Por Javier Aguirre
El payaso/cazador busca a algún
espectador que le sirva de partenaire/presa para su espectáculo.
Chacovachi, el artista, aclara lealmente que no va a elegir a nadie que
no lo esté mirando a los ojos, a nadie que no le enfrente la mirada.
Pero la mezcla entre el miedo al papelón público y el deseo
de saltar al centro de la arena hace que la gente no sepa si mirarlo a
los ojos o no. El espectáculo de este payaso, que se presenta desde
hace trece años los sábados y los domingos en Plaza Francia,
es muy divertido y se compone de malabares, chistes y trucos mágicos.
El círculo humano que lo rodea en cada acto siempre es más
grande al final de la función que al principio: el que pasa y lo
mira, se queda.
Con casi veinte años de carrera, Chacovachi que se llama
Fernando Cavarozzi y tomó su nombre artístico de un pueblo
de Río Negro, Ingeniero Jacobacci sólo se presenta
en la Recoleta en abril, mayo y junio, ya que durante el resto del año
presenta su espectáculo en distintos países de América
Latina y Europa. Y en verano, por la Costa Atlántica gira con su
compañía de circo, el Circovachi.
¿Es difícil lograr que la gente se detenga a ver un
espectáculo callejero?
Gracias a la TV por cable, hoy podés ver en vivo a los manatíes
en el Amazonas, sexo en los reality shows, gente volando, dinosaurios,
lo que quieras. No es tan fácil sorprender. O sea que además
de ofrecer una propuesta artística, tenés que ser entretenido.
En el espectáculo de circo en vivo, la sorpresa es clave. Y tienen
que estar la transpiración del artista, ese patetismo de la verdad,
la cosa incierta de ver al payaso convocando a la gente a sentarse en
el piso. Es crudo, pero el artista callejero está como en bolas.
En la calle, si a la gente no le gusta lo que ve, se va. Yo trato de hipnotizar
al público para que se quede.
¿Tiene distintos espectáculos?
Mi personaje es muy fuerte, así que aunque cambie cosas en
las funciones, el espectáculo es el mismo. Lo que cambia es el
público, y el desafío es repetir la función siempre
confrescura. Yo soy un laburante del arte, llevo mi espectáculo
por todos lados y sobrevivo bien. Actualmente sólo estoy tres meses
al año en Plaza Francia, y después salgo a trabajar en festivales
afuera, a veces contratado por organizaciones de festivales o por alcaldías
de ciudades. Acá, lamentablemente, el Gobierno no les da ni un
cospel de subte a los artistas callejeros. Los funcionarios prefieren
invertir cien lucas en un solo concierto gratuito en verano que contratar
a mil artistas callejeros a hacer giras que son baratísimas
por todo el país.
¿Cómo maneja la relativa agresividad con la que su
personaje se dirige al público?
Parece que en la plaza hago lo que quiero, pero en realidad mantengo
un esquema de trabajo. El payaso Chacovachi va al filo de lo agresivo,
pero la gente lo quiere. Hace falta cierta cuota justísima de agresividad
para mantener a 400 personas a tu alrededor, sin echar a nadie. Que se
entienda como juego y no como insulto. Es un estilo. Ni siquiera los chicos,
que a veces se asustan con los payasos, me tienen miedo. Yo los miro a
los ojos y ellos saben que el mensaje es: Loco, todo bien, estamos
jugando.
¿Cómo comenzó su carrera?
Empecé en 1982, después de la colimba, en Plaza de
Mayo, cuando los milicos anunciaron que se iban. Estudiaba mimo y pensaba
que iba a trabajar en teatros, pero armé un espectáculo
en la calle, y me fue muy bien. La gente se ponía en redondo a
mi alrededor, como si fuera un pequeño Coliseo romano. Cuando están
en ronda, la risa de la gente rebota. Me entusiasmé y decidí
prepararme para trabajar específicamente en ese payaso, que era
todo lo contrario del under y el Parakultural. Mi payaso vive a luz del
día, ve las caras de la gente. No es under sino popular.
¿El artista callejero se queda afuera del reconocimiento?
El payaso tiene un lugar especial. El bufón fue históricamente
el que decía lo que nadie se animaba a insinuar, el que se podía
reír del rey. Yo puedo decir cualquier cosa sin que nadie se enoje.
El artista callejero que se pelea con la policía en la plaza, que
enfrenta lo inesperado de la calle, que antes de cada función tiene
miedo de perder la magia. Es más real que el de la tele. Un payaso
sin crítica, sin compromiso social, sin conflicto, sin choque...
no existe. Lamentablemente, McDonalds ha hecho mucho para sacar
al payaso de su lugar contestatario. Y yo me siento un payaso contestario,
en un país donde la mayoría de los payasos están
en la política.
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