. La empatía entre Neil y Menem derivó
después en la que el ex presidente argentino y el ex presidente
norteamericano se dedicaron a cultivar en las famosas relaciones carnales
que comenzaron siendo, en realidad, relaciones combustibles.
Cuando Neil Bush jugó aquel doble de tenis en Anillaco con quien
sería poco después el nuevo presidente argentino, el hijo
de George y el hermano de George W. ya llevaba varios años intentado
hacer prosperar sus negocios en la Argentina. Todo había comenzado
en 1985, cuando el gobierno de Raúl Alfonsín anunció
un llamado a concurso para la explotación de 164 áreas petroleras,
y que fue conocido como Plan Houston. A Denver, Texas, dominio de los
Bush, habían viajado poco después un grupo de dirigentes
y empresarios argentinos, para entusiasmar a petroleros texanos. Para
ese entonces, George W., que todavía no se dedicaba a la política,
dirigía una empresa petrolera llamada Arbusto. No tuvo suerte.
Pero allí comenzaría una saga de emprendimientos comerciales
de la que dio cuenta hace poco un extenso artículo publicado en
la revista Mother Jones, y firmado por Louis Dubose, a su vez editor del
semanario Texas Observer. En su nota, titulada No llores por Bush,
Argentina, Dubose consultó a quien era en 1988 ministro de
Obras y Servicios Públicos, Rodolfo Terragno, quien le confirmó
haber recibido, en aquel momento y a propósito del Plan Houston,
una llamada de un tal Bush, pero no recordaba si era Neil
o George W. Probablemente haya sido Neil. El llamado lo hizo en nombre
de la empresa norteamericana Enron, interesada en los pliegos.
La empresa, según Terragno, presentaba una propuesta que constaba
en una sola página y que consistía en la creación
de un gasoducto que debía partir de Neuquén. Enron reclamaba
además, la entrega del gas a un precio bajísimo.
Además de tener a un hijo del presidente norteamericano como lobbysta,
Enron contó con una ayudita del entonces embajador norteamericano
en Buenos Aires, Terence Gildred, quien mencionó ante autoridades
argentinas la importancia de que Enron desembarcara en el país.
Este final de párrafo es un buen lugar para destacar que Enron,
con sede en Houston, es la empresa líder en contribuciones económicas
durante las campañas políticas de George W.
Aquel doble de tenis tuvo un éxito previsible: pocos meses después
de que Menem asumiera la presidencia, firmó un decreto que incluyó
a Enron en el régimen de promoción industrial y le dio exenciones
impositivas para que desarrollara un polo petroquímico en Neuquén.
La empresa luego desistió del proyecto, cuando bajó el precio
del gas.
Según declaró a The Wall Street Journal el empresario Patrick
Collins, Neil Bush declaraba a sus íntimos que en la Argentina
su padre lo dejó trabajar en forma internacional porque era
el único país en el que él tenía negocios
antes de llegar a la presidencia. Pero como se ve, una vez llegado
al Salón Oval, no escamoteó influencias para seguir operando,
y es sólo una media verdad que sus negocios fueron anteriores a
su llegada a la Casa Blanca: Bush era el vicepresidente de Reagan cuando
su hijo Neil conoció, en Denver, al empresario argentino Santiago
Soldati, en aquel viaje promocional del Plan Houston. Neil, un JR texano
con un apellido más convincente que su habilidad comercial, tenía
entonces 30 años y un socio geólogo, Jim Jubb, con quien
buscaba aventuras petroleras en lugaresexóticos. La empresa de
ambos, JNB Exploration, encontró en Soldati un socio local para
concursar y ganar la explotación del yacimiento Santa Victoria,
en Santiago del Estero. Según The New York Times, el gobierno
argentino le concedió la explotación aunque la compañía
no tenía ninguna experiencia internacional. En aquel momento,
Bush peleaba su reelección frente a Bill Clinton. Nacional e internacionalmente,
muchos deseaban asegurarse influencias. La JNB agotó sus reservas
económicas antes de perforar el primer pozo en Santiago del Estero,
pese a haberse declarado solventes en los pliegos. Soldati se hizo cargo,
pero no halló ni una gota de petróleo. De todos modos, es
probable que no fuera el petróleo lo que le interesaba al empresario
argentino.
Poco después, cuando ya Menem proclamaba que él y George
Bush eran del mismo palo, cuando se multiplicaban los gestos
de simpatía entre links de golf, canchas de tenis o durante horas
de espera en busca de truchas sureñas, los Bush llamaron a Neil
a silencio: en Estados Unidos estalló el escándalo por la
quiebra de Silverado Banking, Saving & Loan Association: Neil fue
hallado culpable de haberse beneficiado con créditos que extendía
una empresa de la que él era miembro: había otorgado un
crédito de cien millones de dólares a dos magnates de Denver
que a su vez habían financiado a la JNB Exploration, su propia
empresa. Silverado también había dado un crédito
a Kenneth Good, a la sazón el aval presentado por Neil Bush ante
el gobierno argentino para la explotación de los escuálidos
yacimientos de Santiago del Estero. Como se ve, fue el Congreso norteamericano
y no el argentino el que impidió que el hijo aventurero del presidente
Bush continuara con sus exploraciones en la Argentina: una inhibición
bancaria frenó el ímpetu empresario de Neil.
Despojado de su look Camel, el joven Neil Bush que en la página
de internet de la familia Bush aparece inexplicablemente ninguneado: sencillamente,
no figura, no obstante, siguió frecuentando despachos menemistas.
Ahora, en nombre de Plain Resources, una empresa norteamericana que lo
había contratado como consultor. Carlos Garibaldi, ejecutivo de
esa empresa petrolera, dijo con notable sinceridad a The New York Times
que Neil fue elegido porque había viajado varias veces a
la Argentina y había jugado al tenis con Menem. Como se ve,
Neil seguía dando cátedra no ya sobre cómo encontrar
petróleo sino sobre cómo sacarle jugo a un apellido. Pero
algo volvió a fallar, igual que con la Enron: Plain Resources compró
pliegos pero no se presentó.
Los sucesivos fracasos de Neil parecieron animar a George, ya ex presidente
pero ahora padre del presidente, a tomar el toro por las astas y a presentarse
él in person a gestar proyectos. De hecho, la Argentina
sigue siendo una de sus plazas favoritas y el ex presidente Menem, a quien
llama líder mundial, cuenta con su dedicación
preferencial. Vino por primera vez en 1994, para inaugurar una turbina
de Yacyretá. Pero en su momento, algunos analistas, entre ellos
los de The Houston Chronicle, vincularon su viaje a intereses de empresas
norteamericanas vinculadas al juego (más específicamente,
a los casinos). Más recientemente, en su última visita,
se dijo que con su presencia alentaba y facilitaba las inversiones del
grupo CEI, el conglomerado de medios que controla el amigo personal de
George W., el texano Thomas Hicks. Sus buenas relaciones con la secta
Moon ya le han dado buenos dividendos, pero las influencias puestas en
marcha en el pasado y la promesa de aceitarlas en el futuro, puede darle
muchos más.
Opinan
tres políticos
CARLOS RAIMUNDI *.
Argentina no importa
Lamentablemente, no creo que la Argentina sea el país más
relevante para la política exterior norteamericana. No se avizora,
por lo menos hasta el momento, que vaya a pasar algo en el sentido contrario.
Las prioridades para la política de Estados Unidos, dentro de América
latina, son Venezuela, Colombia y Brasil. Venezuela, por la figura polémica
de su presidente, Hugo Chávez; Colombia, obviamente por el Plan
Colombia, y Brasil, por su tamaño. Y a estos países podríamos
agregar Chile, por la creciente desregulación de la economía,
que se junta con la cuestión del ALCA (Area de Libre Comercio de
las Américas). Realmente, no creo que haya políticas relevantes
para Argentina. Digamos, en Estados Unidos yo hubiera votado a los demócratas,
pero no sé si existen grandes diferencias. Lo que sí puede
ser algo distintivo es que los republicanos tienden a ser menos proteccionistas
que los demócratas, y esto tiene dos aspectos: por un lado, su
menor proteccionismo podría acelerar el desarrollo del ALCA, lo
cual, si el Mercosur no está consolidado, no necesariamente es
ventajoso para la Argentina. Pero por otro lado, este rasgo de los republicanos
puede ayudar a que nuestro país se sienta acompañado en
la disputa con las naciones europeas por el tema de los subsidios agrícolas.
El problema que veo es que Bush ganó también ayudado por
los sectores anticastristas de Florida, que ocupan cargos claves en la
gobernación y en los condados, y que se opusieron a los nuevos
recuentos que podrían haberle dado el triunfo a Gore. ¿Cuánto
les debe Bush a los anticastristas? Ese el problema. Todos sabemos que
los antifidelistas pertenecen a los sectores ultraconservadores, y esta
influencia puede implicar un giro no favorable a los movimientos nacionales
y populares de América latina, y un perjuicio en la calidad democrática.
Ahora, Estados Unidos es la potencia que ejerce el liderazgo económico,
cultural, tecnológico, político y militar, y la Argentina
no puede tener una relación antagónica con la principal
potencia. Por otra parte, ambos países coinciden en un 80 por ciento
de la agenda global post Guerra Fría, en cuestiones como defensa
de la democracia, derechos humanos, lucha contra el terrorismo y contra
el narcotráfico. El desafío de la Argentina es ser inteligente
para saber dónde y cómo plantear espacios para resolver
los disensos que tenemos, en cuestiones puntuales como el tema patentes
y Cielos Abiertos.
* Diputado nacional - Alianza.
MARCELO STUBRIN *.
Una visión militarista
Nosotros confiamos en mantener buenas relaciones con Estados Unidos,
más allá de la administración del hijo de Bush; lo
que sí pienso es que la agenda política y estratégica
se va a tensar. Por ejemplo, con el caso de Colombia, los anticipos que
está dando que el nuevo secretario de Estado Colin Powell anuncian
que se va a enfatizar más el aspecto militar antes que el social.
En cuanto a otros temas, es difícil opinar, por lo menos hasta
marzo; habrá que ver cuál es el espíritu de la administración
Bush en cuanto al comercio exterior. Hay que esperar también qué
va a pasar con el ALCA. Por otro lado, otra cuestión a tener en
cuenta, más que nada para la Argentina, es el tema de los subsidios
a la producción agrícola; si ya Estados Unidos acepta discutir
ese punto, si ya aceptan una negociación sobre ese aspecto, estamos
en presencia de un signo positivo. Pero lo que repito es que va a haber
un endurecimiento de la política exterior estadounidense en los
temas de la agenda estratégica. El Plan Colombia no es el único
de estos temas estratégicos de la política exterior de Estados
Unidos; también están las cuestiones del terrorismo y del
narcotráfico, por ejemplo. Dada la tradición, la formación
y las ideas de los nuevos funcionarios, muchos de los cuales parecen ser
de la vieja guardia republicana, nos podemos permitir
pensar estas cosas, en especial el endurecimiento en los temas de la agenda
estratégica. Por otra parte, en cuanto a la participación
de los militares en las operaciones contra el narcotráfico, no
estoy en condiciones de asegurar que la nueva administración estadounidense
vaya a presionar a los ejércitos latinoamericanos en ese sentido.
No nos olvidemos que Powell es un militar, y los militares suelen ser
reacios a participar en esas operaciones. De todos modos, hoy no se puede
prever qué va pasar con ese tema. Básicamente, los cambios
que puede implicar la administración Bush los resumiría
en dos: una visión más militarista y con una postura monolítica
en cuanto a Colombia, y por el otro, lograr que en los conflictos internos
de los países éstos se involucren más y las operaciones
no corran sólo por cuenta de Estados Unidos.
* Presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores de la
Cámara de Diputados-Alianza.
DIEGO GUELAR *.
Ahora es el turno del
ALCA
El signo de la política exterior norteamericana en el mandato
de Bush será la continuidad. Si en general las elecciones se resumen
en opciones de continuidad o cambio, en esta ocasión en Estados
Unidos sólo se votaba la continuidad. Y los norteamericanos consideraron
que Bush representaba mejor que Gore la continuidad de los ocho años
de Clinton. Más allá de lo controvertido que fue el resultado,
el solo hecho de que Bush haya empatado con Gore luego de
los buenos años de Clinton demuestra que fue Gore, vicepresidente
de Clinton, quien falló en el mensaje. Bush representó para
los norteamericanos una mejor garantía de la continuidad del bienestar
y del equilibrio que a pesar de todo mantuvieron republicanos y demócratas
en un equilibrio de fuerzas muy parejo.
Y para el resto del mundo, la administración Bush será muy
parecida a la de Clinton. Para Latinoamérica en general, la designación
de Robert Zoellick en la Secretaría de Comercio Exterior muestra
que Bush jugará fuerte a favor del fast track y de allí
a la construcción del ALCA (Area de Libre Comercio de las Américas).
En los 90, la política norteamericana para su continente
estuvo centrada en el Nafta, o sea, en Canadá y en México.
Ahora es el turno del ALCA, al que muchos ven con malos ojos.
En mi opinión, no hay nada que temer del ALCA, sino más
bien de nosotros mismos. Si el Mercosur no se fortalece, entonces sí
el ALCA va a ser un problema. Pero eso no es asunto de Estados Unidos,
sino de los países del Mercosur. No se trata de ALCA sí
o ALCA no, sino de ir al ALCA juntos o separados. Y ésa es nuestra
responsabilidad. Los últimos tres años del Mercosur han
sido muy malos y hay que revertir urgentemente esta situación,
porque la ofensiva que vendrá de Estados Unidos será muy
fuerte y será un peligro para nosotros si el Mercosur no se constituye
realmente como un bloque político y económico. Creo que
bien negociado, un ALCA con Mercosur redundará en una gran afluencia
de inversiones.
Este tipo de razonamiento vale también para otros temas latinoamericanos,
como el Plan Colombia. Bush va a continuar con el Plan Colombia, pero
la pregunta que hay que hacerse no es cómo puede ser esta intervención
norteamericana sino qué hizo Sudamérica para tratar el problema
colombiano. Sumarse pasivamente al Plan Colombia, o rechazarlo sin ofrecer
nada a cambio, no son opciones que se pueda achacar a Estados Unidos sino
a la poca acción de los países sudamericanos para incluir
a Colombia en un plan integral y regional de combate al narcotráfico.
Colombia debe ser integrada a un plan regional de defensa, y en líneas
generales todos los países de la región deben tender a la
integración en todos los aspectos. Si la Argentina y Brasil, por
ejemplo, aceptan pasivamente ser considerados por Estados Unidos un país
de tránsito de drogas, y por ello entonces no se combate al narcotráfico,
entonces la culpa no es de Estados Unidos sino de la Argentina y de Brasil.
Todas estas cuestiones se pueden resumir con un término: complicidad
por inacción. No es que la política sudamericana sea cómplice
per se del narcotráfico, o de la recesión económica,
sino más bien que los países de la región no están
gestando ningún tipo de integración. Y la administración
Bush insistirá con el ALCA, y allí será nuestra exclusiva
responsabilidad usar el ALCA para nuestro beneficio o para nuestra ruina.
* Ex embajador argentino en Estados Unidos durante el gobierno de
Menem.
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