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En
la ciudad de la
furia
Una
ciudad recorrida por asesinos quinceañeros, un país en acelerada
descomposición, un escritor que vuelve a morir a su ciudad natal
y encuentra, en cambio, el gran amor de su vida en un sicario. Barbet
Schroeder cuenta cómo hizo para sortear todos los problemas durante
la filmación de La Virgen de los sicarios y Fernando
Vallejo habla de su relación de amor y odio con Colombia, país
donde voces airadas llamaron a prohibir la exhibición del film.
POR
CLAUDIO ZEIGER
Un escritor
vuelve a su ciudad natal con el objetivo de morir allí, pero lo
que encontrará es el amor que la juventud le negó. La ciudad
es Medellín y la acción transcurre a mediados de los años
90, en el momento de la desintegración del cartel de la droga tras
la muerte de Pablo Escobar Gaviria. La resaca es fuerte: bandas de sicarios
se enfrentan entre sí por las calles. Toda motocicleta transporta,
casi seguro, un par de asesinos a sueldo: uno que maneja, otro que dispara.
Las cabezas de los policías tienen precio puesto, unos mil dólares
al contado. La cocaína impura el basuco hace estragos
entre los chicos de la calle. La muerte anda rondando por todas partes.
Al escritor que vuelve a la ciudad, el amor se le aparecerá apenas
llega, en una fiesta en casa de un viejo amigo y bajo el nombre de Alexis.
Alexis tiene la típica estampa del sicario: extremadamente joven,
los dos elementos inalterables de su atuendo son la gorrita de béisbol
y el arma fálicamente calzada debajo del cinturón, apoyada
sobre el bajo vientre. Aunque primitivo, Alexis es implacablemente lógico
en su credo: quien muere cosido a balazos es porque, en el fondo, no merece
vivir. Su máxima ofrenda, cuando alguien ofende o irrita al escritor
(y el escritor es alguien muy irritable) es preguntarle solícito:
¿Te lo mato?. Y, con o sin su permiso, mata. En la
película, el escritor se llama igual que el autor del libro que
le dio origen: Fernando Vallejo.
Cuando se estrenó en Colombia La Virgen de los sicarios, a fines
del año pasado, primero en un centro cultural de Bogotá
y luego en todo el país, esta coproducción entre Francia
y Colombia desató sus buenas tempestades: recogió elogios
(había obtenido la medalla de oro al mejor director en el Festival
de Venecia 2000 y el premio al mejor director en el Festival de La Habana
ese mismo año), pero también fuertes rechazos. Varias voces
llamaron a boicotear la película y a denostar a Vallejo. Lo acusaron
de racista, de anticolombiano, de corromper muchachitos con la excusa
de hacer películas sobre sicarios. Durante un encuentro de escritores
en Bogotá, lejos de calmar los ánimos, Vallejo había
aprovechado para echar más leña al fuego, convocando a los
colombianos a abandonar el país en masa o, al menos, a que no trajeran
más hijos al mundo, ya que la vida en ese país sólo
trae tristeza, vejez y decadencia.
Vallejo nunca se ha llevado muy bien con su país natal, que abandonó
definitivamente hace unos treinta años, convencido de que allí
no iba a poder desarrollarse ni como escritor ni como cineasta. Eligió
finalmente México como patria adoptiva. Sin embargo, siempre que
hace literatura vuelve a Medellín como escenario central de sus
recuerdos, vivencias y ficciones: la odiada Medellín, el objeto
de sus pesadillas y de sus obsesiones, la ciudad de sus rondas adolescentes
de sexo clandestino. Se impone, entonces, la primera pregunta: ¿quién
es Fernando Vallejo?
EL
DETECTIVE SALVAJE
Fernando Vallejo nació en 1942, año de la muerte del
poeta y crítico colombiano Barba Jacob, una especie de beatnik
latinoamericano que partió a peregrinar por distintos países
acompañado de un muchachito, su amante, hasta desembocar en México,
donde finalmente muere tras peregrinar a lo largo y a lo ancho del país
azteca. A fines de los 60, Vallejo también llega a México,
luego de un viaje a Estados Unidos que incluyó la infaltable experiencia
neoyorquina. Una vez allí, repitió el viaje del poeta Jacob,
recopilando información y haciendo entrevistas por todos los sitios
por donde había pasado aquel beatnik, a la manera de los detectives
salvajes de la novela de Roberto Bolaño. Esta aventura alumbrará
dos hechos importantes en su vida: un libro llamado Barba Jacob el mensajero
y la decisión de fijar residencia en México en forma definitiva
a partir de 1971.
En la obra literaria de Vallejo aparecen algunas curiosidades: además
de la biografía iniciática de Jacob (que más adelante
reescribió en forma novelada), escribe lo que él mismo considera
una gramática del lenguaje literario llamada Logoi,
una guía gramatical especialmente pensada para escritores. Mientras
tanto, el corazón de su literatura irá avanzando bajo la
forma de cinco novelas distintas que constituyen una obra única,
bajo el título general de El río del tiempo: Los días
azules, El fuego secreto, Los caminos a Roma, Años de indulgencia
y Entre fantasmas. La Virgen de los sicarios viene a ser por el momento
la última entrega del ciclorío: el viejo escritor
(Fernando a secas en el libro) vuelve a morir a la ciudad de la furia
y de la muerte. Es un aspirante a muerto entre los muertos vivos. Sin
embargo, no logra que lo maten: es viejo; ha sobrevivido.
La trama de mi vida es la de un libro absurdo en el que lo que debería
ir primero va luego. Es que este libro mío yo no lo escribí,
ya estaba escrito: simplemente lo he ido cumpliendo página por
página, sin decidir nada por mí mismo. Sueño con
escribir la última. Al menos la última, de un tiro, por
mano propia. Pero los sueños, sueños son, y a lo mejor ni
eso, escribe en La Virgen de los sicarios. En este monólogo
catártico, Vallejo presenta una vez más una primera persona
(sea o no autobiográfica, tiene un fuerte efecto de verdad) que
asume la homosexualidad y las tremebundas opiniones de su autor sobre
Colombia, su pueblo, su prócer Simón Bolívar, el
Papa y la religión, entre otros temas. El narrador se caracteriza
por una irreductible negatividad, unos cuantos pasos más adelante
de la mera incorrección política. Y somete ese juego de
la verdad a la ficción más desbocada.
En las primeras páginas de El fuego secreto, Vallejo había
escrito: Marquesas de la vida o la novela, ahora las dos se me hacen
una sola, acaso porque la vida, cuando se empieza a poner sobre el papel,
se hace novela. En La Virgen de los sicarios, la puesta en papel
es aun más enfática: La ley de Colombia es la impunidad
y nuestro primer delincuente impune es el presidente, que a estas horas
debe andar parrandeándose el país y el puesto. Y no
sólo con clases altas: ¿Darles yo trabajo a los pobres?
¡Jamás! Que se lo diera la madre que los parió. El
obrero es un explotador de sus patrones, un abusivo, la clase ociosa,
haragana. Que uno haga la fuerza es lo que quieren, que importe máquinas,
que pague impuestos, que apague incendios, mientras ellos, los explotados,
se rascan las pelotas o se declaran en huelga en tanto salen a vacaciones.
Y cuando llegan a sus casas los malnacidos rendidos, fundidos, extenuados
del trabajo, pues a la cópula: a empanzurrar a sus mujeres de hijos
y a sus hijos de lombrices y aire. ¿Yo explotar a los pobres? ¡Con
dinamita!.
UNA
PALABRA VALE MAS QUE MIL IMAGENES
Vallejo había realizado tres películas (escritas y
dirigidas por él) antes de convertirse en el guionista de La Virgen
de los sicarios. Las tres (Crónica roja, de 1977; En la tormenta,
de 1980; y Barrio de campeones, de 1983) fueron estrenadas en su patria
adoptiva y tuvieron problemas de censura en la patria natal del escritordirector.
Hechas en México, tratan sobre la violencia política y social
en Colombia. Al referirse a lo que sucedió con la prohibición
de En la tormenta, Vallejo escribió: Veintitantos años
me pasé rogando, implorando, suplicando que me dejaran hacer la
película (con plata ajena en un país ajeno), ¿y para
qué la hice finalmente, si allá me la prohibió la
censura? Que era una apología del delito, una incitación
a la violencia, una mentira, que Colombia no era así. Claro, allá
todos morían a los ciento veinte años de viejos en su cama,
tristes de irse, pero felices por haber vivido.
Vallejo hoy cree que, frente a la literatura, el cine es un arte inferior.
Sobre eso he reflexionado mucho, luego de aquellas tres películas,
ya olvidadas y olvidables, dice Vallejo a Radar desde su residencia
en México. Perdí muchos años de mi vida soñando
con el cine. La imagen es muy poca cosa al lado de la palabra. No es cierto
el proverbio que dice que una imagen vale por mil palabras. Es al revés.
¿Cómo decir con imágenes, por ejemplo, la palabra
eternidad? ¿O una simple expresión como dos meses después?
¿Con un calendario? ¿Con las primeras páginas de
un periódico? ¿Con la voz de un narrador fuera de la pantalla
que nos lo diga? Para decir dos meses después en una película
hay que hacer verdaderas maromas. El cine, al lado de la literatura, es
muy poca cosa.
A despecho de estas declaraciones, lo cierto es que un día apareció
en el teléfono la voz de un director que se declaraba fascinado
por La Virgen de los sicarios y por la obra de Vallejo en general, y que
le anunciaba que llegaba a México especialmente a visitarlo con
una propuesta de película. Vallejo decidió recibirlo, y
ya antes de la llegada del director se puso a pensar en la posible adaptación
de su novela a la pantalla grande, con una firme decisión tomada:
a pesar de que su libro fuese un monólogo, no dejaría que
hubiera voz en off en la película.
NEGOCIANDO
MUERTOS
El director en cuestión es el singular Barbet Schroeder. Instalado
en Francia, nacido en Teherán, Schroeder pasó los años
mozos yendo de un continente a otro hasta que se instaló en París
en los años 50. Allí fue colaborador de Cahiers du Cinema
y ayudante de Jean-Luc Godard, tiene una larga trayectoria como productor
(de Eric Rohmer, Fassbinder y Wim Wenders entre otros), dirigió
películas tan disímiles como Mi secreto me condena, Pacto
con la muerte, Barfly (Mariposas de la noche) y la remake norteamericana
de El beso de la muerte. Y, como si todo eso fuera poco, hizo de actor
en unas cuantas películas también muy diferentes entre sí,
desde la mediocridad hollywoodense de Superdetective en Hollywood 3 a
la superproducción francesa La reina Margot o el delirio burtonesco
Marte ataca. Pero el dato decisivo en lo que hace a su deseo de filmar
la novela de Vallejo era un asunto mucho más personal.
La infancia de Barbet Schroeder transcurrió en Colombia (su padre
se trasladaba de país en país por su trabajo como ingeniero
petrolero) a fines de los años 40, más precisamente en la
ciudad de Medellín. Schroeder guarda muy buenos recuerdos de esos
tiempos a pesar de la violencia instalada ya entonces y, según
cuenta, vuelve casi todos los años que puede de paseo a la ciudad
antioqueña de clima eternamente cálido. Cuando pienso
en mis recuerdos de infancia, no hay ni un solo día en el que imágenes
y olores de Medellín no me vengan a la memoria, confiesa
Schroeder. Tengo uno en particular: los disturbios del 9 de abril
de 1948, cuando yo tenía siete años. La ciudad estaba tomada
por los amotinados. A mí me prohibieron hasta mirar por la ventana.
Evidentemente, eso fue lo que hice y vi a unas personas que habían
robado una enorme heladera americana, muy pesada. La llevaban entre seis
y un séptimo los dirigía con un pañuelo rojo en la
cabeza y un machete en la mano. Uno de los seis empezó a quejarse
y el altercado se resolvió en forma tan rápida como violenta:
de dos machetazos le cortó limpiamente la cabeza, que rodó
por la acera mientras el degollado permanecía aún de pie,
durante un momento que a mí me pareció una eternidad. Es
una escena que me marcó para siempre, aunque no es tan horrible
como suena porque la vi sin sonido, detrás de mi ventana. Desde
allí era una escena muda, y por lo tanto un poco irreal.
Schroeder siempre había querido filmar en la tierra de su infancia
y, en especial, filmar una novela de algún escritor colombiano.
Descubrió a Vallejo un poco tarde, admite (como en realidad se
lo viene descubriendo en todas partes, salvo en México), pero lo
cierto es que cuando leyó la traducción al francés
de La Virgen de los sicarios quedó tan fascinado que buscó
los otros libros en español de Vallejo.
Cuando Schroeder y el escritor se encontraron por fin en México,
Vallejo le contó que había estado reflexionando largamente
sobre el gran problema literario de trasladar la esencia del texto un
monólogo de más de cien páginas a un formato
cinematográfico, que incluyera algo más que diálogos
entre el escritor y los dos chicos que lo acompañarán por
turnos Alexis y Wilmar en un juego de identidades y muerte
donde uno viene a reemplazar al otro (a través del asesinato, vale
aclarar) en el amor del escritor. Empezamos una negociación
sobre el número de muertos, cuenta Schroeder entre el morbo
y el humor. En el libro hay un número impresionante de muertos,
creo que son dieciocho. Eso que era tan fuerte y funcionaba con tal vividez
en la literatura (porque estos asesinatos son, de alguna forma, parábolas)
sería sencillamente insoportable en el cine, donde el criterio
de verosimilitud debe responder a parámetros más realistas.
Así que negociamos qué muertos íbamos a dejar y bajo
qué condiciones. El resultado fue totalmente sorprendente: otra
versión de la misma historia, más cercana a su verdad autobiográfica.
MEDELLÍN
MON AMOUR
Según contó Schroeder, el rodaje se hizo en forma muy
rápida apenas dos meses en la ciudad de Medellín,
bajo presiones de la guerrilla, sobre todo hacia su persona, un extranjero
que andaba con su cámara dando vueltas por la ciudad en medio de
un equipo compuesto casi enteramente por colombianos (me dijo la
policía que la guerrilla ofrece mil dólares por cualquier
extranjero. Lo que ofrecía antes Pablo Escobar por la cabeza de
un policía). El actor que interpreta a Vallejo es un profesional
con larga trayectoria en el teatro, pero sin exposición televisiva:
Germán Jaramillo. Mientras que los dos jóvenes que interpretan
a los sicarios Anderson Ballesteros y Juan David Restrepo
no tenían nada que ver con el mundo de la actuación hasta
ese momento. Fueron reclutados en las comunas, los barrios
altos y más marginales del valle de Medellín, de donde salieron
casi todos los sicarios al servicio del narco unos años atrás.
El que nos hizo encontrar a Anderson fue el verdadero Alfonso, que
había presentado al verdadero Alexis al verdadero Vallejo en la
realidad. Anderson vendía incienso en la calle, ya había
estado en la cárcel y vivía en los barrios más altos,
en un lugar prácticamente inaccesible, en parte controlado por
la guerrilla. Vivía con un hermano suyo de trece años y
nos llevó su tiempo convencerlo para que viniese con nosotros.
Prácticamente empecé a vivir con él día y
noche. También hice lo mismo con Juan David, que era de un barrio
parecido, cuenta Schroeder.
Este indistinguible cruce entre ficción y realidad que propone
la película desde la búsqueda de actores no profesionales
hasta el hecho de que el protagonista se llame Fernando Vallejo
está estrechamente relacionado con la sustancia del libro que el
propio Vallejo adaptó a través de un excelente guión,
que convierte en diálogos dinámicos el potente monólogo
del original. El film muestra un largo paseo por la ciudad de Medellín,
sembrado de asesinatos, con algunas (pocas) escenas que ofician de alivio
a esa violencia, muchas visitas a las innumerables iglesias de la ciudad
y a otros sitios de Medellín, como una tanguería o la morgue
(ambos lugares muy típicos, según se nos da
a entender). Durante tres cuartas partes de la película, el escritor
pasea acompañado por su primer amante, su gran amor, al que viene
a encontrar al final del camino: Alexis. Mientras intenta iniciarlo en
los secretos de la ironía (lo que en términos locales llaman
la hijaputez) despotricando contra Dios, los hombres en general
y los colombianos en particular, se va desenvolviendo la trama de asesinatos
que los irá cercando, ya que Alexis es acechado por los sicarios
de una comuna rival. En los últimos tramos del film entra en escena
el nuevo amor, que vendrá a reemplazar a Alexis, aunque las vueltas
del destino elevan la trama a las cimas de una parábola sin salida,
amarga, circular (o, mejor dicho, en forma de espiral).
La Virgen de los sicarios es una película que se hace fuerte en
los diálogos, en su atenuada sensualidad y en el trabajo de cámara
para captar los matices de los actores y registrar los colores y texturas
de la ciudad. Si una imagen no vale más que mil palabras, según
sostiene Vallejo, la película es, en todo caso, una armonía
sumamente equilibrada entre las palabras y las imágenes.
AMÉN
De todos modos, ninguna opinión estética acerca del
film pareció convencer al periodista Germán Santamaría,
quien aun antes del estreno del film en Colombia, apenas pudo ver la película
en video, llamó a sabotearla desde la revista Dinners, centrando
sus ataques en Vallejo y desatando la chispa de la polémica que
terminó, en realidad, con una oposición generalizada a la
prohibición. Santamaría repasaba en su artículo las
escenas que le parecieron más truculentas (se acuestan, se
matan, matan y reducen a Simón Bolívar, al Papa, a los últimos
presidentes de Colombia, a todos los antioqueños a una manada.
Se invita al magnicidio contra los ex presidentes César Gaviria
y Ernesto Samper. O se realiza una masiva orgía de droga en plena
catedral de Medellín). Después de considerar que Vallejo
siembra la desorientación en la juventud colombiana (entre muchos
etcéteras), el articulista afirmaba: Vamos a decirlo de manera
directa, casi brutal: hay que sabotearla, y ojalá se prohíba
su exhibición pública.
Poco antes del estreno en Medellín, en octubre del año pasado,
el escritor Daniel Samper (hermano del denostado ex presidente) escribió
desde España: Al cabo de los 97 minutos, los espectadores
colombianos incluidos no parecen indignados, escandalizados,
horrorizados ni asqueados. Salen tranquilamente a comer chocolate con
churros. Cosas peores se ven a diario en la televisión, en otras
películas, y sobre todo en los noticieros y en la vida real.
De paso por Bogotá, Vallejo aprovechó para echar más
leña al fuego durante un congreso de escritores, con su apocalíptico
llamado a matar presidentes, a que la juventud saquee Colombia (pero
que lo haga de una vez y para siempre, no de a pedacitos), que los
colombianos se vayan en masa del país y que no se reproduzcan para
no perpetuar la maldita especie. Desde México, amplía ahora
para Radar sus polémicas declaraciones: Colombia es un país
mezquino, envidioso y asesino. A todo el que empieza a levantar cabeza
lo secuestran o lo matan. Y, si no está al alcance del secuestro
y de las balas, como en mi caso, que vivo en México, lo odian.
¡Qué importa! Yo los perdono. Desde aquí les mando
mi bendición.
Así
se filma en Medellín
POR
BARBET SCHROEDER
Dos problemas graves
antes de ayer: perdimos el decorado más importante (el apartamento
de la película) y nuestro chofer fue alcanzado por dos motociclistas
que tiraron en el coche una bola de papel con una nota que decía:
LOS PPS QUEREMOS AL MONO, TODO BIEN. El mono (es
decir, el extranjero) soy yo. En Colombia, recibir una nota de este tipo
equivale a menudo a una condena a muerte. Ahora sí que el ambiente
paranoico está garantizado. El lado positivo es que pensamos que
se trata de una banda que quiere extorsionar y no raptar. Lo malo: otras
cosas pueden seguir, como disparos a la casa donde filmamos o a los coches
en que nos movemos. En una reunión con uno de los más grandes
analistas de seguridad del país, éste sospecha
del chofer. Esperamos el resultado de los analistas grafológicos.
De todas formas, sin que el guardia de seguridad lo sepa (realmente no
se puede confiar en nadie), también tenemos contactos a escondidas
con el jefe de policía. Nos facilitará a partir de mañana
a dos policías de paisano, armados hasta los dientes, que me seguirán
en coche desde que salga de mi nuevo domicilio, que será una auténtica
fortaleza. Oficialmente, seguiré viviendo en la misma dirección.
No me desplazaré nunca dos veces seguidas en el mismo vehículo,
mis choferes serán también hombres de seguridad. En cada
lugar de rodaje habrá siempre un coche blindado, listo para llevarme
en caso de problemas. Hay muchos otros detalles curiosos que no puedo
revelar antes del final del rodaje y otros ni siquiera dentro de diez
años. La lectura con los actores salió magníficamente.
El guión es perfecto y los actores también. Soy un hombre
feliz, por el momento. Ahora hay que hacer que todo esto se haga realidad.
Comparando
cicatrices
Anderson (el actor que encarna a uno de los sicarios) no nos había
mencionado sus problemas recientes con la Justicia: ¡fue citado
por secuestro y ataque a mano armada! Intentamos ablandar al juez. En
una de sus salidas, cogieron como rehén a un taxista, pero el taxi
tenía un sistema de seguridad que paralizaba el vehículo.
Él y sus compañeros se encontraron en plena noche, en pleno
campo, con una jauría de taxistas que iba a lincharlos; los salvó
la policía que los inculpó. Juan David (el que hace de Wilmar)
también tiene problemas. Vive en la comuna de Bello y está
en una lista, elaborada por un grupo de limpieza social (es
decir, personas a ejecutar). Antes de ayer, noche lluviosa, ninguno de
los miembros de su banda del barrio hacía guardia para protegerse
de la banda vecina enemiga, que aprovechó para colarse hasta la
casa de su mejor amigo y matarlo. Como su madre protestaba, también
la mataron. Ayer por la tarde, Juan David estaba en el dilema siguiente:
vengar la muerte de la madre de su mejor amigo o negarse a formar parte
de la expedición de castigo y, en consecuencia, ponerse él
mismo en peligro. Cuando vino la prueba de maquillaje esta mañana,
me enteré de que el asesino de la madre de su mejor amigo había
sido asesinado ayer por la tarde. En maquillaje, Anderson y Juan David
se vieron por primera vez. Estaban los dos con el pecho desnudo para que
les hicieran cicatrices, pero ya tenían cada uno como
mínimo cinco. También tenía, cada uno, un gran tatuaje:
una especie de iguana en la espalda de Anderson, y una gárgola
en el brazo de Juan David.
Cómo rodar en el centro de la ciudad
1) Siempre organizar primero un falso rodaje, con cámara, proyectores
y director histérico. La comedia mezclada con violencia es muy
apreciada por el público. Como actor, uno de esos mimos callejeros
se desenvuelve muy bien. Esta tarde, para distraer a una multitud enorme,
la comedia violenta tuvo un contenido social: la mujer basuquera,
encargada de encontrarnos cada día cinco extras vagabundos basuqueros,
tenía un papel protagónico al lado del mimo.
2) Siempre rodar de verdad a cincuenta metros de allí, con total
discreción. 3) Entrenar a una docena de figurantes para que se
acerquen durante las tomas a las personas que pueden mirar para preguntarles
la hora o para decirles que circulen. Los que se resisten son inmediatamente
acosados por nuestra fuerza especial: un grupo de mendigos espantosos
que no paran de pedirles dinero y de incomodarlos hasta que se van. Este
sistema funciona a la perfección. Desgraciadamente, queda la lluvia
y el sol, que no paran de quemar o de mojar la imagen alternativamente,
lo que nos obliga a hacer deprisa y corriendo las escenas.
Ríos de
sangre al caer la tarde
Día
memorable hoy en la comuna del Diamante. El camión de los electricistas
no ha podido llegar al lugar del rodaje, en lo alto del barrio, para tener
una vista desde lo alto de las escaleras. Muchos cables ilegales, instalados
para robar electricidad (aunque casi es gratuita para estos barrios),
están tan bajos que un camión de altura normal no puede
pasar. El lugar de cita del equipo está cargado de recuerdos para
la comuna: hay un inmenso mural con el logotipo de la Warner Brothers
(muy popular por los dibujos animados) aún agujereado por las balas
que mataron a ocho jóvenes hace un año. Hace una semana
la misma guerra ha vuelto a empezar y está en su apogeo: dos muertos
antes de ayer, veinte ayer. La camioneta que lleva todo el equipo de grabación
y de transmisiones de alta definición va permanentemente acompañada
por dos guardias en moto, armados con metralletas y protegidos con chalecos
antibalas. Estaban totalmente aterrorizados. Con razón, comentaban
mis guardaespaldas en vaqueros, pues estos uniformados son una oportunidad
irresistible para aquellos dispuestos a matar y alzarse con las armas.
Durante el rodaje, una señora mayor que pasaba por allí
me dijo que teníamos toda la razón de tener protección,
pues mucha sangre de verdad corría por el barrio, y no estaba mal,
para variar, un poco de sangre falsa. Lo más impresionante fue
cuando hicimos que cayera una lluvia de sangre sobre el barrio. Los efectos
especiales se excedieron y el cielo, la tierra, todo se puso rojo. Ríos
de sangre corrían por todas partes, los niños gritaban que
había que ir a verlo. Si lo hubiese sabido, habría hecho
un plano general en vez de planos cortos de pies bajando peldaños
entre los ríos de sangre. A todo el mundo le afectó la imagen
y el símbolo de este happening conceptual. Sobre todo a la señora
cuya parte frontal de la casa se había teñido de rojo. Ella
había perdido a dos de sus ocho hijos (uno de 18, el otro de 22)
en los intercambios de balas que tienen lugar todas las tardes y que se
escuchan a lo lejos de la ciudad central de abajo. Decía que debía
ser un momento muy triste en la película. Le dije que había
acertado.
Todos
sus muertos
POR
FERNANDO VALLEJO
Todo lo que he escrito
lo hice en México, salvo la primera mitad de La Virgen de los sicarios,
que la hice en Medellín durante uno de mis regresos a Colombia,
en 1993, en la casa de mi familia y en medio de un martilleo continuo
en el edificio de al lado, que estaba en construcción y que pertenecía
a unos narcotraficantes. La segunda mitad la escribí en México,
en medio de otro martilleo continuo en el edificio de al lado de mi apartamento,
que estaba en construcción para reemplazar a otro que se había
caído en el terremoto. Por lo demás, nunca antes había
podido escribir ni una línea en Medellín, que es mi ciudad
y el centro de mis recuerdos y de mis libros. Cuando se murió mi
perra Bruja, que es a quien más he querido después de mi
abuela, volví de México a Medellín tratando de superar
mi recuerdo y la gran desolación que me producía su falta.
Del libro sólo tenía el título, que se me había
ocurrido cuando unos periodistas amigos me contaron que la iglesita de
Sabaneta (un pueblo de las afueras de Medellín y cercano a la finca
de mis abuelos donde transcurrieron los días más felices
de mi infancia) se había convertido en un santuario muy famoso
al que iban a rezarle a María Auxiliadora los sicarios, esos asesinos
pagados que matan por encargo y por unos cuantos pesos y que en general
son muchachos o muchachitos. Sicario era una vieja palabra,
olvidada, del idioma, y se empezó a usar en Colombia para designar
ese nuevo fenómeno, antes desconocido, de los asesinos contratados,
que antes no existía y que surgió en los años 80
con el auge del narcotráfico. Tal vez fue Pablo Escobar el que
los inventó para deshacerse de aquellos que se interponían
en su camino.
Yo sólo escribo en primera persona. No acepto que un pobre hijo
de vecino venga a dárselas de narrador omnisciente como si fuera
Dios y pudiera contarnos lo que pasa en la oscuridad de los cuartos y
de las conciencias. Dios no existe, y Balzac, Dickens, Dos-toievky, Flaubert,
Zola y similares hace rato que han sido echados al olvido. El narrador
omnisciente que todo lo sabe y todo lo ve es el camino más trillado
y miserable de la literatura. Un sicario es alguien que a duras penas
sabe hablar. ¿Cómo se puede escribir entonces un libro sobre
los sicarios en primera persona? Se resuelve haciendo que sean el instrumento
del narrador, los que van librándolo del prójimo, dado que,
como dijo Sartre, el infierno son los otros. A todos los que matan en
el libro y en la película yo ya los maté en mi corazón.
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