Plástica
Liniers también pinta
El
hombre que ríe
No
sé de qué puede servir en este momento mi sufrimiento,
así que mi rebelión pasa por hacer algo macanudo,
dice Liniers a propósito de su primera muestra: quince luminosos
cuadros que exploran el lado gentil del absurdo y con los que el dibujante
recientemente incluido en la bestial antología Comic 2000 (editada
con bombos y platillos en Francia) da a conocer su secreta pasión
por la pintura.
POR SANTIAGO RIAL UNGARO
La
muestra se titula Macanudo y uno de sus cuadros muestra a un hombre
silbando despreocupadamente. ¿Humor corrosivo, crítica
social? Nada más lejos de las intenciones de Liniers en esta
primera exposición que hace de su obra. La muestra (que inaugura
un nuevo espacio de arte en Belgrano, la galería Ludi en
Zapiola 1530, y permanecerá colgada hasta fin de mes) comprende
quince pinturas de colores puros y graciosas figuras, con una luminosidad
y un efectismo claramente pop, además de una veintena de las
tiras publicadas durante los dos últimos años en el suplemento
No de este diario. Con silencioso desenfado, los personajes de esas
historietas invaden el mundo de la plástica, sin pretender en
ningún momento enunciar o siquiera aludir a las conexiones existentes
entre ambos procesos creativos. Sin sacar los ojos de la tira que está
haciendo (y sin que su actitud pueda interpretarse como descortés),
su autor comenta: Más que crear una estética, a
mí me interesa crear un contexto. Será que, viniendo de
donde vengo, soy más consciente de la influencia de la historieta
sobre la pintura que de la influencia de la pintura sobre la historieta.
Aunque también es cierto que siempre usé ideas y recursos
de la plástica para soltar mi dibujo en la historieta. De lo
que estoy seguro es de que no sabría decir qué tienen
de pictórico mis cuadros. Sé que la gente se ha acostumbrado
a que todo lo relacionado con las artes visuales venga siempre con sesudas
explicaciones, pero en este momento no se me ocurre ninguna buena, sea
sesuda o no: por suerte, los cuadros están ahí.
Cuando se le menciona el tratamiento del color, algo que le apasiona
(según él mismo confiesa) y que casi no ha explorado en
sus tiras (vale aclarar que, en las historietas que acompañan
los vigorosos cuadros de la muestra, puede apreciarse el uso del sepia
en los originales, que en la publicación en el diario se pierde),
Liniers acepta: En ese sentido, quizá podría decirse
que mis cuadros están vinculados al arte pop, que tiene un lado
humorístico, más que paródico diría yo.
Son como paisajes de personajes. O, en algunos casos, edificios de personajes,
diría yo.
Liniers dice que siempre se sintió cómodo en la historieta
por esa posibilidad de ser un pequeño dios, con libertad total
para imponer y transgredir sus propias reglas y hasta castigar a sus
personajes: Hacer que un pingüino vuele y después
se lo trague la turbina de un avión, según sus palabras.
Es evidente que se refiere a un dios más bien benigno, con cierta
inclinación por el lado más gentil del absurdo. Como lo
demuestra su elección de los pingüinos: Al principio
eran conejos, que me parecían especialmente graciosos porque
no hablan. Pero los pingüinos los fueron reemplazando, porque hay
algo increíblemente elegante y gracioso a la vez en su estampa.
La otra vez pasaron un documental en el cable y sólo verlos caminar
ya era para morirse de risa: para mí son los humoristas de la
naturaleza. Para demostrarlo, Liniers se levanta de su escritorio
y se lanza hacia la biblioteca, de donde retorna con un libro de Anatole
France, La Isla de los Pingüinos, en el que esas aves son bautizadas
y, por la gracia divina, convertidas en seres humanos pingüiformes,
una trama digna de su tira Bonjour, en donde hace poco un pingüino
convencía a otro de hacerse un afro-look. Reconozco que
es algo muy tonto, pero también me pareció muy lindo y
muy gracioso. Una persona que no conozco mandó al diario un mail
para decir que ese chiste le cambió la vida. Por supuesto, a
la mayoría esa tira le pareció una estupidez total.
Durante el transcurso de la charla, Liniers va a demostrar ser un pésimo
autopromotor de su propia obra. Las palabras bonito, tonto y gracioso
se repiten una y otra vez en sus vanos intentos de comentar sus creaciones.
El desconcierto aumenta cuando comenta que, al recibir la invitación
para hacer una muestra de parte del curador del espacio, el primer nombre
que se le ocurrió fue Arte Choto. Por sugerencia del curador
(Martín Vaneskeheian), terminó cambiando ese título
por el nombre actual, bastantemás apropiado: Macanudo. Yo
ya me había puesto a pintar cuadros chotos con una alegría
enorme, que es mi manera de desacralizar el arte. Porque un cuadro no
vale lo que dice Sothebys: eso es un invento para que los millonarios
gasten guita en cuadros. Con ese criterio, el mío es sin duda
un arte choto, porque mis cuadros no pueden ser más baratos.
En definitiva, el nombre era como una licencia para hacer cualquiera.
Yo no me creo ningún Caravaggio, ¿para qué engañarme?
Lo más verdadero de estos cuadros es que no dicen nada. Salvo
que, para mí, lo tonto es lindo. Por el desinterés y la
pureza que hay en hacer tonterías. Como esa película de
Lars Von Trier, Los idiotas. No hay una segunda lectura en eso. Yo le
tengo cariño a la gente considerada tonta.
Quizás allí radique una de las claves del singular sentido
estético de Liniers: en ese cruce lírico de la tontería
con el absurdo, cuyo linaje puede remontarse a Chaplin y Buster Keaton,
para citar sólo dos ejemplos ilustres. Me parece que tiene
que ver con apostar a la sorpresa, al asombro. Es cierto que la repetición
genera humor. Pero la sorpresa genera tanto o más humor, en mi
opinión. El pequeño fenómeno generado alrededor
de las historietas de este chosno del mítico héroe en
la defensa de Buenos Aires durante las Invasiones Inglesas presenta
ciertas analogías con Todo por $2 (que, no por casualidad, es
el nombre de la sección del No en donde aparece la tira). Los
dos son humores que apelan a la sorpresa más que a la repetición,
con los riesgos que implica esta estética del sinsentido: ambos
fueron en un primer momento resistidos (porque supuestamente operaban
sobre una clave para iniciados) y, sin haber cambiado sus respectivos
estilos, son cada vez más populares. Finalizando con las coincidencias,
ambos podrían ser considerados como cultores de un humor bastante
más moderno que el que suelen ofrecer los medios. Liniers, que
acepta a regañadientes ser considerado una suerte de erudito
del humor de los periódicos, reconoce que el de los diarios actuales
argentinos atrasa varias décadas: Sin ir más lejos,
no hay equivalentes a Casero o a Todo por $2, salvo el gran Rep.
Y aunque admita su admiración por Quino, Maitena, Nine, Langer
o la revista ¡Suéltenme!, las múltiples referencias
de su obra llevan casi siempre hacia la cultura anglosajona. Yo
llego a la plástica desde la historieta, y aunque haga chistes
que son muy locales, me gusta más Charles Schultz que Dante Quinterno.
Deudor de una tradición en la que Robert Crumb es uno de sus
referentes obligados, Liniers ofrece en su trabajo una amplia galería
de antihéroes, personajes perfectos para estos tiempos en que
casi todos somos perdedores cuyo paradigma es Warner, El Hombre Al Que
Todo Le Sale Mal. A mí me gusta mucho el humor de perdedor.
Y ése no es un humor muy argentino, no tiene mucho que ver con
personajes como Avivato, Afanancio, Cicuta o Isidoro, que son todos
vivos y chantas, pero no perdedores. Tal como está la Argentina,
tiene su lógica que alguna gente se identifique con mis personajes.
Ni vivo ni chanta, Liniers es un verdadero maniático que pasa
un promedio de ocho horas diarias dibujando, y que ha logrado plasmar
en esta exposición su propia mirada: algo así como la
insoportable levedad del ser argentino como fuente inagotable de humor
absurdo. Tontos o lindos, absurdos o cándidamente ácidos,
los dibujos y los cuadros de Liniers no generan ni crispación
ni angustia, sino más bien una ternura comprensiva, sin ninguna
intención discursiva ni moralizante. Tal vez esta capacidad de
ofrecer nuevos ángulos para ver la realidad provenga de su carácter
bonachón, que a algunos lleva a pensar si Liniers no será
tonto, o se hará el loco, o sufrirá una enfermedad que
todavía no tiene nombre y que lo lleva a encontrar la gracia
a los hechos más insignificantes. No me molestaría
para nada pasar a la historia como el dibujante tonto. ¿Qué
le voy a hacer si disfruto muchísimo de situaciones muy poco
interesantes? A veces sufro, sí, pero muy poquito. Nunca me pasan
cosas malas. Sé que estoy llamando a la desgracia diciendo esto,
porque mañana me puede agarrar cáncer en los dos huevos...
Pero tengo mis cuatro abuelos vivos y lo más terrible que me
pasó en la vida fue perder un perro, Byron. La verdad es que
no sé de qué puede servir en este momento mi sufrimiento,
así que mi rebelión pasa por hacer algo macanudo. A mí
no me van a deprimir.
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