ENTREVISTA
Una
sala del Museo del Cine acaba de ser inaugurada con su nombre: Isabel
Sarli. Ella agradece la iniciativa, pero aclara que no es una pieza
de museo, y que tampoco se sintió nunca un símbolo sexual. “Yo soy la
Coca y nada más”, aclara, antes de rememorar su vida, tan fundida a
la de su adorado Armando. De las 27 películas que filmó con él, su favorita
sigue siendo “La burrerita de Ypacaraí”.
Por Soledad
Vallejos
Una voz del
otro lado del teléfono dice que todavía no se había
levantado. Que el día anterior se había caído y
le dolía una pierna. Pero no te preocupes. Ahora estamos
y lo importante es que estamos. Del pasado olvidáte. Al
momento de la charla, faltan unos días para que (en el marco
de la celebración
del Mes de los Museos que organiza la Secretaría de Cultura de
la Ciudad) el Museo del Cine inaugure una sala con su nombre, y dice
que eso es muy grato, porque viste que siempre se hacen los homenajes
después de que uno se muere. Unos días después,
en la presentación de la sala, dirá que agradece el reconocimiento,
que su madre y Armando Bo, donde estuvieran, seguramente estarían
contentos y eso la hacía sentir bien. Ya soy una pieza
de museo. Pero yo no soy ninguna reina del cine argentino. Yo soy la
Coca. Claro que para eso falta. En este momento, Isabel Sarli
es la señora que acaba de despertarse y pide un café con
algo de azúcar mientras enumera una a una las veces que tuvo
que subir a un avión para recibir distinciones en lugares como
España, Francia, o México; que sabe a la perfección
en qué épocas qué canales de televisión
emitieron sus películas y cuál fue la promoción
más simpática; que todavía parece ver como una
exageración, por ejemplo, que la televisión francesa haya
contratado a Edgardo Cozarinski para que hiciera un documental sobre
ella. Y entonces, Isabel habla con extrañamiento, como si la
secretaria que se convirtió en Miss Argentina con la sola obsesión
de ayudar económicamente a su madre (eran tan pobres, contó
alguna vez, que ella soñaba con paredes empapeladas de fiambre,
un manjar que la realidad le concedía pocas veces) nunca hubiera
dado ese paso que le cambió la vida para siempre. Como si esta
semana no se hubiera cumplido un nuevo aniversario de la fecha en que
el público argentino pudo ver por primera vez un film erótico
nacional con un desnudo completo, el suyo. Como si no hubiera pasado
un poco más desde que Armando Bo (su amor, el hombre por el que
hubiera dado mi alma al diablo para evitarle la muerte,
fui su producto) rodara esa famosa escena del baño
en medio de la selva aprovechando el desconocimiento de técnicas
cinematográficas de ella.
Ya son 43 años desde que se estrena El trueno entre las
hojas. Y es un suceso y es un escándalo. Salgo en Time, en Life,
en los diarios americanos, se arman grandes colas de argentinos para
ver la película. En Estados Unidos, decían que era la
explotación del hombre por el hombre, porque es el libro de Roa
Bastos, el gran escritor paraguayo. Pero ellos decían todo eso
por el desnudo, qué sé yo, todo un escándalo. Y
ahí, muchas de las mujeres que pasaban se hacían la señal
de la cruz, no puede ser, no puede ser esto, decían
todas. En esa época, yo iba a la pileta de Gimnasia y Esgrima,
esa grande, por donde pasa el tren, hermosa. Bueno,supongo que todavía
estará. Pero dejé de ir, porque, claro, se había
estrenado El trueno... y todos se la pasaban hablando, preguntándome
cómo hice el desnudo, que porqué lo hice, que porqué
sí, que porqué no, cada uno era un periodista. Por eso,
en el 60 me cambié para acá (la casa de Martínez
en la que convivió con su madre y donde supo albergar más
de cien animales de toda laya): yo, más que una casa, quería
tener una pileta propia, para no ir más al club. Y ya hace 41
años que vivo acá, toda una vida. ¿Qué más,
querida? Preguntáme lo que quieras.
Muchas veces usted dijo que no se pensó ni se sintió
un símbolo sexual.
No, no. Yo, la Coca en casa y nada más. Además,
mi mamá nunca me dio importancia. Más bien me retó.
¿Siempre lo hizo?
¿Mamá? Uh, no le gustaba. Decía: Cooooooca,
dejá el cine, venite conmigo, un día te vas a arrepentir,
y así. Ella era muy celosa, por eso. Y yo viajaba mucho, iba
por el mundo filmando películas. Porque filmamos muchísimo
en el exterior también, en Venezuela, en México, en Sudáfrica,
en Uruguay, en Brasil, en Paraguay, en todos lados.
Algo que se conoce poco es que usted se encargaba de asuntos de
producción en sus películas.
Hacía todo lo que podía, sí, sí, la
producción me encanta. Y en una época quería hacer
programas para chicos, pero, viste, son esas cosas que uno dice y después
quedan en la nada. Pero sí, Armando manejaba todo lo artístico
y yo hacía todo lo que era pagar a la gente, hacer los contratos,
hablar con distribuidores extranjeros. ¿Eso es poco conocido,
decís? Claro, porque cuando Armando falleció, yo ya no
quería hacer más nada. Me quería morir. Vos sos
muy jovencita... sí, claro, ya sé, uno no vivió
en la época de Napoleón y sabe de Napoleón. Pero
te quiero decir que fui yo, que no quería saber de nada. Había
perdido a mi mamá y a Armando, quería morirme. Después
salí adelante con todo, me pasó con lo de la cabeza...
Lo de la cabeza fue el tumor que, nueve años atrás,
la tuvo a la muerte, el mismo que generó un súbito
y espontáneo fervor popular por ella, que se tradujo en plegarias
y oraciones por su salud y en la ayuda del por entonces presidente Carlos
Menem. Las crónicas de ese momento daban cuenta de una Isabel
Sarli entrando al hospital del brazo de Martín, uno de sus dos
hijos adoptivos, de su amiga Juanita Martínez jurándole
y perjurándole que, para la operación, no iban a cortarle
todo el cabello, de un cirujano, el ex Secretario de Ciencia y Técnica
Raúl Matera, cumpliendo ese pedido. Y, claro, de una voluntad
capaz de superar un estado de coma en apenas dos días. Algunas
de esas crónicas, además, mostraban grupos considerables
de mujeres, algunas de ellas cercanas a los 60 años, rezando
el rosario en la puerta de la clínica.
Por ahí, esas mujeres eran las mismas que años atrás
me hubiesen criticado. Pero es así: en todo se evoluciona en
la vida. Matera me llevó a la Bazterrica, y allí, yo esto
no lo viví, pero me emocioné cuando después me
han mostrado, la gente había hecho una procesión alrededor
de la clínica con la Virgen de la Rosa Mística. Y me dijo
Matera ay, en 50 años de profesión, nunca vi que
por un paciente hagan cosas semejantes, Isabelita. Y yo tengo
acá, en el respaldar de mi cama, que es de esterilla, como 30
rosarios colgados. Están todos allí, porque la gente me
los daba entonces para que me cure, para que tenga fe, para esto, para
lo otro.
Las paredes
de la casa que, aseguran, es inmensa, conservan instantáneas
de sus años de rodaje, de ella y Bo, de su madre, de amigos presentes
y no tanto como Mirtha Legrand, o José Marrone. Una cajita contenía
la colilla del último cigarro que había fumado Armando
en su casa. Al menos hasta hace algunos años, del perchero de
la puerta de entrada todavía colgaban un saco de su madre y otro
de Armando. Pero las palabras de la Coca ya no destilan la melancolía
de hace algún tiempo. Ahora, recordar parece darle más
satisfacción que tristeza por lo pasado, y las anécdotas
no faltan.
¿Vos viste alguna película aparte de
El trueno...?
Carne.
Ah, muy violenta ésa. ¿Vos sabés que es una
historia real? El dueño del frigorífico, amigo de él,
fue el que le contó la historia, y la de Fiebre también.
¿Viste que es tan brutal? Bueno, cuando él conoció
al dueño del haras de Pergamino, le preguntó ¿acá
pasó alguna historia?, y entonces le empezó a contar que
la hija de un administrador que habían tenido se excitaba con
los caballos. Entonces, de ahí sacó todo Armando. Siempre
tenía algo que le inspiraba. Y Favela... Ahora no permiten más
filmar en las favelas, después de que lo hicimos nosotros lo
quiso hacer Sara Montiel, que quería hacer Samba en Brasil, y
no se lo permitieron, lo tuvo que hacer en decorados. Es bravo, eh,
andar en una favela.
¿Ustedes la filmaron con permiso oficial?
Con permiso de la gente del morro. Antes de filmar, fuimos a una
macumba, el asistente de Armando se hizo amigo de la sacerdotisa del
morro. Y todas esas cosas influyeron, nos ganamos su confianza.
¿Usted participaba de esas negociaciones?
Yo siempre me he llevado bien con todos, mirá. Yo no he
hecho escándalo. El único escándalo que yo hice
fue pegarle una cachetada a un cura. ¿Sabías eso? Alrededor
del 74, 75, el Instituto de Cine hacía una fiesta
en un lugar en la calle Parera, casi Quintana, un lugar de las tres
armas, los militares, los marinos y la aviación. Entonces, Armando
me dice vamos a tener que ir, tenemos que hacer buena letra, Coca.
Vamos. Entonces, un amigo me dice usted está triste, Isabel,
venga que le voy a presentar al padre Zaffaroni que le va a dar consuelo
por la muerte de su madre. Bueno, me acerqué. Yo tenía
un vestido muy lindo, soirée, con escote, y una estola de zorro
blanca. Me acerco y me dice, con el dedo, por poco me lo mete entre
las tetas: ¡Mire cómo anda! ¡No tendrá
perdón de Dios!. Me enceguecí, le di una cachetada
a mano abierta y cayó sobre todos los sandwiches y las masitas.
Para atrás cayó, qué te parece. Pero lo merecía,
porque si no quiere ver un escote un cura para qué anda en una
reunión así, de farándula, una reunión nocturna.
El hizo eso porque estaba juzgándome por lo que yo había
hecho en mi vida. Fue un escándalo, un lío total, porque
en esa época él tenía la misa en Canal 11. Después,
cuando yo caí enferma de la cabeza, me mandó una tarjetita...
se ve que me había perdonado.
Por su
nefasta influencia sobre el Pueblo Argentino y su accionar inmoral,
obsceno, disolvente y promarxista, que ataca las bases occidentales
y cristianas de nuestra sociedad. La carta que la Asociación
Argentina de Actores recibió en la primavera de 1974 no dejaba
dudas: en un plazo de 72 horas, la Triple A procedería a ejecutar
en el lugar en que se los encuentre, siguiendo la depuración
iniciada a once de sus integrantes, entre los que se contaban
Juan Carlos Gené, David Stivel, Susana Giménez, Daniel
Tinayre, Isabel Sarli y Armando Bo.
Claro, claro, que fuimos perseguidos. También estaban Ayala,
Olivera por La Patagonia rebelde, y bueno, nosotros por los desnudos.
Era una época tremenda. No me acuerdo ahora el nombre del comisario,
pero él me dijo Isabelita, no tenga miedo, yo voy a mandarle
gente que la cuide. Y tuve tres soldados: uno en la puerta, otro
en el jardín y otro adentro de la casa. Eso fue una semana, porque
justo habíamos planeado ir a un estreno en Caracas, y cuando
llegamos allá nos enteramos de que había explotado un
barco en el que estaba este comisario. Horrible, mi hija, era una cosa
tremenda. Gracias a Dios, no pasaste nada de esas cosas tristes. Eso
ya pasó. Ahora se vive libre en una democracia. Estaremos en
crisis, estaremos pobres, pero hay que tener esperanza y un día
saldremos adelante. Pero bueno, vos sabés que en general el mundo
está malo. Y ahora esta era de sangre que va a tocar, ojalá
que no ocurra. Que se dejen de joder con este Bush que habla y ya ataca.
Yo no lo tolero, eso que dice el que no está conmigo está
con los terroristas... parece el cura Zaffaroni. ¿Viste
cuando a Aznar le dijo Andar? ¿Y me gusta hablar
en españolo? Me quedo con Clinton y su sonrisa, aunque
sea un pícaro.
A cada rato,
mezclada con relatos para los que adopta tonos y modismos ajenos en
los diálogos, se escucha una risa de niña que cometió
una travesura. De tanto en tanto, adopta cierto sesgo dramático,
pero cuando lo grave está ahí, justo a punto de dominarlo
todo, ella trae una imitación, una réplica, una descripción
capaz de cambiar radicalmente ese clima. Hay otra cosa, un algo más
allá de todas las historias que rodeaban a la pareja de escandalosos,
del propio e intenso perfume del revuelo con cada estreno o aparición
pública. De alguna manera, Isabel y Armando parecían ser
parientes cercanos, cercanísimos, de Zelig, ése personaje
de Woody Allen que, sin saberlo, pretenderlo ni precisamente desearlo,
terminaba en el medio de escenas históricas, o rodeado de personajes
importantísimos en momentos cercanos a los más importantes
de sus vidas.
Cuando fue elegida Miss Argentina conoció a Perón.
El encargado de Prensa y Difusión dijo que yo tenía
que saludar al Presidente y me llevó, antes de que yo viajara
para concursar por Miss Universo. Y él me dijo una cosa muy laudatoria.
Paz era el embajador argentino en Estados Unidos, y Perón me
dijo usted vale más que veinte embajadores Paz, porque
es embajadora de buena voluntad y de la belleza de la mujer argentina.
Y fue muy amable, muy simpático, todo bien. Era fabu-lo-so, vos
no sabés lo comprador que era. Mamá decía de Armando
a éste si habla, no lo llevan preso. A Perón
tampoco. Fantástico era. Acá, no conocí otro así,
como él. A Eva no la conocí, pero sabía mucho de
ella a través de Paco Jamandreu, mi modisto, que durante 40 años
me hizo la ropa (tres de esos trajes están expuestos en este
momento en el Museo del Cine). Y también por Armando, porque
había trabajado con Eva, y también habían trabajado
como extras de cine. Y después, él fue su pareja en La
cabalgata del circo (la última película de Eva Perón),
yo tengo por acá una foto de Eva bailando el pericón en
la película con Armando.
Alguna vez, comentó que usted y Armando querían
hacer una película sobre la guerrilla. ¿Fue antes de que
el Che Guevara se hiciera conocido?
Noooooo, el Che ya había andado por Bolivia. Entonces,
Armando anduvo por allá e incluso lo vio muerto y todo. Pero
yo no quise ir por la altura, me iba a hacer mal. Yo tenía que
hacer de una aldeana de ahí, una pobre muchachita, y, como me
decían que era un comunista, le decía señor
comunisto porque era una ignorante que no sabía nada de
nada. Y vos sabés que cuando vino el Che acá, no me acuerdo
si en el 60 o el 61, iba a Uruguay con su comitiva. Y Armando
y yo íbamos a Uruguay para el estreno de Sabaleros. En esa época
se salía en hidroavión, ¿vos sabías eso?...
¡Salí de ahí! Un gato se me cuelga de la cortina,
esperá, esperá que los saco que es un escándalo...
La voz se aleja, se oyen unos pasos que se alejan, unos gritos, un ¡Salí!,
¡bajen, vamos! ¡fuera, fuera fuera!. Otros pasos
se acercan. Es que esta es la pieza de la nena, y acá no
entran gatos, porque arruninan todo. Los dos son muy diablos, son terribles.
Tengo algunos tranquilos, peor ésta es nueva, hace poco que me
la tiraron. Y es negra, y le puse Xica da Silva, por la novela del 9.
De las 27 películas
que rodó con Bo, aseguró siempre, tiene un cariño
especial por La burrerita de Ypacaraí. Dice la leyenda que él
escribió (eufemismo: como buen maestro de la improvisación,
el guión era básicamente una idea) esa historia porque
Isabel adoraba a las paraguayas que vendían sus mercancías
con burros, y decía qué lindo, y me gustaba la canción
de Luis Alberto del Paraná.
Es muy simpática La burrerita..., y no hay tantos desnudos.
A mamá le gustaba muchísimo.
¿Esa sí le gustaba?
Síííííí. Yo le hacía
la película en 16 milímetros y se la mostraba, pero la
que nunca le mostré era la de los caballos (Fiebre). Ella me
decía ¿Coca, por qué no me mostrás
la de los caballos?. No, mami, no la tengo. Pero yo
la tenía. Y vos sabés que cuando pasaba alguna en el proyector,
cuando notaba que ella se ponía nerviosa, yo empezaba ay,
se está desenfocando, no sé qué le pasa a este
proyector. Y la desenfocaba. Me hacía la (Paulino) Tato.
¿Hay algún rodaje del que tenga mejores recuerdos
que otros?
No, todos en general tienen gratos recuerdos. He tenido mis accidentes,
mucho frío en la nieve, en los lagos, vos no sabés en
los lagos del sur los fríos que he pasado. Me sacaban desmayada,
me querían echar coramina y no me podían ni abrir la boca.
Y en Sabaleros, que me caía sobre residuos de cloacas de los
desagües de la ciudad de Buenos Aires, me vino hepatitis, me vino
todo. Armando dijo uh, qué actriz que está la Coca,
y yo estaba echando espuma por la boca. Se estaba muriendo la Coca.
Chapada a la antigua, como se definió siempre, nunca
le molestó la voluptuosidad de sus medidas más que por
un detalle: no podía comprar los soutienes esos hermosos
que había en París, o en Estados Unidos. Siempre me los
tenía que hacer. Y Armando me decía Pero Coca, dejáte
de jorobar, que de eso vivimos muchos. De adolescente, no
iba a los bailes porque no le gustaba abrazar a extraños. Y el
hecho de que el erotismo kitsch criollo del que fue cofundadora haya
sido tildado en su momento de pornografía (igual que Willy, el
primer marido de Colette, Bo fue apodado el pornógrafo)
no significó jamás que ella aceptara esa calificación
ni la pornografía en general. Extraña, Isabel, que se
dice pacata y no tiene ni tuvo, sin embargo, ningún empacho en
hablar de sexo a los cuatro vientos para una sociedad que hablaba de
cualquier cosa menos de eso.
En el diario, la otra vez salieron las frases más recordadas
del cine argentino, y hay una mía (que después decía
también en el teatro, en Tetanic): ¿qué pretende
usted de mí? Qué pretende usted de mí y me
estaban violando (risas, muchas risas). Esa en Carne. Y después
hay otra que es de Fuego, que digo (cambia la voz a tono de melodrama)
ay, tengo un fuego interior que me devora (muchas más
risas).
Y cuando se toma el tren para Europa.
¡Ah, el tren de las 3, sí! ¿Pero sabés
qué pasa ahí? Falta todo un acto. ¿Viste que se
va en tren y ahí termina? Bueno, la tipa renegaba de su dinero,
se iba a París de nuevo a luchar por los derechos de las prostitutas.
Y Armando puso una prostituta con la bandera rusa, otra la alemana,
otra la inglesa. Y yo era la jefa suprema. Luchaba por los derechos
sociales, y así terminaba, y volvía a ir a la iglesia
allá, en Notre Dame. Todo eso lo sacó (el censor) Ramiro
de la Fuente. Y ahora, en Holanda, las mujeres tienen sus derechos,
como Armando había pensado para la película.
Una hora, hace cerca de una hora que no puede dejar el teléfono
para tomar su primer café de la mañana. En unas horas,
llegarán los vestidos que debe probarse para las funciones del
próximo verano en Carlos Paz (con Tristán y dos
chicas muy lindas, que son Panam y Florencia De la Vega). Al día
siguiente, una visita médica de rutina. Vida agitada, la de Isabel,
cuando cualquiera la creería descansando y recibiendo homenajes.
Cualquier cosita, me llamás. ¿Vos sabés que
acá, en el barrio, hay un cieguito que tiene tu apellido? ¿Sos
solterita? Bueno, sos chiquita. Esperá, primero viví la
vida, después hay tiempo. Un besito.