Por Julián
Gorodischer
Junto con los nuevos reality
shows que invaden esta semana la pantalla de Azul, se impone en las casas
televisadas el valor trabajo. En Popstars (que se estrena
hoy a las 20), Reality reality (este viernes a las 22) y Confianza
ciega (lunes y martes a las 21 y 23, miércoles y viernes
a las 23) llega una segunda generación del género más
extendido de la televisión argentina del siglo XXI: el flamante
conjunto reclama a los participantes un cierto esfuerzo hacer cosas
en reemplazo del tedio y la vida reposada en los sillones que impuso el
Gran Hermano. Busca, también, generar emociones más
intensas, aunque tengan poco de espontáneas.
Las chicas de Popstars manifiestan un único deseo:
convertirse en algo parecido a las cantantes que admiran (Cristina Aguilera,
Britney Spears, Shakira o Natalia Oreiro). En la promo miran fijo a la
cámara y dicen: Yo tuve un sueño. El reality,
ahora, cumple fantasías. Ya no es la búsqueda del vulgar
metal, ni las vacaciones pagas o el retiro: lo nuevo podría ser
definitivo, les cambiaría su estatuto. De anónimo fan a
star, y no uno de esos famosos repentinos, muertos tras el final de su
reality. Se les propone ser cantantes consumadas, con aplausos ganados
a fuerza de talento. Eso es otra cosa.
El nuevo reality entiende que debe ir más allá que sus precursores:
el batacazo debe ser definitivo. La fantasía del éxito en
la Argentina en crisis ya no se corresponde con un fajo de billetes, sino
con la carrera profesional que, de otro modo, nunca llegaría. Por
eso, la gordita, en la promo, llora: fue seleccionada. Lo más probable,
a juzgar por los Popstars, de otros países, es que
no quede seleccionada en la banda de cinco, hecha para vender, pero ahora
toma el celular que le alcanza la producción y grita: ¡Quedé,
mamá, sabés que te amo!. Al reality de segunda generación
no le basta con dejarlos devorarse rumbo a los 200 mil, o con verlos aburrirse
en los sillones: la emoción es inducida con una promesa de triunfo.
O con la fantasía de la gordita: quedó entre
las 2700, que luego serán 1500, más tarde 1000, después
25, y así hasta reducirse a cinco. Hasta que, en la casa, sólo
resista el grupo de estrellas (un gran negocio doble: musical y televisivo)
que el público acompañó desde el principio, desde
la concreción del sueño americano. De seguir la tendencia
que se dio en todo el mundo, ese grupo encabezará los rankings
de los más pedidos en las FM, al menos por un tiempo,
y será invertido el manual del buen reality: ya no es la realidad
que se cuela en la tele, sino la tele que cambia las vidas reales. Hasta
parece que será para siempre.
En los nuevos realities, la prosperidad (que se ve) contradice la crisis
(que se vive): todas estas casas tienen una gran pileta. La de Reality
Reality con actores como participantes será enorme,
junto a una mansión que se asemeja a un castillito, en las Lomas
de San Isidro. Habrá un gimnasio, todo tipo de comodidades, y los
actores podrán aprovechar el confort a sus anchas, llevados allí
gracias a la heterodoxia de un género que busca transmutarse desesperadamente,
para marcar la diferencia. Demasiada realidad televisiva necesita otras
vueltas de tuerca y, entonces, al único ideólogo nacional
que tiene el reality Enrique Estevanez se le ocurre convocar
a 18 actores (Edda Bustamante, Juan José Camero, Fabián
Mazzei, Martín Karpan y Gisella Barreto, entre otros) para trabajar
una convivencia de tres meses.
Estarán aislados y elegirán, en un cuarto oscuro, a los
mejores compañeros cada quince días. Los no agraciados serán
echados por el público. Por las tardes interpretarán personajes
de una historia de ficción, que cruzará el melodrama y el
suspenso. Por las noches serán ellos mismos, relacionándose
como lo haría cualquier ser anónimo en el Gran Hermano.
Trabajo abundante, buenos sueldos (se estima que llegan adiez mil dólares
por mes, en algunos casos) y fastos cotidianos justificarían para
cualquiera la intimidad perdida. Será un duro golpe a las revistas
del corazón al promover romances en directo, que se
verán en detalle a través de Multicanal. En cualquier caso,
el reality adquiere, esta vez, una dimensión social: da trabajo
a los actores y calla a los detractores del género. ¿Con
qué argumentos oponerse?
Al llanto en el confesionario de la primera tanda, el nuevo reality villano
opone más dramatismo. Hay que ir un poco más allá
de esas lágrimas de cartón que anteceden a las expulsiones
y, entonces, Confianza ciega (donde el trabajo consiste en
seducir, de parte de doce contratados, y en resistirse, de parte de las
tres parejas de voluntarios), ofrece a las víctimas ver videos
de sus novios infieles. Una mujer no llora, pero dice: Esa chica
le gusta. La voz quebrada y la impresión de que esa relación
se termina reemplazan la falta de lágrimas.
El nuevo reality es más intenso. Su daño o beneficio
(¡fidelidad a prueba de todo!) durarán para toda la vida,
y no serán recordados apenas como esa maravillosa experiencia
de tres meses, de Gran Hermano. El puro presente, para
toda la vida, que proponen Confianza... y Popstars
podrían cambiar para siempre el futuro de una pareja y el de una
chica prometedora. El poder de Reality..., en
este caso, no es menor: a cambio de tres meses de trabajo en la tele,
consigue el milagro de haber convertido al enemigo del género en
un fiel contribuyente.
Los números
están calientes
El reality show sexual Confianza ciega mantuvo el
lunes su buena medición del domingo, al sumar más
de 13 puntos en los fragmentos de las 21 y 13 en que fue desdoblado
por Azul. A las 21, las andanzas de las tres parejas que viven en
Portugal en casas separadas, rodeados de bellos especímenes
del sexo opuesto que los instan a ser infieles, obtuvo 13.2 puntos,
pese a que competía con El show de Videomatch,
el cuco del rating de Telefé, que trepó a 23.6. A
las 23, en la versión que transcurre fuera del horario de
protección al menor, Confianza ciega volvió
a sumar 13.2, lo que le sirvió para imponerse al debate de
Gran hermano, con 12.4 en Telefé, a El
mundo del espectáculo, con 12.5 por el 13, a Polémica
en el bar, con 5.1 por América y Todo x 2 $,
con 4 por el 7.
|
OPINION
Por Hugo Muleiro
|
Las omisiones de CNN
Gustavo Averbuj dijo ayer en Página/12 que la no transmisión
de imágenes sangrientas tras la masacre de Nueva York y Washington
por las cadenas norteamericanas, entre ellas CNN, es evidencia de
otro estilo de hacer periodismo, contrario al amarillo
sangre. Estoy entre los espectadores que no tenían
ni tienen ningún interés en ver sangre, y también
estoy entre los que creen que más que otro estilo de
hacer periodismo hubo en el mejor de los casos un acuerdo
que llevó a esas cadenas a no hacer nada que pudiera ahondar
el tambaleo que ese día trágico experimentó
el poder político y militar estadounidense. Por el mismo,
al menos CNN carece estos días de voces disientes de una
cierta profundidad respecto de la anunciada cruzada contra el Mal.
Pero no hay novedad ni otro estilo, sino el estilo de siempre. La
gran prensa de la democracia grande debe al mundo mucha información
sobre otras masacres, sobre el papel estadounidense en el terrorismo
de estado en Latinoamérica, sobre su papel en el terrorismo
del estado israelí contra los palestinos, sobre los cientos
de miles de muertos en Irak, sobre los fondos que, no hace mucho,
asesinos con domicilio en Washington pusieron en manos del asesino
Bin Laden.
Según Averbuj, hubo periodistas argentinos que reclamaron
sangre de las Torres Gemelas. Me permito pedir perdón por
esos colegas, si es que los hubo. Pero si la tesis verdadera es
que no debe mostrarse aquello que es obvio y que, para peor, ofende
le dolor de las víctimas y sus familiares, y de toda una
nación, que CNN o ABC o como se llamen dejen de mostrarme
viudas llorando, niños que perdieron a su papá, ataúdes
que llegan a aeropuertos, incluso a los latinoamericanos. Sé
que los hijos, hermanos, madres y padres de las víctimas
de Nueva York y Washington están llorando y sufriendo. También
sé que lloran los huérfanos del Golfo Pérsico,
aunque a Gestoso no se le permita televisarlo, y también
sé que cada año se reúnen y lloran en Hiroshima.
Quizá ocurra lo mismo en Vietnam, o con los familiares de
víctimas de las invasiones a Panamá. Lo de otro
estilo de hacer periodismo es un insulto. Podría ser
tomado como un mal chiste, si no fuera por la masacre reciente y
por la que está por venir.
|
|