Tres ministros de Economía
se han sucedido en el Gobierno que fue elegido bajo el logo de Alianza.
No es despiadado concluir que fueron muy poco idóneos para pensar
políticas económicas dentro del (cabe reconocer) complejo
escenario de una sociedad democrática. Y que, para colmo, han sido
tremendamente ineptos para analizar su especialidad: la específica
realidad económica, atisbar futuros, prever las coyunturas inmediatas.
Vayamos al primero de los cargos. Decir que Domingo Cavallo es un autoritario
de libro no es ninguna novedad. Ricardo López Murphy tal vez lo
sea un poco menos, más allá de su adusto aspecto y de su
celebrado (por lo peor de las Fuerzas Armadas) período de instrucción
en el Ministerio de Defensa. Y José Luis Machinea es un hombre
de modos y curriculum ligados a la democracia y el pluralismo. Pero, puestos
en gestión, estos tres especialistas comparten un potente mínimo
común denominador: formulan sus planes sin registrar que están
dirigidos a una sociedad plural, insatisfecha y compleja.
La sociedad argentina es pluralista de pálpito. La componen gentes
de surtidas religiones, cuyos antepasados provienen de casi todas las
geografías del globo terráqueo. Tiene una intensa actividad
corporativa y política y aunque apagados respecto de épocas
no tan lejanos muchos de sus habitantes saben reclamar por sus derechos.
Es una sociedad que alberga piqueteros, Carpas Blancas, Memorias activas,
centrales sindicales de orientaciones bien diferentes, activismo estudiantil,
periodistas capaces de investigar y denunciar, inclaudicables organismos
de derechos humanos e innumerables etcéteras. Unos cuantos argentinos
son de salir a la calle si se atenta contra sus vidas, las
de sus parientes, si se agrede su bolsillo, su estética o sus capitales
simbólicos. Y llegan a ser muy aguerridos, hasta jacobinos e intransigentes
puestos a defender sus intereses sectoriales. En términos histórico
comparativos están algo aplacados como secuela aún no reparada
del terrorismo de estado y también porque han aceptado que son
estos tiempos de estrecheces y de escasez. Pero como contrapeso
una bronca común suele acicatearlos: la de haber vivido mejor.
La de haber tenido, cada uno en su sector, un pasado más confortante
que se creen con derecho a revindicar y recuperar. Esto es, de no sentirse
apenas demandante sino también despojado. Al punto
de estimar que lo que se está pidiendo no es utópico, es
posible. Tan posible que ya ocurrió.
Tamaño cuadro de situación amerita una toma de posición
valorativa. Y ahí va: a los ojos de este columnista, que muchos
compatriotas sean enérgicos en la defensa de sus derechos, activos
y a veces hasta fastidiosos y agresivos es una profunda suerte.
Si así no fuera, si dependiéramos solo de las ideas y decisiones
de las máximas autoridades que hemos tenido, estaríamos
bastante peor. Hágase un esfuerzo de abstracción e imagínese
qué sería de la Argentina sin Marchas del Silencio, no
se olviden de Cabezas, batallas de los organismos de derechos humanos,
sin gremios combativos, sin prensa independiente.
Pues bien, todos quienes han intentado, con penoso saldo, conducir la
economía en los últimos años han carecido del mínimo
sentido común para prever las reacciones de actores democráticos,
dinámicos y muy duchos en detectar cuando se le mete la mano...
en sus intereses. Los Machi boys se sorprendieron por la respuesta de
su base social cierta clase media al impuestazo: bronca, crisis
de legitimidad y retracción en el consumo. Sin embargo, eran previsibles
por cualquiera. López Murphy supuso que el aplauso de un puñado
de banqueros era aval suficiente para imponer sacrificios a casi todo
el resto de los argentinos. Cavallo, bueno, Cavallo ya se sabe.
En suma, piensan la política económica sin registro de los
intereses, reacciones e imaginarios de los principales protagonistas del
sistema democrático: no las facultades de Económicas, ni
los centros deexcelencia, ni los banqueros, ni aún los Presidentes.
Tan luego, la gente de a pie.
Ternero en rodeo propio
Nuestros superministros se manejan con lógica de laboratorio.
Es interesante añadir que aún dentro del estrecho
margen de su especialidad han venido haciendo sapos estentóreos.
Errados fueros los diagnósticos de todos, equivocados los escenarios
que imaginaron, endebles la murallas de Jericó que erigieron (blindajes
o megacanjes). El más patético es el caso de Cavallo, cuyos
cambios de discurso y de prognosis adquieren la velocidad de la luz, como
doble consecuencia de la aceleración de la crisis y de su tempestuosa
personalidad. Penélope incansable, teje medidas de día y
las desteje de noche y cada vez explica que ha dado en el clavo. Ahora,
con igual énfasis que cuando promovió medidas reactivadoras
y se burlaba de los mercados, se convierte en adalid del déficit
cero (en adelante DC, oh casualidad, las iniciales del Megaministro).
La iniciativa DC ha estimulado a editorialistas surtidos y le ha caído
bien al presidente Fernando de la Rúa, cuya conformación
como administrador municipal le hace creer que el equilibrio de las cuentas
es, sin más, el secreto del crecimiento. Tamañas demasías
obligan a subrayar una obviedad: el DC es una consecuencia necesaria del
principio de convertibilidad. Ese instrumento implica la renuncia a la
política monetaria y, por ende, a cualquier manejo, virtuoso o
defectuoso, del déficit. Hábil sacador de conejos, Cavallo
postergó la confesión pública de esa castración,
primero vendiendo los activos públicos del estado (joyas
de la abuela) y luego acudiendo al salvaje endeudamiento externo.
Ahora los fuegos artificiales han terminado, el principio DC no se urde,
apenas se reconoce. Pero ocurre que lo que propusieron Cavallo- De la
Rúa es algo más preciso que DC: es DC ya y basado
solo en recorte de gastos. El Presidente calificó al engendro de
innegociable, asegurando que en ello le iba la vida,
dos hipérboles tremendistas, monárquicas inadecuadas para
un sistema republicano, representativo y federal.
Por su parte, Cavallo tuvo un fin de semana que lo pinta de cuerpo entero
en eso de no comprender los códigos mínimos de una democracia
moderna. Primero quiso darse el lujo de honrar a su hija con una boda
menemista, una ostentosa provocación cuando se hace más
pobres a lo que ya lo son y mucho. Tras cartón, puso en riesgo
las tratativas con el PJ (esto es con sus compañeros por añares)
agrediendo con modos de carrero a Carlos Ruckauf, para peor sin razón
pues le reprochó no haberse valido de unos fondos que el gobierno
le debía. En lo operativo eso le valió ser desplazado de
las negociaciones por Chrystian Colombo, quien durante una semana febril,
fue el único funcionario del Gabinete que mantuvo un diálogo
sensato con la principal oposición. Para ponderar el tino del Ministro
valga recordar que hasta hace un mes fantaseaba con unir su carro electoral
al del PJ bonaerense.
Uno de los rebusques clásicos de los economistas con poder es intentar
obturar el debate afirmando que se está en medio del incendio.
Amén de Cavallo y De la Rúa la abanderada de esa postura
fue Patricia Bullrich quien dedicó la semana en la que se conoció
un desempleo record en promover un debate acerca del ingreso de los dirigentes
sindicales. Una maniobra distractiva de opinable gusto que le salió
mal cuando la réplica fue desnudar la jugosa contratación
de su esposo como asesor y de su hermano. Lo que la ministra de Trabajo
debió hacer es, si no contrición, análisis severos
acerca de por qué hay tantos hogares que no comparten la dicha,
en materia de ocupación, del suyo.
De rondón, lo que cualquiera puede preguntarse es cuál es
el perfil de Ministro de Trabajo que busca De la Rúa quien ungió
para el área a dosversátiles operadores políticos
pero huérfanos de toda experiencia en el área: Alberto Flamarique
y Bullrich.
Un taquígrafo ahí,
por favor
El DC propuesto por el gobierno después de haber negociado
lo innegociable sin que (a Dios gracias) le fuera la vida a nadie
es un recorte sin seriedad técnica. Será tan procíclico,
prorrecesión que será necesario profundizarlo más
adelante.
Los diputados radicales intentaron, en una actitud algo culposa pero al
menos reveladora de un ápice de decoro, atenuar el recortazo y
complejizarlo con un impuestazo. Al cierre de esta edición, en
la tarde del sábado, el propio oficialismo disputa acerca del sentido
de la ley que tuvo media sanción en la madrugada de ayer. Para
los más optimistas diputados fija, sí o sí, un piso
de 1000 pesos para el recorte. Para el ejecutivo, solo establece una preferencia
para dejar afuera a ese sector, una vez que mejore la recaudación.
Una circunstancia anecdótica posibilita la confusión: no
hay versión taquigráfica del texto de la ley que se votó.
Mejor dicho, los taquígrafos estaban en estado de franca rebeldía.
No hace falta ser agorero para presumir cómo se saldará
el debate. Lo que la ley reconoce es el principio DC y a él se
subordina todo cambio ulterior. Por lo pronto, en julio el recorte regirá
tal como anunció el Ejecutivo, a los que se llevan más de
500 pesos.
Después, más temprano que tarde, la inoperancia del estado
argentino para recaudar impuestos aderezada por la creciente depresión
económica definirá la pulseada. El DC será una quimera
y entonces, Economía y sus voceros propondrán recortes aún
mayores.
Cambiar la agenda
Llegar al DC ya y por vía del gasto, es lo que pidió Eduardo
Escasany hace poquito, es una patente confesión de ideología
(se ataca al que se supone más débil) y de limitación
(se asume la incapacidad para recaudar tributos). Esa incompetencia fue
ahondada por la débil gestión de Héctor Rodríguez
al frente de la AFIP pero viene empero de lejos. Y no es hija de la causalidad.
El estado explica el economista Jorge Gaggero se desentiende
desde
hace 25 años no ya del control del flujo de capitales sino
del mero registro informativo de sus movimientos y de su necesaria verificación
y contraste, indispensables para perseguir la evasión tributaria
y su reverso el blanqueo de capitales. Ello explica por qué
la más importante investigación acerca de estas maniobras
haya comenzado en el Senado de Estados Unidos (y no en el local).
Elisa Carrió tuvo el coraje cívico y la perspicacia de poner
ese problema en el centro de la escena. También la agudeza de venir
señalando el agotamiento del modelo económico y el del régimen
político que lo prohijó.
En estos días, Rodolfo Terragno tuvo la audacia de la que carecen,
(por las razones ya expuestas) los economistas papabiles y
(por motivos que habría que desentrañar) casi todos los
dirigentes de los partidos mayoritarios. Sugirió, en una nota de
opinión publicada en Clarín, que si no se discute la moratoria
deuda externa no hay solución para la crisis económica.
Con lógica de bombero Cavallo rehúsa discutir el pago de
la deuda externa. Y se aterra por el déficit público pero
soslaya que su clave es el agujero negro que él creó al
desfinanciar el sistema previsional.
Cavallo vuelve a plantear una solución salvaje, antidemocrática
y poco consistente. Hija de un sistema de pensamiento que modeló
un país indeseable y propuso una agenda escuálida, fútil
y mendaz. Bailando a su son el sistema político pierde credibilidad
y hasta legibilidad. ¿Cómo se integra, hoy, la Alianza?
¿Existe el Frepaso y, en tal improbable supuesto, es oficialista
u opositor? ¿Qué se hizo de la coalición entre Cavallo
y el PJ bonaerense? ¿Cómo se concilian las arengas anticonvertibilidad
de Raúl Alfonsín con sus aseveraciones de que el principio
DC es valioso y fundacional?
La política acuñada en la lógica liberal no cierra
en democracia. Y tampoco cierran sus números y previsiones. Tras
correr una década en pos de una zanahoria inalcanzable, los dirigentes
políticos deberían tener el coraje de asumir que en
medio del huracán es imprescindible producir en la agenda
pública un terremoto similar al que viene arrasando a la sociedad.
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