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A mi manera

Música A los 16 años entró a Take That, una banda de varoncitos destinada a ser la predecesora revoltosa de los Backstreet Boys. A los 22, millonario, famoso y con prensa permanente, ya estaba listo para el retiro. Pero, contra todo pronóstico, se lanzó a una carrera solista puntuada por una vida de excesos públicos, borracheras legendarias, rehabilitaciones infructuosas y reincidencias sistemáticas. Mezcla de parodista, ridículo, gay, Don Juan y excelente letrista, Robbie Williams acaba de lanzar Swing When You’re Winning, un disco de covers en el que se da el lujo de recrear canciones de Nat King Cole, Cole Porter, Dean Martin, Sammy Davis Jr. y Bobby Darin a dúo con Nicole Kidman, Rupert Everett y el mismísimo Frank Sinatra.

POR MARIANA ENRIQUEZ

Robbie Williams es inimputable. A los 26 años es uno de los hombres más famosos de Inglaterra y contra todo pronóstico: nadie hubiera esperado que Robbie, ex integrante de una banda pop adolescente, tuviera algún talento, mucho menos credibilidad o potencial para showman, y mucho menos que re-definiera el concepto de megaestrella puramente británica. Se lo dio por acabado en 1996 y sólo tres años después recibía críticas laudatorias en las revistas más prestigiosas. Swing When You’re Winning, el cd que acaba de editar, es un paso en falso si se lo mide con los standards de la crítica. Es un álbum de covers de Frank Sinatra, Nat King Cole, Cole Porter, Dean Martin, Sammy Davis Jr., Bobby Darin. Como Robbie tiene mucha actitud y no conoce la vergüenza, el álbum funciona en canciones como “Mr. Bojangles” (popularizada por Sammy Davis) o “Mack the Knife” de Kurt Weill. Pero poco más. En realidad, Robbie asegura que tuvo la necesidad de hacer esto porque “estaba cansado de ser Robbie Williams. Y si a los fans no les gusta, bueno: ya tendrán lo que quieren en el próximo álbum, el año que viene”.
Swing When You’re Winning es un gusto que Robbie quiso darse. Y en realidad son varios: grabar en los Capitol Studios de Los Angeles, donde lo hacía Sinatra; invitar a Bill Miller, el legendario y octogenario pianista que tocó con Frank en “One for my Baby” para grabar el mismo tema; cantar con el propio Sinatra gracias a los milagros de la tecnología en “It Was a Very Good Year” y hacer dúos con Nicole Kidman (“Something Stupid”, originalmente entre Frank y Nancy Sinatra) y Rupert Everett (“They Can’t Take That Away From Me”, originalmente por Fred Astaire y Ginger Rogers). Robbie nunca alcanza el nivel del Rat-Pack. Es muy difícil hacerlo: el dúo con Sinatra no hace más que confirmar la enorme distancia entre La Voz y Robbie, que aunque canta mucho mejor de lo predecible, no puede siquiera competir. Swing When You’re Winning es un álbum menor, planeado para vender un poco en época navideña y editar un simple con Nicole Kidman tras el éxito de Moulin Rouge. Pero sobre todo es la demostración de que Robbie Williams, a esta altura, puede hacer lo que quiera. Porque es muy poco probable que un tributo a Sinatra bastante fallido signifique en su carrera más que un momento poco inspirado. Ya tuvo todas las posibilidades de fracasar y siempre volvió a reinventarse. En realidad, Robbie Williams nunca intentó otra cosa que una carrera en el mundo del espectáculo, plagada de ensayos y errores. Dejó el colegio a los 16, cuando audicionó para la banda pop Take That y lógicamente no había trabajado antes. Su padre, hombre de la clase trabajadora, era dueño de un pub, pero quedó en bancarrota cuando ganó un concurso de nuevos talentos en televisión y decidió salir a buscar fama. Su madre, abandonada, abrió locales de ropa, pero también le fue mal. Robbie decidió entrar en la banda para remontar las finanzas familiares, y porque nunca tuvo otra habilidad que la de atraer la atención de la gente. Cosa que hasta hoy sigue haciendo muy bien.

TEEN ROBBIE
Robbie Williams podría haberse retirado en 1995. En ese momento, a los 22 años, ya era millonario: con Take That, la banda pop adolescente que había integrado desde los 16, consiguió ocho números uno y 15 millones de discos vendidos. Su salida del grupo fue todo menos decorosa: mientras la banda aseguraba que Robbie había abandonado uno de los mayores fenómenos del pop británico por propia voluntad, Robbie decía que lo habían echado. Take That fue la boy band más exitosa de Gran Bretaña, producto del manager rasputinesco Nigel Martin-Smith. Y tuvo un desarrollo accidentado. Al principio era un grupo orientado a un público gay. “Durante años, sólo cantábamos en clubs gays”, recuerda Robbie. “La comunidad nos recibió con los brazos abiertos y fue en ese ambiente en el que aprendimos el oficio.” Los cinco chicos (Robbie era el menor) bailaban coreografías predecibles semi-desnudos, con accesorios de cuero, y entonaban con dificultad canciones pop olvidables. Pero la pasaban bien: “El mejor momento de mi vida fue a los 17 años, cuando tomé éxtasis porprimera vez. No me gusta promocionar las drogas, pero tengo que admitir que eso fue increíble. Estábamos con Take That en un club gay español, me tomé el éxtasis y de pronto amaba ese lugar, amaba a todo el mundo, todos me amaban, y yo era gracioso, atractivo y bien dotado”, dice Robbie recordando el mejor momento de la banda. Después de esa breve temporada en el circuito gay, el grupo comenzó a gustarles a las adolescentes. Mucho. Después de un cambio de imagen que consistió en “adecentarlos” un poco, Take That amplió su público y comenzaron las escenas de histeria femenina, el merchandising interminable, los videos donde cantaban mirando amorosamente la cámara y la condición de superestrellas. Y estar en la banda se convirtió en una prisión, con horarios rígidos, obligación de soltería y ensayos interminables. Pero Nigel Martin-Smith nunca le negó a sus pequeños frankensteins drogas y alcohol, siempre y cuando no se notara, o por lo menos no mucho. La idea no era, y nunca fue, que se tratara de una banda limpia como los actuales Backstreet Boys o N’Sync. Cierto peligro y dosis altas de sensualidad ambigua eran parte del plan. Robbie era el simpático de la banda, el travieso, al que se le adivinaban malos hábitos, el bufón que no se tomaba nada en serio. Pero varias cosas jugaban en contra: Robbie era el favorito del público, el que aún en estado embrionario se perfilaba talentoso y el que ponía en crisis de envidia a Gary Barlow, compositor y líder de la banda, que jamás le permitió componer una canción. Cuando la popularidad de Robbie se convirtió en tan grande como sus excesos, Nigel Martin-Smith le bajó el pulgar y quedó fuera del grupo, aun cuando recién habían obtenido su primer y único éxito en Estados Unidos, la balada “Back For Good”. Los otros cuatro continuaron durante un año, hasta la separación. Ninguno de ellos logró trascender, y el malvado Barlow fracasó de forma tan definitiva que hasta el propio Robbie siente lástima por él, de vez en cuando. “Nunca me cayeron bien, salvo Marky. Son estúpidos, avaros y egoístas. El pajero de Gary Barlow, que nunca tuvo idea de nada, era el único al que se le permitía tomar decisiones. Nunca le caí bien a Nigel, tampoco. Durante los dos primeros años ni siquiera me hablaba: se comunicaba por carta. Y los chicos no me soportaban porque nunca tuve la necesidad de llamar atención, y ellos sí. Había muchos celos y envidia.”
Cuando Robbie quedó afuera, la prensa se lanzó sobre él, esperando ansiosamente su definitiva caída en desgracia. “Era una profecía. O una lotería. ‘¿En qué fecha exacta se lo puede dar oficialmente por hecho mierda?’”, recuerda hoy Robbie. Él hizo todo para confirmar las predicciones. Engordó, se mostró borracho y drogado en público todo lo posible, hizo un comercial para Seven-Up donde aparecía con el pelo largo y en bikini y cayó desmayado en varias fiestas pobladas de celebridades. Mientras tanto la compañía discográfica de Take That (BMG) seguía manteniendo el contrato con Robbie, en el que se estipulaba que no podría editar ningún simple como solista si abandonaba la banda. La batalla legal duró hasta mediados de 1996, cuando Williams anunció que cambiaba de compañía y lanzó un cover del tema “Freedom” de George Michael (uno de sus mejores amigos). El simple llegó al segundo puesto en los rankings ingleses, pero Robbie no aprovechó el momento: conoció a una chica, Jacquie Hamilton-Smith, y se fue de juerga con ella durante exactamente un año. Conoció y se fascinó con Liam Gallagher (“le vomité la casa varias veces”), salió en todas las revistas en estado de alevosa decadencia y finalmente aceptó los consejos de otro amigo, Elton John, y entró en rehabilitación. La primera de varias internaciones. Cuando lo soltaron, deprimido por “todo el dinero que le debo a mis dealers”, editó Life Through a Lens, su primer disco solista. Tenía influencias de Oasis, de The Kinks, incluso de Alice Cooper, y había co-escrito las canciones con Guy Chambers, un músico que había fracasado en bandas como World Party y Lemon Trees. La crítica le dio el visto bueno, pero el público lo abrazó con una balada, “Angels”, que podía conmover hasta al más escéptico. Lo extraño fue que la canción se editó como quinto simple. Ni bien empezó asonar en radios, el disco pasó de vender 40 mil copias a más de un millón en cuestión de semanas. La dupla con Chambers se mantuvo durante los siguientes discos, I’ve Been Expecting You y Sing When You’re Winning, y seguirá en el futuro. Formalmente son un dúo, pero Chambers es el genio en las sombras, consciente del estrellato de su compañero. En esos álbumes Robbie maduró: poco queda de su fascinación con Oasis. En “No Regrets”, una canción incluida en su segundo disco en la que reflexiona sobre los años en Take That, el invitado de lujo era Neil Hannon de Divine Comedy, una muestra de su nuevo status de artista creíble.

ROBBIE DESCONTROLADO
En el impoluto mundo de las estrellas pop, los vicios de Robbie no pueden ser más que refrescantes. Mientras Britney Spears jura y perjura que es virgen o los Backstreet Boys se casan (y cuando se internan por excesos aseguran que sus depresiones han sido motivadas por las muertes de sus abuelitas), Robbie no puede dejar el alcohol, entra y sale de rehabilitación y hace declaraciones como ésta: “Me estaba yendo a casa la otra noche y vi a un amigo en la vereda. Iba al Soho, y lo acompañé para tomarme un trago con él. Y me fui al carajo. En realidad, no me acuerdo de mucho. No tomé drogas, sin embargo. Solamente porque no conseguí, tengo que aclarar. Es increíble que en el medio de Soho no se puedan conseguir drogas. Entonces me aburrí y me fui a Stringfellows a desnudarme. Parece que lo hice. Me desperté y las sábanas estaban todas mamarracheadas con birome, y había un número de teléfono escrito en el piso. No sé de quién. Me parece que estoy enloqueciendo otra vez. Siempre quise ser un excéntrico, recé por serlo, y ahora lo conseguí. No tengo control alguno sobre lo que hago y me da miedo”.
Robbie Williams empezó a tomar cocaína hacia el final de Take That, cuando descubrió que “una vez que bajás del éxtasis se puede continuar despierto con cocaína”. Tomó heroína algunas veces, cuando no podía conseguir tranquilizantes. Pero su verdadero vicio siempre fue el alcohol, y no tiene problemas en desmenuzar su hábito: “La bebida y la cocaína vienen juntas, para mí. Si bebo, tengo sueño; así que tomo cocaína para despertarme, pero me pierde. Soy desagradable cuando tomo cocaína. Ojalá nunca la hubieran inventado. Ahora trato de irme a casa cuando empiezan a tomar, pero no siempre tengo tanta fuerza de voluntad. No sé si soy alcohólico. Lo que es cierto es que no sé tomar socialmente. Tomo sólo para emborracharme”. En este momento no está claro si Robbie está limpio o patinando sobre charcos de vómito. Tampoco está claro cuánto hay de real en su vida disipada y cuánto de construcción.
Una parte de su fracaso comercial en Estados Unidos está relacionado con la exhibición de sus excesos, y esa imperdonable mala conducta probablemente logrará que nunca se convierta en un artista consumible para el puritanismo estadounidense que prefiere a los ídolos pop pasteurizados. Ni siquiera el disco dedicado a Sinatra parece conmoverlos. Es que es difícil encasillar a Robbie: el público pop difícilmente se verá atraído por una estrella pop con conducta de estrella rock. Es demasiado duro para un sector, demasiado blando para el otro. Esa combinación no es extraña para el público europeo, pero se ha perdido definitivamente en Estados Unidos con el auge del teen pop inmaculado. Robbie se burla de eso en la única canción de su autoría de Swing When You’re Winning que se llama “Voy a hablar y Hollywood me escuchará” (“I Will Talk and Hollywood Will Listen”). Todo el disco, en realidad, parece un lamento nostálgico por una época en la que las estrellas podían ser amadas por todos aun cuando pasaban las noches borrachos en casinos de Las Vegas y durmiendo con todas las mujeres posibles. En ese sentido, Robbie Williams es una estrella anticuada.

ROBBIE SUPERSTAR
Lo más extraño de Robbie Williams es que es un gran letrista. Inmaduro la mayoría de las veces, cursi otras, consigue sin embargo que las letras de sus canciones sean únicas en el pop por contraste con su elaborada imagen pública de joven descontrolado, arrogante e irónico: es el único lugar donde se sincera. Robbie Williams no declara amor eterno en sus estribillos ni se lamenta por algún amor perdido. Casi nunca recurre a los clichés del pop. Prefiere lo confesional: su tema favorito es él mismo. Robbie Williams hace pop británico para adultos. En “Singing For the Lonely”, de Sing When You’re Winning, canta: “Me paso la vida esperando el estribillo/ porque el resto de la canción nunca es demasiado buena”, cosa que es cierta en más de un sentido. Es imposible imaginar a cualquier otro personaje emergido de una banda pop adolescente que en el primer simple de su primer álbum elija cantar una oda a los excesos como lo es “Old Before I Die”: “Espero ser viejo antes de morir/ espero poder recordar estos días/ pero esta noche voy a vivir como si fuera la última”. O que en su segundo álbum I’ve Been Expecting You empiece una canción diciendo: “Mi aliento huele a miles de cigarrillos/ y cuando bailo me parezco demasiado a mi papá”, un padre que ganó un concurso de TV de nuevos talentos y después fracasó estrepitosamente, una vez que la fama se le subió a la cabeza. A diferencia de otros solistas pop que provienen de una matriz manufacturada, Robbie no pretende comportarse como un adolescente (que es lo que convierte en ridículos a hombres de treinta años como los Backstreet Boys) y prefiere ponerse en un lugar de adulto desde su primer disco: “Habrá lágrimas cuando me vaya/ pero no duelo/ porque la ciudad olvida pronto/ Para mí es mágico/ pero para el que me alquila el departamento es trágico/ porque le queda un cuarto vacío/ Habrá los mismos rostros en los viejos lugares de siempre/ en los lugares donde desperdicié mi juventud”, canta en “South Of the Border”. A las acusaciones de artificialidad les respondió con la parodia y los personajes múltiples, dejando la discusión sobre la sinceridad en un lugar irrelevante: un strip-tease entre macabro y ridículo para el video de “Rock DJ”, una imagen de playboy a la James Bond en “Millenium”, ahora un crooner mafioso y gregario para el tributo a Sinatra. Suele ser insoportable: cuando recibió el premio a Mejor Solista en los MTV Video Awards del 2000 le agradeció al público “por mis varias casas, mis autos último modelo, mis millones y mi novio supermodelo”. Nunca demagógico, es imposible imaginarlo agradeciendo de todo corazón a fans histéricas o fingiendo buena conducta en eventos. Los Backstreet Boys, a su lado, parecen hologramas.
El secreto de Robbie parece ser jugar permanentemente a dos puntas: un adulto en sus canciones, un malcriado exhibicionista en público, un galán en algunos videos, una parodia de sí mismo al borde del ridículo en otros, una canción donde seduce a Nicole Kidman, otra donde seduce a Rupert Everett. Fotos en revistas con modelos y bellas actrices, y declaraciones en las que asegura que alguna que otra vez compartió la cama con un hombre. Una mezcla de honestidad y falsedad en iguales dosis, para mantener el misterio. “Como a cualquier boludo, me importa mucho lo que la gente piense”, dice. “Es muy complicado para mí hablar de cosas en las que creo y no disfrazarlas con ironía como mecanismo de defensa, por si alguien se burla. Creo que estoy en un momento en el que finalmente puedo ser sincero, pero mi mayor preocupación es que no sé cómo ser sincero a esta altura. Mi vida es como el Truman Show. Todo el mundo sabe cuándo y dónde me mudo, o lo que desayuno cada mañana. Tengo una percepción completamente distorsionada de la realidad. Hace diez años que no tengo realidad. La prensa siempre cuestiona cuán de verdad soy. Pero no soy demasiado real. Soy un showman, un resultado de la industria del entretenimiento. Y eso está bien.” Además, dice Robbie, no sabría vivir sin fama. “No quiero dejar de ser famoso. Es mi trabajo. Me dieron esta fantástica posibilidad y tengo que aprender a manejarla. No hay clases que te enseñen a ser famoso, ni grupos de ayuda para celebridades. Bueno, de esos sí que hay. Se llaman entregas de premios.”

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