Por Hilda Cabrera
Metaforizar en escena un suicidio
inducido, sin poner el acento en lo psicológico ni en asuntos de
ideología, era una materia pendiente para el autor teatral Luis
Sáez, quien hoy ostenta el mayor número de obras propias
en cartel. La última es Suicidador, un estreno del Teatro Gargantúa,
en Jorge Newbery 3563. A ese record se le sumará el martes 13 la
presentación de Stan y Laurel, en el ciclo de Teatro Leído
que viene programando Argentores, con entrada gratuita. Es cierto que
Sáez acaba de perder su empleo en una compañía de
seguros, y que es por lo tanto un desocupado, pero no en materia teatral.
Imparte clases en la escuela del director Raúl Serrano y organiza
talleres de dramaturgia para la Dirección de Cultura de Morón.
Colabora además con la Universidad de Madres de Plaza de Mayo.
Según cuenta a Página/12, se ocupa allí de un tallercito
de dramaturgia, dentro de la carrera de Producción Teatral.
Esta fue una idea de Serrano, y muy buena, porque el teatro tiene
que inventar nuevos recursos para seguir produciendo. A esto le llamo
resistencia activa, puntualiza.
En Suicidador, Sáez expone de modo neutral una situación
en la que por lo menos uno de los personajes pierde. En principio, Equis,
probablemente un empresario que ha caído en desgracia ante la comunidad
mafiosa que integra. En esta pieza de tres personajes, interpretados por
Hugo Grosso, Héctor Nogués y Eduardo Guillermo Alvarez,
dirigidos por Néstor Sabatini, no habrá respuesta a los
porqués. Tampoco a Sáez le interesa aclararlos. Cuenta que
la muerte de Alfredo Yabrán fue el detonante de esta obra, y aunque
admite que el suicidio de un poderoso en un país donde prevalece
la impunidad es poco creíble, la tentación de ficcionalizar
esa inducción a la muerte fue más poderosa que cualquier
reparo. Los poderosos son parte de un supermecanismo que fagocita
lo que le sirve y expulsa aquello que lo puede dañar. Ese mecanismo
se autoprotege; por lo tanto esto es normal y creíble, opina
el autor de Camellos, Sólo cuando muera, La mala leche, Drácula,
inquilino de la desgracia, Monos con navaja y Aróstegui.
¿Por eso el primer paso es convencer al elegido de que si
no lo hace por sí mismo sufrirá mucho más?
Aquí utilizo un recurso conocido. Este hombre ha sido a su
vez responsable de muchas muertes, pero es un tipo impresionable: no puede
ver correr la sangre.
Ahí aparecería un dato de tipo psicológico,
al que usted sin embargo parece no darle demasiada importancia en la obra...
No, es cierto. Me desentiendo de lo psicológico. Lo que predomina
en Suicidador es la actitud corporativa. El miedo está presente,
pero de una forma primitiva. Estos personajes responden a códigos
muy rígidos, y saben que quien los trasgrede, pierde. Esto es parecido
a una hermandad. Equis, por ejemplo, tiene un conflicto personal con Sander,
que está en una silla de ruedas por culpa del otro, pero ese conflicto
no va a definir la situación. Lo que pesa aquí en contra
de Equis es que éste le falló a esa especie de sociedad
secreta que digita la vida de todos. Suicidador no es una obra psicológica
ni de investigación periodística, sino una fantasía
en la que quise ser voyeur de lo siniestro.
¿Cree que la crueldad es un tema recurrente en el teatro
argentino de los últimos años?
Pienso que el homicidio está muy metido en nuestra vida social,
pero no de manera enigmática. Está a la vista. Hasta podemos
imaginarnos rodeados de limpiadores.
¿En un sentido ideológico?
No, de marginales. El suicidador dice en un momento
que su tarea es sacar algo de un lugar para beneficio de otros, pero eso
no responde al razonamiento de un ideólogo. Su pensamiento es ingenuo,
una mezcla deidealismo, perversión y locura, como la que aparece
en algunos personajes de Roberto Arlt.
¿Cómo surge su interés por los personajes marginales?
Provengo de la clase media baja: mi padre era obrero textil. Me
crié, como se dice, en un potrero, y mamé todo ese ambiente.
Pero no todos mis personajes son marginales. Sí lo son los de Camellos
o Monos con navaja, que cuando la presenté a un concurso tenía
otro título, Matando se come pan. El lenguaje es un poco grosero.
En Suicidador es diferente. Ahí me influyeron algunas películas,
como las argentinas Ultimos días de la víctima y En retirada.
También es diferente Kamikaze, que ganó un concurso de Getea,
y todavía no estrené; de Aróstegui, que está
en el ciclo programado en el IFT, y del monólogo sobre Drácula
que se está dando los sábados en la salita Espión,
al lado de Arte-Facto.
¿La muerte es siempre el tema?
Sí, pero lo que relaciona mis obras no es la muerte sino
esa mezcla espantosa de corrupción e impunidad que existe hoy en
nuestra sociedad. Kamikaze, por ejemplo, es la historia de un ex combatiente
de la guerra de Malvinas. Este hombre está completamente loco,
pero funda un club, el Sportivo Doberman, y dirige un equipo de fútbol
de cebollitas. Engaña a los chicos, diciéndoles que van
a triunfar en Italia. Utilizando este juego, los prostituye y los vende.
En esta obra, lo siniestro no es tanto la muerte como la vida residual
a la que están condenados los marginados y marginales del sistema.
En general, lo que trato de desarrollar son dos temas muy argentinos:
la impunidad y el falso triunfalismo.
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