Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira

SITACIONES II

Mano suelta

A propósito de El arte del espectáculo, su nuevo libro de relatos recién editado por Adriana Hidalgo, irrumpimos en el ascético exilio tandilense de Jorge Di Paola para preguntarle cuál cree que es su lugar en la literatura argentina contemporánea y pedirle precisiones sobre su obra y sus proyectos futuros.

Por Santiago Lima,
desde Tandil

¿Cuál es su lugar en la literatura argentina? ¿Se reconoce deudor de alguna tradición?
–Me parece que mi lugar, cualquiera que sea, lo deben juzgar los otros. Pero a pesar de que abundan las tradiciones de las cuales soy deudor, me siento un poco al margen, un poco en los hielos de la Antártida. Quizá se deba a que vivo en Utopía, quizá se deba a que hace años que leo casi exclusivamente clásicos y amigos que me mandan sus inéditos. Pero los que ignoro no lo son por razones deliberadas y cuando pueda los leeré.
¿Hay aires de familia entre su ficción y la de algún otro autor contemporáneo? ¿Cuál?
–Atiendo con devoción al habla y a las experiencias directas, intrigado por “el relato del mundo”, por llamarlo de algún modo. Por la visión directa y las torsiones del puente entre las experiencias, los sueños, la invención y sus pasajes a la escritura. Pero en el cuento moderno, que inventó Poe, mi hilo de pesca pasa por Borges, que a veces amo y a veces odio, por el James Joyce de Dublineses y de Ana Livia Plurabelle –Borges puede esterilizar, pero Joyce genera textos sin cansancio–, melancólicamente por Cortázar y Bioy, consistentemente por Di Benedetto y por Briante.
¿Cómo fue construyendo el estilo para cada cuento?
–A partir de La virginidad es un tigre de papel creí que cada cuento se tenía que construir desde el habla y el carácter del personaje. Eso me obligó a intentar un metaestilo que comprendiera todos los subestilos, por decirlo no tan simplemente como me gustaría. Del éxito o fracaso de ese salto ornamental tienen que dar testimonio los lectores ya que a mí me parece que a veces sí y a veces no del todo. Si en El arte del espectáculo hay diez o doce subestilos, puedo deberle a “Los muchachos de Wedford” un parentesco con el diario de a bordo del capitán Woodes Rogers y con los isabelinos y sus bromas de taberna; a los “Cuentos japoneses”, recuerdos de mi maestro Arima en la psicología y a Kawabata en el lenguaje; “La forma” intentó crear un barroco del futuro totalmente inventado; “Sombra larga” le debe a Hernández y a Estanislao del Campo y a Briante por igual; “Umbrales” tiene un remoto antepasado en Joyce. “El arte del espectáculo” le debe a las letras de tango y su concisión, a Celedonio Flores y a los versos quebrados de Gelman; “Eclipses” no sé muy bien, es un puro antiguo Dipi; “Boliche” es un Borges que me imaginé borracho y dionisíaco, y una lectura psicodélica de la filosofía; “El pirata blanco” se toca con “Los Muchachos” pero tiene algo del énfasis de los jacobinos; “Señor con jarrón a la izquierda” roza un tono japonés más moderno.
Volviendo a la pregunta del principio, me parece que cada autor organiza una tradición que es un freak, y por otra parte el transcurso del tiempo es irrelevante, leo en estos días a dos contemporáneos, a Cervantes y a Hernández, que historió al primer piquetero que a su vez es el primer tanguero.
Por lo que cuenta, parece que le gusta experimentar con sus ficciones... ¿Qué relación entabla con la experimentación narrativa? ¿Y con los géneros?
–Cada línea es un experimento para mí porque cuando empiezo a escribir no sé hacia dónde voy y todavía no se ha presentado el reto de ser fiel al lenguaje de personajes que aún no se han definido. Siento los comienzos como un salto a la oscuridad nada racional, más bien transracional, de ningún modo totalmente irracional. Luego respiro hondo y doy lugar a la razón y a una especie de combinatoria. La narración misma es experimental cuando se pone uno a escribir, jamás hago esquemas porque me parece que hay que dejarse llevar y cuanto más alucino más racional debo ponerme en el paso siguiente. A los cuentos los construye una pulsión, la fuerza deuna pesadilla que se forma fuera del yo, que pide de inmediato la luz de algún tipo de razón y conocimiento para realizarse del todo. Escribí, por ejemplo, la primera versión de “La Forma” hace dieciocho años, y aunque le había gustado a mis amigos intenté retomarlo varias veces hasta que en el 2000 le encontré la vuelta. El barroco del futuro no lograba su consistencia pero al fin esas diez páginas cuajaron, creo. Gracias a experimentar cada vez.
Acaba de terminar una novela en colaboración con Roberto Jacoby. ¿Fue escrita a través del correo electrónico? ¿Cómo fue ese proceso?
–No quiero enloquecer a Roberto pero usted dice terminado... Esa experiencia fue como tocar “Para Elisa” a más de 300 kilómetros cada par de manos... Creo que aún hay dos o tres capítulos que piden algo que no sé muy bien qué es. Yo no sé si el contacto por e-mail no es un poco psicotizante si uno no se reúne a tomar algo cada tanto... Yo tenía mi vida tandilera bajo rutinas (y bien poco social, algo de bares al mediodía). La pasaba viendo trozos de un video de Cuba, tratando de imaginarme una Cuba a la que nunca fui y de motivarme al estilo Stanislavky con una agente secreta cubana, con un descastado ex KGB trabajando para una organización innominada y leyendo algunos textos periodísticos sobre el colapso del socialismo, tratando de imaginar una contradicción básica (porque no es una novela paródica), el imaginario socialista de algunos patriotas y la vuelta de campana de las condiciones materiales de un sistema. A su vez me preocupaba ser justo –bueno, nos preocupaba a los dos, claro–, decir alguna verdad a través de una historia de espías. En realidad teníamos otros invitados pero concurrieron al final del experimento porque no creían que ya teníamos casi 400 páginas y que había que incluirse dentro de un agua que ya tenía su temperatura y que no podía modificarse mucho. Roberto había viajado varias veces a Cuba y tenía bien junada la vida cotidiana de la isla, así que la mayor parte de ese esfuerzo recayó sobre él.
Y yo vivía en Tandil como en La Habana o en Sierra Maestra o en Matanzas o en el Malecón. Fue un año así, en estado de extrañamiento. Y curiosamente me enteré de que había 23 inmigrantes cubanos en Tandil y conocí a uno. Pero como decían en Más que humano, coengranamos ese equipo tan alejado y de yapa vimos la posibilidad del trabajo conjunto a distancia y del mundo virtual para producir una cosa, lo que al fin de cuentas es un libro, una cosa que soporta símbolos. Reflexionar sobre la caída del socialismo por medio de acciones supuestas en una obra de ficción políticamente incorrecta... Ocurre que Jacoby es más vanguardista que yo, era divertido cuando discutíamos por correo, yo era el conservador –por ende más castrista tal vez– y él el deconstructor. Creo que lo mejor de esa experiencia fueron las tensiones de los puntos de vista, y si algo de eso perduró, la novela puede resultar más interesante de lo que esperamos de un entretenimiento con algo de jugo. Otra cosa muy buena es que logramos zafar de James Bond que viene a ser como lo canónico de un género “guerra fría” y portador de una ideología festiva y prepotente.
¿Cómo evalúa usted el desarrollo actual de la literatura argentina en el contexto de la concentración editorial y el auge de la mercadotecnia?
–Poco sé del mercado, por desgracia. Pero algo pispié y me sorprendió que salvo unos libros que podemos encuadrar en la literatura femenina siguen prosperando otros que aluden a la política local o más aún, a políticos de la Gran Aldea Plana, y los gurués de la autoayuda acaso aconsejados por los editores. No sé, suenan Ricardo Piglia y Andrés Rivera y Martín Caparrós, Sergio Bizzio gana Emecé (con un libro que leí por mail y me gustó mucho) o Daniel Guebel, pero no sé si, salvo los primeros, venden más de una edición. Martín, claro, tiene sus ensayos exitosos incluso sobre un Dios pederasta y ceniciento como Sai Baba, aunque también unanovela que me gustaría leer sobre el verdadero, acaso omniimpotente y chapucero. La mercadotecnia me parece buena para los lavarropas y los autos, pero destructora de lo que vendrá (que está afuera por definición), de toda audacia de la mente, de toda experimentación. Pero tampoco es falso que hay en nosotros cierto alejamiento de la gente y de sus intereses. Como veo mucha tele –transportadora de notoriedad–, a los únicos autores que vi es a Paulo Coelho con Susana y a Mempo Giardinelli con Grondona y sé que existe o existía “El fantasma” con su rating a la menos uno, und so weiter. Pero los medios abundan en referencias a los libros que editan las editoriales concentradas y los grandes avisos son isomorfos a la longitud de la nota, no hay nadie inocente, así que como los indios que se asociaban con blancos para hacerles malones a otros blancos, la cosa podría interesar a algún sociólogo que mida estos fenómenos.
¿Qué autores contemporáneos le interesan?
–Me sorprendí con Bukowsky, creí que no me iba a gustar, pero me parece de los que mejor narran la desproletarización y la brutalidad a la que condena el capitalismo concentrado y la economización total de la vida y encuentra el lenguaje para hacerlo, para hablar de despojos. Me gustó algo Carver, esa sencillez, y mucho Willam Golding hace unos años. Bueno, no sé si son tan contemporáneos, serán contemporáneos jovatos o recién muertos. Pondría a Kawabata; aunque lo leí poco, me deslumbró. Ya le digo que en general leo libros viejos.
¿Cuáles son sus próximos proyectos?
–Hace no mucho empecé a cambiar de género casi sin darme cuenta. Escribí poemas juveniles tardíos aunque nunca lo había hecho. Tengo el borrador de una comedia musical, El duende dormido, que hubiera terminado si no me aparecían en el medio varios cuentos, incluso dos japoneses. Estoy por concluir el primer capítulo de Memorias olvidadas, donde cuento desde mis pañales en adelante hasta casi estos días (tendrá que ser por entregas porque le calculo mil páginas). Después de ver unos videos encontré muy aburrida la pornografía y algunas madrugadas intento renovarla con unos cuentos neopornos de los que poco puedo decir todavía. Descuido De armas llevar, una novela que tendría que ser mi prioridad pero que me mete a mediados del siglo XIX de donde es difícil salir. Estaba bocetando unos ensayos inconsistentes sobre los dibujos de Da Vinci y los formalistas rusos para la Fundación Start y algo sobre la clonación, Otra manera de nacer, también para ellos, pero necesito estudiar un poco para desarrollar algunas hipótesis. A veces estoy escribiendo 9 horas por día. Publicar estos cuentos escritos en tantos años me soltó la mano.