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Caldo
de cultivo
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Por Rodrigo
Fresán
(Desde Barcelona)
Nunca aceptó ser vestido
por una gran marca, ni recibió dinero de las editoriales, ni presentó
libros de amigos, ni puso su prestigioso nombre al servicio de cualquier
tipo de producto o publicidad porque yo siempre estuve muy bien
pagado y no me parece admisible el hecho de ganar buen dinero con lo que
me gusta y, encima, poner en duda la integridad de mi juicio. A
punto de cumplir 66 años, el periodista francés Bernard
Pivot (Lyon, 1935) se retira por la puerta grande de un estudio de televisión
que por una vez al menos acabó pareciéndose
más a una biblioteca que a otra cosa.
La noticia ha conmovido como no podía ser de otro modo
al mundo de las letras internacionales. Pivot no sólo era el adorado
anfitrión de escritores de todas partes sino que, además,
su sola opinión favorable bastaba para convertir a la primera novela
de un perfecto desconocido en best-seller en boca y pupilas de todos.
Pivot era un aliado fiel, un infiltrado poderoso, uno de los nuestros.
El pasado 18 de marzo, Le Journal du Dimanche abrió la salva de
homenajes que se predicen como numerosísimos con la publicación
de un suplemento donde ciento cincuenta intelectuales de Francia saludan
y despiden al paladín mediático y feliz responsable de durante
veintiocho años de carrera haber hecho parecer inteligente
a la caja boba.
ESTAMOS EN EL AIRE
El mundo de Apostrophes era un espectáculo que debía
lo menos posible a lo exterior. Era un espectáculo de ideas y palabras.
Era un espectáculo interior. Para los autores, Apostrophes era
el equivalente del Jockey Club, del Nobel, de la Academia Francesa, de
la Copa del Mundo, definió en su momento el escritor Jean
dOrmesson al programa televisivo de entrevistas literarias y de
información sobre el mundo del libro que el francés Bernard
Pivot lanzó el 10 de enero de 1975 en los estudios del canal Antenne
2. Allí uno podía encontrarse tanto con un excesivo Alexandr
Solhenitsyn como con un Charles Bukowski borracho que después de
mearse encima procedió a tocarle el culo a varias de las invitadas.
El milagro se mantuvo en el aire hasta junio de 1990 y reapareció
en enero de 1993 con el título de Bouillon de Culture con las constantes
de su figura convocante y ratings dignos de final de campeonato de fútbol
o de entrega de Oscar. Pivot desmarcándose de los fastos
afirma que el verdadero mérito, el más raro milagro, es
el de un canal de televisión apostando fuerte por un programa sobre
libros. Él es simplemente un intermediario, juró con humildad
verosímil. Pero a la hora de la verdad ahora que ha anunciado
su retiro indeclinable para el próximo mes de junio, Bernard
Pivot será recordado como un héroe cultural: el hombre que,
además de fundar la revista Lire y firmar libros de crónicas,
ensayos y una novela, demostró que los libros y el televisor pueden
llevarse bien y, además, asociarse en una empresa redituable, digna,
feliz de hacer feliz.
Me voy en el momento justo. Es el bello final para una bella aventura
y prefiero irme antes de que me vayan, ja. Es hora de que alguien tome
el relevo y lo cierto es que me agrada el hecho de que vayan a extrañarme,
de dejar un buen recuerdo. Tuve la fortuna de vivir la mejor época
de la televisión porque todavía era aceptable el delicado
balance entre una programación cultural y comercial. Ahora, la
televisión pública ha decidido lanzarse a una feroz competencia
con los canales privados, lo que es comprensible, pero el precio va a
pagarlo la cultura, que siempre acaba siendo la víctima de las
grandes cadenas y que termina siendo desplazada a horarios de trasnoche,
dijo Pivot.
MUSICA, MAESTRO
Como parte de su gira del adiós, Bernard Pivot llegó a Barcelona
con ganas de hablar y de mover mucho las manos cuando habla. Y de recordar,
claro, porque para eso sirven ciertos finales, para hacer memoria. En
varias entrevistas públicas y en programas de televisión,
Pivot recordó sus inicios como courriériste el tipo
de cronista cuya misión es salir a la caza de noticias y
afirmó que las cosas no cambiaron demasiado para él desde
entonces. Pivot se definió como courriériste literario:
buscador de libros y de autores, dedicado lector de diez horas por día.
La idea de retirarse no fue una iluminación súbita sino
una decisión meditada que, en realidad, de retiro tiene más
bien poco: Pivot piensa volver con renovados ímpetus al primer
amor de la prensa escrita y continuar al frente de su formidable página
web ver la columna webeando, en esta misma edición
consagrada a la gloria y supervivencia de la lengua francesa en todos
sus aspectos. El Gran Idioma para Pivot que lo llevó para
irritación de varios locales a afirmar que, lo siento mucho,
el mejor escritor español escribe en francés y se llama
Jorge Semprún.
En cualquier caso, buena parte del placer de verlo a Pivot en vivo y en
directo fue la de redescubrirlo por una vez en calidad de
entrevistado. Así, Pivot se paseaba por varios sets de varios programas
televisivos, poniendo en clara evidencia la torpeza desconcertada de colegas
haciéndole preguntas tontas con los ojos brillantes y la voz temblorosa
de quien se sabía una burda imitación. Si algo cabe reprochársele
a Pivot como se le puede reprochar a Raymond Carver o J.D. Salinger
es la manada de imitadores que supo parir sin ser su padre y que puso
a pastar por los televisores del mundo en esos programas que, generalmente,
cuentan con el patrocinio de editoriales y con conductores que, seamos
sinceros, nunca leyeron diez horas al día. Ni piensan hacerlo.
VOLVEMOS A ESTUDIOS CENTRALES
La llegada de Pivot a Barcelona compaginó la triste nueva
de su partida de las ondas con la buena nueva del lanzamiento en video
con subtítulos en español y catalán de
la serie Los Monográficos de Apostrophes. Los videos de próxima
llegada a la Argentina y editados por la empresa de Gonzalo Herralde,
Trasbals, responsable también de la colección Videoteca
de la Memoria Literaria/A Fondo permiten el recuerdo o el descubrimiento
de los Greatest Hits de Pivot a la vez que se convierten en banco de datos
tan importante como lo son las entrevistas de la revista The Paris Review
a la hora de saber cómo son los escritores fuera de sus libros.
Los dos primeros títulos de estos programas especiales de Apostrophes
exploran los mundos de Vladimir Nabokov (una entrevista de 1975, de 65
minutos, que coincidió con el lanzamiento de Ada, o el ardor en
Francia) y de Marguerite Yourcenar (durante 70 minutos, de 1979, donde
la autora recorre toda su vida y carrera). Los próximos títulos/escritores
serán Albert Cohen, Marguerite Duras y Georges Simenon. Nabokov
como era su costumbre consintió una conversación
pactada de antemano, con preguntas y respuestas cuidadosamente escritas
y ensayadas en sus célebres fichas, una tetera llena de whisky
y frases como: Detesto a los divulgadores comprometidos, a los escritores
sin misterio, a los infelices que se alimentan con los elixires de ese
charlatán vienés. Yourcenar, más conciliadora,
pero igualmente afilada, sonríe y afirma: Me acusan de ser
misógina; es una tontería, a menos que de inmediato se añada
que también soy una misántropa.
Videos que se pueden y se deben ver más de una vez pero, por lo
menos, dos. La primera para ver y escuchar a nuestro escritor y la segunda
para escuchar y ver a nuestro presentador. Descubrir así el Método
Pivot, el modo de armar preguntas a partir de respuestas inmediatas
o saltar a otra parte, o conmoverse y conmover (caso Yourcenar), o las
estrategias para hacer parecer improvisado un guión férreo
en manos de un tirano feliz de serlo (caso Nabokov). Observar, también,
el tiempo transcurrido y la rareza de escritores que una vez adquirido
su rostro literario parecen petrificados en el espacio y en las
mejores fotos de sus solapas mientras que Pivot cambia, se vuelve más
elegante y más sabio y, al final como se lo vio por aquí
hace unos días, diciendo adiós y hasta luego adquirir
el privilegiado y definitivo look de un escritor de escritores más
que el del conductor de un programa de televisión.
Cultura
para todos
POR ANDREA
STRETTON
Bernard Pivot nació
en mayo de 1935 en Lyon. En 1940, su padre parte al frente de combate,
donde morirá. Su madre se muda, entonces, a la finca familiar de
Quincié-en-Beaujolais. Es allí donde el pequeño Bernard
cursa sus primeros años escolares. En 1945, la familia se reinstala
en Lyon y es entonces cuando Pivot descubre una pasión, casi un
sentimiento religioso, que ya no lo abandonará nunca, por el deporte
ping-pong, cross-country y fútbol y que hace olvidar
a sus maestros la mediocridad de su desempeño en las disciplinas
escolares (con excepción de Francés e Historia).
Luego de terminar sus estudios en el Lycée Ampère de Lyon
y un breve paso por la Facultad de Derecho, el joven Bernard Pivot se
inscribe en París en el CFJ (Centro de Formación de Periodistas).
Después de una pasantía en Progrès de Lyon, se dedica
al periodismo económico durante un año, antes de pasar a
integrar el Figaro Littéraire en 1958.
En 1971 desaparece ese periódico especializado y Bernard Pivot
pasa a ser jefe de redacción del Figaro Quotidien, al que renunciará
en 1974 por desacuerdos con su editor, Jean dOrmesson. Jean-Jacques
Servan-Schreiber le propone un proyecto de revista que desembocará,
un año después, en Lire. El 10 de enero de 1975 se emite
la primera emisión del programa que lo hará famoso en el
mundo entero, Apostrophes. En 1990, el programa deja de emitirse, pero
Pivot sigue en el aire con Bouillon de Culture. En junio de este año,
Pivot abandonará definitivamente la televisión por Internet,
su nuevo medio (ver la columna Webeando).
Bernard Pivot, mucha gente dice que la televisión cultural es un
sustituto glamoroso pero sustituto al fin de la lectura de
libros o de otros consumos como el teatro, etcétera.
Es cierto que mirar televisión, aunque se trate de un programa
cultural, significa que uno no está leyendo, escribiendo o yendo
al cine mientras dure el programa. En ese sentido podría decirse
lo mismo que del amor: es más interesante experimentarlo que escuchar
gente hablando sobre él. Sin embargo, la televisión es también
un medio extraordinario para invitar al público a participar activamente
de la cultura, para incentivarlo a que lea, a que vea exhibiciones de
arte, obras de teatro o funciones de cine o a que escuche música.
Si usted tuviera que señalar uno o dos de los más importantes
cambios en la vida cultural francesa de los últimos veinte años,
¿cuáles serían?
Hace veinte años hubo un importantísimo movimiento
que se llamó a sí mismo Movimiento de los nuevos filósofos
y que aglutinaba personas de entre 30 y 40 años que habían
realizado estudios muy profundos en filosofía. Al mismo tiempo
que fundaron una nueva corriente humanística, generaron un intenso
debate. Se trataba de una docena de escritores, pero que se concebían
a sí mismos como un colectivo. Hoy, veinte años después,
no hay ningún movimiento colectivo, solamente hay individuos (en
el campo filosófico o literario). Podría decirse que son
escritores individualistas en el sentido que el término tiene en
el siglo XVII o XVIII.
Desde su perspectiva, ¿eso es beneficioso o perjudicial para la
cultura? ¿O sencillamente un hecho de finales de siglo XX?
Desde finales del siglo XIX, la vida literaria francesa se constituyó
a partir de movimientos colectivos basta mencionar a los simbolistas,
los parnasianos, los surrealistas, los estructuralistas o los partidarios
del nouveau roman después de la Segunda Guerra. Pero hoy
todos esos movimientos han desaparecido. La vida literaria aparece fracturada:
cada escritor está solo ante su computadora o su pedazo de papel.
Es verdad que el período que va desde 1870 hasta la gran guerra
de 1914 (que después de todo por algo se llama La Belle Époque)
fue extraordinariamente rico en acontecimientos en el mundo cultural y
artístico. Uno podría pensar que esos fueron los años
dorados de Francia y de ahí la melancolía de mucha
gente. Sin embargo, yo prefiero el presente. En primer lugar porque vivimos
un período de paz. Las dos guerras mundiales fueron terroríficas
y causaron la muerte de millones de personas. No puedo comprender ninguna
nostalgia en relación con ese período.
Usted ha conducido el más famoso book show del mundo
durante 15 años, Apostrophes, y ahora está terminando su
Bouillon de Culture, más orientado hacia las artes...
De hecho, uno siempre hace el mismo programa. Tanto la propia experiencia
como el deseo de la audiencia y el management de los canales se combinan
para que uno vuelva a hacer lo que sabe. Es cierto que Bouillon de Culture
incluyó el cine, el teatro y la pintura entre sus temas, mientras
que Apostrophes fue un programa exclusivamente literario. Pero, después
de todo, el 80 o el 90 por ciento de Bouillon de Culture se hizo a propósito
de libros.
¿De dónde viene su amor por la literatura?
A mí me hubiera encantado ser periodista de deportes, pero
no hubo, en mi juventud, medios deportivos que me contrataran. Encontré
una posición periodística en un periódico especializado
en literatura como Le Figaro Littéraire. Uno aprende a caminar
caminando, así como aprende a leer leyendo y, todavía más,
a amar la lectura leyendo. Aprendí a leer los libros que tenía
que leer por razones profesionales, primero con respeto y luego con franca
simpatía. Al final, me convertí en un apasionado de los
libros y esa pasión devoró mi vida en los últimos
cuarenta años.
Creo recordar que en uno de sus libros usted escribió sobre su
club de fútbol... ¿Sobrevive, pues, su pasión deportiva
de juventud?
La literatura no sofocó el placer que siento al mirar partidos
de fútbol, tomar vino o caminar por el campo. El corazón
es suficientemente grande como para comprometerse en más de una
pasión.
Usted declaró hace poco que el escritor tiene en Francia prácticamente
el estatuto de un exiliado. ¿Podría aclararme en qué
sentido lo dijo?
Lo que quise decir (no recuerdo haber usado esas palabras) es que
el escritor ya no ocupa el lugar de privilegio que tuvo durante siglos.
Francia es un país donde los escritores fueron prácticamente
deificados a lo largo de su historia. Voltaire, Victor Hugo, por citar
sólo dos nombres. No hace mucho, las cenizas de Malraux fueron
llevadas al Panthéon con gran pompa. Pero, hoy, el escritor francés
ha perdido ese estatuto. Perdóneme el grosero juego de palabras,
pero el escritor francés ya no tiene el estatuto estatutario de
sus pares del pasado. Por supuesto, eso tiene que ver con el auge de los
multimedia, la televisión, etcétera. A veces, cuando me
siento pesimista, me digo a mí mismo que durante los últimos
veinticinco años de trabajo televisivo acompañé el
declive de algo esencial. Y me pienso a mí mismo como el último
que sostiene una vela ante el lecho de muerte de la literatura. Por otro
lado, hay gente más joven, menor de 30 años, por ejemplo,
que forman parte de una generación de estudiosos de los ismos
del siglo XX y que no terminan de percibir del todo el hecho de que el
nuevo arte (y la nueva cultura) es multimediática. Durante mucho
tiempo, los libros fueron la única fuente de respuestas para las
preguntas existenciales que nos hacíamos. Hoy el libro es sólo
una de esas fuentes y hay otros lugares donde se buscan y se encuentran
respuestas existenciales (el cine, el rock, Internet, por ejemplo).
Si se miran con detenimiento las listas de libros más vendidos
en Francia, parece que la gente estuviera leyendo una mezcla de libros
basados en la ciencia o en thrillers, en todo caso inspirados por la literatura
americana...
Creo que el tema dominante en la literatura francesa actual es el
mismo de siempre: el escritor escribiendo sobre sí mismo. En este
punto, la literatura francesa no es diferente de cualquier otra. Parecería
que el escritor está cada vez más focalizado en sí
mismo. Como le decía antes, la literatura es ahora muy individualista.
Pero lo esencial de la literatura es la busca de ese autoconocimiento.
Cuando los escritores tienen talento, esa introspección o mirarse
en el espejo puede ser excelente. Cuando no, se trata de ejercicios
de puro narcicismo.
Si mira hacia atrás en su carrera televisiva, ¿cuáles
fueron sus momentos favoritos?
Bueno, es difícil resumir veinticinco años en algunos
momentos... No obstante, ante su pregunta no puedo sino evocar la imagen
de Vladimir Nabokov. Lo entrevisté hace 25 años, cuando
tuve la extraordinaria oportunidad de conversar con uno de los más
grandes escritores del siglo pasado. Y también se me aparece la
imagen de Solzhenitsin, con quien estuve en América y en Rusia,
que vino a mi estudio de grabación. O recuerdo a Henri Vincenot,
un poco conocido escritor francés de Bourgogne, a quien adoré
porque hablamos de la naturaleza, de la pesca, sobre cosas cotidianas.
Y veo también a otro escritor francés, Marcel Jouhandeau,
al que entrevisté un año antes de que muriera. Él
sabía que estaba muriendo. Era homosexual y cristiano, obsesionado
por la idea del pecado... Pero tendría que hablar horas y horas
para mencionar a todos los escritores a los cuales me conmovió
entrevistar. A todos ellos sólo puedo agradecerles porque gracias
a ellos he tenido una vida maravillosa. Y sé que su recuerdo me
acompañará hasta el fin de mis días.r
trad. D. L.
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