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“POPSTARS” Y “REALITY REALITY” SE SUMAN A “CONFIANZA CIEGA” EN AZUL
Reality shows de segunda generación

Uno está protagonizado por preadolescentes que quieren ser Shakira o Natalia Oreiro. Otro hará convivir �e interpretar diversos personajes� a 18 actores. Una nueva generación de reality shows desembarca en la Argentina.

El primer casting de �Popstars� seleccionó a 2700 aspirantes, de
las cuales quedarán... cinco.

Por Julián Gorodischer

Junto con los nuevos reality shows que invaden esta semana la pantalla de Azul, se impone en las casas televisadas el valor trabajo. En “Popstars” (que se estrena hoy a las 20), “Reality reality” (este viernes a las 22) y “Confianza ciega” (lunes y martes a las 21 y 23, miércoles y viernes a las 23) llega una segunda generación del género más extendido de la televisión argentina del siglo XXI: el flamante conjunto reclama a los participantes un cierto esfuerzo –hacer cosas– en reemplazo del tedio y la vida reposada en los sillones que impuso el “Gran Hermano”. Busca, también, generar emociones más intensas, aunque tengan poco de espontáneas.
Las chicas de “Popstars” manifiestan un único deseo: convertirse en algo parecido a las cantantes que admiran (Cristina Aguilera, Britney Spears, Shakira o Natalia Oreiro). En la promo miran fijo a la cámara y dicen: “Yo tuve un sueño”. El reality, ahora, cumple fantasías. Ya no es la búsqueda del vulgar metal, ni las vacaciones pagas o el retiro: lo nuevo podría ser definitivo, les cambiaría su estatuto. De anónimo fan a star, y no uno de esos famosos repentinos, muertos tras el final de su reality. Se les propone ser cantantes consumadas, con aplausos ganados a fuerza de “talento”. Eso es otra cosa.
El nuevo reality entiende que debe ir más allá que sus precursores: el batacazo debe ser definitivo. La fantasía del éxito en la Argentina en crisis ya no se corresponde con un fajo de billetes, sino con la carrera profesional que, de otro modo, nunca llegaría. Por eso, la gordita, en la promo, llora: fue seleccionada. Lo más probable, a juzgar por los “Popstars”, de otros países, es que no quede seleccionada en la banda de cinco, hecha para vender, pero –ahora– toma el celular que le alcanza la producción y grita: “¡Quedé, mamá, sabés que te amo!”. Al reality de segunda generación no le basta con dejarlos devorarse rumbo a los 200 mil, o con verlos aburrirse en los sillones: la emoción es inducida con una promesa de “triunfo”.
O con la fantasía de la gordita: “quedó” entre las 2700, que luego serán 1500, más tarde 1000, después 25, y así hasta reducirse a cinco. Hasta que, en la casa, sólo resista el grupo de estrellas (un gran negocio doble: musical y televisivo) que el público acompañó desde el principio, desde la concreción del sueño americano. De seguir la tendencia que se dio en todo el mundo, ese grupo encabezará los rankings de “los más pedidos” en las FM, al menos por un tiempo, y será invertido el manual del buen reality: ya no es la realidad que se cuela en la tele, sino la tele que cambia las vidas reales. Hasta parece que será para siempre.
En los nuevos realities, la prosperidad (que se ve) contradice la crisis (que se vive): todas estas casas tienen una gran pileta. La de “Reality Reality” –con actores como participantes– será enorme, junto a una mansión que se asemeja a un castillito, en las Lomas de San Isidro. Habrá un gimnasio, todo tipo de comodidades, y los actores podrán aprovechar el confort a sus anchas, llevados allí gracias a la heterodoxia de un género que busca transmutarse desesperadamente, para marcar la diferencia. Demasiada realidad televisiva necesita otras vueltas de tuerca y, entonces, al único ideólogo nacional que tiene el reality –Enrique Estevanez– se le ocurre convocar a 18 actores (Edda Bustamante, Juan José Camero, Fabián Mazzei, Martín Karpan y Gisella Barreto, entre otros) para trabajar una convivencia de tres meses.
Estarán aislados y elegirán, en un cuarto oscuro, a los mejores compañeros cada quince días. Los no agraciados serán echados por el público. Por las tardes interpretarán personajes de una historia de ficción, que cruzará el melodrama y el suspenso. Por las noches serán ellos mismos, relacionándose como lo haría cualquier ser anónimo en el “Gran Hermano”. Trabajo abundante, buenos sueldos (se estima que llegan adiez mil dólares por mes, en algunos casos) y fastos cotidianos justificarían para cualquiera la intimidad perdida. Será un duro golpe a las revistas “del corazón” al promover romances en directo, que se verán en detalle a través de Multicanal. En cualquier caso, el reality adquiere, esta vez, una dimensión social: da trabajo a los actores y calla a los detractores del género. ¿Con qué argumentos oponerse?
Al llanto en el confesionario de la primera tanda, el nuevo reality “villano” opone más dramatismo. Hay que ir un poco más allá de esas lágrimas de cartón que anteceden a las expulsiones y, entonces, “Confianza ciega” (donde el trabajo consiste en seducir, de parte de doce contratados, y en resistirse, de parte de las tres parejas de voluntarios), ofrece a las víctimas ver videos de sus novios infieles. Una mujer no llora, pero dice: “Esa chica le gusta”. La voz quebrada y la impresión de que esa relación se termina reemplazan la falta de lágrimas.
El nuevo reality es más “intenso”. Su daño o beneficio (¡fidelidad a prueba de todo!) durarán para toda la vida, y no serán recordados apenas como esa “maravillosa experiencia de tres meses”, de “Gran Hermano”. El puro presente, para toda la vida, que proponen “Confianza...” y “Popstars” podrían cambiar para siempre el futuro de una pareja y el de una chica “prometedora”. El poder de “Reality...”, en este caso, no es menor: a cambio de tres meses de trabajo en la tele, consigue el milagro de haber convertido al enemigo del género en un fiel contribuyente.

 

Los números están calientes

El reality show sexual “Confianza ciega” mantuvo el lunes su buena medición del domingo, al sumar más de 13 puntos en los fragmentos de las 21 y 13 en que fue desdoblado por Azul. A las 21, las andanzas de las tres parejas que viven en Portugal en casas separadas, rodeados de bellos especímenes del sexo opuesto que los instan a ser infieles, obtuvo 13.2 puntos, pese a que competía con “El show de Videomatch”, el cuco del rating de Telefé, que trepó a 23.6. A las 23, en la versión que transcurre fuera del horario de protección al menor, “Confianza ciega” volvió a sumar 13.2, lo que le sirvió para imponerse al debate de “Gran hermano”, con 12.4 en Telefé, a “El mundo del espectáculo”, con 12.5 por el 13, a “Polémica en el bar”, con 5.1 por América y “Todo x 2 $”, con 4 por el 7.

 

OPINION
Por Hugo Muleiro

Las omisiones de CNN

Gustavo Averbuj dijo ayer en Página/12 que la no transmisión de imágenes sangrientas tras la masacre de Nueva York y Washington por las cadenas norteamericanas, entre ellas CNN, es evidencia de “otro estilo de hacer periodismo”, contrario al “amarillo sangre”. Estoy entre los espectadores que no tenían ni tienen ningún interés en ver sangre, y también estoy entre los que creen que más que “otro estilo de hacer periodismo” hubo en el mejor de los casos un acuerdo que llevó a esas cadenas a no hacer nada que pudiera ahondar el tambaleo que ese día trágico experimentó el poder político y militar estadounidense. Por el mismo, al menos CNN carece estos días de voces disientes de una cierta profundidad respecto de la anunciada cruzada contra el Mal. Pero no hay novedad ni otro estilo, sino el estilo de siempre. La gran prensa de la democracia grande debe al mundo mucha información sobre otras masacres, sobre el papel estadounidense en el terrorismo de estado en Latinoamérica, sobre su papel en el terrorismo del estado israelí contra los palestinos, sobre los cientos de miles de muertos en Irak, sobre los fondos que, no hace mucho, asesinos con domicilio en Washington pusieron en manos del asesino Bin Laden.
Según Averbuj, hubo periodistas argentinos que reclamaron sangre de las Torres Gemelas. Me permito pedir perdón por esos colegas, si es que los hubo. Pero si la tesis verdadera es que no debe mostrarse aquello que es obvio y que, para peor, ofende le dolor de las víctimas y sus familiares, y de toda una nación, que CNN o ABC o como se llamen dejen de mostrarme viudas llorando, niños que perdieron a su papá, ataúdes que llegan a aeropuertos, incluso a los latinoamericanos. Sé que los hijos, hermanos, madres y padres de las víctimas de Nueva York y Washington están llorando y sufriendo. También sé que lloran los huérfanos del Golfo Pérsico, aunque a Gestoso no se le permita televisarlo, y también sé que cada año se reúnen y lloran en Hiroshima. Quizá ocurra lo mismo en Vietnam, o con los familiares de víctimas de las invasiones a Panamá. Lo de “otro estilo de hacer periodismo” es un insulto. Podría ser tomado como un mal chiste, si no fuera por la masacre reciente y por la que está por venir.

 

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