Por Cristian Alarcón
La ciudad de Buenos Aires podría
ser la primera de Latinoamérica en legislar la unión civil
de parejas gays o lesbianas. Un proyecto de ley, que será presentado
el martes ante la Comisión de Derechos Humanos de la Legislatura
porteña por la Comunidad Homosexual Argentina (CHA), tiene consenso
en bloques tan disímiles como los de la izquierda, el ARI y algunos
integrantes de Nueva Dirigencia, mientras que en la Alianza las opiniones
se dividen entre quienes reconocen que lo apoyarían más
allá de las decisiones partidarias y quienes prefieren cierta prudencia.
Lo cierto es que la unión civil no es un matrimonio como el que
rige para los heterosexuales, sino un pacto de solidaridad
entre los enamorados, que implica el reconocimiento del Estado de que
también existen familias constituidas por personas del mismo sexo.
Implica con ello la protección de ese vínculo y siempre
en el ámbito de la ciudad el acceso a los beneficios de la
salud, la vivienda y las ayudas sociales. Aunque local, la futura ley
abriría caminos en una sociedad cuyos cambios culturales no siempre
son reflejados en una reforma legal. Si la Legislatura porteña
la aprueba, el amparo del Estado a las uniones de homosexuales no sólo
cabría para las parejas porteñas, sino que tendría
una fuerte influencia en la jurisprudencia para el resto del país.
Las enamoradas y los enamorados que vivieron hasta ahora en la sombra
de los pactos privados preparan el arroz, las fiestas, las nuevas ceremonias.
Nadie sabe cuántas serían las parejas que, a partir de una
ley como ésta, decidirían dar el paso hacia el altar, en
este caso civil. Pero las estadísticas de todo el mundo indican
que entre el 3,5 y el 5 por ciento de la población es homosexual.
En Buenos Aires, según las organizaciones de minorías, esa
cifra podría ser superior por la incesante diáspora de los
gays y lesbianas que viven discriminaciones cotidianas en los lugares
más conservadores del interior del país. Lo cierto es que
al comienzo habría una mayor cantidad de uniones porque se
acercarían las parejas que ya conviven y padecen la falta de protección
en varios ámbitos, sostiene César Cigliutti, presidente
de la CHA. Una de esas parejas sería, por ejemplo, la de Ramiro
Alvarez y Javier Soler.
Ramiro es director de arte y vestuarista en cine y televisión y
su novio estudia arquitectura mientras combate la recesión pintando
casas cada vez que aparece una oportunidad. Con familias que aceptan
tácitamente su relación, aunque los integran sin
demasiadas preguntas, viven juntos casi desde el día en que
se conocieron en una vereda de la calle Defensa, hace dos años.
¿Si han hablado de casamiento? Sí, claro. Y esta semana
hablaron de unión civil. No sólo porque querrían
que Javier tuviera obra social y quizá postular a un crédito
con facilidades para familias, sino porque sólo pensar en ello
es absolutamente emocionante. Sería cumplir un sueño.
Más de una vez nos hemos dicho: ¿querés casarte conmigo?
Hagamos una fiesta. Habría martinis, música y amigos,
dicen.
Derechos
Hasta este momento, el derecho argentino sólo aceptaba la
familia como la unión derivada de un hombre y una mujer, en general
la derivada del matrimonio, le dice a Página/12 la jueza
Graciela Medina, docente de Persona, Familia y Sucesiones en la UBA, la
Universidad Torcuato Di Tella y la UADE. Medina, camarista de la Sala
I en lo Civil y Comercial de San Isidro, es la autora del proyecto que
a estas horas ya está en manos de los 60 diputados de la ciudad
y que durante las últimas semanas fue discutido con varios de los
asesores legislativos. Algunos propusieron cambios de forma y, según
la CHA, la mayoría adhirió a la idea de crear una figura
para reconocer las uniones homosexuales. Uno de los puntos de fondo sobre
los que casi no hay objeción es que excluir a los homosexuales,
en sus relaciones de pareja, de un beneficio del que gozan otros ciudadanos
es discriminación y en que, a pesar de los avances
en el camino de la igualdad, el pluralismo y la tolerancia, los derechos
civiles de los homosexuales no están equiparados a los de la población
en general.
El texto enviado a la Legislatura porteña cuenta con el aval de
tres organismos del Estado en el área de los derechos humanos.
Tanto la subsecretaria nacional Diana Conti, como el presidente del Instituto
Nacional contra la Discriminación, Raúl Zaffaroni, y la
ombudsman adjunta porteña, Diana Maffía, escribieron cartas
de apoyo. Conti consideró que el Estado tiene la obligación
de regular y tutelar todo tipo de relaciones distintas a las que
emergen de la pareja clásicamente monogámica tradicional
y que el concepto de Unión Civil de Solidaridad resulta
novedoso y correctamente tratado desde el punto de vista jurídico.
Zaffaroni opina que es discriminatorio que el Estado fomente el
desarrollo, equilibrio y estabilidad afectiva de las personas con orientación
heterosexual y que se desentienda de las personas con orientación
homosexual. Para el penalista, justificar esa discriminación
reduce el concepto de familia a una institución reproductora,
con la consiguiente degradación de la dignidad humana. Maffía
está tan de acuerdo que considera que lo realmente absurdo
es que haya que hacer una norma especial para dejar de castigar a una
pareja homosexual impidiéndole el mismo ejercicio de derechos que
a cualquier otro sujeto.
La nueva
Liliana Borda dice que ella sueña con esa norma especial. Que
mira las escenas que dan la vuelta al mundo, esas mujeres europeas que
se besan en la puerta de un edificio público en el que se han unido
y que se ve junto a Noemí Gesualdo, la mujer con la que vive hace
casi dos años. Ella, de 27, trabaja como cadeta. Noemí,
de 26, como mucama. Se les hace difícil llegar a fin de mes y aun
así han fantaseado con viajar para usar esas leyes prestadas, derechos
de ciudadanos del primer mundo. Claro que sería imposible. La legislación
de las comunidades españolas como Cataluña, Aragón
y Navarra, la de Vermont, en Estados Unidos, o la francesa y la alemana,
están limitadas a los ciudadanos locales. Esas leyes extranjeras,
con diferentes variantes, crean registros de convivientes y otorgan el
amparo estatal a las uniones homosexuales. Algunas incluyen derechos de
pensión y herencia; otras se limitan a los servicios sociales y
de salud.
Sólo Holanda contempla desde 2000 el casamiento y la adopción.
Por eso esas fotos con vestidos de novia que Liliana y Noemí se
tomaron para una producción de la revista Fulanas fueron como jugar
a lo soñado.
¿Qué alcance tendría la Unión Civil de Solidaridad?
Se reconocería legislativamente que las uniones de hecho homosexuales
y heterosexuales la UCS no es sólo para parejas del mismo
sexo constituyen una familia. No solamente crea un registro,
otorga un certificado y permite gozar de licencia para cuidar al compañero
enfermo, sino que da un reconocimiento familiar, que es el real anhelo
de los miembros de la pareja conviviente, explica la jueza Medina.
En ese sentido, esto no sería sólo importante para los porteños.
Brindaría seguridad jurídica, ya que la jurisprudencia
nacional se encuentra dividida. Un sector se inclina por aplicarles a
los concubinos homosexuales las mismas normas que a los heterosexuales,
por ejemplo, en materia de obras sociales o de disolución de la
comunidad de bienes. Otros les niegan equiparación con el concubinato,
apunta.
Al interior de la ciudad autónoma, la Unión Civil brindaría
en concreto a la pareja gay o lésbica los mismos derechos
y beneficios otorgados, o los que en un futuro se otorguen a los parientes,
matrimonios, esposos, y/o cónyuges. Esto significa que quienes
trabajen en el Estado local podrán, entre otras cosas, gozar de
licencias por enfermedad de la pareja y de la obra social del otro. Con
ello también se terminarían situaciones como las que en
algunos hospitales y clínicas atraviesan las parejas de un paciente
internado al que se impiden las visitas que no sean de la familia sanguínea.
Si bien la obligación que crearía la ley sería para
el Estado de la ciudad, porque la ley de obras sociales es de orden nacional,
lo cierto es que la mayoría de ellas está concediendo los
beneficios de atención a las parejas gay-lésbicas con la
presentación de un certificado de convivencia. Con una ley, ese
beneficio terminaría de extenderse y también generaría
mayores reclamos de derechos por parte de los homosexuales que hoy, por
miedo o pudor, no solicitan que incluyan a sus concubinos. Modesta, sobria,
inicial, de acuerdo con la tendencia de tolerancia creciente, la ley de
Unión Civil de Solidaridad llega a una ciudad en la que la vergüenza
por una orientación sexual diferente queda atrás no sólo
para los gays y las lesbianas, sino también para los ciudadanos
con los que conviven, en todos los rincones, en cada sitio.
Un proyecto con consenso
Por C. A.
La base del consenso del proyecto de Unión Civil entre
los diputados con los que la CHA mantuvo reuniones antes de la redacción
final está en la propia Constitución de la Ciudad.
Muchos de ellos participaron de su redacción como constituyentes
y éste sería el momento de que esa declaración
de principios, en la que se defiende el derecho a ser diferente
y la no discriminación por orientación sexual, encuentre
su correlato en la praxis. Este diario hizo una ronda de consultas
entre legisladores de diferentes sectores y la mayoría de
ellos, en on o en off the record, se mostró de acuerdo con
el espíritu del proyecto de ley.
Expresamente lo hizo Víctor Santamaría, de Nueva Dirigencia,
uno de los miembros de la Comisión de Derechos Humanos, que
deberá ser la que primero elabore un dictamen sobre el tema.
Esto resolverá una cantidad de problemas concretos
que hacen más grave la vida de muchísima gente,
opinó Patricio Echegaray, de Izquierda Unida. Desde la Alianza,
el radical Cristian Caram se mostró de acuerdo con
pensar cómo hacer cumplir la Constitución de la Ciudad,
que es clarísima sobre los derechos de las minorías.
Clori Yelicic, del Frepaso, sostuvo que considera correcto un
debate que respete este tipo de derecho. Una ley no es un decreto
que resuelve un tema. Más allá de lo que legislemos,
a lo mejor esta ley posibilita empezar a abrir un debate que no
nos hemos dado los porteños y por lo tanto no tiene que asustar
a nadie. La única opinión, en principio contraria,
fue paradójicamente, la de la presidenta de la Comisión
de DD.HH., Alicia Pierini, del PJ. Es importante el avance
que han conseguido las organizaciones de homosexuales, pero no creo
que esto tenga consenso jurídico porque ya están contemplados
en el concubinato, dijo.
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UN RECLAMO CON
HISTORIA
Esto siempre estuvo latente
Por C.A.
Corría el primer año de la democracia, tras la
dictadura de las fiestas clandestinas, cuando César Cigliutti,
un gay no confeso, compró no sin cierto pudor la revista
Diferentes. En esas páginas había un aviso de la Comunidad
Homosexual Argentina y una dirección. Hacia allí encaminó
sus pasos. Conoció entonces a Carlos Jáuregui, el
dirigente gay que instaló en el país el tema de los
derechos de las minorías. Y hasta su muerte, hace cinco años,
no hizo pública su homosexualidad. Pero para entonces ya
hacía años que habían escrito juntos el primer
proyecto de unión entre gays o lesbianas en la historia del
país. Es algo que siempre estuvo latente, dice,
tanto después, seguro de que el cambio cultural ha sido tan
importante desde entonces como el de los políticos que tendrán
en esta oportunidad la responsabilidad de debatir la ley que idearon.
El mismo planea unirse civilmente con su pareja, Marcelo, en cuanto
pueda.
Lo cierto es que en la lucha por los derechos civiles, antes de
un proyecto como éste, hubo una larga lista de reclamos que
tenían mayor urgencia para las minorías sexuales.
Durante años el combate contra los edictos policiales
y la represión policial a las travestis, las normas como
la averiguación de antecedentes, todo aquello que atacaba
la libertad individual tuvieron prioridad, explica. La estrategia
de la organización implicó entonces relegar durante
un tiempo la unión civil. Hasta que este año, con
una Legislatura porteña que refleja la diversidad de posiciones
existentes en la sociedad, consideraron que era oportuno peticionar
una norma que incluyera por fin a las lesbianas y los gays en el
pacto social que hasta el momento los excluye.
Uno de los puntos que considera más importantes dentro del
proyecto que ingresa a la Legislatura es la posibilidad que abre
para realizar contratos paralelos a la unión civil que regulen
los asuntos patrimoniales de las parejas. Tuve que ver cómo
Carlos Jáuregui era despojado de todo cuando su pareja falleció
y yo mismo luego, después de una relación de diez
años, pasé por la horrible experiencia de disputar
hasta un electrodoméstico, cuenta. La futura ley de
unión civil contiene un artículo referido a los contratos:
a través de ellos, celebrados ante escribano público,
las parejas, homosexuales o no, pueden acordar cómo dividirán
sus bienes al finalizar la relación o incluso si habrá
compensaciones económicas de una parte de la pareja a la
otra si el amorse termina. César tiene un enamorado con el
que piensa unirse civilmente apenas puedan. Lo conoció en
una marcha del orgullo cuando el joven, Marcelo, colocaba una bandera
multicolor montado en un mástil. Viven juntos en una casa
de la Boca, enorme, en permanente reconstrucción, y compartida
con María Laura, una amiga lesbiana cuya pareja expulsó
del hogar, y Eduardo, o La Chilena, uno de los desalojados
de la villa gay que funcionó como una comunidad armoniosa
en los fondos de la ciudad universitaria.
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EL ANHELO DE
DOS MUJERES
Que nuestro vínculo sea protegido
Por C. A.
La palabra casamiento estuvo, aunque fantasiosa y romántico-conservadora,
en el vocabulario amoroso de María y de Claudia hasta hace
poco, cuando apareció una, quizá de sonido más
técnico, pero también mucho más real: unión
civil. La distancia entre esta nueva posibilidad y el comienzo de
sus historias como lesbianas, la vergüenza de los primeros
pasos tímidos, el dolor de la verdad ante sus familias, el
miedo al dedo acusador parecen de un viaje entre planetas cuando
se las ve haciéndose mimos sobre el cubrecamas kitch que
la madre de una de ellas les regaló este invierno. María
Rachid y Claudia Castro tienen 26 años, hace dos que son
pareja y conviven hace más de uno en la misma casa del barrio
de San Cristóbal. Tienen una gata negra que se llama Violeta,
tantos proyectos como raptos cariñosos en la calle y la esperanza
cierta de unirse como pareja: Queremos el reconocimiento del
Estado de que entre nosotras existe un vínculo amoroso y
que ese vínculo sea protegido.
Hace más de dos años, Claudia vivía con sus
padres en La Plata y terminaba una relación de cuatro años
que había sobrevivido en la clandestinidad oficiosa que se
consigue con el modelo de las mejores amigas. Decidida
a salir del pequeño círculo platense hacia
una Buenos Aires más diversa, sacó de la revista NX
los números de tres grupos de mujeres lesbianas. En los dos
primeros nadie atendió. En Las Fulanas, dio con la voz de
María. Creo que me enamoré por teléfono,
dice y cuenta que María se hizo rogar. Pero la realidad fue
más dura que el corazón de su amada. Después
de ocho meses de separación, la ex pareja de Claudia intentó
suicidarse. Sus padres corrieron al hospital, donde se encontraron
con los de la amiga. Ellos tenían en las manos
la carta que había dejado. Decía que ya no podía
soportar no poder decirle a nadie que ella era mi pareja, que lo
nuestro fue arruinado por la sociedad y por nuestras familias, era
terrible, cuenta Claudia. Lo cierto es que aquella carta desató
el infierno tan temido.
Con mi padre habíamos sido amigos íntimos siempre.
Soy hija única. El no volvió a hablarme y mi madre
me pidió que le entregara las llaves de la casa, el celular,
y me dijo que ya no me darían el dinero con el que me ayudaban
mensualmente. Su cuarto había sido transformado en
habitación de huéspedes y sus cosas estaban guardadas
en cajas. Pasaron tres meses hasta que ambas decidieron que lo mejor
sería que conocieran a María, que quizás así
terminarían con los fantasmas paternos. Decidieron mentir;
dijeron que iban a La Plata a hacer trámites. Luego la madre
las sorprendió invitándolas a almorzar a las dos.
De tan nerviosas se equivocaron de tren y tardaron horas en llegar.
Cuando entraron en la cocina, la mesa estaba servida para tres,
ellas tres. Claudia me había llevado al patio del fondo
y ahí me crucé con su papá. Ella me había
contado que él tenía una pequeña huerta. Así
que de eso me le puse a hablar y de a poco él fue soltándose.
Cuando volvimos a la cocina, habían puesto el cuarto cubierto.
María hizo un camino diferente en su búsqueda de identidad.
Hija de un político justicialista, heredó de su padre
ese no poder dejar de meterse en cuanta idea la sedujera. Fue chica
de la Acción Católica, fue de la UES y, cuando partió
a Estados Unidos en un intercambio a los 20, comenzó el descubrimiento
de su identidad y su compromiso con la lucha de las minorías
sexuales. Cuando asistió por primera vez en la Universidad
de Connecticut a una charla obligatoria sobre discriminación
llamada Las etiquetas son para los jarros, no pudo creer
que esa chica de la primera fila se parara y comenzara con soy
lesbiana y quiero decirles.... Empezó entonces a reconocer
que aquello que leía como admiración, enorme amistad,
empatía con algunas mujeres, eran en realidad enamoramientos.
Sus padres le regalaron un viaje a Europa; ella eligió San
Francisco.
Al volver a Buenos Aires, María conoció al dirigente
Carlos Jáuregui. Pasó por varios grupos de mujeres,
entre ellos Lesbianas a la Vista. Su madre y sus hermanos se fueron
acostumbrando a verla en los medios desde el funeral de Jáuregui,
cuando le preguntaron qué sentía y ella no pudo poner
la mano en la lente para ocultarse. Su padre dice que no la considera
su hija. Ella finalmente creó su propio grupo y ahora edita
la revista Fulanas. Está enamorada, disfruta de su convivencia
con Claudia y sueña con concretar ante el Estado esa unión
que celebraron el año nuevo de 2000 en una playa solitaria
de San Clemente junto a unas 15 amigas que, desnudas, se metieron
al mar mientras los fuegos estallaban más allá y las
bañaban de luz del nuevo siglo.
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