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Espérame
en el freezer, corazón
Por
Pablo Capanna
Espérame en el freezer, corazón
si es que te vas primero.
P. López Vidal,
Espérame en el cielo
Benjamin
Franklin, que sentía mucha curiosidad por conocer el futuro, escribió
que algún día se llegaría a conservar a los muertos
en algún medio líquido para devolverlos a la vida años
después. De haber sido por él, le hubiera gustado que lo
guardaran en un tonel de vino Madeira, junto con algunos amigos con quienes
conversar al despertarse.
Desde entonces, este antiguo sueño de inmortalidad física
nunca dejó de reaparecer. Dormir a un personaje de
novela para despertarlo en el año 2000 fue un procedimiento rutinario
para los escritores, desde Washington Irving hasta Verne, Salgari y Howard
Fast.
El tema también interesó a los clásicos de la ciencia
ficción. Uno de los autores más populares de mediados de
siglo, Robert A. Heinlein, lo abordó en 1957 con su novela Puerta
al verano. Años más tarde llegó a pensar que podía
llegar a ser una propuesta factible.
El personaje de la novela era sometido a un proceso de hibernación
que permitía mantenerlo en vida latente durante medio siglo, pero
al despertar sólo descubría que el futuro no estaba
adoquinado en oro. El género ya iba dejando de ser optimista.
En la ficción alguien le aconsejaba al paciente que se internara
en una clínica especializada de Riverside (California). Casi medio
siglo más tarde, es precisamente en Riverside donde podemos encontrar
la casa matriz de la Fundación Alcor para la Extensión de
la Vida, que se dedica a hibernar pacientes clínicamente muertos,
para descongelarlos cuando la ciencia esté en condiciones de devolverles
la salud. Quienes la dirigen dicen que no se propusieron cumplir con Heinlein
(de hecho, uno de sus inspiradores) y sólo se radicaron allí
para beneficiarse con la actitud tolerante de la policía local.
¿Otra de esas increíbles predicciones que permiten
a los opinadores exaltar la clarividencia como única virtud permitida
a los escritores de ciencia ficción?
Es probable que no. Más bien se diría que estamos ante otro
caso de profecía autocumplida.
¿La
muerte de la muerte?
El patriarca de la criopreservación fue un profesor de física,
Robert C.W. Ettinger. En 1964 tuvo que pagar de su bolsillo la edición
de su libro Perspectivas de Inmortalidad, pero cuando la industria editorial
lo descubrió tuvo nueve ediciones más y fue traducido a
cuatro idiomas.
Para Ettinger, creer que la muerte es un estado irreversible es apenas
un prejuicio. Convencido de que algún día se podría
hacer algo al respecto, abogaba por la conservación de los cuerpos
a baja temperatura. En algunas décadas, cuando dispusiéramos
de la tecnología adecuada, gigantescas máquinas quirúrgicas
restaurarían, molécula a molécula, las células
afectadas por enfermedades como el cáncer. Y aunque admitía
que al fin y al cabo el proyecto podía fracasar, pensaba que valía
la pena intentarlo.
La idea se la había inspirado a Ettinger un viejo cuento de ciencia
ficción de los años treinta. Luego, él mismo había
escrito un cuento en 1948 donde la profundizaba. Para la época
en que apareció su libro los astronautas hibernados ya aparecían
hasta en las películas.
En 1964 sólo se conocían unas pocas experiencias de hibernación
de hamsters. Pero al año siguiente Nature dio la noticia de que
tres biólogos japoneses habían enfriado y reanimado cerebros
de gato.
El primer perro fue enfriado y revivido exitosamente en la UCLA; el investigador
que lo hizo terminó siendo director de Trans Time, otra empresa
que comparte el mercado de la criopreservación.
A fines de los años ochenta, la conservación de embriones
humanos en nitrógeno líquido ya se había convertido
en un procedimiento rutinario.
Uno de los primeros discípulos de Ettinger fue Saul Kent, quien
tras haber devorado el libro en la playa se dispuso a llevar sus ideas
a la práctica. Otro entusiasta fue Robert Nelson, que en 1967 emprendió
la criopreservación de un psicólogo llamado James H. Bedford.
Las condiciones eran algo precarias. Cuando estaban trasladando el cuerpo
en medio de un parque a la hora de mayor concurrencia los asistentes de
Nelson descubrieron alarmados que estaban por romper la cadena del frío.
Milagrosamente, a nadie le llamó la atención ver a unos
sujetos que llenaban un ataúd con hielo traído de la estación
de servicio. Al año de publicarse el libro de Ettinger, ya se había
fundado la Inmortalist Society, que luego tomaría un nombre más
científico (Cryonic Society) para acabar convirtiéndose
en Cryonics, la tercera de las empresas líderes.
Cuando
Dora Kent perdió la cabeza
Saul Kent fue uno de los fundadores de la Cryonic Society de Nueva
York. Tres años más tarde, ya había congelado su
primer paciente.
En 1987 murió su madre, la octogenaria Dora Kent. Saul, que vivía
en Riverside, recurrió a los servicios de Alcor, que para entonces
ya contaba en su freezer con seis cabezas y un cuerpo convenientemente
acondicionados. La idea de abaratar el proceso guardando sólo las
cabezas había sido propuesta por el propio Kent. Se le había
ocurrido cuatro años antes, ante el caso de un matrimonio congelado
que había perdido todo sostén económico en el mundo
de los vivos al morir su único hijo en un accidente. Seguir conservándolos
tal como estaban hubiera sido muy caro; la única solución
era guardar las cabezas y tirar el sobrante.
El proceso de jibarización, definido como conversión
rápida a neuropreservación mediante una sierra eléctrica
de alta velocidad consistía en cortar la cabeza (en adelante
llamada neuro) reduciendo drásticamente los gastos
de mantenimiento. Según Kent, la cápsula usada para conservar
un cuerpo podía albergar hasta veinte cabezas.
Al morir doña Dora, Saul no disponía de los cien mil dólares
necesarios para un tanque de cuerpo completo, y no tuvo más remedio
que optar por un neuro. Los técnicos de Alcor procedieron
a la decapitación, pero en elapuro se saltearon un detalle. Tan
convencidos estaban de que la muerte no existe que se olvidaron de llamar
a un médico para corroborar la ausencia de signos vitales y firmar
el certificado de defunción.
Es así como a los pocos días, cuando las cámaras
de la NBC irrumpieron en su casa, Kent se enteró de que había
sido acusado de homicidio. La policía allanó varias veces
la sede de Alcor y hasta dio intervención a SWAT. Se llevaron de
todo, incluyendo a dos perros guardianes, pero lo más curioso es
nunca encontraron la cabeza, de manera que con el tiempo la causa se diluyó.
Cosas como éstas ocurren hasta en California. Quizás a gente
como Sabato o Tomás Eloy Martínez les interesará
saber que por lo menos aparecieron las manos.
Los
misterios de Disneylandia
Cuando se habla de este tema, el primer nombre que aparece es el
de Walt Disney. Sin demasiado fundamento, los graffiti le atribuyen desde
hace décadas frases como yo no me caliento más.
A pesar de todo, no hay pruebas de que el cuerpo de Walt Disney (19011966)
esté congelado en una cápsula bajo el área Piratas
del Caribe de Disneylandia. Respetuosas de la leyenda, algunas populares
enciclopedias omiten consignar la fecha de defunción del padre
de Mickey, ocurrida el 2 de noviembre de 1966. Pero en este caso sí
existe un certificado médico y un acta de cremación. También
se puede consultar el testamento en Internet o ir a visitar el nicho en
el cementerio de Glendale.
Al parecer, todo fue una leyenda puesta en marcha por algunos dibujantes
de su estudio Disney y recogida tres años más tarde por
periodistas franceses. Una historia bastante plausible, por otra parte,
porque la primera suspensión criónica registrada (la de
James Bedford) ocurrió apenas dos meses después de la muerte
de Disney. Como el millonario dibujante era un entusiasta de las innovaciones
tecnológicas, no es imposible que hubiera hecho arreglos para ser
preservado. Pero salvo algunas menciones incorporadas tardíamente
en algunas biografías, hasta el momento se diría que la
cosa no pasa de una persistente leyenda urbana.
El
post resurrectorio
El trámite de hibernación es relativamente simple.
Como la ley exige que no se inicie el proceso de estabilización
hasta tanto esté certificada la muerte clínica del donante,
los criopreservadores disponen de sólo cuatro minutos de
gracia.
En ese lapso, la sangre es reemplazada por glicerol a baja temperatura,
con la misma técnica que se usa en los bancos de semen. Luego el
cuerpo es conservado en un frasco de Dewar, un termo gigante donde permanecerá
suspendido en nitrógeno líquido a 197º bajo cero. Mientras
esté en biostasis, dormirá el sueño de
los justos (o por lo menos de los pudientes) en un moderno edificio sin
ventanas de Scottsdale (Arizona). El mantenimiento consiste esencialmente
en reponer el nitrógeno que se evapora.
El principal problema no está en conservar los cuerpos desanimados
(como dicen los técnicos) sino en tener la posibilidad de reanimarlos.
Las funerarias criónicas admiten que cuando el agua se congela,
sus cristales destrozan las células, y que hasta hoy nadie sabe
cómo repararlas. En 1983 se hizo la autopsia de dos cuerpos que
habían estado guardados durante años, para reducirlos a
neuros. El resultado no fue alentador: había múltiples
fracturas y destrozos en vasos sanguíneos, hígado, pulmón,
etc. A pesar de eso, y apelando más al deseo que a la ciencia,
Alcor asegura que como hasta ahora no se ha podido probar que el proceso
no funcione, se justifica seguir intentando. La otra pregunta es: ¿vale
la pena preservar los cuerpos si van a llegar en esas condiciones? ¿Contaremos
algún día con la tecnología necesaria para devolverles
la vida?
A la fecha, la única esperanza es la que ofreció Eric Drexler,
el patriarca de la nanotecnología, en su libro Máquinas
de creación (1987).
En lugar de las máquinas gigantes de Ettinger, Drexler propone
operadores microscópicos. El día que dispongamos de robots
autorreproductores capaces de manipular una a una moléculas y hasta
átomos (algo que permite pensar la persistente tendencia a la miniaturización)
el problema estará resuelto. Drexler expuso con vivos detalles
el proceso de reanimación. En lugar de descongelar el cuerpo bruscamente,
se inyectarán colonias enteras de robots moleculares que restaurarán
una a una las células dañadas y aquellas que hoy no podemos
curar, eliminarán las obstrucciones en los vasos, reemplazarán
el glicerol por sangre fresca y pondrán todo en funcionamiento.
El paciente resucitará rodeado de familiares y amigos. Luego los
nanorrobots serán eliminados discretamente por el tubo digestivo,
quizás para reciclarlos luego.
Esta es la promesa que hacen las funerarias criónicas. Aseguran
que cuando comience a crecer, la nanotecnología se beneficiará
con la economía de escala y evolucionará según la
Ley de Moore, al igual que los microchips.
Deserciones
Vale la pena recordar que muchos de los promotores de la criostasis se
habían conocido cuando formaban parte de una asociación
un tanto utópica de los setenta. Integraban la L5 Society, cuyo
objetivo era promover la construcción de planetas artificiales
en los cinco puntos de Lagrange de la órbita terrestre; para ellos
imaginaban comunidades autónomas con un estilo mixto de anarquismo
y country.
Entre los socios de la L5 estaba Drexler, junto a gente tan notoria como
Hans Moravec, Marvin Minsky, Freeman Dyson, Isaac Asimov, Robert A. Heinlein,
Jerry Pournelle y hasta Timothy Leary, el veterano gurú hippie.
Allí estaban nuestro conocido Saul Kent y Keith Hanson, el discípulo
de Drexler. Casi todos confiaban en la criónica.
Con el tiempo, hubo deserciones. Después de pensarlo mucho, Freeman
Dyson se negó a congelar a su padre. Timothy Leary se hizo cremar
y pidió que esparcieran sus cenizas desde un transbordador espacial.
Lo mismo ocurrió entre los escritores de ciencia ficción.
El católico Clifford Simak, que muy temprano había escrito
una novela donde se burlaba de Ettinger, nunca simpatizó con la
iniciativa. Isaac Asimov optó por lo tradicional y el propio Heinlein
que hasta había profetizado el lugar donde iba a estar Alcor
a última hora se negó a ser congelado y se hizo cremar,
causando una verdadera desazón en sus discípulos.
Al
alcance de todos
A esta altura de los tiempos, en varios países existen empresas
dedicadas a la preservación de aquello que la medicina todavía
denomina cadáveres. Para ser criopreservado, no es
necesario ser millonario, explica Alcor en su página comercial,
encabezada por un Ave Fénix. Por una suma razonable, uno puede
pensar en extender varias décadas su vida y tener tiempo
para todas las cosas que siempre quiso hacer. Cryonics, fundada
por Ettinger, va más lejos: ofrece la única alternativa
a la desesperación de la muerte, una alternativa que potencialmente
no tiene límites.
Pero antes de decidirse hay que caminar mucho, como decía aquel
ministro. Los precios más altos son los de Trans Time: 150.000
dólares por cuerpo entero. Alcor, que cuenta como asesores a Drexler,
Marvin Minsky y Ralph Merkle, es un poco más económico (
$120.000 por cuerpo y 50.000 porcabeza); sin embargo, hace precios especiales
para estudiantes, menores de edad y grupos familiares.
Las tarifas más baratas de plaza son las que ofrece Cryonics: ¡solamente
$28.000 por cuerpo entero! Pero Matt Groening, el creador de Los Simpsons
y de Futurama, que justamente parte de la inmortalidad por congelamiento
imagina que con la competencia aparecerían tugurios donde se podría
guardar el cuerpo del abuelo por 295 dólares, la cabeza por 195
y el cerebro por sólo 85...
Sueños
de inmortalidad
A pesar de algunos excesos verbales, las empresas aseguran que no
prometen la inmortalidad ni están en condiciones de revertir el
estado cadavérico; suelen tranquilizar a los clientes asegurando
que el proceso es compatible con las creencias judeocristianas. De todos
modos, Alcor auspicia la miniserie El primer inmortal, programada por
Hallmark.
El negocio de la criopreservación especula tanto con los sentimientos
de los deudos como con las fantasías de inmortalidad de los donantes,
pero plantea más dudas que certezas.
Suponiendo que efectivamente la nanotecnología permita reanimar
a los hibernados a precios de obra social ¿harán algo más
que agravar la superpoblación del planeta? Ese no es nuestro problema,
dicen las empresas: tarde o temprano, el proceso de envejecimiento será
dominado.
Sin embargo, al seleccionar a los supervivientes por su poder económico
se invertirá la selección natural y el ciclo de reemplazo
de una generación por otra. ¿Acabaremos creando una sociedad
de Dráculas?
Todas las esperanzas están puestas en la nanotecnología.
Pero ¿para qué preservar una cabeza si para clonarla nos
alcanza con una muestra de tejido? Claro que para completar el donante
no habría más remedio que clonarle un cuerpo y luego trasplantar
el cerebro. ¿Ya que estamos, por qué no usar la nanotecnología
para hacer modelos de belleza, en lugar de restaurar achacosos?
Puede que en Argentina la criopreservación nunca llegue a estar
entre las prestaciones del PAMI, pero podría servir para usar el
mismo ministro de economía en varios ajustes consecutivos, o conservar
dirigentes políticos hasta eliminar definitivamente la renovación
generacional.
Estas fantasías de inmortalidad se inscriben en la línea
del individualismo posmoderno, y es extraño que se llame donante
a alguien que se comporta como un perfecto egoísta. Si es cierto
que la muerte y la desnudez igualan a todos, pareciera que algunos se
empeñaran en distinguirse, y depositan su fe en una tecnología
que aún no existe.
Hay muchas religiones que hace siglos vienen ofreciendo la inmortalidad;
creer por creer, salen más baratas.
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