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No comerás a tu prójimo

Por Raúl A. Alzogaray

La imagen del caníbal empezó a tomar forma en la imaginación popular de los europeos allá por el 1500, modelada por los relatos de exploradores, soldados y misioneros enviados a conquistar y catequizar territorios remotos. Los antropólogos occidentales consideran un lugar común señalar que el canibalismo ha representado desde entonces, en nuestra cultura, un símbolo de “lo otro”, aquello que hacen otras culturas más salvajes y depravadas que la nuestra.
Freud reunió el canibalismo, el incesto y el gusto de matar en su lista de deseos prohibidos en nuestra sociedad: “... la conducta cultural hacia estos deseos pulsionales, los más antiguos, en modo alguno es siempre la misma; sólo el canibalismo parece proscrito en todas partes...; en cuanto a los deseos incestuosos, todavía podemos registrar su intensidad detrás de su prohibición, y el asesinato sigue siendo practicado, y hasta ordenado, bajo ciertas condiciones, por nuestra cultura”.
Las causas del canibalismo son motivo de controversia entre los antropólogos. Igualmente controvertida es la interpretación de hechos ocurridos antes de que la historia empezara a escribirse. Recién hace unos meses se obtuvo lo que parece ser la primera prueba irrefutable de canibalismo en tiempos prehistóricos.

Los propios y los otros
El canibalismo se realiza en un complejo marco ritual, donde el sacrificio y la distribución de la carne están regidos por reglas que determinan qué partes de la víctima pueden ser consumidas y quiénes pueden consumirlas.
El denominado endocanibalismo es el que se practica sobre individuos del mismo grupo, usualmente parientes fallecidos de muerte natural, de quienes se ingieren los huesos molidos o las cenizas de los cuerpos incinerados (mezclados con bebidas como sopas o chicha). Esta costumbre está asociada con ideas de reciclado y regeneración de las fuerzas vitales. Le permite al grupo conservar sus cualidades aunque desaparezcan los individuos que las poseen.
El consumo de la carne de extraños, de individuos ajenos al grupo, es llamado exocanibalismo. Los indios sudamericanos tupinambá, los habitantes de Papúa-Nueva Guinea y de las islas caribeñas de San Vicente, Santa Cruz y Martinica son habitualmente citados como ejemplos de exocaníbales.
Hace poco menos de quinientos años, los españoles exterminaron un pueblo que había llevado la costumbre exocaníbal a una escala pantagruélica. Era el pueblo de los mexicas, también conocidos como aztecas.

Apetito divino
Los dioses aztecas eran devoradores insaciables de carne humana, y la principal actividad de los sacerdotes aztecas era mantener satisfecho el apetito de las divinidades. Era creencia generalizada que si se interrumpían las ofrendas humanas el mundo llegaría a su fin.
Los sacrificios se llevaban a cabo diariamente en lo alto de las pirámides truncadas de Tenochtitlán (la capital del imperio, sobre la cual se levanta hoy la ciudad de México). La víctima era arrastrada de los pelos hasta la cima. Una vez arriba, cuatro sacerdotes la sostenían por las extremidades mientras un quinto procedía, cuchillo de obsidiana en mano, a la extracción del corazón. El órgano aún latiente era ofrecido al dios que presidía la ceremonia. Mientras, el cuerpo sin vida era empujado por las escalinatas hasta el pie de la pirámide, donde lo esperaban para decapitarlo. Las cabezas de los sacrificados eran exhibidas públicamente por tiempo indefinido.
Los soldados de Hernán Cortés encontraron en la plaza principal de Technotitlán 136.000 cráneos acomodados en anaqueles construidos con palos y lanzas. Aunque la exageración es un condimento habitual en los relatos de la conquista, los investigadores reconocen que, en el más conservador de los casos, es posible que hubiera allí unas 60.000 cabezas.

El estado caníbal
El destino final de los cuerpos decapitados era la olla. Cada cuerpo “iba a parar en una placeta abaxo –escribió el historiador español Fray Bernardino de Sahagún–; de allí lo tomaban unos viejos que llamaban cuacuacuitli y lo llevaban a su templo, donde lo despedazaban y lo repartían para comer”.
La receta preferida consistía en la preparación de un estofado condimentado con pimientos o flores aromáticas. En cuanto a la distribución de la carne, el guerrero que había capturado a la víctima recibía las partes más apetecidas (piernas y brazos). El canibalismo ritual era un privilegio de los guerreros y los nobles al que no tenía acceso el resto del pueblo.
Se ha estimado que los aztecas sacrificaban y consumían entre 15.000 y 250.000 víctimas anuales. La mayoría de los sacrificados eran prisioneros de guerra. En menor proporción, sufrían también esa suerte cautivas y niños provenientes del propio pueblo, tomados por la fuerza o donados por sus familias.

Marcas en los huesos
Aunque ninguna cultura parece haber superado a los aztecas en cantidad de sacrificios, hay muchas que los dejaron bien atrás en crueldad. Numerosos relatos de viajeros y jesuitas dan cuenta de las horribles torturas a las que eran sometidos los prisioneros de los tupinambá, los iroqueses y los hurones antes de ser devorados. Las ejecuciones eran precedidas por palizas, mutilaciones y quemado de las víctimas.
Con frecuencia, aún en casos bien documentados, es difícil comprobar si efectivamente ocurrió canibalismo. Una crítica habitual esgrimida por los escépticos es la ausencia de observaciones de primera mano realizadas por antropólogos. En un artículo publicado en la revista científica Nature, JaredDiamond respondió con ironía a este tipo de crítica: “La abundancia de niños en Nueva Guinea, mi conocimiento de que los niños son concebidos mediante relaciones sexuales y relatos de segunda mano que han llegado hasta mí me persuaden de que los habitantes de Nueva Guinea mantienen relaciones sexuales, sin embargo, en los muchos años que he vivido allí, nunca he realizado observaciones de primera mano de tales relaciones”.
Si resulta difícil determinar la veracidad o precisión de una antigua crónica, más complicado aún es desentrañar lo sucedido en tiempos prehistóricos, cuando la única evidencia disponible son unos pocos huesos fosilizados.
Las marcas en los huesos que los especialistas asocian con prácticas caníbales son estrías ocasionadas por el descarnamiento, fragmentaciones producidas al extraer la médula ósea y trazas de calcinación debidas a la cocción.

... y te diré qué comiste
Pero este tipo de marcas pueden tener otros orígenes. Por ejemplo, la práctica funeraria conocida como inhumación en dos etapas. Primero se desarticulan y descarnan los cuerpos, luego se rompen los huesos.Derrumbes naturales y la actividad de animales carnívoros pueden producir marcas similares.
Los expertos han definido cuatro condiciones necesarias para distinguir entre canibalismo e inhumaciones en dos etapas. La probabilidad de canibalismo se considera alta cuando se dispone de evidencia relacionada con: 1) la disposición espacial de los restos óseos; 2) el estudio preciso de las marcas que llevan; 3) la comparación con restos animales que hayan recibido tratamientos similares, y 4) la falta de evidencia de modificaciones posteriores al depósito original.
Varios sitios arqueológicos reúnen estas condiciones. Uno de los más recientemente estudiados es el de la cueva francesa de Moula-Guercy, donde hace unos 100.000 años los restos de media docena de neandertales recibieron un tratamiento que hace pensar en prácticas caníbales (ver Futuro 29/7/00).
Pero la evidencia ósea es insuficiente. Por eso, otros investigadores buscan en los fósiles pruebas más directas de canibalismo. ¿Y qué forma más directa de averiguar lo que alguien comió que hurgar en su materia fecal?

Anasazi
Los Anasazi vivieron en lo que ahora es el sudoeste de los Estados Unidos. Eran campesinos y vivían en aldeas. Como la mayoría de las culturas nativas de América del Norte, no tuvieron historia escrita.
En el sudoeste del estado de Colorado, en un sitio llamado Cowboy Wash, se encuentran los restos de un caserío Anasazi repentinamente abandonado por sus habitantes alrededor del 1150 después de Cristo.
Por la misma época, los cuerpos de siete personas de ambos sexos y edades variadas fueron desarticulados, descarnados y cocinados en el lugar. En una de las casas se encontró un coprolito humano (coprolito es el nombre que le dan los paleontólogos a la materia fecal fosilizada).
El coprolito fue analizado por Richard Marlar, de la Universidad de Colorado, y sus colaboradores, quienes presentaron sus resultados en la revista Nature el pasado mes de setiembre.
¿Qué cosa debían buscar los investigadores en el coprolito para establecer sin lugar a dudas que quien produjo la materia fecal había devorado previamente a uno de sus semejantes? Obviamente, debían buscar sustancias o tejidos de origen humano. Sin embargo, la materia fecal puede contener células intestinales o sangre proveniente de lesiones en el aparato digestivo del individuo que la produce. Teniendo en cuenta este detalle, los investigadores decidieron buscar en el coprolito rastros de mioglobina humana. Esta molécula se encuentra únicamente en los músculos esqueléticos y cardíacos. Su presencia en el coprolito sólo podía deberse a la ingestión de carne humana.

Una prueba definitiva
Analizado con métodos inmunológicos, el coprolito resultó contener cantidades apreciables de mioglobina humana. También se encontró esa sustancia en ollas de cerámica dispersas por el lugar. Y había sangre humana en herramientas presuntamente usadas para descarnar los huesos.
Aunque los críticos sostienen que la materia fecal analizada podría pertenecer a un coyote, los autores del trabajo están convencidos de su origen humano. Consideran que este hallazgo constituye la primera prueba definitiva de un episodio de canibalismo en un contexto prehistórico. Marlar y sus colegas esperan “... que el debate acerca de si ocurrió o no canibalismo en tiempos prehistóricos será reemplazado por preguntas relacionadas con el contexto social, las causas y las consecuencias de estos eventos”. Justamente, las causas del canibalismo son motivo de discusión entre los antropólogos. En algunos casos parecen prevalecer los motivos rituales (el que consume un organismo adquiere su sustancia); en otros, razones nutricionales que van desde el simple gusto por la carne humana hasta la necesidad de enriquecer dietas pobres en proteínas. Tampoco está del todo claro cuándo y por qué surgió la prohibición de consumir carne humana.

Costos y beneficios
El antropólogo Marvin Harris sostiene que el exocanibalismo dejó de practicarse cuando el costo de llevarlo a cabo fue mayor que el beneficio. Las sociedades del nivel de bandas o aldeas carecían de los medios políticos para aplicar impuestos y absorber grandes poblaciones que pudieran usar en provecho propio. Comerse los prisioneros, ya fuera para satisfacer necesidades espirituales o nutritivas, ofrecía mayores ventajas que mantenerlos vivos.
Al aparecer las sociedades de nivel estatal, la situación cambió. La economía se volvió más productiva y los pueblos sometidos fueron incorporados al propio sistema político. Los vencidos pasaron a formar parte de la población vencedora y su mano de obra fue explotada mediante impuestos y reclutamiento. El consumo de carne humana se convirtió en tabú.
¿Por qué las sociedades estatales no han practicado el canibalismo sobre los muertos en los campos de batalla ni el endocanibalismo? Según Harris, el tabú más fuerte es el que no admite excepciones. “No comerás a tu prójimo” es mucho más fuerte que “no matarás a tu prójimo para comerlo”.

Relativismo cultural
El estado azteca fue una excepción: fomentó el sacrificio y el canibalismo y cuanto más poderoso se volvía, más los fomentaba. Michael Harner, elaboró una explicación para esto.
Milenios de intensificación y crecimiento demográfico agotaron la existencia de herbívoros domesticables y cerdos en el territorio central mexicano. De hecho, la dieta cotidiana de los aztecas estaba constituida en gran medida por insectos, gusanos y pasteles de algas acuáticas.
Harner ha propuesto que el agotamiento de los recursos animales hacía difícil a los gobernantes aztecas prohibir el consumo de carne humana. El principal objetivo de la guerra era expandir el estado. Una consecuencia secundaria de la actividad bélica era la obtención de prisioneros. Distribuir la carne capturada entre los guerreros y los nobles era una forma de recompensar el arrojo en las batallas y la lealtad al estado y, al mismo tiempo, una fuente adicional de proteínas.
En su célebre ensayo De caníbales, Michel Montaigne escribió: “Creo que es más bárbaro (...) descoyuntar en el potro y torturar el cuerpo de un hombre lleno de sensibilidad, asarlo en trozos y echarlo a los perros y los cerdos para que lo muerdan y despedacen (cosa que no sólo hemos leído, sino que hemos presenciado recientemente y no entre enemigos ancestrales, sino entre vecinos y conciudadanos, y lo que es peor, so color de piedad y religión), que asarlo y comerlo una vez que ha caído muerto... Podemos, por consiguiente, llamar bárbaras a esa gente [se refería a los tupinambás] con respecto a las leyes de la razón, pero no con respecto a nosotros, que las sobrepasamos en todas las clases de barbarie”.
Esto fue escrito hace cuatrocientos años. Tras señalar que la tercera parte de los países del mundo emplea todavía la tortura contra los enemigos internos y externos, mientras los conflictos humanos se siguen resolviendo desmembrando y haciendo volar a la gente por los aires, Harris reconoce, con tristeza, que nada ha cambiado desde entonces.