El otro lado de Polo El 3 de diciembre de 1996 Fabián Polosecki puso fin a su vida tirándose debajo de un tren. Dejaba atrás una carrera de periodista que comenzó trajinando el rubro de los chismes del corazón y terminó gestando una revolución cultural en la televisión con dos programas que contaban historias de gente desconocida y marginada: El Otro Lado y El Visitante. El homenaje que a partir del próximo domingo le rendirá el Museo de Arte Moderno (exhibiendo una selección de sus mejores programas) es sólo la punta del iceberg de una serie de proyectos que intentan llevar su figura a la pantalla. Ésta es la reconstrucción de la vida de Polo y sus programas, emblemas en la vida de una generación que fue saltando de la política al arte, del arte a la mística y de la mística al vacío. Por Carlos Polimeni En
1991, mientras trabajaba en la revista independiente El primer tajo,
Fabián Polosecki (de aquí en adelante Polo), respondió
a un aviso que pedía redactores con experiencia en periodismo
de espectáculos. Presentó en una consultora una carpeta
con sus notas (publicadas en Radiolandia, en el diario Sur, en la revista
Fierro). Unos días después, llamaron por teléfono
a su casa: lo habían seleccionado. Polo tenía veintisiete
años, por entonces, y una intensa sed de futuro. Su nuevo trabajo
sería en la hoy desaparecida revista Teleclick, un house organ
de Telefé disfrazado de medio especializado en la farándula.
A él parecía importarle mucho más haber conseguido
un trabajo por currículum que pensar en las notas con las que
debería lidiar. Un amigo le aconsejó que mejorase sus
originales, en una era en que todavía se usaban máquinas
de escribir en las redacciones. Los originales de Polo, llenos de tachaduras,
sobreescrituras, a veces hasta manchados o arrugados, eran una verdadera
calamidad, como si hasta sus textos definitivos fuesen borradores. A
Polo se le frunció el ceño ante el consejo, que tomó
como una especie de gastada. Cuando cumplió 29 días en
la editorial, le anunciaron que prescindirían de sus servicios.
Su jefe le pidió disculpas, y procedió a explicar que
la consultora había cometido un error en el perfil del redactor
que se buscaba: No queríamos un bicho de redacciones, sino
alguien que supiera contar historias. Polo se fue amargado y herido
en su amor propio de ese viejo edificio de la calle México. Dos
años después, comenzaría a conducir por ATC el
periodístico El otro lado, por el que ganó tres Martín
Fierro entre 1994 y 1995. Ese año condujo El visitante, una vuelta
de tuerca al esquema del programa anterior. En los tres ciclos, Polo
se dedicó a contar historias. Sólo que, en lugar de entrevistar
a famosos de temporada, entrevistó a los desconocidos de siempre.
En 1996, luego de una serie de conflictos con el canal y sus propios
equipos de trabajo, Polo no condujo ningún programa; se hundió
en un infierno personal poblado de fantasmas y fantasías. A fin
de ese año, el 3 de diciembre, se zambulló debajo de un
tren, y pasó a ser historia, puro tiempo pasado.
1 Polo ya
se sentía periodista a los diez años, cuando apenas era
el hermanito de un periodista. En realidad, se llamaba Gustavo de primer
nombre, pero desde su más tierna infancia le dijeron Fabián.
Cuenta su madre, Aída, que prefiere decir que va para los 70
antes de admitir que tiene 69: La culpa la tuvo una muchacha que
trabajaba en casa. Yo había tenido antes dos hijos varones, Gabriel
y Claudio, así que cuando nació el tercero ya no me quedaban
muchos nombres buenos, y le pusimos Gustavo Fabián. Pero la chica
esta que trabajaba en casa, que era loca por los cantantes de moda,
estaba enamorada de Néstor Fabián, que era novio de Violeta
Rivas y estaba de moda por El Club del Clan. Entonces, para ella, el
nenito no era Gustavo sino Fabián. Y nos fue pegando el nombre,
tanto que si, años después, le decían Gustavo,
él no respondía. El tema de cómo llamarlo
siempre fue un problema en la casa. Josué Polosecki, el padre,
polaco de nacimiento y encuadernador de oficio, siempre fue Polo para
su familia. Su primer hijo devino Poli. Al segundo le quedó Polito.
Y, cuando Gustavo Fabián dejó de ser bebé, no hubo
apodo para él. De grande, sería Polito o Polo para sus
amigos, usurpando apodos de su árbol genealógico, pero
de las paredes de su casa hacia adentro se lo identificaría siempre
por el nombre del marido de Violeta Rivas. 2
Cuando terminó el secundario, Polo se inscribió en la
carrera de Sociología, pero duró un año. A los
veinte se fue de la casa, a vivir con un amigo que había venido
desde Santa Fe a estudiar teatro. Después, tuvo su primera relación
de pareja estable, con Martina, que era cordobesa y amaba la palabra
militante. A los veinticuatro, Polito trabajaba ya en Radiolandia, a
las órdenes de Catalina Dlugi: había conseguido ingresar
al mundo de los profesionales del periodismo, después de años
de trabajar por amor al arte o al Partido. En esa redacción conoció
a Enrique Sdrech, a quien admiró incondicionalmente, y se topó
con la realidad del periodismo profesional: hizo docenas de notas pedorras,
inventó romances ridículos, perdió horas en guardias
absurdas. En esa redacción en que Dlugi era jefa, también
trabajaban Nora Lafón, Carlos Monti hoy conductor de Rumores
y Laura Ubfal, entre otros. Ubfal, que hoy conduce el programa de TV
La linterna, fue la encargada, años después, de entregarle
uno de los Martín Fierro. Lo sentía como un triunfo
de todos nosotros, los que intentamos hacer un periodismo digno dentro
de un rubro perverso, cuenta en un pasillo del mismo Canal 7 que
trajinaba Polo en la era en que Gerardo Sofovich se trasladaba por allí
en un carrito para jugadores de golf que hoy usan en los sketches de
Todo x $2. Una vez, Polo tuvo un romance de película con una
estrella, que, en un arrebato de pasión, se lo llevó de
turista sexual a Mar del Plata. La pasión duró lo que
un peinado. Ella, que podría haber sido su madre y porque es
una dama no lo contó nunca, le dijo gracias por los servicios
prestados y hoy conduce un programa más que visto en Telefé.
Polo nunca se avergonzó de su desempeño en la revista,
pese a que el universo de la farándula estaba tan lejos de sus
ideales como Moscú de Buenos Aires. Se divertía
saturando sus notas de lugares comunes, hasta llegar al surrealismo,
cuenta Pablo De Santis, su amigo en la redacción de Radiolandia
y futuro guionista de El otro lado y El visitante. Llegamos a
planear un libro sobre nuestra experiencia en revistas del corazón
que incluiría, a la manera de Flaubert, un diccionario de lugares
comunes. A Polo, la experiencia laboral de escribir sobre temas
que no le importaban un comino lo marcó a fuego e incluso, se
ufanaba, pudo sacarle provecho. En Radiolandia tuve una escuela
de entrevistador muy puta, le contó a Rodrigo Fresán,
en una nota aparecida en Página/30. Cuando vos vas a entrevistar
a la actriz X y la mina está convencida de que vas a preguntarle
sobre su carrera, y en realidad te pidieron que averiguaras cómo
coge con el actor Z, desarrollás la cualidad de poder hablar
una hora y media sobre algo que no te importa, hasta que la tipa tenga
ganas de decirte lo que vos estás esperando desde el principio.
No es aplicable a lo que hago en El otro lado, pero también es
cierto que me la paso esperando a que un desconocido se afloje y me
cuente algo que jamás pensó contarle a nadie. Para siete
u ocho minutos de televisión, yo grabo una hora o más.
Sin embargo, De Santis atestigua que, si bien Polo fue siempre un tipo
sensible, creativo e inteligente, recién encontró una
forma de expresión adecuada a sus potencialidades en el trabajo
televisivo. En la televisión, su talento por fin encontró
un lugar. Siempre lo habíamos llamado Polito; ahora era Polo.
3
Nadie entendió nunca el final de Polo, que aún duele y
deja la garganta con gusto a fósforo. Me parece bárbaro
que le haga un homenaje la gente del Museo, que lo conoció sólo
por su obra, plantea Claudio Polosecki, que acaba de desempeñarse
en el directorio de Télam y es parte del equipo de campaña
de la Alianza que comanda, con vista a las elecciones de octubre, Rafael
Pascual, presidente de la Cámara de Diputados. Es la mejor
manera en que puede aspirar a ser homenajeada una figura pública.
Pero yo no sé si voy a ir a ver algunas de las pasadas de sus
programas. A mí me duele mi hermano. El dolor de su ausencia
no se borra, no se esfuma, por más que hayan pasado cuatro años
y medio. Si no voy, que quede claro que es porque soy muy cobarde para
el dolor. Tardé tres años en ir a su tumba a la Chacarita.
Pero fui. Para Claudio, que hoy tiene cuarenta y siete años,
Fabián fue algo así como su hermano-hijo. Siempre
se me pegaba, y a mí me gustaba. Siguió mis pasos, en
el periodismo, en la producción televisiva. Cuando él
iba a empezar el primer ciclo, un día cayó en la productora
que teníamos con Ricardo Wüllicher (cineasta, director de
Quebracho, entre otros films) a consultarnos sobre la idea de que el
protagonista fuese un guionista de historieta, algo inspirado en su
experiencia en Fierro. A mí me gustó la idea, y le dimos
nuestros consejos. Sentí que me hacía parte del proyecto.
Al segundo año, directamente me llamó para que trabajásemos
juntos, y armamos una productora. Es que, después del primer
año, todo eran mieles en cuanto a repercusión, pero el
tema de la guita era un quilombo. 4
Hay uno de los programas del primer año de El otro lado que aún
hoy causa una impresión espeluznante: es el dedicado a los trenes.
En uno de sus fragmentos, Polo dialoga con un maquinista sobre los suicidios,
preguntándole o preguntándose qué siente
alguien que no puede parar una locomotora que está a punto de
arrollar a un desesperado. El maquinista le cuenta sus impresiones y
luego le indica que el punto más complicado es la estación
de Santos Lugares, el lugar perfecto para un suicida. Las cámaras
muestran ese punto de las vías. Lo que impresiona al que sabe
la historia es que Polo volvió al lugar tres años después
paraponer fin a sus días, como si el programa le hubiese dado
la idea. La noche anterior había pasado cerca de las once por
la casa de sus padres, que utilizaba para dormir, comer y obtener mudas
de ropa limpia cuando venía del Tigre a Capital, no tan seguido,
y a veces vestido como un pordiosero. Esa noche preguntó por
su padre y, como Aída le contestó que no estaba, que acaso
se había ido a Hebraica a juntarse con sus amigos, Polo quedó
en volver más tarde. No volvería jamás. Hablaba
sin dialogar, parecía con la mente en otro planeta. Llamó
por teléfono a Claudio, que esa noche cumplía años,
y quedaron en verse el lunes. La familia había decidido que tal
vez debía presionarlo para que intentase un tratamiento contra
la adicción, pero nadie estaba seguro de cómo reaccionaría.
A veces, cuando ve en el Once a chicos pidiendo plata o comida, o jugándose
la vida por unos pesos, Aída piensa en Gustavo Fabián,
y siente un dolor que no puede poner en palabras. Al final, yo
le miraba las zapatillas, que no se lavaba nunca, ni me dejaba lavar,
y sentía por dentro una pena muy grande, porque lo notaba perdido,
en un mundo que yo no entendía, y que definitivamente no le hacía
bien. Para esa época, el consumo indiscriminado de drogas
la básica era marihuana parecía haberlo puesto
en un limbo permanente. A veces tenía delirios persecutorios
y otras se ponía agresivo de más. En América, se
presentó a una reunión de trabajo vestido con botas de
pescador hasta arriba de la rodilla. Ese día lo acompañaba
Eduardo, al que hacía figurar como su socio. Para una parte de
la familia, este amigo de soltería fue, en rigor, el socio en
la debacle mental que terminó con Polo fuera de este mundo. 5 En los últimos meses había oído demasiado. Y había visto cosas que habría preferido no ver, escribió De Santis para uno de los guiones del año 94. Ahora todos sabemos que era, para Polo, haber estado demasiado tiempo del otro lado, cargándose de historias que le invadieron la mente y el alma. De historias sin anestesia. Estar del otro lado era ya no encontrarle sentido alguno a estar de este lado. |