Por
Juan Gelman
Parece
inmune al cansancio. De regreso de una nueva gira de presentación
de La caverna, su novela más reciente, por República Dominicana,
Colombia, Guatemala y México, este hombre de 78 años insiste
en demostrar que la palabra del escritor puede y tal vez debe rebasar
los límites de la hoja impresa para imprimirse además en
la conciencia social de nuestro tiempo. Con voz pausada, José Saramago
expuso así sus convicciones y opiniones en torno de la marcha zapatista,
pocas horas antes de que los 23 comandantes del EZLN y el Subcomandante
Marcos llegaran al Zócalo o corazón prehispánico,
hispánico y mestizo de la inmensa ciudad de México.
¿Qué significado tiene, a su juicio, esta insólita
marcha?
Supongo que nadie tiene el derecho de ignorar una situación
cuya gravedad se ha tratado de minimizar y aun desconocer. En principio,
nadie debería ignorar que los pueblos indígenas, no sólo
de México, sino también de toda América, hasta el
sur de Chile, han sido humillados, explotados, reducidos a una condición
casi infrahumana, abandonados a su suerte. Los avances sociales que a
lo largo de los años se han ido introduciendo en la sociedad mexicana,
por ejemplo, ya que de ésta ahora se trata, no han beneficiado
nunca, jamás, no sólo a los indígenas, sino tampoco
a una gran parte de la población mestiza. Ciertas investigaciones
han demostrado que el uso de las lenguas indígenas está
disminuyendo y eso se ha entendido en México como una muestra de
progreso. Es decir, el aplastamiento, el laminaje de culturas y tradiciones
milenarias durante estos 500 años transcurridos desde que llegamos
aquí los colonizadores europeos no ha sido, ni más ni menos,
otra cosa que un genocidio lento, el intento de eliminar progresivamente
al indígena del espacio americano, y no sólo de México.
Y lo que está pasando aquí ahora no es sólo de ahora,
porque no se puede olvidar que los levantamientos indígenas no
son hechos que se remontan a 10 o 15 años atrás: ocurrieron
siempre, en el siglo XIX ocurrieron,
y en el XX ocurrieron, y siempre fueron aplastados reduciendo a los indígenas
a la miseria, a la ignorancia, a todas las enfermedades posibles e imaginables,
como si se estuviera esperando que el destino, la suerte o la fatalidad,
como se lo quiera llamar, limpiara de una vez para siempre esa especie
de lepra, desde el punto de vista del dominador, del explotador, que sería
el indígena, y que de alguna forma estaría afeando la luminosa
faz de México. ¿Qué es lo que ha pasado, qué
es lo que está pasando? Se puede decir Marcos, sí, claro
que sí, Marcos, pero no es sólo Marcos, es todo un espíritu
de resistencia verdaderamente sorprendente. La resistencia de los indígenas
siempre ha sido un fenómeno que quizás tenga aspectos incomprensibles
para nosotros, pero es finalmente la resistencia de quien está
y quiere seguir estando. Creo que más allá de los levantamientos
y las luchas armadas hay algo mucho más fuerte: una suerte de conciencia
de sí mismo que tiene el indígena y su sentido de comunidad.
Cada uno de ellos es un individuo, pero un individuo que no puede vivir
fuera de la comunidad, la comunidad es su fuerza, y eso explica que su
resistencia haya creado este momento en que nos encontramos. El hecho
de que no se haya concretado el intento de eliminarlos que prevaleció
500 años sólo puede entenderse por esa capacidad de resistencia
absolutamente extraordinaria que encontró no sólo una expresión
solidaria entre ellos, sino también algo que hasta ahora no había
sucedido: la solidaridad internacional. Marcos, que no se ve a sí
mismo como líder, es una ventana a través de la cual se
puede mirar todo lo que hay detrás y lo que hay detrás es
lo que importa, él no es más que eso, una ventana. Una ventana,
una voz, un pensamiento. Claro, puede decirse que Marcos se indianizó.
No sé si se indianizó; el problema no está ahí,
pero Marcos ha entendido lo que estaba pasando. Eduardo Galeano lo señala
de manera luminosa cuando dice que Marcos llegó a la selva y no
lo entendieron, más tarde volvió aentrar y se perdió
en la niebla y a partir de ahí empezó a entender porque
empezó a escuchar. Y lo que está pasando con esta marcha
y con todo lo sucedido desde el 94 hasta hoy, sin olvidar que Marcos
entró a la selva en el 83, es que esa voz que aparentemente
sólo era la de Marcos se convirtió en la voz de los indígenas
de México. Y súbitamente toda la sociedad mexicana se encuentra
frente a una realidad que sí, que allí estaba, que daba
por descontada y que si en 500 años no había cambiado mucho,
por qué iba a cambiar ahora. Lo que pasó es que todo ha
cambiado. México se encuentra en una esquina de su historia y la
conciencia social al respecto es tan fuerte que basta para justificar
que esta marcha de 3 mil kilómetros hasta el D.F. tenga un carácter
triunfal. Y más: en el fondo, los zapatistas representan la llave
que el gobierno mexicano estaba necesitando para resolver sus propios
problemas. Esto no significa que los zapatistas -.está claro, y
tenemos suficiente información para saberlo se van a organizar
en partido político, no lo harán. No. Porque la verdad es
que México, partidos políticos ya tiene. Lo que le falta
es un movimiento social que en estos momentos sólo puede ser encarnado
por el zapatismo. Hace un par de días Noam Chomsky dijo que el
contagio zapatista puede imprimir un giro al mundo. No soy tan optimista,
pero lo que está pasando en América, no sólo en México,
puede ser decisivo para el futuro de esta parte del mundo. No tengo la
menor duda de que existe una influencia clarísima del zapatismo
seguramente en muchas otras partes, que se da por una razón muy
sencilla: faltan ideas en el mundo y muchísima gente se da cuenta
de que aquí, en México, en la selva Lacandona, nacieron
ideas nuevas. No sabemos qué futuro podrán tener, pero son
ideas nuevas. Y eso es lo que necesitamos.
¿Por qué no es usted tan optimista como Chomsky?
Me
gustaría serlo, pero hay un problema que tenemos que resolver:
el problema de la democracia. Lo que estamos llamando democracia y
el discurso alimentado al respecto por los políticos y los medios
de comunicación, esa cierta retórica de la que todos hacemos
más o menos uso- es en el fondo una falacia. No pasa de ser una
fachada. Las instituciones están ahí, funcionan los parlamentos,
los gobiernos, los tribunales, pero todo eso nada tiene que ver, y además
nunca tuvo nada que ver en el pasado, incluso en la antigua Grecia, con
esa idea, esa fórmula perfectamente admirable pero utópica,
de la democracia como gobierno del pueblo, para el pueblo y por el pueblo.
Jamás ha sido así, y hoy mucho menos. Porque hasta ahora
teníamos la ilusión de que el poder político era
la democracia, así como la relación del ciudadano con las
instituciones sobre todo mediante el voto y las elecciones. Pero si miramos
la situación en que se encuentra el mundo hoy, es fácil
darse cuenta de que los gobiernos no mandan, que el poder efectivo, real,
ése que está condicionando la vida de 6 mil millones en
el mundo, es el poder económico concentrado en las multinacionales.
Yo digo: se puede quitar un gobierno y poner otro si los ciudadanos así
lo deciden, pero no pueden quitar el poder a una multinacional. Podría
ser tan optimista como Chomsky si el movimiento zapatista, o movimientos
similares -.no necesariamente debe haber un zapatismo universal
expresaran una conciencia colectiva mundial de la situación en
que nos encontramos respecto de algo fundamental en la vida de una sociedad:
la cuestión del poder, de quién lo tiene, por qué
lo tiene, para quién y para qué. Y está clarísimo
que el poder multinacional no se preocupa para nada de la suerte de la
gente, sólo se guía por el lucro. No tiene otra explicación
el hecho de que 3 mil millones de personas, la mitad de la población
mundial, vivan con apenas 2 dólares diarios. Y cuando, algo provocante,
digo a veces que el planeta Marte me importa un bledo, me importa un pepino,
es porque tenemos que decidir las prioridades. Y desde mi punto de vista
la prioridad absoluta es el ser humano. El cosmos está ahí
hace no sé cuánto tiempo, un tiempo que escapaa la capacidad
imaginativa sumada de los 6 mil millones de habitantes del mundo. Para
qué asaltarlo ahora. El cosmos podría esperar 50 o 100 años
más y no pasaría nada, al cosmos no le importaría
nada. No tiene sentido ir a Marte mientras una persona en la Tierra, una
única persona en la Tierra, se esté muriendo de hambre.
Lo verdaderamente obsceno no es la pornografía. Lo que es obsceno
es que se pueda morir de hambre. Entonces, soy menos optimista que Chomsky
porque tenemos que resolver el problema del poder. Creo necesario que
se desarrolle ese movimiento mundial de conciencia y el zapatismo puede
ser un elemento para eso y aun favorecer con su ejemplo la aparición
de movimientos similares en otros países, que no busquen la conquista
del poder político convirtiéndose en nuevos partidos que
reproducirían el sistema en la misma dirección y con los
resultados conocidos. Hay indicios de ese desarrollo, Seattle, Davos,
Cancún, Washington, Porto Alegre. Pero qué hacer cuando
una multinacional patenta una planta que tiene propiedades curativas,
que la gente estaba ya usando, como si Dios hubiera destinado la explotación
de esa planta a esa multinacional, al cabo de no sé cuántos
miles y miles de años, y nadie protesta. ¿Y dónde
queda la privacidad? Hoy lo que cuenta es la tarjeta de crédito,
nada más, el número de la tarjeta de crédito; el
nombre no tiene ninguna importancia. Esto es expresión del problema
fundamental que, a mi juicio, está subyacente en el discurso zapatista:
es decir, no entrar en cuestiones de competitividad entre partidos políticos,
sino hacer de un fuerte nivel social de conciencia algo que pueda cambiar
el mundo. Su rumbo actual nos lleva al desastre.
En ocasiones ha dicho usted que pasarán siglos antes de alcanzar
una sociedad justa. También que dentro de millones de años
nada quedará de este mundo. Todo lo cual remite a algo muy importante
en su obra: el tema del tiempo. ¿Cómo ve este tiempo corto
en relación con el tiempo largo?
Yo creo que los tiempos son a la vez cortos y largos. Hay un tiempo
que mide el reloj, pero sabemos que hay circunstancias de la vida en que
el mismo lapso mensurable posee una diferente intensidad. La rutina de
mi vida en Lanzarote contiene, por ser rutinaria, menos tiempo en el tiempo
que yo tengo. Mientras que, si estoy en otro lugar, con una actividad
mucho más intensa, puede en ese tiempo caber mucho más tiempo.
Claro, esto es relativo y existen el tiempo psicológico, el tiempo
matemático, el tiempo real, todo eso. Eso sí, estoy absolutamente
convencido de la no existencia de algo que se pueda llamar presente. El
presente no existe. Lo único que existe es pasado, porque ha sido
vivido, consumido por nosotros o por los que vivieron antes. Creo que
no podemos llamar presente a algo más que el momento en que decimos
la palabra, que inmediatamente se convierte en pasado. Entonces veo a
la humanidad como transportadora de tiempo. La humanidad es la que lleva
el tiempo, lo lleva detrás, lo transporta o es transportada por
él, como se quiera. El símbolo sería éste:
el mar, la playa, la ola que se pliega con su espuma blanca y muere en
la arena. Esa ola, que para mí es el tiempo de nuestra vida, y
el brillo de esa espuma blanca el de nuestra existencia, cuando lo hay,
no tendría ninguna posibilidad de ser sin el mar que está
atrás, y el mar es todo el tiempo pasado. Si esto es así,
y quizás es lo que usted nota en mis libros, se trata de esa especie
de respiración del tiempo que va en dirección a algo que
llamamos futuro, que tampoco sabemos dónde está. El futuro
es el tiempo por vivir, el pasado, el tiempo vivido, y entre una cosa
y otra no hay nada. Yo creo que el tiempo sencillamente está y
no que pasa, sencillamente está. Nosotros estamos en el tiempo,
que sigue un proceso de envejecimiento y, por lo tanto, a la vez que envejece,
vamos envejeciendo nosotros.
En estos días se ha entrevistado usted -.por separado, desde
luego con el presidente Vicente Fox y con el Subcomandante Marcos.
¿Cuáles son sus conclusiones sobre la presente coyuntura?
Para ser breve: de un lado y de otro hay palabras. Las palabras
de Marcos, las palabras de Fox. Las palabras de Marcos tienen una consistencia,
un sentido, que conocemos por sus escritos y comunicados, y agrego que
Marcos es un gran escritor, sobre eso no tengo duda alguna. Yo diría
que las palabras de Marcos son hechos, cada palabra que ha pronunciado
es un hecho.
Las palabras de Fox no son más que eso, palabras. Los hechos no
han confirmado hasta ahora sus palabras. He estado con él y puedo
decir, como declaré a los medios, que Fox tiene una voluntad de
paz. Añadiría que no tiene más remedio que tener
esa voluntad de paz, porque no es un problema de Fox, es un problema de
México. Y tal vez llevado por su facundia verbal y por su ansiedad
de llegar al poder, ha dicho esas tres o cuatro palabras que lo comprometieron,
en 15 minutos resuelvo el problema de Chiapas. Se puede decir
entonces que todas sus declaraciones actuales sobre la posibilidad de
un acuerdo con los zapatistas obedecen, efectivamente, a que Fox quiere
la paz. Sí, probablemente quiere la paz, no tengo duda alguna de
que se pronuncia por la paz, porque una cosa está clarísima
ya: los zapatistas no van a firmar una paz cualquiera, no han venido aquí
para eso, la paz tendrá que esperar. Y tendrá que esperar
toda una negociación, lenta, complicada, y lo que está claro
es que los zapatistas no piensan renunciar a ninguna de sus reivindicaciones,
a ninguna. Se puede opinar que dará comienzo el acostumbrado proceso
político de tire y afloje, pero pienso que si el gobierno mexicano
cree que los zapatistas van a entrar en el juego de que te doy esto para
que me des aquello, se equivoca gravemente. Marcos y los zapatistas merecen
todo el crédito que les da una larga resistencia, una coherencia
ideológica y política ejemplar, un sentido estratégico
verdaderamente notable: Marcos ha gestionado los silencios con la misma
maestría con que ha gestionado las palabras. Cuando se decía
que no hablaba, que pasaban los meses y no hablaba, la palabra necesaria
surgía siempre en el momento justo, preciso, indispensable. Fox
es un político semejante a muchísimos otros, no tiene credenciales
en el sentido de un pensamiento, una idea, un proyecto. Sólo cuenta
con las propuestas de sus asesores en la coyuntura actual, pero dudo de
que tenga ideas más allá del día de mañana.
Y los zapatistas sí tienen ideas, que no se limitan a la selva
Lacandona, a Chiapas, a México. Tienen ideas que pueden trascender,
sobre todo en el marco de los pueblos indígenas de toda América.
Creo que ese movimiento es imparable. Quizás se lo podría
contener en México, aunque lo dudo porque esta marcha está
diciendo que no, que ya no se puede. Y las declaraciones de Marcos de
que no se retirarán del Distrito Federal sin que se resuelva el
problema indígena muestran una voluntad que llega a emocionar.
Más allá del debate de ideas, de estrategias y tal, hay
una especie de serenidad profunda en esa gente, en esos comandantes. Marcos,
sí, pero en todos ellos hay una especie de estoicismo increíble.
Conocemos las degradaciones que esa gente ha sufrido y, sin embargo, mantiene
una serenidad profundísima que creo que les viene de esa relación
del individuo con la comunidad. Cada uno de ellos es el que es, pero es
también lo que todos los otros son. Y lo que debería estar
presente en la conciencia de todos es que la tierra es de ellos. Hay cosas
de las que uno debería avergonzarse. Por ejemplo, de los colonos
blancos de Estados Unidos que regalaban a los pieles rojas mantas infectadas
de viruela. Y del genocidio de 10 millones de habitantes del ex Congo
Belga cuando era propiedad personal del rey Leopoldo II. Y del genocidio
de 6 millones de judíos sacrificados por la Alemania nazi. Y del
genocidio lento en estas tierras. Se debe poner fin a la falta de respeto
humano que padecen los indígenas de América.
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