Por Miguel Bonasso
Lo que sigue es la presunta
confesión del policía argentino Agustín Efraín
Silvera (si ése es su verdadero nombre), que en mayo de 1976 habría
participado en los preparativos del secuestro y asesinato del senador
uruguayo Zelmar Michelini, del presidente de la Cámara de Diputados
del Uruguay, Héctor Gutiérrez Ruiz, y de otros dos ciudadanos
orientales exiliados en Argentina, Rosario Carmen Barredo de Schroeder
y William Withelaw Blanco. Es un documento terrible, tanto si es auténtico
como si es apócrifo. Porque si fuera falso (una operación
de inteligencia, por ejemplo) supondría por la lógica
del relato y su correspondencia exacta con datos históricos puntuales
una falsificación hecha con mano maestra. Y si es auténtico,
obligaría a los jueces federales argentinos a investigar el vuelo
del Cóndor y a citar a los personajes que se nombran más
abajo. Entre ellos al misterioso señor Jaime del Castillo (si ése
es su verdadero nombre), un portorriqueño que habría trabajado
en las embajadas norteamericanas de Montevideo y Buenos Aires y habría
aportado los 30 mil dólares (de 1976) que financiaron el cuádruple
asesinato. Si el documento fuera auténtico, constituiría
la primera prueba concreta y judiciable de que la CIA norteamericana dirigió
el llamado Plan Cóndor de coordinación de actividades represivas
clandestinas entre las dictaduras del Cono Sur. Una razón más
que suficiente para explicar las extrañas interferencias telefónicas
ocurridas durante la presente investigación periodística
del documento.
La investigación
El texto llegó a Página/12 a través de una fuente
que no quiere ser identificada, y este cronista lo investigó con
el apoyo de varios colaboradores y algunos familiares de las víctimas,
como Rafael Michelini, actualmente senador como lo era su padre, Zelmar,
cuando debió refugiarse en Buenos Aires.
La Policía Federal Argentina negó la existencia de un agente
llamado Agustín Efraín Silvera en sus filas. A través
de la compulsa de los padrones electorales, pudo establecerse que había
un Agustín Silvera en Jujuy que casualmente era policía.
Sólo que de la policía de Jujuy, que nada tuvo que ver con
el asesinato de exiliados uruguayos. En el padrón de la Capital
Federal figura otro Efraín Silvera pero no pudo ser
ubicado.
Uno de los colaboradores de esta investigación recibió el
llamado de un señor Frank Cesno, que se presentó como corresponsal
de la cadena televisiva norteamericana CNN y dijo, con insolencia y acento
gringo, que nos habíamos equivocado de hombre en nuestro pedido
a la Federal. El señor Cesno dejó un teléfono
en Buenos Aires que no sirve: para que se efectúe la llamada hay
que aportar un password o contraseña que no dejó. Más
sugestivo aún: Frank Cesno es el nombre real de uno de los máximos
directivos de CNN a nivel mundial. Que probablemente no sabe nada de esto.
Algo parecido había ocurrido antes con otro interesado
en el tema, que también llamó: un tal Marcelo Bloomfield,
con una secretaria llamada Marta Burgos, cuyo teléfono también
requiere de una contraseña desconocida.
Por si fuera poco, alguien le avisó al senador Rafael Michelini
que andábamos averiguando acerca de Silvera en la Policía
Federal. Michelini dijo que tenía en su poder el documento sobre
el seguimiento a su padre y que había realizado algunos chequeos
que demostraban, sino la veracidad del relato de Silvera, al menos su
verosimilitud. Más importante aún, dijo que el texto era
idéntico a otro que había llegado en 1978 a una compatriota
exiliada en París. El senador uruguayo reveló a Página/12
que continuaba investigando la información misteriosamente reaparecida
y sugirió al autor de esta nota que esperase un tiempo antes de
publicarla, para ver si podían conseguirse más datos. El
senador temía que se tratarade una sofisticada maniobra de inteligencia
de algunos represores uruguayos para ocultar su responsabilidad en estos
hechos y transferírsela a otro grupo operativo. Esta tesis tiene
el serio inconveniente de que el texto es idéntico al que llegó
a manos de la exiliada uruguaya en 1978.
La recomendación era atendible, pero decidimos desoírla
por diversas razones. Ciertos datos fueron chequeados con otras confesiones,
como la del ex policía Rodolfo Peregrino Fernández, y concuerdan.
Otra razón de peso es que Rodolfo Walsh, en su célebre Carta
a la Junta Militar, sostiene que los asesinatos de Michelini y Gutiérrez
Ruiz fueron perpetrados por oficiales de la Policía Federal Argentina
que ocupaban cargos en el Departamento de Asuntos Exteriores y estaban
sometidos a la autoridad de M. Gardener Hathaway, Station Chief
de la CIA en la Argentina.
El autor de esta nota conoció a Zelmar Michelini a comienzos de
los setenta en el matutino La Opinión de Jacobo Timerman y lo trató
a diario durante varios meses febriles de 1974, cuando ambos coincidieron
en el desaparecido diario Noticias. Era un político comprometido
con las causas populares, un excelente periodista y, por sobre todo, lo
que suele llamarse un gran tipo. Un ser delicado y amable que no merecía
la muerte infame que le reservaban los mensajeros de las sombras.
Los hechos
El 18 de mayo de 1976, a dos meses de iniciada la dictadura militar,
Zelmar Michelini y Héctor Gutiérrez Ruiz fueron secuestrados
violentamente en el centro de Buenos Aires. Tres días más
tarde, la Policía Federal dio a conocer un comunicado informando
que en un Torino rojo, estacionada en la esquina de Perito Moreno y Dellepiane,
se habían encontrado cuatro cadáveres pertenecientes a los
dos parlamentarios secuestrados y a los ciudadanos uruguayos Rosario del
Carmen Barredo de Schroeder y William Withelaw Blanco. Según la
PFA, había volantes del ERP (Ejército Revolucionario del
Pueblo) atribuyéndose el cuádruple crimen. Tres días
más tarde el general Albano Harguindeguy, ministro del Interior
de la dictadura, amplificó la fábula en un comunicado oficial:
Ese luctuoso suceso, que no puede tener otro origen que la acción
de la subversión que agrede al pueblo argentino, está siendo
aprovechado para pretender desprestigiar a la República...
La confesión
Agustín Efraín Silvera (o como se llame) se vinculó
a los policías y militares uruguayos que operaban en Argentina
coordinados con los represores locales, a través de Miguel Castañeda
un ex boxeador que ahora andaba en el bagayo (sic) y que conocía
a muchos de la Federal. En marzo de 1976 vio por primera vez al
comisario uruguayo Campos Hermida y supo que era de la pesada.
Campos Hermida, a quien Silvera nombra decenas de veces con las iniciales
CH, prácticamente vivía en Buenos Aires y tenía
a su cargo unos 15 hombres, todos uruguayos. Silvera, según
su testimonio, llevaba entonces unos siete años como integrante
de la Policía Federal.
Campos Hermida le propuso un buen trabajo, seguro, tranquilo
que estaba palanqueado por el general (Edmundo René) Ojeda,
un hombre que tenía mucha banca.
Hasta este punto el documento se parece mucho a la realidad. El general
de brigada Edmundo René Ojeda, liberado de sus crímenes
por la ley de Obediencia Debida, es citado también por el ex inspector
de la Federal Rodolfo Peregrino Fernández en su testimonio oficial
ante la Comisión Argentina de Derechos Humanos de Madrid (CADHU,
marzo de 1983). Allí dice textualmente: Por otra parte, el
ministro Harguindeguy, antes de ser designado Segundo Comandante del Primer
Cuerpo de Ejército, ejerció lajefatura de la Primera Brigada
de Infantería Blindada, con sede en Tandil, provincia de Buenos
Aires, siendo su segundo comandante en esa unidad el entonces coronel
Edmundo Ojeda, quien, en momentos de producirse los secuestros (de Michelini
y Gutiérrez Ruiz) y el presunto traslado de aquellos detenidos
a esa zona, ya era jefe de la unidad antes mencionada. El relato
de Silvera alude varias veces a Tandil y al jefe militar de esa unidad,
el citado Ojeda, que luego sería extraña casualidad
jefe de la Policía Federal en reemplazo del coronel Arturo Corbetta,
considerado una paloma por negarse a ejecutar prisioneros
indefensos y arrojarlos frente al Obelisco. Harguindeguy como se
ve sabía muy bien quiénes eran los asesinos.
Continúa el relato de Silvera. CH le habría dicho que a
través de un subcomisario de apellido Soria le habría pedido
a Ojeda algunos hombres y que Soria lo había recomendado.
La primera cita entre Silvera y CH fue en el desaparecido bar Unión,
un escenario cinematográfico del Bajo, en las cercanías
del Viejo Almacén.
CH me explicó que se trataba de hacer algunos seguimientos
y pasarle la información a un tal Blanco también
de la policía uruguaya. Campos Hermida le ofreció 300 pesos
mensuales por el trabajo y Silvera pidió y obtuvo 400. Después,
el tal Blanco le revelaría que CH disponía de una partida
de 8 mil dólares para la operación. Blanco se movía
con tres autos, por lo menos: un Ford Falcon, que era de la Federal,
un Renault rojo y una Rural, todos con placas de Córdoba, falsas.
CH viajaba dos por tres a Córdoba y a Tandil. (...) por algunas
cosas que me dieron a entender creo que Tandil era uno de los cuarteles
generales que ellos tenían porque cada vez que volvía de
Tandil traía instrucciones nuevas. Allí en Tandil se veía
con Ojeda.
Las instrucciones venían de Montevideo pero la cosa operativa
estaba en Buenos Aires en las manos de Ojeda. Un tal Tito, al que
le decían el Brasilero, solía traer dinero de
Brasil y el propio CH con unas copas de más
le comentó un día que había frecuentes reuniones
en ese país. Entre risotadas, el comisario le confió que
en los intervalos se cogía a una negra.
Las tareas
La primera tarea que CH le encomendó fue la vigilancia de la sede
porteña del ACNUR, la oficina de la ONU para refugiados, que estaba
en la calle Suipacha. Los contactos con Blanco y CH se hacían en
algunos boliches y en un local de Rivadavia y Maipú, que
tenía como cobertura una agencia de publicidad. Allí según
el documento se planeó parte del asunto Michelini.
Tras algunos seguimientos sin mayor importancia, unos ocho tipos
en total, CH le dijo que estaba conforme con él y que le
iba a dar unos pesos extra. Ese mismo día, el Brasilero
llegó a la agencia acompañado por un militar uruguayo de
inteligencia que se presentó como Sosa y traía
instrucciones para apurar las cosas. (O sea la operación
sobre los parlamentarios, como se enteraría después Silvera).
CH se habría enojado, afirmando que era muy fácil ordenar
desde Montevideo pero que había que estar en Buenos Aires y ese
era un tema muy fulero.
En esos días Silvera hizo varias veces de chofer de CH. Lo llevó
a la Superintendencia de Seguridad de la Federal y al aeroparque a
recoger paquetes que le mandaban de Uruguay. CH le comentó
que los vínculos con la Superintendencia habían comenzado
en 1971, cuando Argentina estaba bajo otra dictadura militar. También
había buenos nexos con la SIDE.
Otro al que veía seguido era a un portorriqueño, Jaime
del Castillo, que cumplía no sé que funciones en la embajada
norteamericana. Este del Castillo había andado mezclado en algunos
líos con (Horacio Salvador) Paino, el que denuncia a las AAA. Del
Castillo se veía regularmente con CHhasta que se fue a Venezuela.
Creo que aún está allí (1978). Seguramente era un
tipo de la CIA. Vestía muy bien, siempre andaba con mucho dinero.
Había vivido tres o cuatro años en Montevideo, cuando trabajó
en la embajada de los Estados Unidos en Uruguay. Era muy amigo de Ojeda.
(...) Este del Castillo tenía un grupo de gente que siempre andaba
con él. Entre ellos un francés que había estado en
Argelia y que según Blanco era instructor de tiro. Después
me vine a enterar que tenía una academia de karate en Flores, que
a veces CH usaba para hacer reuniones.
Según el presunto Silvera, el militar uruguayo que se presentaba
como Sosa era el jefe del grupo, con la evidente rivalidad
de Campos Hermida, a quien el oficial de inteligencia solía regañar,
señalando que no era muy prolijo en temas de dinero. Sosa,
según me enteré, había estado al mando de los grupos
que habían llevado gente para Montevideo. (¿Sería
el seudónimo del coronel José Nino Gavazzo u otros militares
que efectivamente trasladaron secuestrados a la otra orilla?).
Con Sosa trabajaba otro militar uruguayo al que Silvera conoció
bajo el nombre de Juan Manuel Tasca, que tenía fobia enorme
contra todos los izquierdistas y estaba encargado, con Sosa y el Marqués,
de los interrogatorios que hacían a la gente que agarraban en Buenos
Aires. Para eso tenían una casa por Palermo, que antes había
sido un local de la gente de López Rega, las tres A. Este
sí podría ser un dato para despistar porque en general los
interrogatorios a uruguayos se hicieron en Automotores Orletti, estaba
ubicado en Venancio Flores esquina Emilio Lamarca.
En los interrogatorios colaboraban también un paraguayo y un chileno
que era de la DINA. Este chileno también era un tipo importante
y también iba a la Superintendencia de vez en cuando. Del Castillo
era muy compinche del chileno y muchas veces salían de farra juntos,
a veces con CH. Del Castillo era un hombre de enlace con Ojeda y supongo
que con la embajada o con la CIA.
Había otros 15 hombres, todos uruguayos, a quienes se les
encomendaba los operativos. Cuando Sosa estaba en Buenos Aires, el mando
lo tenía Sosa. Cuando iban a buscar a alguien, encargaban del asunto
a gente de la Federal, todos relacionados con Soria... el hombre que mantenía
contactos más estrechos con Ojeda y con el ministerio del Interior.
Había también otro tipo, Ramírez, un militar uruguayo,
creo que era general, que nunca vi, pero al que CH y los otros nombraban
seguido. Es curioso, también lo nombra Peregrino Fernández
en su testimonio, aunque como coronel Ramírez del Ejército
del Uruguay, con vara alta en Interior. El ministerio a cargo del
general Harguindeguy, quien según su antiguo subordinado, Peregrino
Fernández, había sido, con el grado de coronel, agregado
militar en la embajada argentina en Uruguay.
A mediados de abril, CH le dijo que estaban planeando el asunto
de Michelini. Sosa dijo que Michelini y el otro diputado eran boleta
pero que ellos no tenían que tocarlos. Solo debían
llevarlos, para ser interrogados, a la casa operativa de Palermo. El coronel
Ramírez conducía la operación, el ministerio del
Interior estaba al tanto y Ojeda aprobaba todo. Llegaba el momento de
la verdad para Silvera, porque debía seguir a Michelini y averiguar
con quiénes estaba en contacto. Les interesaban de manera muy especial
los viajeros procedentes del Uruguay.
No le costó mucho trabajo, el senador hacía una vida
metódica, salía del hotel Liberty donde vivía
(Sarmiento y Maipú) y comía casi siempre en un restaurante
cercano, en la cale Maipú, que era de unos uruguayos. Otras veces
se iba al diario donde trabajaba, La Opinión. CH tenía
gente en La Opinión, entre los elementos de seguridad del diario,
y ellos le informaban quiénes venían a hablar con el senador
y esas cosas. Creo que CH tenía también gente a otro nivel
en ese diario pues hasta sabía cosas que decía Michelini
en la redacción. Según Silvera, el senador habría
advertido los seguimientos, pero cometió el error de continuar
con su rutina. Así el policía se enteró, por ejemplo,
de las visitas de su hermano, que venía de Montevideo, igual que
algunos amigos que estaban en la mira de los agentes uruguayos.
El 20 de abril hubo otra reunión en la falsa agencia de publicidad,
donde discutieron Sosa y Del Castillo. El puertorriqueño dijo que
su contacto (al que no identificó) no estaba seguro
del trabajo. Sosa se puso furioso y le dijo a Del Castillo
que había órdenes de arriba y que no se podía dejar
el asunto. Del Castillo estuvo de acuerdo y dijo que quizá su contacto
no tuviese toda la información. A Campos Hermida tampoco
le gustaba mucho la operación. Sosa explicó entonces que
el trabajo lo harían los argentinos y que ya
Superintendencia e Interior estaban tomando las medidas del caso.
La idea era buscar a los dos parlamentarios en sus domicilios, a la misma
hora. Otro grupo intentaría el secuestro del dirigente Wilson Ferreira
Aldunate, un político presidenciable de gran renombre. CH dijo
en esa reunión que lo de Ferreira le parecía una locura
y, en verdad, la operación no se llevó a cabo. En total
participarían unos 40 hombres, todos argentinos.
Si los políticos a secuestrar se resistían, habría
que boletearlos y eso iba a causar problemas. Sosa dijo que
tenía la orden de llevarlos vivos a la casa de Palermo. A
mí no me gustaba mucho el asunto, rememora Silvera, pero
como nadie le preguntó optó por quedarse en el molde
.
En la reunión trascendió que los chilenos habían
oído algo acerca de la operación. Del Castillo comentó
que se les debía decir por que la DINA cuando lo de Prats
(el asesinato del general chileno Carlos Prats y su esposa) había
informado a los uruguayos.
Sosa se fue unos días a Tandil y cuando regresó, el 24 o
25 de abril, volvieron a reunirse en la agencia. Informó que estaba
todo en marcha y que había 30.000 dólares para mover
en el asunto y que después iba a venir más dinero. CH preguntó
quién iba a traer el dinero y Sosa y Del Castillo dijeron que ellos
lo iban a traer. A Silvera le dijeron que siguiera vigilando a Michelini
y CH contactó a un brasileño que había estado vinculado
con Gutiérrez Ruiz durante su asilo en Montevideo y ahora trabajaba
para la policía uruguaya. El brasileño debía aportar
ciertos datos sobre el presidente de la Cámara de Diputados.
Se acercaba la hora del crimen. Blanco fue a buscar a Silvera, le dijo
que CH había viajado a Montevideo y que le pasara la información
a él. Yo me apreté un poco porque tal como veía
las cosas veía que esos tipos iban a boletear a los diputados y
eso no me gustaba. Se lo dijo a Blanco y este le preguntó
si estaba loco, porque no pensaban matarlos. Intranquilo, Silvera habló
con Soria y éste le dijo que si no quería participar se
abriera en ese mismo momento.
Nadie le dijo nada pero cuatro días después lo sacaron del
seguimiento a Michelini y lo mandaron a Córdoba a buscar armas.
En total tres ametralladoras y seis o siete pistolas 45 que le entregó
un falso librero, de apellido Sánchez, que era policía y
vigilaba a exiliados chilenos y uruguayos. CH le dio 200 dólares
por ese trabajo. Le pagó además los gastos en Córdoba
y le regaló 50 mil pesos argentinos para que le comprara un regalo
a la hija de Silvera, que ese día cumplía 6 años.
A fines de abril hubo otra reunión y Sosa le comentó a Silvera
que seguía a cargo. El policía preguntó qué
iban a hacer con los diputados y le respondieron lo de siempre: que los
llevarían a la casa de Palermo y allí aguardarían
la orden de Ramírez. Yo sé que los llevaron a Palermo
pero los sacaron inmediatamente de allí y los llevaron a un regimiento,
junto a otros tipos que habían agarrado. Peregrino Fernández
dice algo muy parecido: que los llevaron a Tandil.
Cuando aparecieron los cadáveres yo le dije a CH que me abría.
En los días previos al crimen ya no seguía más a
Michelini y sólo le encargabantareas menores, de mensajero. Un
día, CH me dio una caja de zapatos llena de cintas grabadas
y me dijo que se la llevara a Del Castillo, a la embajada norteamericana.
Del Castillo me dio unos pesos para mí y un paquete para CH, que
estoy casi seguro que tenía dinero.
Después le dieron otros paquetes, hasta que el 12 o 14 de mayo
(no lo recuerda bien) CH le dijo que viajaba a Montevideo. Nadie más
hizo contacto con él, excepto Blanco. Cuando se enteró por
los diarios fue a la agencia a buscar a Blanco y éste lo llevó
a ver a CH. Silvera le dijo que no quería seguir, pero antes
de hablar con él llegó Soria y fue entonces cuando me dijo
que me cuidara, porque podían meterme en un lío, como cabeza
de turco. Le dije a CH que largaba y me fui a casa. Entonces me fueron
a buscar.
|