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EN
EL QUIOSCO
JAPON
EN TOKONOMA
Ed. Amalia Sato
Series Tokonoma
Buenos Aires, 2001
En el transcurso del año
1994 tomé conocimiento de las actividades de Amalia Sato (1952),
editora de la revista Tokonoma, publicada en Buenos Aires. A partir del
nombre, que significa recinto (alcoba) ornamental, la revista
despertó mi interés de viejo apasionado por las culturas
japonesa y china. Tokonoma es un ideógrafo complejo, que reúne
dos pictogramas: el primero, un esbozo de cobertura, una abreviación
de casa (KO); el segundo, inscripto en el anterior, la representación
de un árbol (KI), en este caso, convencionalmente, una tabla
de madera. El término podría ser traducido por tabernáculo,
en su sentido latino derivado de taberna, receptáculo
(generalmente en la pared de un aposento). Lezama Lima, ese libidinoso
de los vocablos extraños, incluyó TOKONOMA en su tesoro
culterano, estampando la palabra, como un talismán sonoro, en El
pabellón del vacío. Pues bien, en el habitáculo poético-ensayístico
que Amalia Sato custodia con agudo sentido selectivo, encontré,
ya en su primer número (1994), un muestrario fascinante de textos,
figurando elocuentemente en su pórtico, a modo de editorial, el
magnífico poema del cubano ecuménico.
Como en abanico, en este número inaugural, se abrían contribuciones
sobre la cultura oriental, para empezar con un ensayo de Amalia, Escrituras
de mujeres en el Este de Asia, donde la presencia femenina es evocada,
desde luego, a través de la escritura onnade (de mano de
mujer) o hiragana, silabario fonético en que Murasaki Shikibu,
la más brillante expresión del gineceo de escritoras
aristócratas redactó, durante la dinastía Heian,
su célebre Genji Monogatari (c. 1001). En esta novela-poema de
sinuosa vaguedad sintáctica, la crítica moderna
ha encontrado prenuncios del flujo memorioso proustiano; y fue también,
por su escritura onnade, recordada como uno de los factores del éxito
de la traducción nipónica de Ulysses de Joyce sobre
todo en lo que respecta al monólogo interior final
del eterno femenino (Molly Bloom) que, traspuesto por
medio de caracteres hiragana, resulta tener, para el lector culto japonés,
un sabor inexistente en el original. También en ese número
1 se encuentran importantes trabajos como el polémico y renovador
El haiku moderno, un arte secundario de Kuwabara Takeo; las
reflexiones de la japonóloga italiana Adriana Boscaro sobre Tanizaki
Junichirô (1886-1965), por muchos considerado el más
sofisticado novelista japonés del siglo XX. Natsume Sôseki
(1867-1916) es otro de los convidados al cenáculo de Tokonoma:
un breve artículo extraído del diario Asahi (Tokio) registra
el actual renacimiento de la obra novelesca de este notable escritor de
finales de la Era Meiji, alabado por el Premio Nobel Oê Kenzaburô.
Mori Ogai (1862-1922) completa esta tríada de prosistas ilustres,
con la traducción de Hanako (1910), acompañada de un penetrante
texto interpretativo de Amalia Sato.
A partir del número 3, me quedó claro que la revista no
se destinaba sólo a estudios orientales (a diferencia de las sobrias
publicaciones universitarias especializadas). Era una revista de vanguardia,
un campo abierto para otros aportes iluminadores. El presente libro (primero
de Series Tokonoma) reúne, muy oportunamente, una colección
de estos ensayos, todos plenos de rigurosa información y -lo que
es particularmente precioso del dantesco intelletto-damore.
Haroldo de Campos
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