La
conjura de los necios
Polémicas
Se la anunciaba como la novela que terminaría con todas las novelas:
un texto colectivo, adjudicado a un tal Luther Blisset (nombre de un
futbolista jamaiquino que jugó alguna vez en el Milan), que cataloga
de perimida la figura del autor y convoca a los lectores a cambiar lo
que quieran del libro antes de ponerlo a circular nuevamente en Internet.
Radar se sumergió en las casi 700 páginas de Q y descubrió
que, lejos de ser una nueva vuelta de tuerca al género paranoico-crítico,
se trata del tibio nacimiento de una categoría marketinera-editorial:
el spaghetti renacentista.
POR
CARLOS GAMERRO
La
novela Q invita a hablar de dos cuestiones en principio diversas: por
un lado, del contenido de sus páginas y su posible valor literario,
histórico o ideológico; por el otro, del status anómalo
de su autor, el enigmático Luther Blisset. Primero, lo segundo:
Luther Blisset, el individuo, es un futbolista jamaiquino que jugó
en el Milan entre 1983 y 1984, con el único resultado aparente
de convertirse, por el color de su piel y el estilo de su juego, en
objeto de odio y burla de los hinchas, especialmente los racistas y
neofascistas. Aparentemente, Luther nunca contó entre sus ambiciones
la de escribir una novela sobre las guerras religiosas que azotaron
Europa durante el siglo XVI. Porque Luther Blisset, el autor de Q y
de numerosos textos y panfletos, es un colectivo virtual creado por
Internet, un nombre de autor múltiple con el cual distintos grupos
underground, anarquistas y de tendencias de izquierda, firman sus escritos
o acciones antisistema, sobre todo engaños a los
medios de comunicación y sabotajes contra la Iglesia Católica.
Entre las acciones más resonantes firmadas por Luther Blisset
se cuentan: 1) el secuestro a cambio de un rescate a ser entregado
a los pobres de numerosos Niños Jesús de distintas
iglesias de la costa Tirrena; 2) la publicación de un libro de
ensayos falsos del anarquista árabe-americano Hakim Bey; 3) la
difusión de la noticia de que Naomi Campbell estaba en Bolonia
para operarse de celulitis; 4) la creación de una página
web falsa del Vaticano plagada de textos heréticos; 5) la redacción
del estudio Enemigos del Estado: criminales, monstruos y
leyes de excepción en la sociedad del control; y 6) la composición
de la novela Q.
En un principio, los rumores señalaban que ésta había
sido escrita por Umberto Eco, debido a algunas similitudes con El nombre
de la rosa o El péndulo de Foucault. O, en su defecto, por un
sacerdote renegado e innominado. Finalmente, los autores (eran varios)
decidieron dar las caras, o al menos los nombres: se trata de cuatro
jóvenes de entre 26 y 35 años, miembros de la rama Luther
Blisset de Bolonia: Federico Guglielmi, Luca Di Meo, Giovanni Cattabriga
y Fabrizio P. Belletati. Las 641 páginas (en la elegante edición
española de Mondadori) de Q son, entonces, el resultado de un
trabajo en equipo, y los autores han utilizado diversas metáforas
para explicar su método de trabajo: la de una banda de jazz,
la de un equipo de diseñadores de videojuegos y la de un equipo
de fútbol, donde los cuatro hemos sido entrenadores, arqueros,
defensores y delanteros. La naturaleza anarquista y antiautoritaria
de la obra vendría así dada desde el inicio, por sus circunstancias
mismas de producción: Creemos que la figura del novelista
que escribe a solas, delante de su computadora, encerrado en una torre
de marfil, es un mito romántico que sólo sobrevive en
la literatura. Todas las otras artes, hoy por hoy, han aceptado el hecho
de que la creación es colectiva, afirman estos cuatro boloñeses,
decididos a practicar lo que predican hablando siempre en plural, sin
identificarse individualmente.
LA
REIVINDICACION DEL ANTI-COPYRIGHT
Es una línea de argumentación atractiva, pero que
cae en la simpleza de sugerir que la ideología viene dada por
el proceso de producción sin más. Si la creación
colectiva y anónima otorgara de por sí chapa de libertario,
no habría nada más anarquista y contestatario en la cultura
mundial que las películas de Hollywood. Podría argumentarse
que lo que es conformismo en una forma de arte bien puede ser vanguardismo
en otra: la creación colectiva sería lo convencional en
el cine o en la música, pero revolucionaria en la literatura.
Además del tufillo sofístico que adquieren las palabras
y la sintaxis cuando uno empieza con esta clase de argumentos, es aquí
donde la comprobación empírica nos puede dar una mano:
los textos literarios escritos en colaboración suelen ser más
blandos quelos productos individuales. Las obras que Shakespeare escribió
con Fletcher, los cuentos que escribieron Borges y Bioy Casares, las
colaboraciones entre William Burroughs y Brion Gysin pueden haber resultado
muy divertidas de escribir para los autores el trabajo solitario
a veces abruma, pero los resultados son en general más
flojos que la obra individual de ambos (o, al menos, del miembro más
talentoso de la pareja). La búsqueda de consenso, los hábitos
de cortesía, la necesidad de alcanzar puntos de encuentro suelen
mitigar, más que radicalizar, el potencial carácter revulsivo
de cada obra. Hasta ahora, nada que la imaginación literaria
conjunta haya podido engendrar ha sido capaz de superar en extremismo
a las visiones de las que es capaz un individuo solo, sentado ante una
hoja de papel en blanco. Si Q abre nuevos rumbos, entonces, no es por
su múltiple autoría, y mucho menos por el uso de seudónimos
más o menos anónimos (una costumbre tan vieja como la
literatura misma) sino en un gesto menos espectacular, pero de mayor
sustancia: en la página de créditos de la edición
española se lee que está permitida la reproducción
total o parcial de esta obra y su difusión telemática,
siempre y cuando sea para uso personal de los lectores y no con fines
comerciales. Es decir, no sólo los Luther Blisset han renunciado
a una parte de los derechos de posesión autorales sino que, como
afirman, por primera vez en la historia de la edición hemos
obligado a una gran editorial a aceptar una fórmula anti-copyright.
En otras palabras, han logrado aplicar a la industria editorial tradicional
el principio de difusión libre de la Internet.
De hecho, Q puede bajarse, completa y gratis, de varios sitios de la
red, y más aun: Cualquier lector puede meter mano a nuestra
novela y hacer con ella, con su historia y sus personajes lo que le
dé la gana. Es decir, no sólo los autores sino también
los lectores somos Luther Blisset, y el proyecto se concretaría
cuando bajemos Q de la red, le hagamos todos los cambios que creamos
convenientes (yo empezaría suprimiendo unas 200 páginas
por lo bajo) y luego la devolvamos a la circulación masiva. Las
viejas aspiraciones de los dadaístas (capaces de adjuntar un
hacha y la inscripción destruya esta obra a una de
sus tallas en madera) o de los surrealistas (que sugerían que
la poesía debe estar hecha por todos) se han vuelto así
realidad en el mundo de infinitas posibilidades de la red.
EL
NOMBRE DEL BEST-SELLER
Suele suceder que la narración de cómo fue hecha
una obra resulte más interesante que la obra misma. Georges Perec
escribió su novela La Disparition (traducida como El secuestro),
prescindiendo de la letra e (a, en español): este hecho es sin
duda más interesante que la lectura de la novela en sí.
La descripción de los métodos surrealistas (escritura
automática, cadáveres exquisitos, etc.) es más
divertida que la lectura de los más bien fofos poemas resultantes.
No es muy distinto lo que sucede con Q. La novela transcurre en la primera
mitad del siglo XVI, y su marco histórico va desde la Reforma
de Lutero hasta el Concilio de Trento, el lanzamiento de la Contrarreforma
y la Inquisición. La óptica no es ni católica ni
protestante: fiel a la filiación ácrata de su autor virtual,
es más bien anticlerical y agnóstica. Lo que se señala
en cada episodio histórico es la alianza entre las iglesias reformada
y el papado, entre los nobles separatistas y el imperio, en contra de
los pobres, los marginados, los místicos y los fanáticos:
la traición de Lutero que termina predicando la sumisión
incondicional a la autoridad y justificando la masacre de más
de 100 mil campesinos que se levantaron enarbolando sus ideas
es sólo el inicio de una larga serie de luchas de poder en las
cuales los pobres siempre terminan siendo el pato de la boda.
Varios procesos históricos vertebran a la novela: la Reforma
de Lutero; la rebelión de los campesinos alemanes bajo el liderazgo
de Thomas Müntzer(quizá la primera revuelta comunista de
masas de la historia occidental); la ocupación de la ciudad de
Münster por los anabaptistas, que llegaron a fundar sobre la tierra
una nueva Jerusalén donde el trabajo, el dinero y las mujeres
(y por ende los hombres) se compartían entre todos, antes de
que las tropas del obispo retomaran la ciudad y los masacraran; la lucha
contra la expansión del poder financiero internacional representado
por la banca Fugger, y más tarde contra la imposición
de la línea más dura la inquisidora de Pietro Carafa,
al final de la novela papa Pablo IV en el Vaticano. Pero Q es
una novela política, además de histórica, y el
siglo XVII es en realidad un espejo del nuestro: el imperio de Carlos
V en lugar de los EE.UU.; los príncipes separatistas como los
actuales líderes europeos; los rebeldes religiosos como los luchadores
antiglobalización; el potencial liberador de la imprenta (y la
lucha de la Inquisición contra la misma) como las promesas de
Internet (y los actuales embates contra la libre circulación
de mensajes en la red). Los autores hacen explícita esta relación:
El inicio y el fin de una época se asemejan. Nuestra Q
habla de Lutero, el primer gran comunicador de masas, el primero en
utilizar la invención de la prensa, una revolución tan
importante como puede ser para nosotros la de Internet. Y también
habla del capital financiero de Fugger, un auténtico Soros en
los albores del capitalismo; de los éxodos de masas, parangonables
a los de hoy día en los Balcanes; del nacimiento de la idea de
Europa o del asalto de un ejército internacional a una pequeña
comunidad, tras lo cual se determinará por fuerza un nuevo orden.
Los protagonistas y los narradores de la novela son dos:
una especie de revolucionario profesional del siglo XVII, que a lo largo
de la novela va tomando varios nombres, pero cuyo nombre original nunca
conoceremos (llamémoslo Luther, ya que de eso, ser todos y nadie,
se trata) y su antagonista, el enigmático Q, una especie de agente
de la CIA (léase Vaticano) de la época, cuya especialidad
es infiltrar los movimientos rebeldes y sugerir caminos de acción
suicidas a sus líderes. Los grandes protagonistas de la historia
(Lutero, Carlos V, Carafa) son frecuentemente mencionados, pero nunca
aparecen en escena, por donde pululan los personajes menores, algunos
históricos los líderes rebeldes, la mayoría
pertenecientes a la gran masa anónima, los verdaderos artífices
de la historia: espías, herejes, putas, cortesanos, mercenarios,
profetas improvisados, siervos. Ésta es, según los
autores, la diferencia fundamental entre Q y otras novelas históricas
centradas en un protagonista convencionalmente importante,
como Alexandros, Ramsés o Napoléon. Lapsus o decisión
consciente, la lista es reveladora: inscribe a Q más en el campo
del best-seller histórico o biográfico que en el de novelas
como Guerra y paz, Memorias de Adriano, Mason & Dixon o incluso
El nombre de la rosa.
La estructura de Q es la de la picaresca más tradicional, y el
protagonista logra estar presente en tantos hechos históricos
de importancia que por momentos nos recuerda al Zelig de Woody Allen.
El estilo de Q es el de la novela de aventuras del siglo XIX y su ideología
automáticamente progresista, con una tajante oposición
entre opresores y oprimidos que se repite casi sin variantes en cada
nuevo episodio histórico, aunque a veces los autores o
uno de ellos, tolerado por los otros tres son capaces de caer
en el idiotismo moral: nunca más profundamente que en la secuencia
en la cual el héroe rebelde, desilusionado por los sucesivos
fracasos, se une a una banda de anabaptistas renegados y, en sus propias
palabras: Maté, torturé, aniquilé, vi arder
aldeas enteras y empalar a frailes como si fueran cerdos en el asador.
Digamos que, si la transformación de héroe revolucionario
en autor de crímenes contra la humanidad no es la primera vez
que sucede en la historia, sí tenemos derecho a esperar, en una
novela de más de seiscientas páginas, que no lo haga en
el curso de una, y sinprevio aviso, y tres páginas más
adelante vuelva sin tapujos a ser el incriticable Che Guevara de la
temprana modernidad. Más de una vez, en el transcurso de la lectura
de Q, el lector se ve asaltado por la sospecha de que al cuádruple
colectivo le sobra al menos un autor.
EL
SPAGHETTI-RENACENTISTA
Por sobre todas las cosas, lo que llama la atención sobre
los autores de Q es su recreación de la antiquísima polémica
entre la revolución en la forma y la revolución en el
contenido: Desde nuestro punto de vista, narrar significa contar
historias... no nos interesa el experimentalismo lingüístico
por sí, ni tampoco las innovaciones estilísticas en particular.
La lengua y el estilo de nuestra novela están encaminados a potenciar
la trama. Q se halla en las antípodas del minimalismo, del aire
juvenil y del estéril autobiografismo de cierta literatura reciente...
La ola minimalista debe llegar a su fin. Más allá
de la hábil aunque artera selección del adversario, con
la cual es difícil en principio estar en desacuerdo (minimalismo
= Generación X = recreaciones interminablemente banales de la
anomia juvenil), la oposición entre novela política y
minimalismo o autobiografismo estéril deja de lado
u olvida los formidables modelos maximalistas de autores
como William Burroughs y Thomas Pynchon, en los cuales la unión
entre experimentación formal y extrema radicalidad política
marca un antes y un después en la literatura (frente a la cual
Q, que viene después, termina colocándose antes). En los
albores del siglo XXI, y tras los denodados esfuerzos didácticos
que el realismo social soviético ha llevado a cabo para probar
las tesis de sus adversarios, no hay nada más anacrónico
y demodé que recrear esta oposición entre revolución
o vanguardia. Es verdad que la trama de Q incluye elementos paranoicos
y de teorías conspirativas que le otorgan cierto lustre posmoderno,
pero de ninguna manera resiste la comparación con esos monumentos
paranoico-críticos como El arco iris de gravedad, o Vineland,
o Mason & Dixon (de Pynchon, los tres), improbables cruzas entre
Tolstoi y Burroughs, textos que combinan el fresco histórico
con la escritura de vanguardia, la física cuántica con
el dibujo animado, la política anarquista con la estética
posmoderna.
Las gacetillas de prensa y los sitios de Internet han comparado a Q
con las novelas de Umberto Eco, pero sus propios autores nos reenvían
a James Ellroy, Raymond Chandler, Dashiell Hammett y el cine de Sergio
Leone. Si bien la última de estas filiaciones es atractiva, permitiendo
inscribir no sólo a Q sino a las novelas de Eco en un nuevo género
(al cual tentativamente podríamos llamar el spaghetti-renacentista),
quiero sugerir otro candidato para figurar como precursor oculto o negado
de los cuatro boloñeses: el de su inimitable compatriota Emilio
Salgari. Aquí tenemos todos los elementos que ellos invocan:
novelas de aventuras de ambiente histórico en las que predomina
la trama; ambientes exóticos; batallas; fugaces amores de guerreros
y, por sobre todas las cosas, una ideología insospechable: después
de todo, ¿quién va discutirle las credenciales anticolonialistas
y rebeldes a Sandokán, el Tigre de la Malasia, tan incansable
y furibundo enemigo del Imperio Británico como Bin Laden lo es
hoy del Americano?
Q es una novela entretenida, aunque por momentos tan larga que tiene
el efecto paradojal de hacer que el lector desee el triunfo de las fuerzas
de la reacción, con tal de que sea rápido y acorte el
número de páginas. Es informativa y de lectura provechosa
para quienes quieran aprender algo de historia sin pasar por las arideces
de la escritura académica. Y, por supuesto, todas las críticas
que uno pueda hacerle se desvanecen si comparamos a Q con las aventuritas
erótico-sentimentales de los próceres de la escuela primaria
que entre nosotros circulan bajo el rótulo de novela histórica.
Pero también es cierto que se trata de un best-sellerhistórico
más, camuflado a través de una hábil maniobra
de una de las editoriales más poderosas del planeta de
novela anónima, colectiva y libertaria: la prueba palpable como
si todavía hiciera falta de que, en el mundo de hoy, no
hay otras conspiraciones de peso que las que urde el mercado.