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BOLIVIA
Camino del altiplano
De La Paz
al Sol
Recorriendo
el altiplano podemos encontrar un rasgo de lo que es Bolivia. La Paz,
Coroico y la Isla del Sol son los destinos elegidos en esta región para
descubrir y disfrutar una parte de los encantos bolivianos y su diversidad.
De los mercados bulliciosos y coloridos de la capital, al silencio imperial
de la isla sagrada, pasando por las trillas de montaña de Coroico.
Por Esteban
Eliasevich
A tres mil seiscientos
metros sobre el nivel del mar, al pie del imponente nevado del Illimani,
reposando en un valle cavado y seco, La Paz es el centro político,
económico y cultural más importante del país. La
capital no puede perder de vista sus montañas: asoman entre los
pocos edificios altos del centro, cierran la perspectiva final de las
calles laderas marrones cubiertas hasta lo inverosímil de casas
bajas. Arriba, como un gran balcón, está El Alto, el gran
suburbio que hoy es municipalidad independiente y que regala una de
las grandes vistas del mundo, la de una capital de 600.000 almas al
pie de un precipicio.
La ciudad tiene un eje, una gran avenida que cambia varias veces de
nombre, pero que todo el mundo llama El Prado, como en tiempos de la
colonia. Como en toda ciudad de montaña, donde 100 metros horizontales
son un milagro, el tránsito es caótico y difícil.
El Prado es el centro de un nutrido y movedizo masacote de minivans,
autos y camiones, que se mueven en un extraño silencio donde
casi no hay bocinazos y es permanente el canto de los boleteros, que
recitan musicalmente los largos recorridos de sus vans.
La zona de Sopocachi, cerca de la universidad y del espléndido
Museo de Tiwanaku, es donde se reúnen los hoteles internacionales,
las mejores librerías y un puñado de cafés muy
bien puestos. Este segmento de El Prado es un paseo donde todavía
se alzan algunas de las coloridas casonas señoriales de principios
de siglo, transformadas en escuelas privadas y en museos de arte y artesanía.
Pocas cuadras más adelante, cuando se llega al centro y la avenida
se llama Santa Cruz, el tránsito se empaca en un nudo de transferencia
y cruza un mercado al aire libre. A un lado, sobre una plaza seca que
está siendo restaurada a su aspecto original, se alza la basílica
de San Francisco, un templo de piedra opaca construido en 1549, con
una espléndida fachada plateresca con elementos mestizos y solares.
Por el costado de la iglesia sube la calle de Sagárnaga, un espléndido
mercado de artesanías y antigüedades, merecido imán
del turismo. Por esa calle y por la de Linares todavía
conocida como de Las Brujas, porque era el lugar donde se vendían
hierbas y amuletos medicinales se aprietan los puestos y tiendas
de tejidos, platería, tallas y objetos variopintos, que van del
recuerdo de La Paz a la más fina tradición
altoperuana. Llaman la atención los ponchos y las tiendas especializadas
en tejidos antiguos. Todavía más arriba se encuentra el
colorido mercado Camacho, un largo tramo de Sagárnaga dedicado
a las verduras, las especies y los zapallos gigantes, y el mercado Negro,
sobre la calle Max Paredes, que arranca con electrodomésticos
y termina con materiales eléctricos y de construcción,
todo a precio de freeshop. En algún rincón, el que esté
atento encontrará locales diminutos donde las koyas compran sus
sombreros de copa. Por la altura, conviene tomarse un taxi el
recorrido más largo, cruzando casi la ciudad, cuesta apenas un
par de dólares y bajar desde la Paredes.
De vuelta en San Francisco, basta cruzar la calle y caminar despacio,
que es empinado unos pocos cientos de metros para llegar a la
plaza Murillo. Las calles cercanas a la plaza son alegres mercados donde
se vende de todo: de zapatillas de marca hasta hojas de coca, pasando
por enchufes, ekekos, flores, jugos, comidas de todo tipo y hasta chapitas
de gaseosas coleccionables. Es bueno patrocinar estos puestos, que venden
todo y especialmente rollos fotográficos a excelentes
precios.
La plaza Murillo es el corazón de la ciudad vieja y está
rodeada del Palacio del Quemado, sede de la presidencia, del amarillísimo
Legislativo, de la catedral, de las joyerías con la mejor platería
de la ciudad. En una esquina se alza el viejo y ahora restaurado Hotel
París, dueño de un bar que no cambió en sesenta
años y donde se sirven comidas bolivianas de guante blanco y
a un precio increíblemente conveniente. Más arriba -nuevamente,
lo mejor es ir en taxi se llega a la imperdible calle deJaén,
un conjunto restaurado a su esplendor colonial que alberga varios museos
cuyo contenido tal vez no sea de nivel internacional, pero que son,
en realidad, casonas de los siglos XVI y XVII que vale la pena recorrer.
El disfrute de la ciudad está en todos sus rincones. A la paleta
natural de ocres y marrones se le superpone el intenso color local de
bolivianos de todas las etnias, firmes en sus ponchos y sombreros, de
la venta políglota de todo lo imaginable, de la politización
insurrecta de los campesinos, que mantienen un foro permanente de discusiones
que duran horas en la plazuela frente a San Francisco.
Por la noche, la ciudad se calma y los paceños hacen su aparición
por los bares, un espectáculo aparte. Ver a dos o más
personas caminando abrazadas por la calle es algo más que un
símbolo de amistad, es principalmente un punto de apoyo para
llegar a casa: la caña crea esta espontánea solidaridad
entre desconocidos que ya no pueden con sus cuerpos. La Paz tiene buenos
restaurantes que ofrecen curiosidades como la carne de llama o tours
como los menúes criollos, donde se puede probar un
poco de todo. Luego siguen los cafés, en lugares como el Shakespeare
Bar.
La Paz, como toda Bolivia, es un lugar seguro si se toman las elementales
precauciones. El viajero amable puede llevar los bolsillos llenos de
caramelos para los muchos chicos que piden, dulcemente, con la mano
extendida y la frase regálame, papá.
Coroico
Desde La Paz es sencillo movilizarse hacia otros focos de atención
en la región del Altiplano. Recorriendo escasas distancias pueden
visitarse las ruinas arqueológicas de Tiwanaku, el cerro Illimani,
el Valle de la Luna, dirigirse hacia el mítico lago Titikaka
o internarse en el clima subtropical de Las Yungas, en pueblos como
Coroico.
Al sureste de La Paz, a 1750 metros sobre el nivel del mar, Coroico
es la capital de Las Yungas. Lo más recomendable para llegar
son los minibuses de la Flota Yungueña, ya que la ruta que une
este trayecto tiene una denominación que la distingue: La Ruta
de la Muerte. Son dos horas y media recorriendo un camino tallado en
la montaña, de asfalto y ripio, que se prolongan en pendientes
al filo de la espesura de la selva subtropical. Es una montaña
rusa de cataratas, cornisas y abismos, que se recorre a pura adrenalina.
Las nubes recorren el mismo camino apareciendo de frente, a los costados
y abajo. Serpenteando por entre la cordillera y valles recortados, entre
la exuberante vegetación se adivinan pequeños pueblos.
Las faldas de la montaña, de terreno fértil, rebozan de
plantaciones de café y coca de hoja chica, reputadamente la mejor
y más dulce.
Otra curva anuncia Coroico. Asoman las tejas de las descoloridas casas
coloniales, calles empedradas con aceras angostísimas, balcones
como atalayas y una implacable sensación de que el tiempo se
detuvo en este sitio. Alrededor de la plaza central, su iglesia y unos
pocos bares se desentraña el centro del pueblo. Caminando hacia
el hospital, está el hostal El Cafetal, en la montaña
e ideal para dejar que el tiempo pase, viendo las nubes la gran niebla
que transforma todo en una gran nube.
Al ser subtropical, en Coroico es habitual toparse con tupida vegetación
y mariposas de colores y tamaños tan diferentes y grandes que
sería imposible calificar tanta belleza. Al llegar a la plaza
central un camino empieza su rumbo hacia las cascadas a casi dos horas
de trayecto.
Los senderos están bien marcados, pero uno puede acabar caminando
por los campos de cultivo de coca que se expanden en todas las direcciones.
Caminando desde la plaza central se llega al cerro Uchumachi.
Isla del
Sol Esta isla enclavada en el lago Titikaka, en el Altiplano Andino,
está llena de mitos y leyendas. El visitante se sorprende con
la cultura de sus habitantes y con el azul de las aguas. Desde Copacabana,
una embarcación llega a la Isla al cabo de algo más de
una hora. La islaes la ruta obligada para aquellos que van o vienen
de Machu Picchu al Alto Perú.
Según la leyenda, un túnel subterráneo comunicaba
a la isla con el centro del Imperio Inca. Otra leyenda cuenta que los
hijos del dios del Sol, Inti, dieron a luz en este lugar: Manco Capac
y Mama Ollo. El primero, fundador de la dinastía inca. Cuando
la embarcación surca este mítico lago, a 3800 metros el
más alto del mundo, se apodera de uno la sensación de
majestuosidad al punto de sentirse en el océano. Al llegar a
Yumani, extremo sureste de la isla, se ven extendiéndose hacia
lo alto las terrazas de sembradíos, un rasgo distintivo de aquel
gran imperio.
Para llegar a la parte más habitada de la isla hay que subir
el centenar de escalones de las Escaleras del Inca, por lo que conviene
refrescarse en sus Fuentes del Agua, que corren frescas y, dicen, dan
vida larga y felicidad. Desde arriba se contempla el lago en su extensión,
rodeados de construcciones en el estilo tradicional, con patios cerrados
con muros de laja y piedra que actúan como cercos. Es realmente
otra civilización y no hay vehículo motorizado alguno,
sólo bicicletas, burros y piernitas para moverse. Si la noche
es de luna llena y de cielo despejado en estrellas, la luz es única
y deja ver la cordillera, las lejanas luces de La Paz y alguno que otro
poblado peruano.
A la hora de cenar, el plato típico son unas exquisitas truchas,
a tres dólares cada una. El dueño del restaurante local,
un consejero de la isla, impresiona por su devoción al hablar
de la cultura aymara, predominante en esta región, las bondades
del imperio incaico, la pasión por la cultura y el agobio que
sufren para protegerla.
La
isla ofrece largas caminatas y, para refrescarse, las aguas del lago
más alto del mundo, bajando por senderos que contrastan los tonos
calizos azules de las piedras con el tono de sus aguas. No es muy usual
que alguien se bañe y nade, pero a lo sumo vigilan alguna llama
o una chola. La isla puede cruzarse de punta a punta en apenas cuatro
horas, pasando de paisajes casi lunares a rincones caribeños
como la aldea de Challa, de arena blanca y agua azul profundo. En el
camino se cruzan ruinas incas como el Palacio de Pikokayna y hasta restos
de civilizaciones anteriores, como la Chinkana. En cada caleta habitada
trabajan los pescadores, todavía usando sus embarcaciones de
paja atada.
Lo
que hay que ver
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La
Paz: Mirador de El Alto, para observar toda La Paz; Plaza
Murillo; templo y convento de San Francisco; Templo de Santo Domingo;
Museo de Arqueología (calle Tiawanaku); mercados: hechicería
(calle Linares), artesanal (calles Linares y Sagárnaga),
Negro (calle Max Paredes), de la Coca (calle Linares), todos ubicados
en la Zona Central. Eventos: El 24 de enero se realiza el Festival
de Alasitas, referente a la abundancia, en el cual los fieles
ofrendan autos, casas todo en miniatura.
Coroico: Desde La Paz lo más recomendable son los
minibuses la Flota Yungueña, que se toman en la plaza central
de Coroico para la vuelta.
Alojamiento: Hostal Sol y Luna (01-561626), Hostal El Cafetal
(01933979).
Qué visitar: Cerro Uchumachi, las Cascadas. Todos los senderos
se encuentran perfectamente señalados y la caminata dura
aproximadamente dos horas a cada lugar.
Isla del Sol: Lo más recomendable es hacerlo por
cuenta propia ya que salen combis a precios económicos
desde La Paz hacia Copacabana, debiendo atravesar en balsa el
Estrecho de Tiquina. Desde Copacabana se toma una embarcación
hasta el extremo sur de la Isla del Sol (Yumani). Este recorrido
no pasa de tres horas. En Isla del Sol se puede dormir en losdiferentes
hoteles y hospedajes, teniendo en cuenta que muchos de ellos no
cuentan con agua caliente y energía eléctrica.
Qué visitar: Unir los extremos de la isla lleva unas cuatro
horas. En Yumani ver las Escaleras del Inca, Fuente del Inca.
Challapampa: el Palacio del Inca, El altar y La Chinkana.
Informes: Folgar Viajes. Esmeralda 961, 3º E. Tel.: 4311-2960-6937.
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Cuestión
de cultura
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Viajar
por el Altiplano requiere de un par de condiciones absolutamente
básicas e imprescindibles. La primera es la de no correr
y dejar que el tiempo transcurra sin acelerarnos, ya que aquí
un paso de más puede significar una falta de aire preocupante
y hasta sentir algo de náuseas. El síntoma es claro:
el mal de Sorochi o sea el mal de la altura. Hay que comer liviano,
respetar realmente la agitación que crea a falta de aire
y hacerse amigo del mate de coca, bebida universal que, con bastante
azúcar, no está tan mal. Existen pastillas para
el mal, pero hay que precaverse de no mezclarlas con otras medicaciones.
La mayoría de los hoteles disponen de cilindros de oxígeno:
diez minutos a baja presión cada dos horas permiten dormir
en paz y compensar la altura. Eventualmente, y variando de acuerdo
a cada persona, uno se adapta.
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