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EN
EL QUIOSCO
El
Ojo Mocho Nº 16
(verano 2001/2002),
$ 8
El gran mérito
--y, para algunos, el problema-- de El Ojo Mocho es su verborragia. Podría
decir logorrea pero opto por abstenerme, no sólo porque es una
palabra bastante asquerosa sino porque verborragia refiere, a mi modo
de ver, a una oralidad muy del tipo del formidable, noqueador estilo retórico
de los muchachos mochistas. Algunos lo verán como un defecto. En
una época de escritura tan módicamente expresiva --por cerebral,
o posada, en unos casos; por tosca o simplemente pobre, en otros--, yo
lo veo como un festín, especialmente porque esa escritura ofrece,
además de un tono beligerantemente atractivo, ideas fundamentadas,
provocativas, hiladas de manera aluvional (recuérdese verborragia),
al punto que a veces, por querer abarcarlo todo (recuérdese que
EOM es "una revista de crítica política y cultural"),
pueden derivar por un rato en discusiones que parecen de consorcio --llámese
ese consorcio Puán, o los '70--, pero tarde o temprano las arborescencias
retoman el tronco principal y el efecto ambiental contribuye a la vitalidad
ruidosa y abrumadora, jauretchista-zizekista, para definirla mal y pronto,
de este gran número anuario de El Ojo Mocho. Frente a tantos solemnes
pasquines que se creen laboratorios de escritura, los mochistas hincan
el diente en los asuntos del día y es admirable cómo consiguen
hablar tan claro y potente con los dientes apretados.
Este número 16 (verano 2001/2002) abre con un editorial grupal
que pivotea sobre el atentado a las Torres Gemelas y la polémica
en torno a lo revolucionario o no de dichos hechos (desde Viñas
hasta Baudrillard y Virilio, a los cuales se despacha con esta gran frase:
"sus intervenciones surgen de un método intelectual que parece
provenir de una tradición crítica pero apenas hace uso perspicaz
de la ambigüedad. Operan en el límite de una literatura disruptiva
y, como no contienen la noción de historia ni dejan de hablar con
terso y enjoyado idioma de putsch filosófico, azuzan y complacen
al mismo tiempo"), sigue con un poderoso reportaje/asedio a ese "maldito
total del que no se sabe si escribe bien o mal" que es el Turco Asís
(otra pieza grupal, de 49 páginas, acompañada de "apostillas
al diálogo", éstas firmadas, donde brillan las intervenciones
de Horacio González, Eduardo Grüner y Christian Ferrer), otro
reportaje bastante menos poderoso a Oscar Landi; una polémica para
chuparse los dedos realmente entre Arturo Armada, José Pablo Feinmann
y el propio González acerca de la revista Envido y los pros y los
contras de la vida después de Envido; y el plato fuerte --a mi
entender-- de un número fuerte: un dossier dedicado a Carlos Correas,
el compadre de Masotta y Sebreli que para muchos --me incluyo-- fue el
más brillante vértice de ese triángulo, en donde
se incluyen dos "textos recobrados" (los relatos "El revólver"
y "La narración de la historia") y un imperdible inédito
de su libro/ invectiva contra Massuh ("Fraternidad victoriana"),
ensayos y buenísimas semblanzas del personaje a cargo de Ramón
Alcalde, Jorge Lafforgue, Germán García, Edgardo Cozarinsky,
Oscar Traversa y el propio Sebreli (con un texto que es lo mejor que ha
escrito en años y del cual no puedo evitar la tentación
de citar un fragmento: "Masotta me disputaba a Merleau-Ponty, Correas
a Genet, ninguno competía conmigo por Simone de Beauvoir y los
tres, por supuesto, nos identificábamos con Sartre; esto no significaba
que fuéramos inauténticos: esa representación era
para nosotros más real que la contingencia de nuestra mezquina
realidad cotidiana"). Veo que se me acaban las líneas, y no
pude hablar del ensayo de María Pía López sobre los
90 menemistas ni el conmovedor texto de Ismael Viñas sobre el exilio
ni el análisis de Grüner sobre "el mundo que nos ha quedado"
después del 11 de septiembre, así que recorran Corrientes
y compren El Ojo Mocho: no los va a defraudar, créanme.
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