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OPINION
Por Mario Wainfeld

EL DEFICIT CERO, UNA NUEVA PROPUESTA CON TODO EL ESTILO DE CAVALLO
Cuando es hora de cambiar la agenda

Los límites de todos los economistas con poder. Los denominadores comunes de Machinea, LM y Cavallo. Los errores de Cavallo. El DC, una propuesta monárquica y poco seria. Los números que no cierran. De recaudar no hablar. Una ley, dos interpretaciones. Un aporte de Terragno.

Tres ministros de Economía se han sucedido en el Gobierno que fue elegido bajo el logo de Alianza. No es despiadado concluir que fueron muy poco idóneos para pensar políticas económicas dentro del (cabe reconocer) complejo escenario de una sociedad democrática. Y que, para colmo, han sido tremendamente ineptos para analizar su especialidad: la específica realidad económica, atisbar futuros, prever las coyunturas inmediatas.
Vayamos al primero de los cargos. Decir que Domingo Cavallo es un autoritario de libro no es ninguna novedad. Ricardo López Murphy tal vez lo sea un poco menos, más allá de su adusto aspecto y de su celebrado (por lo peor de las Fuerzas Armadas) período de instrucción en el Ministerio de Defensa. Y José Luis Machinea es un hombre de modos y curriculum ligados a la democracia y el pluralismo. Pero, puestos en gestión, estos tres especialistas comparten un potente mínimo común denominador: formulan sus planes sin registrar que están dirigidos a una sociedad plural, insatisfecha y compleja.
La sociedad argentina es pluralista de pálpito. La componen gentes de surtidas religiones, cuyos antepasados provienen de casi todas las geografías del globo terráqueo. Tiene una intensa actividad corporativa y política y –aunque apagados respecto de épocas no tan lejanos– muchos de sus habitantes saben reclamar por sus derechos. Es una sociedad que alberga piqueteros, Carpas Blancas, Memorias activas, centrales sindicales de orientaciones bien diferentes, activismo estudiantil, periodistas capaces de investigar y denunciar, inclaudicables organismos de derechos humanos e innumerables etcéteras. Unos cuantos argentinos “son” de salir a la calle si se atenta contra sus vidas, las de sus parientes, si se agrede su bolsillo, su estética o sus capitales simbólicos. Y llegan a ser muy aguerridos, hasta jacobinos e intransigentes puestos a defender sus intereses sectoriales. En términos histórico comparativos están algo aplacados como secuela aún no reparada del terrorismo de estado y también porque han aceptado que son estos tiempos de estrecheces y de escasez. Pero –como contrapeso– una bronca común suele acicatearlos: la de haber vivido mejor. La de haber tenido, cada uno en su sector, un pasado más confortante que se creen con derecho a revindicar y recuperar. Esto es, de no sentirse “apenas” demandante sino también despojado. Al punto de estimar que lo que se está pidiendo no es utópico, es posible. Tan posible que ya ocurrió.
Tamaño cuadro de situación amerita una toma de posición valorativa. Y ahí va: a los ojos de este columnista, que muchos compatriotas sean enérgicos en la defensa de sus derechos, activos y –a veces– hasta fastidiosos y agresivos es una profunda suerte. Si así no fuera, si dependiéramos solo de las ideas y decisiones de las máximas autoridades que hemos tenido, estaríamos bastante peor. Hágase un esfuerzo de abstracción e imagínese qué sería de la Argentina sin Marchas del Silencio, “no se olviden de Cabezas”, batallas de los organismos de derechos humanos, sin gremios combativos, sin prensa independiente.
Pues bien, todos quienes han intentado, con penoso saldo, conducir la economía en los últimos años han carecido del mínimo sentido común para prever las reacciones de actores democráticos, dinámicos y muy duchos en detectar cuando se le mete la mano... en sus intereses. Los Machi boys se sorprendieron por la respuesta de su base social –cierta clase media– al impuestazo: bronca, crisis de legitimidad y retracción en el consumo. Sin embargo, eran previsibles por cualquiera. López Murphy supuso que el aplauso de un puñado de banqueros era aval suficiente para imponer sacrificios a casi todo el resto de los argentinos. Cavallo, bueno, Cavallo ya se sabe.
En suma, piensan la política económica sin registro de los intereses, reacciones e imaginarios de los principales protagonistas del sistema democrático: no las facultades de Económicas, ni los centros deexcelencia, ni los banqueros, ni aún los Presidentes. Tan luego, la gente de a pie.

Ternero en rodeo propio

Nuestros superministros se manejan con lógica de laboratorio. Es interesante añadir que –aún dentro del estrecho margen de su especialidad– han venido haciendo sapos estentóreos. Errados fueros los diagnósticos de todos, equivocados los escenarios que imaginaron, endebles la murallas de Jericó que erigieron (blindajes o megacanjes). El más patético es el caso de Cavallo, cuyos cambios de discurso y de prognosis adquieren la velocidad de la luz, como doble consecuencia de la aceleración de la crisis y de su tempestuosa personalidad. Penélope incansable, teje medidas de día y las desteje de noche y cada vez explica que ha dado en el clavo. Ahora, con igual énfasis que cuando promovió medidas reactivadoras y se burlaba de los mercados, se convierte en adalid del déficit cero (en adelante DC, oh casualidad, las iniciales del Megaministro).
La iniciativa DC ha estimulado a editorialistas surtidos y le ha caído bien al presidente Fernando de la Rúa, cuya conformación como administrador municipal le hace creer que el equilibrio de las cuentas es, sin más, el secreto del crecimiento. Tamañas demasías obligan a subrayar una obviedad: el DC es una consecuencia necesaria del principio de convertibilidad. Ese instrumento implica la renuncia a la política monetaria y, por ende, a cualquier manejo, virtuoso o defectuoso, del déficit. Hábil sacador de conejos, Cavallo postergó la confesión pública de esa castración, primero vendiendo los activos públicos del estado (“joyas de la abuela”) y luego acudiendo al salvaje endeudamiento externo. Ahora los fuegos artificiales han terminado, el principio DC no se urde, apenas se reconoce. Pero ocurre que lo que propusieron Cavallo- De la Rúa es algo más preciso que DC: es DC “ya” y basado solo en recorte de gastos. El Presidente calificó al engendro de “innegociable”, asegurando que en ello “le iba la vida”, dos hipérboles tremendistas, monárquicas inadecuadas para un sistema republicano, representativo y federal.
Por su parte, Cavallo tuvo un fin de semana que lo pinta de cuerpo entero en eso de no comprender los códigos mínimos de una democracia moderna. Primero quiso darse el lujo de honrar a su hija con una boda menemista, una ostentosa provocación cuando se hace más pobres a lo que ya lo son y mucho. Tras cartón, puso en riesgo las tratativas con el PJ (esto es con sus compañeros por añares) agrediendo con modos de carrero a Carlos Ruckauf, para peor sin razón pues le reprochó no haberse valido de unos fondos que el gobierno le debía. En lo operativo eso le valió ser desplazado de las negociaciones por Chrystian Colombo, quien durante una semana febril, fue el único funcionario del Gabinete que mantuvo un diálogo sensato con la principal oposición. Para ponderar el tino del Ministro valga recordar que hasta hace un mes fantaseaba con unir su carro electoral al del PJ bonaerense.
Uno de los rebusques clásicos de los economistas con poder es intentar obturar el debate afirmando que se está en medio del incendio. Amén de Cavallo y De la Rúa la abanderada de esa postura fue Patricia Bullrich quien dedicó la semana en la que se conoció un desempleo record en promover un debate acerca del ingreso de los dirigentes sindicales. Una maniobra distractiva de opinable gusto que le salió mal cuando la réplica fue desnudar la jugosa contratación de su esposo como asesor y de su hermano. Lo que la ministra de Trabajo debió hacer es, si no contrición, análisis severos acerca de por qué hay tantos hogares que no comparten la dicha, en materia de ocupación, del suyo.
De rondón, lo que cualquiera puede preguntarse es cuál es el perfil de Ministro de Trabajo que busca De la Rúa quien ungió para el área a dosversátiles operadores políticos pero huérfanos de toda experiencia en el área: Alberto Flamarique y Bullrich.

Un taquígrafo ahí, por favor

El DC propuesto por el gobierno –después de haber negociado lo innegociable sin que (a Dios gracias) le fuera la vida a nadie– es un recorte sin seriedad técnica. Será tan procíclico, prorrecesión que será necesario profundizarlo más adelante.
Los diputados radicales intentaron, en una actitud algo culposa pero al menos reveladora de un ápice de decoro, atenuar el recortazo y complejizarlo con un impuestazo. Al cierre de esta edición, en la tarde del sábado, el propio oficialismo disputa acerca del sentido de la ley que tuvo media sanción en la madrugada de ayer. Para los más optimistas diputados fija, sí o sí, un piso de 1000 pesos para el recorte. Para el ejecutivo, solo establece una preferencia para dejar afuera a ese sector, una vez que mejore la recaudación. Una circunstancia anecdótica posibilita la confusión: no hay versión taquigráfica del texto de la ley que se votó. Mejor dicho, los taquígrafos estaban en estado de franca rebeldía.
No hace falta ser agorero para presumir cómo se saldará el debate. Lo que la ley reconoce es el principio DC y a él se subordina todo cambio ulterior. Por lo pronto, en julio el recorte regirá tal como anunció el Ejecutivo, a los que se llevan más de 500 pesos.
Después, más temprano que tarde, la inoperancia del estado argentino para recaudar impuestos aderezada por la creciente depresión económica definirá la pulseada. El DC será una quimera y entonces, Economía y sus voceros propondrán recortes aún mayores.

Cambiar la agenda

Llegar al DC ya y por vía del gasto, es lo que pidió Eduardo Escasany hace poquito, es una patente confesión de ideología (se ataca al que se supone más débil) y de limitación (se asume la incapacidad para recaudar tributos). Esa incompetencia fue ahondada por la débil gestión de Héctor Rodríguez al frente de la AFIP pero viene empero de lejos. Y no es hija de la causalidad.
El estado –explica el economista Jorge Gaggero– se desentiende desde
“hace 25 años no ya del control del flujo de capitales sino del mero registro informativo de sus movimientos y de su necesaria verificación y contraste, indispensables para perseguir la evasión tributaria y su reverso el “blanqueo” de capitales. Ello explica por qué la más importante investigación acerca de estas maniobras haya comenzado en el Senado de Estados Unidos (y no en el local)”.
Elisa Carrió tuvo el coraje cívico y la perspicacia de poner ese problema en el centro de la escena. También la agudeza de venir señalando el agotamiento del modelo económico y el del régimen político que lo prohijó.
En estos días, Rodolfo Terragno tuvo la audacia de la que carecen, (por las razones ya expuestas) los economistas “papabiles” y (por motivos que habría que desentrañar) casi todos los dirigentes de los partidos mayoritarios. Sugirió, en una nota de opinión publicada en Clarín, que si no se discute la moratoria deuda externa no hay solución para la crisis económica.
Con lógica de bombero Cavallo rehúsa discutir el pago de la deuda externa. Y se aterra por el déficit público pero soslaya que su clave es el agujero negro que él creó al desfinanciar el sistema previsional.
Cavallo vuelve a plantear una solución salvaje, antidemocrática y poco consistente. Hija de un sistema de pensamiento que modeló un país indeseable y propuso una agenda escuálida, fútil y mendaz. Bailando a su son el sistema político pierde credibilidad y hasta legibilidad. ¿Cómo se integra, hoy, la Alianza? ¿Existe el Frepaso y, en tal improbable supuesto, es oficialista u opositor? ¿Qué se hizo de la coalición entre Cavallo y el PJ bonaerense? ¿Cómo se concilian las arengas anticonvertibilidad de Raúl Alfonsín con sus aseveraciones de que el principio DC es valioso y fundacional?
La política acuñada en la lógica liberal no cierra en democracia. Y tampoco cierran sus números y previsiones. Tras correr una década en pos de una zanahoria inalcanzable, los dirigentes políticos deberían tener el coraje de asumir que –en medio del huracán– es imprescindible producir en la agenda pública un terremoto similar al que viene arrasando a la sociedad.

 

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