Calcomanías
Siete
ensayos sobre Walter Benjamin
Beatriz
Sarlo
Fondo
de Cultura Económica
Buenos Aires, 2000
96 págs. $ 8
por
Daniel Link
Los
Siete ensayos sobre Walter Benjamin de Beatriz Sarlo que el Fondo de
Cultura Económica incluyó en su Colección
popular al filo del año pasado es un libro extraordinario
por varias razones. En principio, porque es un libro inesperado. Si
el estudiante universitario sabe que Sarlo es la más aguda interlocutora
de la literatura argentina y el público de los grandes diarios
argentinos está acostumbrado a sus intervenciones sobre política
cultural y sobre la cultura moderna en sus formas más
radicales, pocos son los que hubieran esperado una intervención
teórica como la que puede leerse en estos ensayos sobre la obra
de Walter Benjamin y su impacto en relación con la crítica
literaria y los estudios culturales cuyo auge en nuestro país
la misma Sarlo se encargó primero de promover y, ahora, de desalentar:
tanta es la banalidad en la que suelen incurrir.
La obra de Benjamin es uno de esos monumentos literarios de los cuales
es difícil ponerse a hablar sin riesgo de quedar atrapado en
cualquiera de las trampas que se multiplican en cada una de sus páginas.
Es difícil colocar los textos benjaminianos en relación
con los grandes paradigmas teóricos que dominan el pensamiento
del siglo XX porque Benjamin deliberadamente elude toda ortodoxia, y
ésa es una primera trampa. Mucho más difícil es,
todavía, recuperar las afirmaciones de Benjamin (sobre la literatura,
sobre la historia o la experiencia, sobre la vanguardia, la ciudad o
las muchedumbres) para explicar el presente sin caer en la mera mímesis
anacrónica o, incluso, en la distorsión de la palabra
que se cita para adecuarla mejor al modo de ser de nuestra propia actualidad.
Beatriz Sarlo, con una claridad de la que pocos exégetas benjaminianos
pueden hoy hacer gala, consigue moverse en ese campo minado con la seguridad
y la elegancia de quien combina la curiosidad y el respeto intelectual,
la voracidad y la distancia crítica para salvar la integridad
(es decir, la complejidad) del pensamiento que expone y dejar en claro,
al mismo tiempo, la exaltada admiración que la mueve (Nadie
como Benjamin..., nadie como él..., nadie como Benjamin,
se lee en las páginas 28 y 29).
Es ya por todos conocidos el hecho de que los textos de Benjamin (como,
por otro lado, el de ese otro gran observador del siglo XX que fue Theodor
Adorno) hablan de fragmentos de la cultura y se escriben como fragmentos.
El fragmento, dice Sarlo, es representante de aquello que nunca
podrá ser captado como totalidad orgánica, porque (Benjamin
lo sabe) esa totalidad se ha perdido. Y unas páginas más
arriba: Su mirada es fragmentaria, no porque renuncie a la totalidad,
sino porque la busca en los detalles casi invisibles. He allí,
probablemente, la clave que permite relacionar a las tres Sarlos de
la que antes hablábamos en una figura coherente: la que interpela
a la literatura argentina, la que interpela a las políticas culturales
y la que interroga la teoría para encontrar en ella las herramientas
metodológicas que garanticen la eficacia y la consistencia de
ese rompecabezas. No es que haya que renunciar a la totalidad, sino
que hay que pensarla de un modo radicalmente nuevo. Se trata, claro,
de la cultura de masas (y del lugar que en ella encuentran el arte y
los intelectuales), pero se trata también de las formas en que,
hoy por hoy, podrían pensarse políticas específicas
para la literatura, el arte, la cultura, la ciudad, la vida. Lo que
a primera vista podría parecer una mera preocupación metodológica
(cómo dar cuenta hoy del sentido de los objetos culturales, con
qué herramientas, en relación con qué horizonte),
se revela propiamente como una pregunta política, en la línea
foucoultianade las micropolíticas y las biopolíticas.
Tratándose de Sarlo la afirmación puede sorprender, pero
hay que recordar que puesta a evaluar la producción intelectual
de los años noventa, eligió ¿Qué es la filosofía?
de Deleuze y Guattari y a Derrida, respectivamente, como el libro de
ensayo y el autor de la década.
Hay que salvar a Benjamin, sostiene Sarlo, de las lecturas reduccionistas
y paródicas de su obra: la lectura de Benjamin ha producido
una especie de erosión teórica que carcome la originalidad
benjaminiana hasta los límites de la completa banalización.
Un poco por eso, ella misma elige como antes él esos
objetos aparentemente pueriles que encierran un contenido de verdad
que libera energías revolucionarias. Es que la originalidad
de Benjamin se manifiesta en este trabajo de atrapar lo verdaderamente
significativo en lo pequeño y lo trivial. Sólo a
partir de esos detalles podría reponerse una cierta idea de totalidad
(descentrada, inorgánica, replegada sobre sí misma, esquiva
a las simplificaciones de la sociología).
Particularmente conmovedora es la lectura que hace Sarlo de ese pasatiempo
verdaderamente benjaminiano: la calcomanía. Ciertamente,
la obra crítica de Benjamin puede leerse en la clave de ese procedimiento
infantil de dibujo ya preconstruido, pero es tan fuerte el efecto de
verdad que procura encontrar allí Sarlo, que es imposible resistirse
a la tentación de imaginar a la niña que alguna vez fue
calcando dibujos en su cuaderno. ¿Cómo no iba la intelectual,
años después, a rescatar esa misma manía para explicar
la obra de uno de los teóricos que fundamentan sus observaciones
sobre la modernidad y, al mismo tiempo, de manera indirecta, para sugerirnos
una clave de lectura de sus propios escritos? Calcomanías: desde
Escenas de la vida posmoderna hasta estos Siete ensayos sobre Walter
Benjamin, una manera de entender la crítica de la cultura.