Por Luis Bruschtein
¡Si no me sacan
de aquí, yo cuento todo!, dicen que gritó Emir Yoma
a Carlos Menem el miércoles en Gendarmería, cuando el ex
presidente niega haberlo visitado. Los dos se habrían encontrado
en una especie de carpa que tiene en el predio el ex titular del PAMI,
Víctor Alderete, quien estaba furioso porque no la podía
usar. Después de esa discusión, Yoma tuvo que ser tratado
por un pico de presión alta. En otra de las celdas, el ex juez
Hernán Bernasconi se convertía en espectador silencioso
del sainete menemista. Emir Yoma fue quien puso a Mariano Cúneo
Libarona en la defensa de Guillermo Coppola, a instancias de Menem, para
neutralizar a Bernasconi. Ahora Emir Yoma está preso junto a Bernasconi.
Y Cúneo Libarona, un abogado más famoso por mediático
que por sus escrúpulos, diseña emboscadas para obligar a
Menem a encontrar una componenda política que permita la liberación
de Yoma.
Emir Yoma se ha convertido así en el centro de este sainete criollo
que resume el lado oscuro de la era menemista: Swiftgate, Yomagate, tráfico
de armas, corrupción y puñaladas traperas entre viejos camaradas.
Desde el principio fue hombre de confianza de Carlos Menem. En realidad,
cuando guardó su primer secreto para el ahora ex presidente, todavía
no era un hombre. En 1964, cuando tenía doce años, acompañó
a su atractiva, sensual e inocente hermana Zulema, durante una visita
a Siria. Pero el lobo rondaba por Damasco bajo la forma de un joven abogado
riojano y peronista, con fama de rompecorazones, entrador y dicharachero.
El lobo afiló sus colmillos cuando vio a Zulema y Emir, todavía
en la pubertad, se convirtió en el único testigo de la primera
salida de la pareja.
El silencio de Emir fue recompensado: su hermana logró casar al
joven calavera y tras ser primera dama de La Rioja se convirtió,
aunque por poco tiempo, en primera dama de la Nación.
Emir es un hombre de piel morena, cara redonda, pelo negro, cejas tupidas
y mirada lánguida. Ha confesado al periodismo que su fantasía
es tener un harén. Aunque reconoce que esa quimera proviene más
de sus genes árabes que de su educación más occidental.
Aquella primera salida de tórtolos de Zulema con su novio se produjo
cuando Menem tenía 33 años. A esa misma edad Emir conoció
a Samira su esposa en una recepción que ofreció
la embajada siria en Buenos Aires. Samira tenía 17 años.
Para quienes lo han conocido en los negocios, Yoma es frío y calculador,
pero en el trato personal es un hombre sencillo, de pocas palabras y con
fama de excepcional anfitrión.
Es el octavo de diez hermanos, todos nacidos en Nonogasta, La Rioja, que
algunos riojanos han rebautizado Yomagasta, pese a que, según sus
amigos, Emir tiene un gran cocodrilo en el bolsillo. Es más
No-no-gasta que Yomagasta subrayan los que reflexionan que, en definitiva,
Yoma está preso por amarrete. Aluden así a que le negó
los 150 mil pesos que le pidió prestados Luis Sarlenga para salir
en libertad bajo fianza. De nada le hubiera servido, porque cuando finalmente
el ex interventor en Fabricaciones Militares reunió esa cifra,
el juez Jorge Urso le retiró la excarcelación. La suerte
de Yoma y Sarlenga ya estaba jugada.
A Emir, sus amigos y el mismo Menem le decían el Gordo,
pero no como a Armando Gostanian Gordobolú, que de
eso no tiene un pelo. Lo demostró en el desempeño familiar,
donde a pesar de ser uno de los hermanos varones menores se convirtió
en cabeza de las 77 personas que componen la extensa familia Yoma, a contrapelo
de la tradición árabe donde los varones mayores suelen llevar
ese liderazgo.
Emir es un devoto de la familia, y no sólo de su esposa y sus tres
hijos, sino también de todo el universo Yoma que funciona como
un clan alrededor de su estampa. Se preocupó y enfureció
cuando Amira fue involucrada en el Narcogate o Yomagate y trató
de conciliar y volver a reunir a Menem y Zulema cuando se produjo la separación
de la pareja. Hasta antes de su reciente caída en prisión,
solía decir con sentimiento que el peor momento de su vida había
sido la muerte de su madre, Chaha Ghazal.
El padre, Amín Yoma, llegó a los 17 años a La Rioja,
desde Siria. Junto con su primo Martín fundó un saladero,
una barraca de lana, una cámara fumigadora de cereales y una estación
de servicio. Fue la semilla de lo que Emir convertiría varios años
después en el Yoma Group. Desde aquellos años se remonta
la relación entre Yoma padre y Menem padre, que comerciaba con
un camioncito por el interior de la provincia. Las familias se conocen
desde hace más de 90 años. Aunque la fama de pirata divertido
que rodeaba a Carlos Menem producía recelos en los Yoma, Zulema
y Carlos estaban enamorados y la unión de las dos familias a través
de ese matrimonio era algo lógico y deseado.
Zulema y Carlos se unieron. Y los Yoma y los Menem también, comenzando
una larga y fructífera epopeya para el matrimonio y las dos familias.
En su pubertad Emir fue como ese hermano molesto al que hay que seducir
con un helado para poder darle un beso a la hermana sin que les cuente
a sus padres. Pero la unión de las familias fue más que
un helado. El secreto de aquella primera salida furtiva de los novios
en Damasco ya no tiene valor. Seguramente no se trata de eso cuando Emir
amenaza a su ex cuñado de prender el ventilador.
En 1991, las curtiembres de los Yoma exportaron por cinco millones de
dólares y tenían una participación del uno por ciento
sobre las ventas al exterior del sector. Cinco años después
exportó por 64 millones de dólares y su participación
en las ventas pasó a ser del nueve por ciento. En 1997, la participación
de Yoma en las ventas al exterior fue del once por ciento.
El helado de los doce años se convirtió en algo más
jugoso. La curtiembre familiar de Nonogasta llegó a cubrir 64 mil
metros cuadrados y era sólo una de las cuatro curtiembres del grupo.
Pero extrañamente, cuanto más vendía, más
crecían sus deudas, lo cual hizo pensar en un lucrativo vaciamiento.
En la actualidad, Yoma arrastra una deuda de 150 millones que en muchos
casos se consideran incobrables por los mismos acreedores. Para confirmar
el genio financiero que lo llevó a la cabeza de los negocios familiares,
a pesar de ser una de las personas más endeudadas del país,
Yoma ocupa un piso en una de las torres más caras de Buenos, en
la Avenida del Libertador, se jacta de tener propiedades en todo el mundo,
desde Punta del Este a Marbella, un avión y otras pequeñeces.
Sin embargo, la dirección de las empresas Yoma no fue lo que insumió
el esfuerzo principal de Emir. Su lugar estaba junto a Menem, el cuñado
providencial y presidencial, aquel joven tarambana que escondía
un futuro político brillante en la Argentina y al que él
había apostado en aquel primer silencio cómplice con los
novios y que en su camino hacia la presidencia había perdido las
insolentes patillas montoneras y las rebeldías anacrónicas
del peronismo del 45.
Emir se convirtió en la sombra de Menem, en el asesor por encima
de todos los asesores. Menem releyó a Perón y, si antes
el fin de la justicia social justificaba los medios, ahora, desde el peronismo
aggiornado por Menem, a la justicia social se llegaba por la activación
económica, por abrir el juego a los negocios, a las empresas. Un
buen negocio, el fin, justificaba los medios. El horizonte que se abría
estaba cargado de infinitas posibilidades.
En poco tiempo Menem demostró que en el camino podía desprenderse
de cualquier colaborador, ministro, militar, asesor o correligionario,
menos de Emir. Algunos quisieron ver en ese gesto un síntoma de
debilidad sentimental. No los une sólo la política,
sino también lazos de sangre, de familia y de historia, explicaron,
al igual que ahora cuando Menem justifica una visita al pabellón
de Gendarmería donde está recluido Emir. Menos convencidos
de la faceta sentimental del entonces presidente, hubo quienes decían
que además de los lazos políticos y familiares había
otros de tipo más prosaicos, si se quiere, pero de mayor peso.
Cuando la empresa Swift quiso solicitar un subsidio para no cerrar sus
instalaciones en la provincia de Santa Fe, Yoma fue acusado de pedir una
comisión, o coima, suficientemente onerosa, a cambio de facilitar
el trámite. Fue el Swiftgate. El que denunció las coimas,
aunque sin mencionar a Emir, fue el entonces embajador de los Estados
Unidos en la Argentina, Terence Todman, poco antes de terminar su mandato.
Si el mismísimo embajador de los Estados Unidos hace esta
denuncia, algo debe haber pasado razonaron políticos y periodistas
y si algo pasó, es difícil que Yoma haya actuado por su
cuenta. La conclusión, inevitable, fue que Yoma era el testaferro
de Menem, como si el entonces presidente, no conforme con facilitarles
buenos negocios a desconocidos y extranjeros, hubiera decidido hacerlo
también para su familia. Lo cual, desde otro ángulo, lo
muestra también en un plano sentimental.
En todo caso, Emir no ocupa el primer plano. No es un hombre político
ni de relaciones públicas. Prefiere un discreto perfil bajo, pero
por sus oficinas de la Capital Federal desfilan ministros, legisladores,
empresarios y políticos, entran valijas de la SIDE con dinero y
salen sobres con dinero. Emir toma el teléfono y arregla asuntos
imposibles, no ya de resolver, sino de defender. Los ministros pasan;
Emir queda.
Mientras el paradójico crecimiento con quiebra de las empresas
Yoma continuaba con créditos, subsidios, exenciones fiscales, reembolsos
y vista gorda, comenzaban a surgir empresas fantasmas en Uruguay, una
de ellas relacionada con el escándalo del oro y todas relacionadas
de alguna manera con Yoma. Al mismo tiempo, la relación con Menem
se hacía cada vez comprometida, al punto que, quizás por
única vez en su vida, Emir prefirió malquistarse con su
hermana Zulema que hacerlo con el Presidente. Cuando Zulema denunció
que su hijo Carlitos había muerto en un atentado, Emir respaldó
la hipótesis del accidente que sostenía Menem, quien había
dejado de ser su cuñado.
Los escándalos se multiplicaron en cascada. Un ex director de Yacyretá
volvió a incriminar al cuñado del presidente en un pedido
de coimas a cambio de la contratación directa de una firma alemana,
Amira Yoma fue involucrada en el lavado del dinero proveniente de la droga,
pero Yoma salió airoso ante la Justicia y denunció una y
otra vez que todas las acusaciones de que había sido objeto provenían
de la malicia de los periodistas y de una conspiración de la que
él era sólo una víctima menor. Los que me tiran
a mí, están tirando contra Menem por elevación
insistía en decir, sin darse cuenta de que quienes lo acusaban
no ocultaban que tenían a Menem en la cabeza porque era imposible
que esos desmanes se cometieran sin el conocimiento, la vista gorda o
la orden del jefe.
Lourdes Di Natale fue secretaria de Emir Yoma y de Ramón Hernández,
el secretario de Menem. Mariano Cúneo Libarona fue abogado de Emir
Yoma y de Ramón Hernández. Y Cúneo Libarona fue pareja
de Di Natale. Cuando el escándalo Coppola amenazaba con llegar
a Ramón Hernández, el abogado defensor de Coppola era, en
realidad, el de Ramón Hernández y Yoma, a instancias de
Menem.
Pero así como Cúneo Libarona con sus artilugios poco académicos
trabajó de bombero, su ex pareja, harta de maltratos según
declaró, por parte de Cúneo, de Yoma y de Hernández,
decidió en 1998 contar lo que sabía. Los tres quedaron en
una situación poco elegante en las declaraciones de Lourdes Di
Natale. Hernández aparecía como alcahuete de Menem y Cúneo
Libarona como mal padre y menos caballero. Pero el que quedó en
peor situación fue Emir Yoma ya que la mujer, su ex secretaria,
habló de vínculos con traficantes de armas, con la SIDE
y con la corrupción de funcionarios judiciales.
Como si tuviera piel de elefante, Emir salió ileso de las declaraciones
de Di Natale. La Justicia prefirió escuchar la defensa de Cúneo,
quien la presentó, con gran eficacia y dominio mediático,
como una mujer desequilibrada. En 1996, Aníbal Ibarra ya había
denunciado la relación de Yoma con el tráfico de armas y
tampoco había tenido una consecuencia judicial, pese a que ya se
había comenzado la investigación.
El primer indicio de la sólida alianza entre los jefes de las familias
Yoma y Menem fue durante la caída de Alfredo Yabrán. Emir
había conocido al cartero desde las primeras reuniones de campaña
del futuro presidente, se sentía identificado con el hombre de
negocios, no sólo por compartir el mismo origen cultural, sino
también porque como él, Yabrán había amasado
su fortuna desde abajo. Dicen que cuando Yabrán quedó prófugo,
ya sin protección oficial, Emir exclamó ¡pero
este hombre no quiere a nadie! y comenzó a desconfiar de
su suerte.
El sábado en la madrugada, cuando una comisión policial
llegó a su casa de Libertador 4444 para detenerlo por orden del
juez Urso, sus temores parecieron confirmarse. Habrá recordado
a Yabrán huyendo de la Justicia y volándose la cabeza, abandonado
por amigos y socios, con la familia marcada por la opinión pública.
Pero Yabrán ni siquiera alcanzó a tener contacto con sus
jueces, lo que seguramente tranquilizó a muchos. No es el caso
de Yoma, abatido por el encierro y el abandono que siente como traición.
Recordará aquel primer secreto que guardó para Menem en
Damasco. Y todos los demás secretos. Y es probable que Menem también
los recuerde.
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