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ENTREVISTA EXCLUSIVA CON EL ARGENTINO CIRO BUSTOS
“Yo fui el chivo expiatorio”

Quien hasta ahora había sido condenado como el hombre que señaló la presencia del Che en Bolivia es reivindicado por un documental sueco, que pone en el banquillo al intelectual francés Régis Debray.

Ciro Bustos actualmente vive en Malmö, al sur de Suecia, de una modesta pensión estatal.

Por Luciano Monteagudo

Desde Malmö, al sur de Suecia, donde está radicado desde mediados de los años 70, Ciro Bustos –el argentino que fue acusado de haber traicionado al Che Guevara en Bolivia y que ahora es redimido por un riguroso documental sueco (ver aparte)– se prestó a un diálogo telefónico con Página/12. Lo que sigue es parte de esa conversación.
–¿Por qué piensa que para Jorge Castañeda y Pierre Kalfon, entre otros historiadores, usted quedó como el Judas de la historia? ¿Quiénes lo metieron “debajo de la mesa” como dice usted en la película?
–Esto de “meterme debajo de la mesa”, de que durante treinta años pasé a ser inexistente –una situación que prácticamente dura hasta ahora– fue algo que en un principio yo mismo impulsé, porque me convenía el papel de no tener ninguna importancia, para cerrar los contactos con la gente en la Argentina y proteger a los compañeros. Ese fue mi propósito fundamental. Por eso mismo hice los dibujos (que lo incriminaron como el delator del Che, n.d.r.). Pero después de unos años la cosa se puso peor en la Argentina, como usted sabe, y mi silencio entonces fue mucho más necesario. Y cuando pasó la ola de los milicos y toda la matanza, ya era tarde. Se había producido una especie de comodín histórico. Había a quien echarle la culpa. Había alguien que no hablaba, no se expresaba, no se defendía, no existía. Y ésa fue la forma en que se fue escribiendo la historia nuestra, del EGP, del grupo del Che, y de meterlo debajo de la mesa, no hablar más de eso y usarme a mí de forro para las calumnias y las culpas.
–¿Pero por qué era necesario que hubiera un chivo expiatorio en esta historia?
–Es bastante complejo. Desde el punto de vista de la gente que se aprovechó de la situación en que se fabricó toda su biografía en torno de esos hechos y se adjudicó papeles heroicos era necesario un chivo expiatorio. Desde el punto de vista de estados que no podían dar la cara, que no podían explicar cosas, también era conveniente un chivo expiatorio. Desde el punto de vista de la gente que se quedó callada, que no salió en defensa de nada, también era necesario un chivo expiatorio. Es decir, existieron muchos factores que favorecieron el hecho de que hubiera alguien a quien se le pudieran echar culpas sin que se manifestara. Claro, después de treinta años, cuando aparecen las biografías y se dicen semejantes cosas, uno no puede quedarse callado. El único que habla con conocimiento es Jon Lee Anderson. El fue el único que me entrevistó. Los demás hablan a través de la voz de Régis Debray, de lo que él dijo y otros chantas habían dicho al principio, siempre tendiendo a salvar figuras y a aprovechar que había alguien a quien echarle las culpas. Lo más grave, para mi modo de ver, no es tanto el problema de quién fue el primero que dijo esto o lo otro, porque eso no tiene mayor importancia, eso prácticamente estaba en conocimiento de los militares. No era la cosa fundamental. Para mí, lo fundamental era guardar a la gente de Argentina. Eso no existía como conocimiento y siguió sin existir, durante treinta años. Lo de la guerrilla y la presencia del Che era algo que estaba claro aun antes de que nosotros estuviéramos allí. Eso no es lo fundamental. Lo fundamental es cómo se cocinan las cosas después, cómo se aprovecha la falsedad para salvar situaciones, para salvar la cara, construirse una biografía, etcétera.
–¿Usted se está refiriendo específicamente a Debray?
–Es lo más notable, ¿no? Pero no es el único que ha aprovechado la distorsión de la historia para su beneficios.
–¿Quiénes otros se beneficiaron?
–Mire, no es cuestión de ponerse a señalar con el dedo ahora, pero a lo largo de los treinta años hay gente que trató de especular con una historia que no había quedado clara. Pero no me interesa ahora ese planteo. Lo que yo digo es que la historia se reescribió. Se reescribió al gusto y la necesidad de otra gente, usándome a mí de forro.
–En la película hay un momento determinante y es cuando se expone la carta de Debray a su abogado, en la que habla de un “acuerdo” con el ejército boliviano. ¿Usted conocía ese documento? ¿Cuál era la naturaleza de ese “acuerdo”?
–En esa carta, Debray le reprocha a su abogado que haya puesto en claro compromisos que él tenía con el ejército y que pretendía mantener reservados, como era la presencia del Che en Bolivia.
–¿Pero cuál era ese compromiso de Debray con el ejército boliviano?
–No puedo responder por eso, porque es un compromiso privado, secreto. Yo no sé. Lo único que conozco yo es esa carta. Pero fíjese, ya que estamos en señalar cosas, el libro de Kalfon, el que más desvergonzadamente falsea las cosas, plantea que yo desde el primer día empiezo a hablar, que yo entrego mi verdadera identidad, en fin, da vuelta las cosas completamente. El que tenía pasaporte auténtico, con su nombre, era Debray. Yo tenía un pasaporte a nombre de otro señor, un señor Frutos, que no existía, y mantengo esa versión durante mucho tiempo, hasta que es descubierta porque mandan mis impresiones digitales desde Buenos Aires. Pero para entonces ya habían pasado más de veinte días. Kalfon da vuelta completamente la historia. Y llega a decir que Debray estuvo quince días en coma de las torturas que recibió y eso es absolutamente falso. Yo lo veía todos los días. Estábamos presos juntos, no en la misma habitación, pero yo veía cuando lo sacaban a él. Y una persona en coma no camina.
–¿Qué opina de la breve declaración de Debray en la película?
–Yo creo que él no quiere decir cosas. Esto lo pienso en general, no sólo de Debray sino también de mucha gente. Si han vivido treinta años sosteniendo una mentira, es muy duro dar marcha atrás y decir: “Durante treinta años he sido un canalla que he dicho cosas que no son y he echado culpas que no son”. En la posición de él, lo lógico es no querer hablar, igual que mucha otra gente.
–¿Cree que Cuba también dejó que usted cargara con la culpa, como dice Jon Lee Anderson en la película?
–Yo creo que se vivió una necesidad similar. Yo tenía necesidad de callar y pasar desapercibido y hacer el papel de imbécil, cualquier cosa, para ocultar lo que había detrás de mí, que era lo que había en Argentina. Y Cuba tenía la misma necesidad. Hasta ese momento y hasta bastante después, Cuba siempre negó tener injerencias en otros países y reconocer lo contrario o salir a apoyarme a mí; decir “es un compañero con el que hemos estado trabajando” no se podía hacer. El silencio mío obligado es también un silencio obligado de parte de Cuba, en esa primera etapa. Las cosas se podrían haber aclarado después, pero nunca se aclararon.
–¿Le parece que ahora Cuba estaría en condiciones de aclarar la situación, como lo está haciendo usted ahora, después de más de treinta años?
–Yo creo que sí, incluso han aparecido algunas cosas. Hay un libro que se llama Historia de generales, donde se cuenta un poco la historia del EGP. Lo que pasa es que incluso los cubanos están un poco mirando la historia de costado, porque la historia del EGP, del grupo nuestro, era una historia del Che, no de Cuba. Un proyecto del Che y él era el que conducía el grupo y manejaba la situación. Los cubanos hacían apoyatura, entrenamientos, informarnos, ayudarnos en distintas cosas. Pero la dirección del grupo era del Che.
–¿Cómo evalúa hoy, a casi cuarenta años, aquella experiencia guerrillera en Salta?
–Estoy trabajando en un libro sobre la experiencia de Salta y la posterior de Bolivia, que era la segunda intentona del Che para entrar enla Argentina. Bolivia era un paso para ir a la Argentina. Pero no es sencillo contestar en una frase telefónica semejante cosa, porque es muy complejo todo.
–¿Y qué imagen perdura en usted del Che Guevara?
–Yo tengo siempre la mejor opinión de él, la mejor imagen. Una sensación tan fuerte que mejora a través del tiempo. En ningún momento ha perdido vigencia ni fuerza. Pero, en fin, tampoco es cuestión de unas palabras.

 


 

“SACRIFICIO. ¿QUIEN TRAICIONO AL CHE GUEVARA?”
Tema del traidor y del héroe

Por L.M.

“En estos más de 30 años, lo único que ha funcionado es la mentira. ¡Todo el mundo miente!” El hombre que habla frente a la cámara, con la exaltación de quien ha soportado en silencio una infamia de décadas, es Ciro Bustos, un mendocino nacido en 1932, que fue uno de los hombres de mayor confianza del Che Guevara y que luego fue acusado por casi todos sus historiadores de haberlo traicionado. El documental sueco Sacrificio. ¿Quién traicionó al Che Guevara? –que el domingo pasado ganó el primer premio del Festival Internacional de Documentários de San Pablo, en su primera exhibición fuera de Suecia– rescata de las sombras la figura de Bustos, aporta datos concluyentes para levantar el estigma que pesaba sobre él y dirige el foco acusador hacia quien hasta ahora aparecía como el héroe mediático de aquellos días de sangre y fuego: el intelectual francés Régis Debray.
Según el jurado del Festival de San Pablo, el film de Erik Gandini (33) y Tarik Saleh (29) “permite una reinterpretación de hechos históricos de relevancia internacional” y parece difícil no coincidir con ese fallo. A partir de una minuciosa y compleja investigación, que llevó a los realizadores a entrevistar protagonistas y testigos clave en puntos tan distantes como La Paz, Miami, París y Malmö, Sacrificio descorre el pesado telón con el que hasta ahora había estado prácticamente oculta la historia de Bustos. De hecho, en el capítulo final de su monumental biografía Che, una vida revolucionaria (1997), el historiador norteamericano Jon Lee Anderson –a diferencia de los trabajos del mexicano Jorge G. Castañeda y el francés Pierre Kalfon– ya había redimido a Bustos de su papel de Judas, pero ahora este documental producido por la televisión sueca se concentra exclusivamente en develar la verdad de aquellos días de 1967 que determinaron la captura y la ejecución del Che.
Bustos había conocido al Che en Cuba, en 1962, y un año después formó parte del grupo que apareció en Salta como la primera vanguardia de un foco guerrillero. “Va ser una tarea larga y muy riesgosa”, cuenta Bustos en el film que les había dicho el Che. “Hagan de cuenta que están muertos y que lo que viven de ahora en más es prestado.” Como es sabido, aquella expedición terminó en el fracaso, con la muerte de dos de los discípulos más cercanos de Guevara, Hermes Paz y Jorge Masetti. De ese destino escapó Bustos, quien hacia 1966 ya estaba formando en Buenos Aires, Córdoba y Mendoza una numerosa red de apoyo a la expedición de Guevara en Bolivia. A comienzos de 1967, Bustos fue convocado por el Che para reunirse con él y, luego de haber compartido su campamento, cuando intentaba regresar a la Argentina, fue capturado el 20 de abril por el ejército boliviano. En esa emboscada en el pueblo de Muyupampa cayó asimismo Régis Debray, que también había estado reunido con el Che. Por entonces, Debray –a diferencia de Bustos, que operaba en el más absoluto anonimato– ya había cobrado cierta notoriedad por su amistad con Fidel y por su texto Revolución dentro de la revolución, que teorizaba acerca de la lucha armada, pero aparentemente no gozaba de la confianza del Che. “El francés declaró con demasiada vehemencia lo útil que podría ser afuera”, había anotado pocos días antes Guevara en su diario, con desconfianza.
El documental sueco no se conforma simplemente con darle la palabra a Bustos, que actualmente vive retirado en Malmö, de una modesta pensión. También entrevista a dos de los captores del Che y carea a Debray y a su amigo Kalfon, el historiador que con más ímpetu condenó a Bustos. En sus declaraciones al film, Bustos en primer lugar descalifica aquella que habría sido la prueba de su delación: los dibujos que él hizo de Guevara y su grupo. “No les di ninguna información que ya no tuvieran; ¿quién no conocía por entonces el rostro del Che?”, se pregunta Bustos. Para reforzar su posición, señala en cambio que cuando finalmente, después de 20 días de interrogatorios, el ejército boliviano conoció su verdadera identidad y le pidió que describiera a sus contactos en la Argentina dibujó a dos hombres inexistentes: un tal Andrés y otro llamado Isaac Rutman. “Más de cien personas dependían de mi silencio”, dice Bustos, que afirma que por su seguridad y la de sus compañeros siempre mantuvo un cerrado mutismo, aun a costa de su honor.
Tanto Félix Rodríguez, un agente de la CIA a quien el film ubica en Miami, como Gary Prado, el militar boliviano que tuvo a su cargo la captura del Che, testimonian ante los cineastas que fue Debray quien les confirmó la presencia de Guevara y su grupo. Por su parte, Kalfon –en una entrevista en la que queda en ridículo– no puede explicar cuáles son las fuentes en las que se basó para inculpar a Bustos, mientras que Debray trata de escapar de las cámaras y finalmente, acorralado, dice con evidente nerviosismo: “¿Traición? No me gusta esa palabra. Es que después de treinta años ya no recuerdo nada”.
Más concluyente aún parece un documento olvidado que exhuma el film, una carta escrita por Debray durante su cautiverio, en la que le cuestiona a su abogado boliviano que hubiera hecho público “un acuerdo” (sic) que él tenía con el ejército boliviano de no difundir periodísticamente la presencia del Che en Bolivia. Por entonces, la libertad de Debray era reclamada por el presidente francés Charles De Gaulle y gran parte de la intelligentzia europea, mientras que –muerto el Che en la escuelita de La Higuera– Bustos estaba completamente solo, sin respaldo posible en Cuba y mucho menos en Argentina, bajo la dictadura militar de Juan Carlos Onganía. Mientras que en Debray la historia había encontrado a su héroe, en Ciro Bustos tuvo su chivo expiatorio. Esos lugares son los que ahora, treinta y tres años después de los hechos, viene a cuestionar un film sueco realizado por dos cineastas que apenas estaban naciendo cuando moría el Che.

 

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