Por Sandra Russo
En un papel amarillento, rescatado
de los archivos del CELS, se lee lo siguiente:
Comisión Municipal de la Vivienda
Departamento de Vigilancia Interna
INTIMACION ULTIMO AVISO
Villa: 1-11-14
Casa Nº: 222
Sector 1.
Se intima al ocupante de la vivienda a presentarse (con tarjeta de censo
y documento de identidad) el día 4 del corriente, en el horario
de 14 a 19 horas en la oficina Erradicación de la Comisión,
instalada en la calle Varela 1950, Capital Federal, de esta villa. De
no presentarse en el plazo fijado, la vivienda será demolida.
Buenos Aires, 4 de junio de 1979.
Quien quiera que fuese el ocupante de la casa 222 del sector 1 de la villa
del Bajo Flores, lo cierto es que se negó a firmar la intimación.
Esa persona anónima fue probablemente uno de los 87 villeros que
presentaron un recurso de amparo junto a Emilio Mignone, como una forma
incipiente de resistencia frente al plan de erradicación de villas
de la dictadura militar. Pero fueron muy pocos los que lograron tomar
aire y recuperar oxígeno para organizarse en medio del huracán
de terror y violencia con la que el gobierno militar se deshizo, en cuatro
años, de 200.000 indeseables de esta ciudad. La sangre fría
y el trasfondo racista de aquella política de erradicación
salen a flote ahora, palabra por palabra, en El Libro Azul de Cacciatore,
que las actuales autoridades de la Comisión Municipal de la Vivienda
encontraron en sus oficinas y que refleja cómo, cuándo y
por qué miles de personas fueron cargadas en camiones junto a sus
pobres pertenencias y trasladadas hacia oscuros rincones más allá
de la General Paz.
El brigadier Osvaldo Cacciatore, a la sazón intendente de Buenos
Aires tras un reparto de poderes entre las tres Fuerzas Armadas, sancionó
el 13 de julio de 1977 la ordenanza 33.652, por la cual la Comisión
Municipal de la Vivienda (CMV) quedaba a cargo del plan integral
de erradicación de villas. El titular de ese organismo, Guillermo
del Cioppo, hizo una síntesis del espíritu de su trabajo
erradicador tres años más tarde: Hay que hacer un
trabajo efectivo para mejorar el hábitat, las condiciones de salubridad
e higiene. Concretamente: vivir en Buenos Aires no es para cualquiera
sino para el que la merezca, para el que acepte las pautas de una vida
comunitaria agradable y eficiente. Debemos tener una ciudad mejor para
la mejor gente.
A esa altura, el plan gestado en 1977 estaba teniendo éxito y Del
Cioppo tenía de qué jactarse. En un mamotreto que data de
ese año, llamado El Libro Azul..., Cacciatore y sus funcionarios
dejaron constancia de cómo articularon el éxodo forzado
de villeros. Fue fascistamente simple: dividieron el plan en cuatro pasos,
que ejecutaron puntillosamente. Congelamiento/Desaliento/Erradicación/Ordenamiento
Social y Edilicio, reza un burdo cuadro sinóptico. En el
segundo y en el tercero de los items, los funcionarios de la dictadura
descargaron el terrible peso de sus políticas. En materia de Desaliento,
se encargaron de hacer imposible la vida en las villas, impidiendo abrir
comercios, abastecerse, organizarse, distraerse, circular. Cuando llegó
la hora de la Erradicación, sin embargo, se encontraron
con gente obstinada que estaba acostumbrada al desaliento y que persistía
en ocupar sus casas. Recurrieron entonces a un no-argumento: los borraron
del mapa por la fuerza.
El punto uno del plan era el Congelamiento, lo que supuso
impedirles la entrada a las villas a nuevos migrantes y relevar exhaustivamente
a la población existente hasta entonces. Cuando los militares llegaron
al poder, en Buenos Aires vivían 224.885 villeros, cifra proporcionada
por las autoridades incluyendo inexplicablemente en ella a los más
de 9000 habitantes de seis núcleos habitacionales transitorios
y a otros 7000 que habitaban los barrios Rivadavia, García y Mitre,
construidos por el Banco Hipotecario, que pagaban religiosamente las cuotas.
Ya estaba claro que el gobierno no quería solamente erradicar villas,
sino erradicar a los pobres.
Hicieron aerofotografías para realizar planos cartográficos
de cada villa y se dedicaron a identificar una por una a las respectivas
casas, que luego marcaron: les pintaron a cada una un recuadro
de fondo negro con el número correspondiente. Paralelamente, se
hizo un censo que les permitió conocer la filiación de cada
uno de los habitantes, sus condiciones de convivencia, su nivel de ingresos,
sus lugares de origen. Con esa información, se confeccionaron Certificados
de Asentamiento Precario que, según reza la ordenanza, deberá
ser exhibido por el villero ante cualquier Autoridad Municipal, Policial
o de Seguridad que así lo requiera. Cada uno de esos certificados
fue a parar, a su vez, a un legajo, que será utilizado por
el personal afectado a las etapas de Desaliento y Erradicación.
El Desaliento puede interpretarse así: como los villeros
no se habían integrado a la ciudad, era conveniente que regresaran
a sus lugares de origen. Pero como el fin buscado era que volvieran a
sus lugares de origen, los militares se ocuparon de que los villeros no
se integraran a la ciudad. Así, dispusieron el control del
comercio ilegal, industrias, talleres, depósitos, etc. Con ese
fin se procede a la clausura de los mismos, llegándose ante la
reincidencia al decomiso de los productos que se fabrican o se comercializan.
Se prohibió vender, comprar, ceder o alquilar las viviendas
existentes, como así también la ampliación o nuevas
construcciones. Se prohibió circular o estacionar dentro
del radio de la villa tanto a vehículos particulares como
a aquellos destinados a la carga y descarga de productos comerciales.
Se dispuso la presencia constante del Personal del Departamento
de Vigilancia Interna, motivando a la población villera a encontrar
solución a su problema habitacional.
En el libro Prohibido vivir aquí, de Eduardo Blaustein (ver recuadro),
aparecen los testimonios de líderes villeros que con militancia
previa o sin ella hicieron frente a las topadoras y los camiones militares.
Muchos de ellos murieron. Otros, como Juan Cymes, Teófilo Tapia
o Magtara Feres, todavía están aquí para contarlo.
Magtara Feres tiene hoy 69 años. De ascendencia libanesa y niñez
en Paso de los Libres, Magtara vino a Buenos Aires ya casada con un maestro
de escuela y la simple esperanza de algo mejor. La primera vivienda fue
un chalecito en Claypole. El matrimonio Feres se anotó en un plan
de viviendas en Avellaneda. Resultó una estafa.
El marido maestro enfermó. Comenzó a hacer changas y Magtara
era catequista. En 1960, los Feres por fin fueron beneficiados con una
casa en un complejo de Cobo y Curapaligüe, el Barrio Rivadavia, construido
por el Banco Hipotecario. Fueron de a poco pagando esa casa, que unos
años después el gobierno militar incluiría entre
las villas a erradicar. La trampa era que los raleaban por
pobres, pero les prohibían mejorar sus condiciones de vida. No
podían, por ejemplo, reemplazar el alambre tejido por una medianera.
Un día, después de 1977, una vecina llegó agitada
a la casa de Magtara.
¿A vos también te llegó el papel este? Ay,
Magtara, tengamos cuidado, se viene la erradicación.
¿Erradicación? ¿Y eso qué es? preguntó
la catequista y luego, al comprender, gritó:
Pero, ¿cómo? ¡Si esto lo hemos estado pagando
toda la vida!
El papel era una intimación como la que se reproduce al principio
de esta nota. Magtara se presentó en la Comisión Municipal
de la Vivienda.
Dígame qué precisa le dijo al funcionario que
la atendió.
Necesito que me entregue su casa.
La vecina que acompañaba a Magtara se puso a llorar. Ella no. Preguntó
cuándo le iban a dar las llaves de la nueva casa. ¿O
se cree que me voy a ir a la calle después de haber pagado tantos
años por la casa en la que vivo?. La dignidad de Magtara
le resultó incomprensible al funcionario: se encolerizó,
levantó el puño y amenazó con pegarle. Pegue,
pegue, que no soy manca, le dijo ella.
Mientras Magtara resistía a su modo, en otras villas y otros barrios
empezaban a llegar las topadoras, los camiones nocturnos; se escuchaban
tiroteos intimidatorios; eran secuestrados los líderes y los curas
villeros, aparecían cadáveres que se dejaban a la vista
para convencer a los empecinados. En el Barrio Rivadavia, las demoliciones
duraron más de un año. Las casas en pie comenzaron a inundarse
porque las topadoras destruían los caños. Magtara consiguió,
a través de un amigo de la Acción Católica, una entrevista
con Del Cioppo, que al ver la firmeza de esos vecinos terminó ofreciendo
treinta casas en Claypole para calmar a los más virulentos. Pero
los más virulentos le contestaron:
¿Y los demás?
Y no aceptaron.
Acto y presentación
Hoy a las 11 de la mañana, en un acto organizado por la
Comisión Municipal de Vivienda a cargo de Eduardo Jozami
en el Barrio Rivadavia I, se distribuirá el libro Prohibido
vivir aquí, editado por esa dependencia, en el que
el periodista y escritor Eduardo Blaustein relata la historia de
los planes de erradicación de villas durante la última
dictadura y hace una detallada recuperación de las voces
de los sobrevivientes de las ordenanzas de Osvaldo Cacciatore. En
esas luchas secretas, para las que el resto de la sociedad no tuvo
ojos ni oídos, se involucraron numerosas personas, como algunos
curas que fueron referentes de los villeros y soportaron no sólo
la presión de la dictadura sino la de sus obispos. El acto
se realizará en el gimnasio frente a la plaza, en la esquina
de Cobo y Curapaligüe, con la presencia del jefe de Gobierno,
Aníbal Ibarra. Cerrará la presentación Miguel
Angel Estrella con su piano.
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