Arte
El rouge y la bala
Mañana,
y tirando la galería por la ventana promete, Alejandro
Kuropatwa cierra su muestra Mujer. Ahora, el fotógrafo, que se
jacta de tener en la mente todo tipo de mujeres y ha tenido como modelos
señoras mayores y de estirpe real o ficticia, se dedica a fotografiar
casi exclusivamente a señoritas sin ninguna joya o sus partes
más pulposas: los labios.
Por
María Moreno
Aparentemente
son fotos de moda. Tranquilas. Perfectas. La cosmética como protagonista.
Lápices labiales fotografiados como misiles, efectos con agua
o purpurina, caras lavadas bajo un turbante atravesado por horquillas
como para ilustrar un aviso de crema desmaquilladora. Hasta que los
primeros planos despliegan el doble fondo de una imperfección
que busca su propia forma fuera de la estética de Elle o Vogue.
O un par de cejas sin depilar trazan un paisaje japonés. O unos
dientitos sobresalen de una boca en forma de corazón, tan iguales
entre sí como los de mica de una muñeca. Alejandro Kuropatwa,
que expone en Ruth Benzacar su muestra Mujer, dice que las sesiones
fueron difíciles.
Yo estaba sobre la boca, sobre el ojo, más; a veces decía
permiso por si desembocaba en un chuponazo. Por eso ahora
a la muestra la llamo Mujer-Pampero . Porque en las sesiones había
flash, había cámara, había modelo, había
fotógrafo, pero, ¿y el trípode? Me puse una camisa
Pampero, me la agarraban, yo respiraba hondo para que no me ahorquen
y me acercaba, me acercaba... Como no hacía foco por cámara
sino por distancia, yo iba mirando y disparando encima de la modelo.
El rouge es un arma.
¿Una señal de estar en la guerra?
Obvio. Marta Minujin me lo dijo una vez: el rouge es hiperobvio.
¿Por eso te metiste con eso?
Lo obvio puede ser muy sutil.
¿Cuando te estirás, lo primero que
hacés es sacártelo?
Noooooo, te podés poner brillo. El rouge es un icono
al pene porque como arma no sirve un sorete, porque si se la querés
clavar a alguien lo vas a enchastrar y encima te vas a angustiar por
haber pagado un rouge que se te hizo mierda. Ahora que no hay vuelo
ni para pistolas, el único arma que hay es el arte.
Te pusiste en el lugar del rouge.
¿Por qué?
Porque para hacer esas tomas tuviste que ponerte tan cerca
de la modelo como el rouge.
¿Perdón?
Bueno... son esas cosas que dicen los psicoanalistas. Y encima
hay que pagarles.
(Alarmado) ¿Pagar? ¿Quién tiene que
pagar?
Pagarle al analista.
No, boluda, a mí lo que me fascina en esas fotos fue
cuando le hice la boca a Sofía olerle el lápiz
labial. Porque ella no puede ser tan perfecta. Una chica joven no tiene
una prótesis, tampoco es una actriz de televisión que
pueda bancarse 100 mil dólares en implantes.
Kuropatwa se hartó de las señoras de buena familia que
a fuerza de huir del invierno han logrado una piel de cocodrilo tan
auténtica como sus carteras, y tienen garritas tan pesadas de
anillos que les han alargado los brazos como los chimpancés
hasta las rodillas. Nada que ver con las princesas borbónicas
que conservan ese blanco pasado por las sacristías y los antebrazos
peludos de Carmencita Franco. También se cansóde La
mujer Arenales y Talcahuano que conoció en los grupos de
Alcohólicos Anónimos de la Iglesia del Socorro vestida
como azafata, chignon y conversación.
Ayer estuve en el ICI y vi un video que hice en Umatic, un sistema
que venía con el monitor, que no era ni la Handy ni la videocámara,
semiprofesional. El video se llamaba Himno nacional argentino. Obviamente
me lo censuraron. ¿Qué era? Peter Fideo, uno del grupo
Caviar haciendo de maestra. Divina Gloria haciendo de Gloria.
Con cuadernos Gloria. Y en el momento en que ellos dicen o juremos
con Gloria morir, atrás pongo en croma una postal de ésas
que venden en los restaurantes turísticos de Lavalle, con la
imagen de un asado criollo. Vino la policía y hubo... digamos,
que molestar a gente. Se dijo que era algo que atentaba contra el Himno
Nacional. Me agarré una angustia bárbara porque venía
de EE.UU., donde son libres. Por ejemplo, las Victorias siempre tienen
un pecho al aire, sea cualquier Victoria, la de Samotracia, por ejemplo.
Se supone que ese pecho da leche a la tierra.
¿Y ésta? (imagen de un par de pechos en primer
plano, cubiertos de purpurina).
Esta es la Victoria de la teta, mamá. Las mujeres
son glorias, son joyas, ¿o no?
¿Viste en qué espacios suelen poner tus fotos?
Iría a la casa de Constantini o de Amalita para ver.
Y que tengan mis fotos enmarcadas en oro. Pero me harté, me harté
de las viejas. El Truman Capote Show ya pasó. Me voy de vacaciones
a unas termas en Rosario de la Frontera que era el Plaza Hotel y lo
inauguró Sarmiento. ¡Esa piletas para enlodarte como subtes!
Vos tenés bañera, yo tengo bañero, te toman la
presión...
Ahí vas a encontrar a otras señoras mayores...
No, las que me hartaron son las que se van a Vichy a lavar
dinero. Ahora creo que las joyas son cosas viejas donde lo que vale
es la piedra, no la alhaja en sí que perteneció a la reina
Victoria y es de colección.
Fetichista de los olores que despedían sus tías batidas
con spray, voyeur de los catálogos de las coloristas de peluquería
puestos en su imaginación a la altura de la paleta de Rembrandt,
Alejandro Kuropatwa primero planeó Mujer como una megaperfumería,
después vino otro hartazgo, el del exceso.
Dije: ¡para qué, si nadie entiende nada! La gente
no mira. Les encanta ver Un argentino en Nueva York y les parece que
están en Nueva York. Por eso yo soy imposible, bueno imposible
no, vos lo ves. (Señala en un gran ademán de Comedia del
Arte la totalidad del salón en una de cuyas paredes dice: A
los que están y me faltan...Ruth Benzacar, Miguel Kuropatwa.)
Yo le decía a Ruti, nunca me voy a olvidar, me toca a mí
este año. Y ella: No, a vos te pongo en dos años
más porque cada vez que hacés una cosa es una explosión.
Y no te quiero explotar. Tal cual. Y es así, no hay que
mostrar y mostrar y mostrar. Hay que mostrar e irse. La fotografía
no es la cámara, es el ojo. No es: ¿Usted quiere
mirar? Marque el número tanto.
Y Kuropatwa se lanza con su paso tambaleante, un poco sonámbulo,
a una visita guiada: enseña a ver cómo una pestaña
de Sofía se refleja en su pupila como en un lago. Si Antonioni
viviera, vería aquí Blow Up, un derrame ocular,
un lacrimal que parece la entrada de una vagina vista de costado, el
cordón de los anteojos de Celsa (su asistente y modelo) que ha
trazado bajo su boca abierta un circuito design, o sus labios cerrados
fuera de foco. Mirá bien, mirá bien. ¿No
ves, entrecerrando los ojos, Buenos Aires, la calle Corrientes, los
carteles luminosos reflejándose en la calle después que
llovió?. Y sí, se ve. Las fotos de Kuropatwa pueden
ser hiperrealistas y abstractas al mismo tiempo, mientras él
mete el dedito morbosamente para señalar un herpe sobre un labio
o la mano imperial que sostiene un pecho de silicona hiperbronceado
y por el que parecen trepar en peregrinaje una caravana de hormigas
negras.
¿Qué son? ¿Termitas?
¿Son negras las termitas, acaso? ¡¡¡Purpurina,
mamá, purpurina!!!
De Kuropatwa se dice que es superficial. Lo es literalmente: para él
todo está ahí en la superficie, es un biógrafo
de pellejos, logra extraer jeroglíficos de unos poros tan cerrados
como los de un papel ilustración, profecías sobre cómo
envejecerá una piel de veinte años. No lo hace para adelantar
una decadencia en detalle sino como quien registra signos de nobleza.
Ahora está un poco cansado da hablar en susurros como Truman
Capote, de hacer arqueología en los salones de los nuevos ricos,
de una maldad mezcla de la de Cecil Beaton fotografiando a una joven
como si fuera una cala con la de Pata Villanueva robándose un
par de guantes en Harrods. Dice que es preciso refugiarse en el oficio.
Te digo una cosa: hay que volver al pasado. A 35 mm, al Súper
8 con grano. ¡Otra que la Handy! ¿Bajaste? ¿No
bajaste? Basta. Se me rompió la computadora y estoy chocho.
Yo soy de lápiz, papel y goma. Que no me vengan después
de 25 años de fotografía con una máquina digital
que dura dos años, a mí me da como náuseas. Decirle,
por ejemplo, a la galerista -en este caso, Orly: Orly, la
imagen se me fue. ¿Me copiás una en el CD y que el artista
me la firme?. No es una copia, no es un negativo, no es celuloide.
¿Qué es? Hice Mujer con rollos de esos 4 pesos dos
rollos, 125 asas de Casa Tía. Con un flash, un telex, una
lentilla... (gritando en el grabador). ¡Publicidad! ¿Oyeron?
Ahora stop.
Kuropatwa ya no se abalanza sobre los silencios para continuar hablando
en primera persona. El ¿Qué? es menos retórico.
Nombra a Ruth Benzacar, que murió hace poco tiempo y se quiebra,
pero se recompone y sacude una mano como quien se espanta una mosca.
Tal vez esté pensando en su padre. Murió cuando
yo ya tenía este proyecto. Lo seguí gracias a mi analista.
La mayor antidepresión es la belleza.
Quiere decir que trabajaste en medio de un duelo.
No, mamá, psicótico tampoco soy. Hice el duelo,
estuve mal, muy mal. Quedé touché. Papá tenía
pelotas. Cuando el médico le dijo que no podía comer manteca,
pletzale y comidas idisch, él dijo no, yo ya tengo dos años
de vida todavía lúcido, no me van a prohibir nada, voy
a hacer lo que se me da la gana. Ya era la despedida. Cuando murió,
pensé qué iba a ser de mi mamá en el futuro, no
en mi papá que ya estaba muerto. Pero tuvimos una despedida verdadera
muy hermosa. Estaba internado en terapia intensiva en el sanatorio La
Trinidad y yo le había llevado un arreglo chiquitito con unas
bolitas. Entonces me dejaron entrar las enfermeras son tan cholulas
que si saliste en una revista ya entrás a terapia. Papá
estaba inconsciente. El médico me dijo: Tocalo, a ver si
responde. Lo toqué exactamente donde me dijo y papá
me cerró el puño. Y al margen de eso, después encontré
tortas de 35 mm de él filmando a mi vieja en la Unión
Soviética. El 1º de Mayo. Dos veces fueron. Tenía
pelotas, y yo tengo pelotas por él. ¿O no?