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EL CONDOR NO CORRE NINGUN PELIGRO EN URUGUAY
Especies protegidas

Los fundamentos del gobierno oriental para negar la detención y extradición de los torturadores del Plan Cóndor se basan en un memo secreto. Página/12 quiso conocerlo y se lo negaron. La batalla por la libertad de información cruza el Río de la Plata.

Jorge Batlle no aceptó el pedido de un juez argentino de detener
a cuatro torturadores.

Por Horacio Verbitsky

El 7 de agosto el gobierno del presidente uruguayo Jorge Batlle rechazó la solicitud del juez federal porteño Rodolfo Canicoba Corral de detener a cuatro torturadores orientales que actuaron en la Argentina durante el Plan Cóndor. Lo hizo sin dar intervención a la Justicia e invocando un informe del fiscal de Corte y Procuraduría General O. Darío Peri Valdez. Ante una solicitud de este diario, Peri Valdez se negó a entregar una copia de su memorándum, por lo que el colaborador de Página/12 en Montevideo, Andrés Alsina, presentó un recurso de amparo en defensa de la libertad de información, una batalla que cruza así el Río de la Plata.
El exhorto de Canicoba pedía la detención preventiva como parte de trámites de extradición de los torturadores orientales José Gavazzo, Manuel Cordero, Jorge Silveira y Hugo Campos Hermida, para indagarlos por la desaparición forzosa de Cristina Carreño Ayala, Federico Tatter y el entonces bebé Simón Riquelo, hijo de detenida Sara Méndez. El kafkiano fiscal O. Darío invocó como fuente de su negativa a informar una resolución propia, de marzo de este año, por la que sólo se autorizó a sí mismo a informar sobre la fecha de ingreso y egreso de los expedientes. A su juicio, esta resolución administrativa tiene prelación sobre las leyes, la Constitución y la Convención Americana de Derechos Humanos, que garantizan la libertad de buscar y difundir información sobre hechos de interés público.
Durante su reciente visita al Río de la Plata, la Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Mary Robinson, sostuvo que la ley de caducidad de la pretensión punitiva del Estado, sancionada en 1986, debía ser derogada porque contradecía las disposiciones del derecho internacional, que no admite el perdón de los delitos de lesa humanidad.
El canciller Didier Opertti le respondió que un plebiscito había avalado esa ley en 1989, por lo que debía prevalecer sobre los tratados y acuerdos internacionales a los que adhirió el país. Los fundamentos de esa extraña pretensión estarían contenidos en el informe infranqueable de O. Darío. El ministro Opertti también se quejó por la publicación en internet del exhorto de Canicoba Corral, al que calificó de “documento reservado” (sic).
Al recibirse la solicitud de Canicoba, Gavazzo y Silveira “reaccionaron enérgicamente” y “fuentes militares” citadas por un diario de Montevideo dijeron que estaban “en un estado de franca insubordinación” y “dispuestos a impedir de todas maneras posibles su detención”. El comandante en jefe de Ejército Carlos Daners les comunicó el respaldo oficial: “El gobierno dice que las reglas de juego no cambiaron y por eso la fuerza no tiene nada que decir”. El juez argentino intervino en forma activa en la polémica: “¿Cómo podemos saber antes de que ocurran los hechos si la imputación que se formula está comprendida en la Ley de caducidad o no? Uno de estos miembros de las Fuerzas Armadas puede haber cometido un delito común y ya no estaría amparado por la ley de caducidad. Esto no se puede saber hasta confrontar el hecho con el imputado; manifestar lo contrario es una afirmación que no tiene respaldo en los hechos. El pedido de extradición es para oírlos en indagatoria , que básicamente es un acto de defensa. Por la imputación y por la calificación del delito debo ordenar la detención”, explicó. Un coronel hizo saber que en Uruguay “ningún militar va a ir preso ni tres horas” por violaciones a los derechos humanos. “Ni siquiera se admite una detención por cuestión de trámite ya que eso sería una deshonra para todo el Ejército”, dijo, con una retórica similar a la que era habitual en la Argentina en décadas pasadas.
El fiscal de Corte al que el gobierno solicitó una “opinión consultiva” depende del Ministerio de Educación y Cultura y por esta vía jerárquica,del propio Poder Ejecutivo, situación similar a la que maniataba al ministerio público argentino antes de la reforma constitucional de 1994.
La Suprema Corte de Justicia oriental dejó trascender su asombro por la actitud del Poder Ejecutivo de escamotear de la justicia el conocimiento de la solicitud argentina, pero también hizo saber que no estaría en condiciones de reclamar. Canicoba debería formular el reclamo a la Corte Suprema argentina, que a su vez debería trasladarlo al Ministerio de Relaciones Exteriores para que la Cancillería reclame ante el gobierno de Battle.
Con la asistencia legal del Instituto de Estudios Legales y Sociales del Uruguay, Ielsur, y su abogado Diego Camaño Viera, el colaborador de este diario reclamó ante la jueza en lo contencioso administrativo Rosina Rossi, por el lesionado derecho a la información. “El Estado de derecho no tolera la existencia de actos administrativos inmotivados” ni “el secreto de la gestión administrativa”, sostuvo el recurso de amparo. Rossi lo rechazó, aduciendo que este diario debería haber presentado un recurso administrativo, trámite que dura no menos de un año en teoría y hasta cinco en la práctica, y cuesta entre 2 y 3 mil dólares. Esos plazos y costos son incompatibles con las necesidades y posibilidades de la prensa.
El resultado es proteger el ejercicio de la autoridad del control de la opinión pública. Alsina recurrió al Tribunal de Apelaciones en lo Civil de 7º turno, integrado por Graciela Bello, Pablo Roberto Troise e Hipólito Rodríguez Caorsi, cuyo pronunciamiento se espera para la semana próxima.

 

OPINION
Por Martín Granovsky

Van Boven, una revancha de la historia

A veces la historia da revancha. Desde ayer, las Naciones Unidas tienen como nuevo relator sobre la tortura a Teo van Boven, un valiente jurista holandés que en 1982 cesó como director de derechos humanos de la ONU tras una exitosa acción internacional de la dictadura argentina. Fue una movida natural. El régimen militar puso tanta energía en matar como en ocultar cada asesinato, y Van Boven molestaba por su energía en descubrir la mentira. Por eso, el embajador argentino ante los organismos con sede en Ginebra, Gabriel Martínez, se tomó su desplazamiento como un gran objetivo.
Martínez era civil y no mató. Su función fue disimular la muerte.
En 1985, Van Boven declaró en el juicio a las juntas militares y su testimonio fue una clase maravillosa sobre la forma de actuar de la dictadura. Contó que la ONU recibía denuncias y escribía preguntas al gobierno argentino pero nunca respondió. “No tuvimos evidencia de que el gobierno seriamente investigara los casos que le habían sido presentados para su aclaración”, dijo.
Y explicó que los diplomáticos argentinos hacían “un esfuerzo deliberado para ocultar la verdad”.
Sin embargo, no todos los argentinos se alineaban con el genocidio. Dijo Van Boven que un ex ministro de Relaciones Exteriores que actuaba en la Subcomisión de Derechos Humanos de la ONU le confesó que no representaría más a la Argentina porque “no podía reconciliarse con su propia conciencia”. Era Mario Amadeo. Narró que otro diplomático, que había renunciado al servicio exterior y era funcionario de la ONU, se le acercó un día para hablar en privado. “Por favor, continúe con su trabajo, que la presión internacional nos ayudará a evitar que la situación siga”, le pidió Lucio García del Solar, actual embajador en la Unesco.
En cuanto a Gabriel Martínez, según Van Boven jugó “un rol clave en el ocultamiento y en algunos casos la intimidación y la mala información”.
Los defensores de los comandantes acusados quisieron invalidar a Van Boven poniéndolo como parcial. Jorge Goldaracena preguntó si “quien defiende el orden tiene un tratamiento diferente de aquel que lo ataca”.
“Los encargados de defender el orden representan el poder oficial del Estado”, respondió Van Boven. “Como representantes del gobierno deben cumplir con lo que prescriben las reglas, porque si los encargados de hacer respetar la ley no la cumplen, eso produce el descrédito del gobierno y de la ley.”
Ese criterio es el que aplicará ahora en sus tres años de mandato al frente de uno de los organismos más importantes de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU. El informe anual sobre la tortura es, habitualmente, un verdadero documento sobre la situación de los derechos civiles y políticos. Y, luego de los atentados del 11 de setiembre, la palabra de este jurista que diseñó el tribunal responsable de juzgar los crímenes en la ex Yugoslavia tendrá peso doble. Primero, sobre las dictaduras del Tercer Mundo. Pero también sobre los países desarrollados que restrinjan las libertades individuales o exporten, como sucede ahora, instrumentos de tortura.
La historia no sólo le dio revancha a Van Boven. En 1982, un joven abogado de derechos humanos refugiado en Francia combatió el acoso de la dictadura contra el experto holandés. Casi 20 años después, como actual presidente de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, ese abogado, Leandro Despouy, confesaría a sus amigos que el de ayer fue uno de los días más felices de su vida. Había repuesto a Van Boven en Naciones Unidas.

 

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