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ENTREVISTA

La letra con sangre
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Horacio Castellanos Moya es probablemente el escritor salvadoreño más conocido actualmente. La fama le llegó con su primera novela, El asco (1997) y también la necesidad de exiliarse. Ahora acaba de publicar El arma en el hombre, una ordalía de sangre que, desde su perspectiva, se queda corta en relación con la realidad de El Salvador.

Por Pablo Tasso, desde México DF “Me gustaría escribir una página como Tácito alguna vez” –dice Castellanos Moya en el patio de la casita que la editorial Tusquets tiene en Polanco–, pero inmediatamente modifica su deseo: “Aunque sean dos renglones”. Autor de El asco, Horacio Castellanos Moya es uno de los escritores más importantes de El Salvador, un país de escasa producción literaria que sin embargo produjo a Roque Dalton (aunque más tarde lo asesinara en sus eternas luchas civiles).
Exiliado en México, acaba de publicar El arma en el hombre, una novela en la que las idas y vueltas de la guerrilla, la contrainsurgencia y la creciente militarización del país a cargo de la policía norteamericana antinarcóticos se condensan en un personaje que acaba dejando, promedio, un muerto por página, a pesar de la asepsia de la prosa que caracteriza al libro. Despojada, fría y aceitada, la prosa de Castellanos Moya parece más el atributo de un arma que de un hombre. ¿Es éste el nuevo estilo de Castellanos Moya? “No”, contesta terminantemente el autor, “es la prosa que el personaje necesita”.
Con El asco Castellanos Moya logró una repercusión internacional. Es una novela que realiza un homenaje a los personajes de Thomas Bernhard que incluso logró impresionar al traductor al español del escritor austríaco. Se publicó en 1997 y ya lleva siete ediciones en El Salvador, en donde se convirtió en el libro de culto de los últimos años, pasando de mano en mano. Como escribió el chileno Roberto Bolaño, es un libro que se lee de un tirón. Logra cautivar como un perfume, aunque de la primera línea a la última el relato huela a vómito, grasa y cerveza caliente. Son ciento veinte páginas en primera persona en el que el único punto y aparte es también el punto final. Con un reducido número de tics dosificados con una precisión de relojero, que ex profeso contrastan con la desbordante neurastenia de alguien que monologa sin parar (en criollo diríamos que el personaje tiene una cloaca en la boca). El que habla es un salvadoreño que tras, permanecer dieciocho años fuera del país, vuelve y aborrece todo lo que ve con idéntica acidez, desde la plutocracia local hasta las costumbres de la clase media que bebe cerveza Pílsener mientras come chicharrón y que cree que todo salvadoreño en el exterior extraña esas pequeñas delicias de la cotidianidad nacional.
Sin embargo, asegura su autor, “hay lectores que dicen que al llegar a la mitad lo tiran a la basura porque les da náusea. El problema es que se lee a partir del morbo político” explica, aunque sabe muy bien que, si algo hizo, es un libro político.
El caso es que luego de su publicación le sugirieron que abandonara el país. “Y es raro porque éstas son sociedades que no amagan. En El Salvador el que amaga pierde y el que dispara primero gana”, dice con una sonrisa. Vivió en Canadá, España y ahora reside en México, donde publicó El arma en el hombre. Quizá leer la contratapa de este libro espante al lector. A fin de cuentas, ¿quién desea sumergirse en un libro en donde hay un muerto por página, sobre todo cuando el cine norteamericano lo ha hecho ya en tecnicolor? Al autor no lo preocupa la comparación y va más allá: “Todo depende de quien lo lea. A un lector salvadoreño el libro no le va a impresionar en absoluto, en términos de violencia extrema le va a resultar algo muy cotidiano. Y probablemente un suizo crea que esto es ciencia ficción. El personaje ha pasado ocho años en una guerra, acostumbrado al ejercicio de la violencia como única forma de supervivencia. Robocop –el apodo del personaje– viene de un ejército contrainsurgente, en el que no hay carga de ideales como entre los guerrilleros, por eso es normal que deje cadáveres regados por todas partes. Es más, creo que el personaje se queda corto respecto de la realidad actual”.
Castellanos Moya tampoco duda sobre la necesidad de escribir libros como los suyos, aunque eso le haya costado el exilio. “Cuando uno se forma en situaciones de extrema violencia, queda marcado. Puedes estar en un bar,alguien te reconoce y puede pegarte un tiro. No lo digo porque yo sea alguien especial, sino porque así funciona la sociedad salvadoreña. Hay gente que se agarra a tiros por un accidente de tránsito o a granadazos en pleno centro de San Salvador (las pandillas pelean con granadas). Es una sociedad que vive con un altísimo nivel de paranoia y tensión nerviosa”, dice quien encontró en Bernhard a un coterráneo.

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