EE.UU.
La ciudad de Chicago
Cuando
soplan los blues
Es una mega-ciudad
porque dicen que allí todo es fuerte, grande y mucho. De tanto decirlo,
también se la conoce como �La ciudad de los vientos�. Y no porque la
azote el aire sino porque Chicago no ha dejado de propagar a los cuatro
vientos su fama de que todo lo tiene en grande. Pero la verdadera grandeza
se revela cuando un saxo sopla un blues en sus calles y recuerda que
Chicago sigue siendo una meca del jazz.
Por Eduardo
Hojman
De acuerdo con
la leyenda, la palabra Chicago quería decir campo de cebollas
malolientes, según el lenguaje de los indios de la zona.
Pero los nativos de la ciudad prefieren la teoría de un tal Dr.
William Barry, primer secretario de la Sociedad Histórica de
Chicago: Cualquiera que haya sido el significado etimológico
de la palabra Chicago, en su sentido práctico probablemente denote
fuerte o grande. La ciudad que hasta hace
muy poco poseía el edificio más alto del mundo (la Sears
Tower, de 110 pisos, recientemente superada por un edificio diseñado
por el arquitecto argentino César Pelli en Malasia), que cuenta
con el ascensor más rápido, la oficina de correos y la
biblioteca pública más grandes, el aeropuerto más
grande y de más tráfico, el mejor jugador de básquet
del mundo, que dice preparar las pizzas más gruesas y que, incluso,
llegó a guardar en el vestíbulo de uno de esos edificios
la caja de cereal Quaker más grande del mundo, tiene una teoría
sobre el significado de su nombre que le cuadra a semejante megalomanía.
Entre los sobrenombres de Chicago (La Ciudad Jardín, el Orgullo
del Cinturón de Acero, La Ciudad de los Grandes Hombros, la Gema
de la Pradera, el Carnicero de Cerdo del Mundo), el más conocido
es, sin duda, el de Windy City (La ciudad de los vientos).
Pero este mote no tiene ninguna relación con los vientos que
azotan Chicago sino con una referencia al elogio exagerado y la vanidad
en voz alta. A principios del siglo XIX, Chicago envió promotores
a la costa este para vender la ciudad como un excelente
lugar para invertir. Los detractores decían que estos emisarios
estaban llenos de viento, es decir, eran pura cháchara.
Más tarde, la competencia entre Nueva York y Chicago para ser
la sede de la Exposición Colombina Mundial de 1893 provocó
un artículo editorial de Charles A. Dana, director del New York
Sun, contra los reclamos insensatos de esa ciudad ventosa (Windy
City). Así se popularizó el sobrenombre.
Cenizas y
rascacielos La otra gran leyenda fundacional de Chicago es otro
invento del periodismo. Se decía que, en 1871, la vaca de una
tal señora OLeary pateó un farol a querosén,
con tan mala fortuna que el fuego prendió en algunos hatos de
heno cercanos, lo que inició el famoso Gran Incendio de Chicago.
Seis kilómetros cuadrados la mayor parte de la ciudad en
ese entonces quedaron reducidos a cenizas, con una pérdida
de 200 millones de dólares de esa época. Muchos años
más tarde, cuando la señora OLeary ya había
perdido su buen nombre y honor, además de todas sus posesiones,
y había pasado un buen período de su vida en la cárcel
y otro similar en el manicomio, un periodista del Washington Post admitió
haber ideado la historia de la vaca que pateó el farol para darle
un detalle pintoresco al asunto.
Cuestiones
económicas favorecieron la decisión de reconstruir Chicago
sobre sus ruinas y, desde entonces y hasta la actualidad, la ciudad
viene armándose y desarmándose todo el tiempo. Todo es
enorme, alto y efímero. Chicago era la tierra de las oportunidades
para los jóvenes arquitectos con proyectos novedosos. Llegaron,
entre cientos de arquitectos famosos, Frank Lloyd Wright, Louis Sullivan,
Ludwig Mies, y, entonces, Chicago pasó a ser el patio de juegos
de los arquitectos más importantes del mundo. Así la ciudad
tiene, entre sus 21.391 edificios, imponentes rascacielos con dieciséis
tipos diferentes de mármol en sus fachadas, o hermosas estructuras
de vidrio y acero, que de día reflejan el azul plácido
del cielo y el verde del río, mientras que de noche se encienden
de a poco. Al ver el reflejo de esas bellas estructuras contra el río
Chicago, con sus 46 puentes levadizos y sus 36 fijos, el visitante siente
que tiene permiso para emocionarse. Y poco vale averiguar si es cierto
que sí, es el río con más puentes del mundo.
En el centro hay una construcción casi mágica que se llama
The Loop, es decir, el lazo o el bucle. Se trata de las vías
elevadas del tren urbano que, en un recorrido en forma de lazo o bucle
múltiple, están a unos dos otres pisos de altura, dando
a las calles de abajo, además de un techo muy urbano, una atmósfera
cinematográfica entrañable.
A partir de la famosa prohibition (o Ley Seca) de los años
20, la ciudad de Chicago se transformó en un lugar ideal
para el florecimiento de los grupos mafiosos. Entre los capomafiosi
más famosos de la ciudad están Frank Nitti, Big Jim Colosimo
y, por supuesto, Al Capone, quienes se dedicaron al pingüe negocio
de la destilación de alcohol y a proveer la banda sonora de tiros,
frenadas y gritos al Loop y zonas aledañas, creando así
una pintoresca mitología. En la actualidad, la mafia parecería
ser más una leyenda que una realidad. Uno de los edificios más
atractivos de Chicago tiene un ascensor para autos que llega a todos
los pisos, incluso hasta el penthouse, razón por la cual Capone
lo eligió para instalar su cuartel general, ya que podía
montar fiestitas con buen bourbon que llevaba escondido en el auto.
Chicagos
blues Si bien la ciudad sureña de New Orleans está
considerada la cuna del jazz, Chicago fue durante mucho tiempo el centro
neurálgico de esta música. A partir de 1920, muchos músicos
se instalaron en esa ciudad, que, además, tenía fama de
mejor trato a la población negra y contaba con varios estudios
de grabación. El jazz floreció en una ciudad próspera,
llena de trabajadores, posibilitando el surgimiento de clubes legendarios.
Chicago es hoy sede de la AACM (Advance Association for Creative Musicians),
meca del free jazz, y el Chicago Jazz Festival es uno de los más
importantes del mundo. De todas maneras, mientras la evolución
del jazz tomó otros rumbos, el blues llegó a Chicago para
quedarse. De origen claramente rural, el blues se hizo urbano (y eléctrico)
cuando sus principales exponentes su mudaron a esa ciudad, como McKinley
Morganfield, más conocido como Muddy Waters, Jimmy Reed y Howlin
Wolf, entre otros.
En realidad, Chicago no es muy grande. Sus casi 3 millones de habitantes
se reparten en una superficie de 40 kilómetros de largo por 24
de ancho. Es una ciudad alargada, que va de sur a norte y cuya avenida
principal, llamada Michigan, es también conocida como la Magnificent
Mile (la milla magnífica), ya que se ha transformado en una especie
de paseo de compras donde las marcas más lujosas del mundo se
dan cita. El McCormack, su enorme y cómodo centro de convenciones,
alberga ferias internacionales como la Book Expo, principal feria del
libro de los Estados Unidos.
La ciudad de Chicago es hermosa y también difícil. A veces
las distancias son imposibles y sus temperaturas, que alcanzan sin dificultades
los 35 grados centígrados en verano y los 28 bajo cero en invierno,
hacen difícil la circulación. A veces se hace demasiado
vertiginoso estar todo el tiempo mirando para arriba, los más
de 450 metros de altura del Sears Tower, los casi 400 del John Hancock
building. Cuando el visitante se entera de que esos rascacielos están
diseñados para moverse de un lado para otro por efecto del viento,
comienza a marearse. Y cuando le informan que el Sears Tower, en vez
de balancearse, gira, también para no ofrecerle resistencia al
viento, se pregunta cómo será trabajar en una oficina
a tres cuadras de altura cuyo paisaje de pronto puede cambiar.
Pero en algún rincón uno puede toparse con una estatua
de Picasso o de Miró; en alguna esquina, alguien sopla un saxo,
alguien toca unas tumbadoras. Cuando atardece y los edificios se recortan
contra un cielo rojo y tormentoso, o se puede asistir a las operaciones
de esos puentes levadizos del río Chicago, da la impresión
de que la ciudad se abre, se entrega, a quien quiera tomarla.