Por Silvina Friera
Ray Bradbury imaginó
un mundo del futuro en que el poder quemaría libros. Eso ocurrió
en la Argentina, durante la dictadura militar, como una especie de secuela
de la obsesión de los nazis por poner fuego a la cultura. Bradbury
no imaginó, empero, una sociedad que incendiase teatros. Y eso
ocurrió, otra vez, en la Argentina, en los años de plomo.
El 6 de agosto de 1981, una bomba incendiaria acabó con la rica
historia del Teatro del Picadero, ubicado el pintoresco Pasaje Rauch 1847
(hoy Enrique Santos Discépolo), a la altura de Corrientes al 1900.
Una semana antes, un grupo de dramaturgos, directores y actores habían
iniciado en esta sala el ciclo Teatro Abierto, un fuerte movimiento de
oposición cultural a la dictadura. La misma noche de agosto en
que los desconocidos de siempre desaparecían un espacio emblemático
del teatro nacional, un Luna Park lleno se deleitaba con las canciones
de Frank Sinatra, contratado por el empresario Ramón Palito
Ortega. Veinte años después de aquel incendio que parecía
el final definitivo, el Teatro Picadero está a punto de reinaugurarse,
en un país en que muchísimas cosas han cambiado.
El incendio del Picadero sensibilizó a medio mundo, hace dos décadas.
Estoy con ustedes, en defensa de la cultura, les dijo por
escrito el influyente Jorge Luis Borges a los responsables de Teatro Abierto.
Muchachos, a mí esto de que quemen teatros me pone muy nervioso,
tienen los míos a su disposición, se ofreció
el empresario teatral Alejandro Romay. También el Teatro Argentino,
cuando estaba por estrenarse Jesucristo Superstar, y el Estrellas habían
padecido en aquella Argentina enferma de violencia la terapia de los incendios
intencionales y las pastillas gamexane. A pesar de la voladura que destruyó
el edificio y de la conmoción inicial de la comunidad teatral,
el fuego y el miedo no consiguieron el propósito de paralizar a
la gente de Teatro Abierto que decidió continuar las funciones
en el Tabarís. Aunque en principio se anunció que la sala
sería reconstruida, el espacio terminó funcionando como
un estudio de televisión. Después de 20 años, el
Picadero obliga al lugar común del mito del Ave Fénix: renace
victorioso de sus propias cenizas.
El director y docente teatral Hugo Midón, uno de los encargados
de la reconstrucción junto con el empresario Lázaro Droznes,
recuerda que llegó al Picadero en agosto de 1981, cuando el fuego
ya había destruido todas las instalaciones. Más allá
de la indignación que sentíamos, inmediatamente surgió
la idea de seguir. Teatro Abierto fue una fiesta impresionante,
precisa Midón en una entrevista con Página/12. Los dramaturgos,
encabezados por el recordado Osvaldo Dragún, escribieron piezas
breves, que trataban muchos de los problemas argentinos como los desaparecidos,
la tortura, la represión y el autoritarismo. Con un fervor nunca
visto, 25.000 espectadores participaron del primer ciclo de 21 obras.
Hoy recibimos una gran emoción por la recuperación
de un patrimonio que estaba perdido, comenta con satisfacción
Droznes. La puesta a punto del Picadero tendrá un costo total cercano
a los 150 mil dólares. Entre la platea y el pullman, la capacidad
aproximada sería de unas 250 personas. La parrilla, en la
superficie de la sala, permite orientar las luces hacia cualquier lado,
con un escenario móvil, que brinda la posibilidad de hacer teatro
a la italiana, semicircular, circular y puestas en alturas, puntualiza
Midón, que estrenará el mes próximo, una versión
musical de La Nona, de Roberto Cossa.
¿Cómo encararon la reapertura de una sala que tuvo
tanta mística?
En marzo, Lázaro me llamó para contarme la propuesta
de reabrir la sala y generar un espacio que Buenos Aires necesita. Tal
vez si hubiera sido otro lugar no tendría tanta trascendencia para
mí porque estuve muycerca de Teatro Abierto, conozco a los autores
y a la gente que lo impulsó. Además, reabrir el Picadero
significa refundar una idea acerca de la conexión del teatro con
la gente. Es un doble desafío. Más allá de la esperanza
de la apertura de una nueva sala, sabemos que el teatro no es un buen
negocio para nadie.
Por la situación económica, ¿sintieron miedo
de reabrir el Picadero?
Sí, el riesgo en el teatro es permanente. Tengo bastante
entrenamiento en correr riesgos porque el tipo de teatro que hago, la
comedia musical, es un riesgo constante. Una sala es el doble. Invertir
en el teatro para nosotros es una satisfacción. No pensamos tanto
en las cuestiones económicas sino en el sueño de tener un
espacio propio, de preparar una programación, de traer los espectáculos
que a uno le gustan. El afán de hacer cosas va más allá
de las alternativas económicas. Siempre el teatro está en
crisis, como el país, que está cada vez peor. Pero nosotros
sentimos que tenemos la posibilidad de hacer algo para que la situación
cambie.
¿Qué perfil tendrá la sala?
Apuntamos a buenos espectáculos, de jóvenes dramaturgos
y directores. El futuro es de ellos y necesitan un lugar en el teatro
que todavía no tienen. Creo que hay muchos espacios teatrales diversos
en Buenos Aires, por eso le queremos dar un perfil desde lo musical. Porque
están las grandes salas que hacen musicales al estilo de Broadway,
pero hay pocas de cámara con un tipo de comedia musical que nos
exprese un poco más. El género es muy rico, interesante
y tiene muchos recursos. Vamos a tratar de utilizar la comedia musical
para contar historias que nos pertenezcan. Lamentablemente, este género
está muy poco desarrollado.
¿Por qué?
Acá siempre costó bastante. No está muy definido
el gusto del público argentino por la comedia musical, es difícil
hacerlo y a veces resulta muy caro, por el sonido, la cantidad de artistas,
las coreografías.
¿El musical es un género marginal dentro del teatro
argentino?
No hay una corriente y falta preparación. Hay una generación
de actores de mediana edad que no están entrenados para la comedia
musical. Los más jóvenes tienen una formación más
específica en canto y baile pero todavía no se dio un desarrollo
completo del actor de comedia musical. La principal falencia en estos
momentos pasa por la actuación.
¿Cómo explica el fenómeno de abrir nuevos espacios
a pesar de lo económico?
Los actores y la gente de teatro tenemos que hacer autogestión
para concretar proyectos y no quedarnos en nuestras casas a esperar. Uno
se hace un poco empresario a la fuerza.
¿Les prometieron algún subsidio?
Todavía no, pero lógicamente lo estamos buscando.
Quizás dentro de un año recibimos algún tipo de apoyo
que nos sirva para cubrir el mantenimiento del teatro. Hay muchas salas
que necesitan subsidios y hay poca plata para la cultura en general. Ningún
espacio se mantiene únicamente con la actividad teatral. Un éxito
no te salva para siempre, te puede mantener algunos meses pero después
vienen las épocas flacas. Son seis meses buenos y en los restantes,
hay que remar contra la corriente.
Una revancha
del tiempo
La alegría por la reapertura del Picadero es unánime
para los que participaron de Teatro Abierto. Esta circunstancia
es muy especial porque El Picadero fue un teatro emblemático
para toda mi generación, asegura el dramaturgo Roberto
Tito Cossa, autor de Gris de ausencia. Me parece
una revancha del tiempo, comenta a su vez la escritora y dramaturga
Aída Bortnik. Recuerdo ese amanecer que sobre las cenizas
hicimos la asamblea para saber cuáles serían los pasos
a seguir. Todos estábamos juntos contra el enemigo y nos
sentíamos orgullosos de formar parte de algo que el público
había tomado como propio, agrega la autora de Papá
querido. La actriz Ingrid Pelicori, que formó parte del elenco
de Lobo ¿estás?, de Pacho ODonnell, lo vive
como una reparación histórica necesaria. Para Pepe
Soriano, que interpretó al abuelo de Gris de ausencia, la
recuperación de este espacio tiene connotaciones de orden
emocional. La noche anterior se había puesto en la piel de
ese anciano que sufre el desarraigo y confunde el barrio de La Boca
con el Trastevere romano, sin saber que sería la última
función en el Picadero. Pepe, nos reventaron el teatro,
le avisó Luis Brandoni del otro lado del teléfono.
Fue una noche dolorosa, incluso recuerdo que se decía
que querían meternos en cana a nosotros, cuenta Soriano.
Los artistas soñamos con abrir espacios para poder
expresar nuestros deseos artísticos, no para ganar dinero,
subraya el actor.
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LA
SALA HABIA SIDO INAUGURADA EN 1980
En homenaje al circo criollo
Estaba muy
sacado, gritaba todo el tiempo, no me podían contener. Fui testigo
de una tragedia, vi cómo las llamas se consumían un pedazo
de mi vida. En la voz del docente y dramaturgo Antonio Mónaco
se percibe una mezcla de emociones encontradas. Me había
jugado todos mis sueños artísticos, cuenta el actual
director de la escuela de Arte Dramático de Mar del Plata, en una
charla telefónica con Página/12. Cuando Mónaco hizo
la denuncia en la Policía Federal, lo dejaron detenido 24 horas
porque sospechaban que había incendiado el teatro para cobrar el
seguro. A principios de 1980, Mónaco estaba buscando junto a sus
alumnos un espacio adecuado para una estética arriesgada. Una de
sus alumnas, Guadalupe Noble, que problemas de dinero no tenía,
le ofreció financiar la compra y juntos encontraron en Rauch al
1800 un edificio, construido en 1926, la oportunidad de concretar ese
sueño compartido. En esas instalaciones había funcionado
un restaurante, un taller de bobinado de motores, una imprenta, pero nunca
un teatro. Mónaco bautizó a la sala con el nombre del Picadero
para homenajear a los Podestá, artistas fundacionales del circo
criollo.
Para algunos historiadores, el surgimiento del teatro rioplatense se inició
en 1884, cuando se estrenó una versión pantomímica
de Juan Moreira, basada en la novela homónima del argentino Eduardo
Gutiérrez. La palabra picadero alude los números de pista,
trapecios, cuartetos de acrobacia, comicidad circense criolla, clowns,
payasos, números ecuestres. El teatro nunca llegó
a dar ganancias como para que yo recibiera un sueldo, relata el
docente. Endeudado y dolido, Mónaco se ganó la vida pintando
casas y departamentos. En febrero del 82 llegó el llamado
que lo rescató de su exilio teatral. Le avisaron que se concursaba
la dirección de la escuela de Arte Dramático de Mar del
Plata, cargo que ganó y lo llevó a radicarse definitivamente
en esa ciudad. Me alegra muchísimo que Midón quiera
reflotar un lugar que para mí fue un desafío vital,
concluye Mónaco.
LOS
TRES TENORES EN CHINA
Un show olímpico
Los Tres Tenores
cantarán el sábado por primera vez en la Ciudad Prohibida,
en Pekín. El concierto, en la entrada del Palacio Imperial, será
la mayor producción musical que haya tenido lugar hasta ahora en
China. Sus costos son estimados en alrededor de diez millones de dólares
y se espera la asistencia de 30.000 personas. La actuación de Luciano
Pavarotti, Plácido Domingo y José Carreras en el Día
Mundial del Olimpismo apunta a dar impulso a la candidatura de Pekín
para los Juegos Olímpicos de 2008. La decisión sobre la
sede se tomará el 13 de julio en Moscú. Junto a Pekín,
entre los favoritos figuran además París y Toronto. Es
una posibilidad que se da sólo una vez en la vida, dice la
promoción del concierto que mostrará a los Tres Tenores
en esa histórica escenografía, donde los emperadores daban
a conocer sus decisiones en el pasado. La representante de la Compañía
Nacional de Arte y Cultura de China calificó el acontecimiento
de enorme desafío, porque si algo sale mal eso repercutiría
negativamente en la candidatura de la capital china. Pero si lo
hacemos bien, demostraremos al mundo que también nosotros podemos
organizar con éxito los Juegos Olímpicos, cree Chen
Jixin. Lo más controvertido son los altos precios de las entradas,
que van desde los 60 a los 2000 dólares, casi el triple del ingreso
anual que en promedio gana un trabajador chino en las grandes ciudades.
Pero Chen Jixin considera que el revuelo es exagerado y recordó
que en Detroit las entradas más caras para ver a los Tres Tenores
costaban 5000 dólares. Este es un evento comercial,
dijo. Debemos pagar lo que debemos pagar.
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